Entre la fe y
la peste amarilla
Resurrección
(Argentina/2015)
Dirección y guión: Gonzalo Calzada.
Fotografía: Claudio Beiza.
Montaje: Alejandro Narváez
Reparto: Patricio Contreras, Martín Slipak, Vando
Villamil, Adrián Navarro, Ana Fontán.
Duración: 100 minutos.
8
(ocho) puntos
Por
Leandro Arteaga
Es
un placer ver cine de terror, con conciencia del género, capaz de hacer dialogar
sus resortes con una época histórica que no tuvo representación semejante en la
pantalla. En este sentido, Resurrección
se arroja en la Buenos Aires
de 1871, con Sarmiento presidente, y los estragos de la fiebre amarilla. El
protagonista es un sacerdote hace poco ordenado (Martín Slipak), quien entiende
que es Dios mismo quien le hace detener en la estancia familiar, durante su camino
a Buenos Aires.
Una
vez allí, los familiares encerrados, la capilla encadenada, el criado
sospechosamente atento (Patricio Contreras), suman misterio a un relato atravesado
de miedos religiosos y fricciones de clase social. De alguna manera, la máxima
“civilización o barbarie” se inscribe en el alma de estos temores, entre la fe traída
por los barcos y la superchería que la amenaza.
Es
más, el inicio mismo del film de Gonzalo Calzada –quien de cine de género sabe
y mucho, con títulos como Valdemar y La plegaria del vidente- da cuenta de
este enfrentamiento, al echar al curandero de la morada de estirpe familiar, ya
que es la fe del sacerdote la que de ahora en más se encargará del asunto. Pero
entre mordidas y vómitos –hay muchos vómitos en la película- el joven sacerdote
no tardará en hacer tambalear su creencia. Él, que ha hendido la palma de sus
manos con una cruz afilada, entre visiones. Dios es dolor, después de todo.
Pero un dolor que hay que saber aguantar.
Por
eso, la superchería otra vez. Y ojo, que si el diablo mete la cola una vez, ya será
tarde después. Lo mejor del caso, es que allí donde se supondría previsibilidad
argumental, la película sabe cómo responder a los lugares comunes del género
–que sería algo así como un gótico criollo-, entre fantasmas y gritos, mucha
niebla y ahorcados, para encontrar una resolución que es sorpresa y permite
sostener el verosímil.
Crédito
aparte para la manera magnífica con la cual Resurrección
elige presentar sus títulos, a partir de dibujos del artista Enrique Breccia.
Los blancos y negros del gran historietista, esas narices aguileñas
inconfundibles, los vahos de muerte, ofrecen un clima de recreación histórica
ideal, para una película que sabe cómo adentrarse en esa época de siglos
pasados, sorteando los escollos necesarios de una gran producción que no hace
falta. Lo que se necesita es sapiencia narradora, y a Calzada le sobra. No sólo
eso, sino que es capaz de delinear un clima de angustia existencial, con un
Slipak que está todo el tiempo gimiendo, caído, ronco, vomitando. Magnífico.
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