martes, 30 de julio de 2013

Bullet to the Head (2012, Walter Hill)


Cuando el cine se sabe mítico


Por Leandro Arteaga

El gusto que significa reencontrarse con una película de Walter Hill no tiene precio. Hubiese sido mejor en un cine, pero el dogma cada vez más exclusivo sobre cuáles películas llegan a su estreno, hizo que El ejecutor fuese otro de los muchos títulos anunciados, luego postergado y finalmente truncado.
¿Y por qué es un gusto? Porque se trata de alguien de la vieja guardia, la del cine del Hollywood de los ’70, heredero de la estilística de Sam Peckinpah, capaz de hacer westerns de ciudad o en el Oeste, con tipos curtidos, solitarios, duros, pandilleros. Allí, entonces, Peleador callejero (1975, con Charles Bronson), The Driver (1978, con Ryan O’Neal), The Warriors (1979) y Cabalgata infernal (1980, una de las favoritas de Bioy Casares). O las buddy movies que inaugurara con 48 horas (1982, con Nick Nolte y Eddie Murphy), más el clima noir encarnado por Mickey Rourke en Un rostro sin pasado (1989).
El ejecutor cumple con el regodeo que significa amar el cine de géneros, mixturarlo, disfrutarlo, con reminiscencias fílmicas que rebotan sobre la filmografía propia. Es que Hill ha filmado tanto y de manera tan apasionada, que un universo de cine le corresponde por derecho propio. Allí dentro caben todas las encarnaciones de sus personajes, entronizadas ahora en el rol –de mito- de Sylvester Stallone: síntesis que el cineasta logra desde la sucesión de fotos del legajo policial del killer Jimmy Bobo (Stallone), repaso que es guiño para cualquier cinéfilo, capaz de leer en el rostro del actor el paso del tiempo, las décadas sucedidas, las películas protagonizadas.
Jimmy es traicionado, y de manera obligada tendrá que hacer dúo con un policía joven (Sung Kang). Lo que en uno es experiencia, en el otro es tecnología, buenos modales, confianza en la misma policía. Una red de sobornos, chantajes, crímenes, atan cabos que resultarán de una manera prevista para lo que significa cualquier argumento similar. Pero acá no se trata de encontrar mayor o menor ingenio de “guión”, sino de plasmar una sensibilidad fílmica. Allí, por eso, es donde de veras aparece el guión. No desde la sucesión argumental, sino desde la fibra interior de sus personajes, en quienes se cifra una forma de hacer cine que Hollywood hace tiempo abandonó.
En este sentido, El ejecutor es una buddy movie y es cine negro. Pero también es un western, con momentos clásicos de saloon. Más la referencia de cómic, o mejor de band dessinée, que tiene por estar basado en el álbum editado por Casterman, obra de Matz y Wilson: por momentos, la fotografía da el tono anaranjado justo, también azul, como si se tratara de fondos de cuadritos de historieta.
La música (si bien sin el acostumbrado Ry Cooder), atraviesa momentos country, de blues, de rock. Con New Orleans como escenario que está a la venta, como dice algún mafioso. Nada mejor para un cowboy.

El ejecutor
(Bullet to the Head)
EE.UU., 2012. Dirección: Walter Hill. Guión: Alessandro Camon, a partir de la historieta de Matz y Colin Wilson. Fotografía: Lloyd Ahern. Música: Steve Mazzaro. Montaje: Timothy Alverson. Intérpretes: Sylvester Stallone, Jason Momoa, Christian Slater, Sarah Shahi, Sung Kang, Adewale Akinnuoye-Agbaje, Jon Seda. Duración: 92 minutos.
8 (ocho) puntos 
 

domingo, 28 de julio de 2013

Ray Collins: entrevista + CBB 4


El western como historieta tanguera

Del 1 al 4 de agosto, Crack Bang Boom abre sus puertas para un itinerario explosivo de historietas, charlas, muestras, y el homenaje al guionista Ray Collins: “Cuando cristalizan sueño y vida, eso es la historieta para mí”.


Por Leandro Arteaga
 
Entre lo muchísimo que la inminente cuarta edición de Crack Bang Boom propone (ver recuadro) figura el homenaje a uno de los mayores guionistas de la historieta argentina de todos los tiempos: Eugenio Zappietro, más conocido –entre seudónimos varios- como Ray Collins. O también, autor de ese capítulo fundamental dentro de la narrativa policial que significa Precinto 56, con dibujos de Lito Fernández.
Escritor de Canadá Joe, Conrack, Henga, Águila Negra, Rocky Keegan, entre mucho más, Collins a transitado fundamentalmente las páginas de las editoriales Record y Columba, con personajes que han alcanzado una popularidad más allá de Argentina, en países como Italia, Francia y España. Pero este cronista tiene su preferencia y se la dice al entrevistado.
“¿El Cobra? ¡Me gustó muchísimo hacerlo! Tanto, que incluso hice una continuación,  que tiene que ver con El Cobra ‘antes del Cobra’. El primer capítulo se llama ‘Una historia gótica dentro de mí’, cuando él vuelve a su pueblo. Ahí hay una historia de amor muy interesante, porque para que haya un problema, ¡tiene que haber una mujer!” ríe el gran Ray Collins con Rosario/12.
El Cobra era un episodio unitario, era un pistolero a sueldo, pero el editor me pidió de seguirlo. Yo pregunté con quién la iba a hacer, y me dijeron con Arturo (del Castillo), con quien había hecho Garrett. El Cobra es para mí un hijo directo, se lo digo en serio. Con lo que usted siente como lector ya soy feliz, porque establecí un amigo que recuerda al Cobra, que es una de las cosas que más he querido. Una vez, cuando me hicieron un pequeño diplomita me dijeron ‘¿con un dibujo policial?’, ‘No’, les dije, ‘con un dibujo del Oeste’, y el diplomita pasó a tener un dibujo de Arturo del Castillo. Me gusta el policial más que comer, pero el corazón lo tengo en el Oeste. He visto cosas muy buenas: películas, historietas… Laredo, Ranger de Texas, ¡lo que era!”

-A lo largo de sus historietas uno distingue un personaje prototipo, que acarrea siempre un lamento, con melancolía. Lo pienso tanto en El Cobra como en Zero Galván, Canadá Joe…
-Tiene que ver con la nostalgia. Es una nostalgia que hace que incluso a los malos recuerdos uno los pinte de colores. La mayoría de mis personajes tiene pasado, hay una carga en algún lado que va a definir en alguna situación lo que hagan. A veces los personajes se nos escapan, porque si le pintamos un pasado van a hablar y se van a mover como nosotros creemos que somos, lo que nos lleva a meter la mano dentro de nosotros mismos para sacar lo que no sabíamos que tenemos. Allí aparece el sentimiento puro, el “esto me recuerda a…”, el toque de melancolía. Cuántas cosas ha leído uno, y sin embargo el hombre siente lo mismo que sentía en la caverna, lo que cambian son las circunstancias que le rodean. 

-¿Qué le significa un homenaje?
-La primera gran satisfacción de la historieta es haber dado algo de uno mismo y que eso alguna vez haya establecido una relación con el lector, porque es él el que establece un recuerdo. A través de la historieta, uno hizo lo que ama. El premio es ése, es el diálogo que en algún momento se estableció, con una generación que luego se lo pasó a la otra. A veces me encuentro con gente que sabe más sobre mi trabajo que yo. La historieta está muy emparentada con el fútbol, como en Fontanarrosa, tienen la misma entraña, forman parte de algunos entresijos que los hombres tenemos. Siempre digo que Nippur (de Robin Wood) era formativo: si un hombre se cae cien veces, se levanta ciento una y no pregunta para qué. Son cosas que van con uno, como alguna película que nos emocionó a los 10, 12 años, y que a veces no tiene que ver con lo que nos rodea, con lo contingente. Recuerdo a los 9, 10 años, cuando llegaron aquí Batman y Robin, también Superman, y no tuvieron jamás una andadura, mientras que sí la tenían las historietas argentinas de ese entonces. 

-Historietas que hicieron posible una amistad.
-Es que la historieta nos toca un poquito la cuerda emotiva y por eso no la olvidamos, como yo no olvidé a los héroes que tuve de chico, que estaban en el Patoruzito, como Rinkel el Ballenero. Jamás pensé que iba a hacer historieta, pero fue el vehículo mío para todo lo demás. Cuando me di cuenta de que podía hacer una historieta, me dije: acá se puede poner todo lo que se siente. Cuando alguien se pregunta si la historieta es un arte menor, una artesanía, una cosa bastarda, al decirlo están insultando a los lectores. Fijesé usted, si yo no hubiese hecho historieta hoy no podría hacer literatura. Las novelas que llevo escritas partieron desde la música de la historieta. 

-Me encanta cómo los personajes pasan a tener carnadura y unen generaciones. De chico, mi viejo me contaba sobre las revistas que él había leído.
-Se forma una comunidad, una sociedad secreta, una “masonería”; cuando se dice “pertenezco a la historieta”, uno lo dice porque ha sido, y es, feliz leyendo historietas. Recuerdo que en el secundario leía Intervalo Extra, ahí conocí a Ibsen, a Strindberg, a través de las versiones que dibujaba Arturo del Castillo, con quien luego trabajaría. Es decir, ya era una cofradía entre quien lee y el dibujante, porque la partitura de la historieta se completa en el lector. La titularidad la tiene el lector. En la historieta todos somos catedráticos y académicos sin haber pasado por la escuela, y se llega a una amistad que nunca se termina. Hay historietas que rozan mucho lo que somos, como en el tango. Personajes que a veces decían lo que nosotros sentíamos. Donde a veces el cobarde no lo era tanto. Hay maneras de potenciar la historieta, pero no desde el efecto visual, sino desde el efecto interno. El guionista habla por lo que hace sentir, y a veces un poquito por lo que hace pensar, simplemente estructura una situación ya conocida por el lector. La historieta es una síntesis de una serie de cosas que tienen que ver con la vida.


Muchos, muchos artistas, en CBB

Organizado por Centro de Expresiones Contemporáneas, con asesoría del dibujante Eduardo Risso, Crack Bang Boom sumará la presencia de los artistas internacionales David Lloyd (V for Vendetta) y Paul Pope (Batman: Year 100). Entre los nombres confirmados destacan también: Darío Brizuela, Oscar Capristo, Will Conrad, Felipe Massafera, Nicanor Loreti, Alejandra Lunik, Danilo Beyruth, Marcelo Costa, Pablo Túnica, Damian Couceiro, Magno Costa, Scott Allie,  Sebastián De Caro, Lito Fernández, Jok, Cacho Mandrafina, Carlos Nine, Lucas Nine, Manuel Depetris, Esteban Tolj, Martín Canale. Toda la información en http://www.crackbangboom.com.ar/

El nombre que es todos los nombres: 
Eugenio Zappietro (Ray Collins).


Por Leandro Arteaga
(artículo presente en el Catálogo de CBB4)

Cuando la silueta se recorta en contraluz, desde el contraste, y asoma para permitir reconocimiento en el lector, hay algo indecible que finalmente es: ocurre la simpatía –para siempre- con el personaje.
Como si se tratase de otro de sus seudónimos, “Zero” Galván esconde, así como “Ray Collins”, al nombre verdadero. Juego de apariencias, espejos, ingenios, que continúa en una lista que incluye, entre otros, a Mario Galván, Eugenio Reynal Arrigo, Rogelio Costa, Pietro Zanga, J.P. Wanamaker, Diego Navarro, Pierre Gascog, Rodrigo Cavalls.
Tantos como, todavía más, son los personajes y series que el ingenio de Eugenio Zappietro –el primero de los nombres, guionista insigne para la historieta argentina de todos los tiempos- hubo de escribir: Dennis Martin, Skorpio, Helena, Mandy Riley, Garret, Loco Sexton, El Cobra, Canada Joe, Nekrodamus, Henga, Aguila negra, Rocky Keegan, Alan Braddock, Jackaroe, Grand Prix, Grace Henrichsen.
Lo que equivale a decir -a partir de él, junto con él-: Lito Fernández, Ernesto García Seijas, Arturo Del Castillo, Carlos Vogt, Horacio Lalia, Juan Zanotto, Francisco Solano López, Gerardo Canelo, Juan Dalfiume, Alberto Macagno.
Hay muchos dibujantes más, hay muchísimas historietas más. Repartidas entre el mundo editorial extraordinario que supo existir para la historieta argentina: Abril, Récord, Columba; también hacia el otro lado del Atlántico, por medio de la Eura italiana. Es decir, los muchos nombres de Zappietro han ido y venido a través de los tiempos, con la gracia inmortal que el papel de historieta depara pero que, sobre todo, la memoria lectora guarda. Ese es el logro mejor –cree este comentarista-: que en el imaginario lector pervivan las hazañas y tristezas leídas.
En este sentido, ningún nombre entre todos los referidos como el de Ray Collins, sea por casualidad, sea por capricho del paso del tiempo, sea por sonoridad, sea por coincidencia con el actor de Hollywood. También, ninguna historieta mejor que Precinto 56, inicio formal del Comisario Inspector Eugenio Zappietro dentro del policial, así como obra de relieve para el desarrollo del género.
Por un lado, Precinto 56 en tanto encargo expreso que en 1963 el entonces director de revista “Misterix”, Hugo Pratt, hace al escritor. Allí lo dibujará José Muñoz, y es pertinente pensar la herencia que existirá en el andar apesadumbrado de su posterior Alack Sinner, junto con Sampayo. Pero el Precinto 56 que todos conocen es el que sucederá en las páginas de “Skorpio”, con los dibujos de Lito Fernández. Un clima sórdido, de melancolía, para las peripecias del teniente Zero Galván. Peripecias que son desventuras, con disparos y sangre, muertos y corrupción, con el clima moral de una New York caída, donde Galván, puertorriqueño de origen, vive como un paria que ha sido mordido, solo en el dolor de la herida, como caballero –al decir chandleriano- nacido en el siglo equivocado.
Collins/Zappietro abre un abismo de poesía negra, que es canción de antihéroe, agonía de una época, teñido de la paradoja gráfica de Fernández, quien recrea la ciudad desde la ilusión de sus marquesinas o publicidades, con rubias fatales de sonrisas blancas, en viñetas cargadas de negro, con una dinámica cada vez más ágil entre los episodios, sin perder la figuración que la prosa del guión tantas veces evita, al caer presa de un malestar lírico. Por eso, Precinto 56 es una de las mejores historietas negras de todos los tiempos. En ella están Dick Tracy y Vito Nervio, la serié noir norteamericana, y el cine urbano: el de las ciudades de noches lluviosas, con la poesía del asfalto corrupto como móvil para una defensa moral que parece extinta.
Hábil con sus alias, fue el mismo seudónimo de siempre el que le valió a Ray Collins el galardón del Concurso de Novela Negra 2011 Extremo Negro, con Mi nombre es Zero Galván. Una aventura, ahora literaria, que prosigue y da cuenta de la actualidad de su personaje y de este Precinto 56, acuñado aquella primera vez desde el pedido de Pratt, vuelto figura de relieve para la obra vasta de su autor, a quien Crack Bang Boom homenajea como signo de afecto.

viernes, 26 de julio de 2013

The Incredible Burt Wonderstone (2013, Don Scardino)


Grandes intérpretes pero poca magia


Por Leandro Arteaga

No deja de llamar la atención que se hagan películas tan olvidables. Algo que en el cine –se podrá argumentar- siempre hubo de ocurrir, que seguirá sucediendo, como parte de un mismo entramado de producción y distribución históricamente sobredimensionado, ahora repartido entre formatos para múltiples pantallas. Pero, al menos con el film que nos ocupa, la historia podría haber sido otra.
En todo caso, no deja de ser esto consonante con el declive cualitativo –adrede- que Hollywood hace de sí. Que contrasta de manera fuertemente disonante con su propio pasado. O más sintéticamente: se trata de una película de magos, protagonizada por Steve Carell, Steve Buscemi, Jim Carrey, James Gandolfini… Es decir, ¿cómo no querer ver un film semejante, con tales intérpretes? Más aún con el gran Alan Arkin como mago maestro, quien despierta en el pequeño Burt la posibilidad de la magia como lugar desde el cual transgredir las golpizas y desprecios de sus compañeros de colegio. Todos menos uno, tan solitario como él.
Pasado el tiempo, entonces y ahora sí, el increíble Burt Wonderstone (Carell) y su amigo Anton Marvelton (Buscemi) cautivan audiencias en Las Vegas, con su show entre ridículo y ameno, con gracia suficiente como para contagiar al espectador. Porque, se repite, ¿cómo resistirse a un dúo de magos entre Buscemi y Carell? Y todavía lo (que parece) mejor: otro mago, callejero y sensacionalista, compuesto por Jim Carrey. Éste, eso sí, sin galera ni trucos de salón, sino como versión desfigurada del efectismo más bizarro, nacido de la televisión y viralizado por Internet. Pero tan ególatra como el propio Burt, estrella de sí mismo, narcisista en grado extremo, causa de su propia caída.
A partir de aquí, lo trillado y mismo de siempre. Molestia que no radica en lo previsible, sino en la manera desde la cual sucede. De manera tal que El increíble Burt Wonderstone –cuyo realizador, Don Scardino, sólo ha destacado como director televisivo- comienza a deshacer a paso acelerado el interés de sus escasos quince minutos iniciales. Hasta tal punto que sus intérpretes –menos Arkin, menos (el gran) Buscemi- no hacen más ni menos que volverse insoportables, repetitivos, incoherentes. Como si la película misma estuviese, también, resuelta de manera atropellada, sin gracia, hasta arribar a un desenlace cuya ridiculez no se condice con la propuesta inicial.
Entre tantos actores, la actriz Olivia Wilde aporta un supuesto encanto con sus ojos claros y sus inexplicables devociones por Burt y por la magia. Vale decir, El increíble Burt Wonderstone es una pena de película, entre cuyos productores figura –atención- el propio Carell. ¿Hay necesidad?

El increíble Burt Wonderstone
(The Incredible Burt Wonderstone)
EE.UU., 2013. Dirección: Don Scardino. Guión: Jonathan Goldstein, John Francis Daley, Chad Kultgen, Tyler Mitchell. Fotografía: Matthew Clark. Música: Lyle Workman. Montaje: Lee Haxall. Intérpretes: Steve Carell, Steve Buscemi, Oliva Wilde, Jim Carrey, James Gandolfini, Alan Arkin. Duración: 100 minutos.
5 (cinco) puntos
Sólo disponible en DVD

viernes, 19 de julio de 2013

Mempo Giardinelli: El género negro. Entrevista


Mempo Giardinelli nos cuenta sobre su libro El género negro, felizmente reeditado por Capital Intelectual. Hammett, Chandler, y los vínculos con Bret Harte y Zane Grey. Una mirada apasionada sobre un género que sigue situado como lugar insoslayable para la 
literatura y el cine.

 





Linterna Mágica (05/07/2013)
Descargar

martes, 16 de julio de 2013

Pacific Rim (2013, Guillermo del Toro)


Los gigantes de hierro contra Lovecraft


Por Leandro Arteaga

 Monstruos marinos gigantes contra robots gigantes. Una premisa tal podría ser excusa sin sentido para muchas películas; entre ellas, claro, Transformers o cosa parecida. Pero acá se trata, por suerte, de Guillermo del Toro. Y si Del Toro tiene ganas de algo semejante, entonces, a rememorar las viejas series televisivas japonesas, las películas de Godzilla o afines, y a agarrarse.
¿Sobre qué es Titanes del Pacífico? Sobre monstruos marinos gigantes contra robots gigantes, claro que sí. Pero por fuera del militarismo fascinado de cualquier Transformer, más cerca del cine de matiné y acorde, por eso, con el espectador fascinado que es todo niño. Porque sólo en este tipo de imaginación podría funcionar la colaboración humana y tecnológica total para enfrentar la amenaza que surge desde el fondo del mar.
De esta manera, parejas de pilotos se enlazan mentalmente desde el cerebro de gigantes de hierro para combatir, a puño limpio, con misiles y armas varias, las criaturas extraordinarias que prometen conquistar el planeta. Efectos digitales deslumbrantes para recrear un clima que tiene –entre mucho más- de Ultraman, Mazinger Z, Evangelion, y para el recuerdo de este cronista, la iconografía de algunos de los muchos cómics británicos de los ’70 de la legendaria 2000 AD.
Pero también y sobre todo, Titanes del Pacífico es reelaboración desde una mirada, una poética que corresponde ya de modo indeleble a su realizador. Por eso, los monstruos marinos son imposibles seres que evocan la gomaespuma contra la que peleaba Godzilla, pero también hermanos cercanos o lejanos de los que vienen ya poblando las muchas historias de Del Toro. Con Lovecraft, eso sí, como eje fundante. En este sentido, la raigambre lovecraftiana viene en ayuda mitológica, dando motivo a las desgracias así como consistencia a los temores que suscitan. Porque es desde el fondo del mar, como se decía, de donde emergen los seres más inenarrables.
La tecnología, como es costumbre en el cine de Del Toro, aparece como una mezcla indecisa, en donde lo digital predomina pero con pequeños detalles de laboratorio de un científico loco. Con mucho de hierro herrumbrado y, por eso, humano. Acá hay una paradoja que la película asume, al ser prácticamente una animación digital que, sin embargo, no deja de exponer virtudes argumentales en defensa del viejo esquema analógico. Con esto, justamente, tendrá algo que ver el mayor y más viejo de los robots, cuyos protagonistas habrán de tener, cada uno, una historia personal que cargar y, dado el riesgo, también compartir.
Entre enfrentamiento y enfrentamiento, sucede lo que no sucede con El hombre de acero. Los edificios caen como maquetas godzillianas para –como ocurría con aquellos films- privilegiar la aventura ridícula. Una diversión que, se nota, es capricho del director. Así como placer para el espectador.

Titanes del Pacífico
(Pacific Rim)
EE.UU, 2013. Dirección: Guillermo del Toro. Guión: Guillermo del Toro, Travis Breachman. Fotografía: Guillermo Navarro. Música: Ramin Djawadi. Montaje: Peter Amudson, John Gilroy. Reparto: Charlie Hunnam, Idris Elba, Rinko Kikuchi, Charlie Day, Ron Perlman, Max Martini, Burn Gorman. Duración: 132 minutos.
Salas: Monumental, Showcase, Sunstar, Village.
8 (ocho) puntos.

sábado, 13 de julio de 2013

Pies en la tierra (2012): entrevista con Pedernera y Cataldi


La película como granito de arena

Premiada en el Festival de Mar del Plata, Pies en la tierra –ópera prima de Mario Pedernera- se estrenó en Cine El Cairo con las presencias del realizador y su primer actor, Francisco Cataldi.


Por Leandro Arteaga

“Estoy muy contento con haber podido lograr mi primera película. Espero que deje su pequeño sello, que aporte su granito de arena a ciertas cuestiones que son importantes en algunos momentos de la vida, como lo son las cosas simples” explica Mario Pedernera a Rosario/12 sobre Pies en la tierra, estreno en El Cairo Cine Público (Santa Fe 1120), y agrega: “la idea era transmitir un mensaje sincero, sencillo, humilde”.
Es rápida la conexión que la ópera prima de Pedernera establece con el espectador. El escenario es Entre Ríos, a través del viaje que –en silla de ruedas- lleva adelante Juan (Francisco Cataldi), desde su casita de pescador en una isla del Delta hasta Villa Luna. En el recorrido, Juan conocerá gente variable pero signada por una misma atención solidaria. Pies en la tierra se sitúa, de esta manera, entre Una historia sencilla de David Lynch y la afabilidad de personajes del cine de Carlos Sorín.
“Fue difícil, porque si bien la película es entrerriana, yo soy cordobés y vivo en Buenos Aires”, continúa Pedernera. “No quería ser un externo a la provincia, sino que quería contar una historia desde Entre Ríos hacia fuera. La idea era primero generar empatía con la gente, familiarizarse con su folklore. Después se hizo un casting muy grande, donde buscamos justamente el tono entrerriano de la gente común, sencilla, que tuviera esa chispita que sale de una manera espontánea.”
Entre los actores y actrices no profesionales para los personajes de Pies en la tierra destacan dos excepciones. Una de ellas es Carlos Belloso (como un impagable cantor de kermés), la otra y principal es Francisco Cataldi, cuya caracterización le valiera el galardón a la mejor interpretación en el Festival de Cine de Mar del Plata. El director señala que “el trabajo de Francisco fue fenomenal, y eso no es gratuito, le costó mucho trabajo. Tuvo que interiorizarse con la gente, estuvo casi tres meses viviendo con pescadores artesanales de Gualeguaychú. Se generó entre todos un profesionalismo que, de todos modos, no funciona si no se termina de captar lo común de la gente. Lo que a la gente le parecía irrelevante, yo lo anotaba, lo registraba, porque era eso lo que quería tener en la película, y creo que por momentos es eso lo que se ve”.
Cataldi lleva adelante un papel que no es necesariamente entrador, sino antes bien distante, con los demás y con el espectador mismo. “Es que en un inicio el personaje no es querible, tiene su mundo. Los demás están siempre ayudándolo, dándole una mano, pero él sin embargo se muestra medio hosco, muy retraído, tiene mucha culpa y de golpe se le presenta la oportunidad del viaje. Por eso sale en su silla de ruedas, porque tiene la oportunidad de redimirse, de encontrar lo que le falta”, apunta el actor.
En este recorrido, el Juan de Cataldi comulga progresivamente con quienes le rodean, desde una familiaridad que –excepción hecha en Sorín- es difícil de encontrar en el cine. “Uno como actor tiene que estar dispuesto a tener la guardia baja, a abrirse a una historia, para que esa historia entre en uno. Tiene que abrirse al personaje, a los colegas y a la misma geografía, a los silencios que proponen la historia y el personaje. Tuve muchísima suerte de trabajar con gente que si bien no tenía la experiencia de haber hecho cine o trabajos profesionales, sin embargo tenían una humanidad importante, muy a flor de piel, que era lo que esta historia necesitaba. Tuve que estar a la altura de esas humanidades y la hemos pasado muy bien. Es lo que se ve en la pantalla, la gente va a poder ver a personas muy generosas, muy brindadas, solidarias, que no suelen ser las protagonistas de muchas historias.”
La inmovilidad de las piernas de Juan también sucede en sus gestos, su mímica, su boca adusta. Prosigue Cataldi: “Cada actor tiene su librito. Cuando uno aprende en la escuela una técnica para actuar, después la tenés que olvidar y meter tus propias herramientas, como cuando aprendés a hacer equilibrio con la bici, te tenés que olvidar de eso o te caés. De tanto leer una historia, la historia misma te va invadiendo, se va metiendo en tu propio espíritu. Notaba que en el texto yo no hablaba mucho, tenía que hacerlo con los ojos y con los silencios. Hasta me cambió el tono de voz, se me hizo más grave, algo que no busqué. Y que debe tener que ver con procesos más bien inconscientes. Si vos te pasás mucho tiempo arriba de esa silla de ruedas, vas a empezar a acomodarte, un hombro se te va a empezar a subir un poquito más sin querer queriendo, de golpe la mirada se te va a quedar en algún punto del horizonte, vas a empezar a ver cómo vuelan los pájaros, vas a estar más atento a todo. Y como el personaje está dolido, las mismas sensaciones de bronca o de dolor te van cambiando las facciones. La cara de uno es una suerte de máscara. Yo no estuve diez años en la silla, pero tuve que hacer un mismo recorrido mental.”
Pies en la tierra se puede ver hoy a las 21.30 y mañana a las 20 en El Cairo.

viernes, 12 de julio de 2013

The Lone Ranger (2013, Gore Verbinski)


El rostro detrás del antifaz


Por Leandro Arteaga

Una de las preguntas es: ¿se escuchará la obertura de Guillermo Tell? La respuesta es sí y por partida doble. Sobre el inicio y sobre el desenlace. En cada una de las oportunidades desde un lugar narrativo, para nada gratuito, que permite desandar para desarmar el personaje y, justamente, devolverlo como mito. Por eso, y por varios aspectos más, este Llanero Solitario es digno y mejor que muchas películas actuales de empeño solemne, personajes de cómic, y prédica reaccionaria.
Algo tendrá que ver el rol determinante de Johnny Depp, empeñado como estuvo en ser el indio Toro (Tonto, su nombre original), con el fin de desarticular la mirada de desdén que sobre el indígena la narrativa norteamericana, si bien con excepciones, construyó. Entre tantos ejemplos que citar, con el western como género predilecto, El Llanero Solitario es una de sus expresiones: primero como programa radial, luego como protagonista de cómics, films, animaciones.
Así las cosas, el título del film debió haber sido el del indio comanche, vector verdadero que habrá de lidiar con las torpezas de este hombre blanco, Ranger de Texas y lector de John Locke (Armie Hammer), con el fin de cumplir una redención que es historia personal y síntesis de un cambio de época. Porque en Toro se sintetiza el camino que el progreso señala, con las vías ferroviarias como sinónimo de expansión. En este sentido, si Toro devela de a poco sus propósitos, el Ranger texano habrá de descubrir gradualmente también los suyos propios.
De esta manera, la desconfianza entre los personajes es mutua, hasta que confluyan de modo equivalente y, por fin, la obertura de Rossini se escuche otra vez. Será allí cuando los móviles de cada quien queden expuestos, a la luz de los acontecimientos, para dar razón de ser a la existencia de, justamente, El Llanero Solitario.
No está demás decir que una vez sucede esto, el espectador podrá entonces disfrutar como si se tratase de cualquiera de las mejores películas que vio de niño, en el cine o durante los sábados de súper acción. Lo que dignifica todavía más a este Llanero prófugo. Desde un equilibrio con la aventura que permite lugar a la reflexión sobre los estereotipos, las masacres de la Caballería, la complicidad con el poder económico, sin desteñirse nunca en mensaje serio, de intenciones aleccionadoras.
Es decir, si El Llanero Solitario es, en esencia, acción con clima de historieta, la película de Gore Verbinski (La llamada, Piratas del Caribe, Rango) también. Allí lo mejor. Con la suficiente nostalgia como para permitir al indio evocar la película a la manera de una aventura melancólica, desde el lugar que le asigna el naciente s.XX (el del “noble salvaje”): una figura de cera que, ojo, puede cobrar vida. Sólo hace falta ponerse el antifaz.

El Llanero Solitario
(The Lone Ranger)
EE.UU., 2013. Dirección: Gore Verbinski. Guión: Justin Haythe, Ted Elliott, Terry Rossio. Montaje: James Haygood, Craig Wood. Música: Hans Zimmer. Intérpretes: Johnny Depp, Armie Hammer, William Fichtner, Tom Wilkinson, Ruth Wilson, Helena Bonham Carter, James Badge Dale, Bryant Prince, Barry Pepper, Mason Cook.
Salas: Monumental, Showcase, Village.
7 (siete) puntos

viernes, 5 de julio de 2013

Rodolfo Santullo: Etchenike (entrevista)


Entrevista con Rodolfo Santullo, sobre Etchenike; reciente -y notable- edición de Pictus, a partir de los libros de Juan Sasturain, con dibujos de Lisandro Estherren.

 




En la nota participa, también, el dibujante Marcelo Frusin. El diálogo entre Frusin y Santullo no tiene desperdicio: dos miradas (guionista y dibujante) acerca del placer que significa hacer lo que a ambos les gusta: ¡historieta!

Linterna Mágica, el 28/06/2013
Descargar

martes, 2 de julio de 2013

La cacería (2012, Thomas Vinterberg)


La herida que esconde su cicatriz



A partir de una violencia progresiva, y contenida, el danés Thomas Vinterberg trama una historia de secretos, silencios, acusaciones, mentiras, delaciones. El supuesto abuso sexual sobre una niña como disparador argumental.

Por Leandro Arteaga
Es difícil olvidar aquel momento de La celebración (1998), donde uno de los comensales pedía silencio con golpecitos de cucharita en la copa. El grupo familiar estaba, finalmente, reunido en la mesa de la gran casona. Pero había algo “raro” entre tanto gentío, entre tanto saludo de bienvenida. Como si las paredes de la casa dieran asilo a la vez que contención, obligados todos por el ritual de la comida. Porque una vez se escuche lo que el sonido de la cucharita prologa, ¿qué oscuros designios habrán de sobrevenir para proteger, justamente, al nido familiar y su historia?
Con aquella película, el realizador danés Thomas Vinterberg respondía a las normativas del Dogma 95, cuyos lineamientos cinematográficos darían luz, por parte de Lars von Trier -el otro miembro fundador junto con Vinterberg del Dogma-, a la película Los idiotas (1998). La celebración es también una de las mejores películas del cineasta, así como espejo retroactivo sobre el cual mirar su filmografía posterior. En este caso, La cacería no es la excepción.
Ya no se trata del entorno familiar (cerrado), pero sí del pueblo pequeño, de bebedores atorados de cerveza, con rituales ancestrales entre rifles y venados, donde la mirada dura de la esposa se mixtura con las trompadas masculinas. Un equilibrio de relaciones que tiene tradiciones, casas con más o menos dinero, sonrisas de ocasión, y el deber de educar a quienes nacen dentro de las mismas costumbres. Todo cubierto por un manto de bienestar compartido, en donde prevalecen unos buenos modales esforzados por ocultar las fisuras, que serán inmediatamente visibles allí cuando la oportunidad lo propicie.
En medio de ello está Lucas, vive solo, separado de su mujer, en pelea por la tenencia de su hijo adolescente. Tiene un trato de apego con los niños que es también conducta ritual en ellos, que le esperan cada mañana escondidos entre los árboles del patio de recreo del jardín. Lucas llega y la situación divertida se reitera, entre gritos y juegos. Más la relación próxima con la hija de su mejor amigo, una rubia pequeña, de carita bella, con tics reiterados, afectada por las líneas que dividen el suelo en tantas baldosas como bloques de cemento. La relación entre los dos es de afecto pero, de pronto, habrá un quiebre, un golpe de suerte para que la fisura se muestre y se abra al abismo.
Si en La celebración el golpecito de cucharita desencadenaba la violencia sofocada –como la que escondía el césped entrecortado en Terciopelo azul, de Lynch-, aquí habrá equivalencia en uno de los comentarios casuales de la pequeña. Con una picardía que confunde lo ingenuo con lo adrede, que tendrá la lección más clara en la impronta materna, contenida en los diálogos, donde la madre sabrá cómo ratificar a la hija dentro del entorno. Porque, en todo caso, de lo que se trata es de sostener lo dicho, de señalar el desvarío, y de reventarlo como signo de cura.
En La cacería hay, en este sentido, toda una serie de rituales que respetar. Solamente a partir de ellos, el funcionamiento social y la aceptación dentro del seno serán posibles. Pero Lucas es, también, una anomalía. Vive solo, tiene amoríos con una de las maestras. Nadie mejor como excusa donde cebar los odios contenidos, en donde provocar tanto ruido como sea suficiente para poder tapar, justamente, los comentarios de los demás niños, persistentes en descripciones que destaparían a un demonio mayor y, ahora sí, verdadero.
Pero Lucas se debate entre él y la pertenencia al grupo. Insiste en sus propósitos de vivir allí, entre amigos o familiares, donde el demonio ha sido aparentemente ahogado en vahos de cerveza compartida. Volver al ruedo le hará ocupar la situación límite, la del cordero sacrificial en la celebración mayor de todas: la misa navideña.
Nadie mejor que Mads Mikkelsen para interpretar a este hombre que desvaría de modo paulatino, mientras un hijo le brinda afecto y el medio le escupe a trompadas. Su actuación le valió el galardón en el Festival de Cannes, y lo orienta de manera sutil respecto de su rol demente en Pusher (1996), de Winding Refn, o de Le Chiffre en la puesta al día de Bond en Casino Royale (2006). Ahora, de hecho, se ha vuelto encarnación del joven Lecter en la serie televisiva Hannibal. Mikkelsen guarda en su rostro lugar para la simpatía, el desconsuelo, el rencor, las cicatrices.
La cacería es, así como nexo oscuro con el film antes aludido, también vínculo con preocupaciones que Vinterberg ha tematizado en títulos como Todo es por amor (2003) y Dear Wendy (2004). Lazos sociales entre los cuales, a veces, al amor es posible, mientras el ligamen y los vínculos generales se sostienen desde secretos que roen por su momento de aparición, preñados de violencia, como si fuesen la moneda necesaria para la prosecución del devenir. El director danés indaga en ese momento, como una herida que se abre para luego volver a cerrarse, como si nada hubiese sucedido.
De hecho, La cacería tendrá su posibilidad de reunión, de reorganización, para la cual el ritual debe necesariamente otra vez estar. (Así como ocurría en la extraordinaria película inglesa El ojo del diablo, 1966, de J.Lee Thompson, con David Niven y Deborah Kerr). Y por si ello no fuera suficiente, habrá también alertas perfectas para dejar bien en claro que aquí nada pasó y que ¡cuidado! porque, dadas las contingencias, mejor estar a cubierto. Como si del fátum griego se tratase, aunque sin metafísica poética.

La cacería
(Jagten)
Dinamarca, 2012. Dirección: Thomas Vinterberg. Guión: Tobias Lindholm, Thomas Vinterberg. Fotografía: Charlotte Bruus Christensen. Música: Nikolaj Egelund. Montaje: Janus Billeskov Jansen, Anne Osterud. Intérpretes: Mads Mikkelsen, Thomas Bo Larsen, Annika Wedderkopp, Lasse Fogelstrom, Susse Wold, Anne Louise Hassing. Duración: 115 minutos.
Salas: Cines del Centro, Showcase.
9 (nueve) puntos

Before Midnight (2013, Richard Linklater)


Películas sobre un tiempo inasible


Por Leandro Arteaga

¿Cómo acercarse desde las palabras a la (hasta ahora) última película del trío Linklater/Delpy/Hawke? Seguramente, sin la revelación de absolutamente ninguno de sus detalles argumentales. Cualquiera de los espectadores de las anteriores Antes del amanecer (1995) y Antes del atardecer (2004) huirían despavoridos, así como ofendidos, ante la mera posibilidad de que esto ocurriese. Algo que, lamentablemente, hubo de suceder entre páginas y decires de algunos comentaristas.
Tal situación dice, mucho, acerca del culto que estos films despertaran, desde un boca a boca que ha provocado un seguimiento íntimo, de relación personal con las películas. Porque con Antes de la medianoche se completa un recorrido, un periplo de años vividos en, apenas, tres días, es decir, tres películas. Todas y cada una ocupadas por el relato de lo sucedido durante, apenas, veinticuatro horas. Con el plano-secuencia (toma de imagen sin cortes) como recurso justo para esos diálogos sin fin, espontáneos y atentos a un guión que, naturalmente, transgreden hacia una continuidad de desenlaces aparentes.
Sólo se referirá aquí un momento de sol que cae, de sentimiento fugaz -que cualquiera puede, si quiere, experimentar-, mientras la luz todavía está y la noche apenas no es. Ese instante inapresable, que desde la palabra trata de retener a la bola de fuego que se oculta. La melancolía, inevitable, está allí, mientras se codea con tantas otras situaciones y estados de ánimo como los que afloran en Jesse (Hawke) y Celine (Delpy).
Para ellos, sean los intérpretes, sean los personajes, hubo de suceder realmente tanto tiempo como el que separa a cada una de las películas. También para el espectador. Por eso, mirar las arrugas, escucharlos decir, observar sus cuerpos, es también diálogo que anuda las elipsis entre cada uno de estos tres días, de estas tres películas, que vuelven palpable y fugaz al tiempo que ha sido.
En este sentido: los intérpretes, el realizador también, se vuelven personajes de sí mismos, tanto como los que habitan dentro de cada uno de los libros que Jesse escribe para inmortalizar lo que hubieron de vivir o vivirán. Aspectos que entre sí se confunden, a la vez que sitúan a la pareja en el estadio generacional intermedio. Allí se sitúa una de las mejores escenas de la película y, tal vez, del cine de Linklater: en la mesa del almuerzo, entre las experiencias de amor, dichas desde el recuerdo: “algo que nunca olvidaré”, se escucha; “rasgos que me esfuerzo por evocar”, se replica. A la par de una madurez transgresora que para saberla habrá que, inevitablemente, haber vivido.
Entonces, Antes de la medianoche no hace falta sea referida más que desde sus capítulos previos. Si el encanto no hizo efecto entonces, tampoco lo hará ahora. Si sí, ¿qué más decir? Que la intimidad entre Jesse, Celine, y el espectador, sigue allí, tan bella como inasible.

Antes de la medianoche
(Before Midnight)
EE.UU., 2013. Dirección: Richard Linklater. Guión: Richard Linklater, Julie Delpy, Ethan Hawke. Fotografía: Christos Voudouris. Música: Graham Reynolds. Montaje: Sandra Adair. Intérpretes: Ethan Hawke, Julie Delpy, Seamos Davey-Fitzpatrick, Jennifer Prior, Charlotte Prior, Xenia Kalogeropoulou. Duración: 109 minutos.
Salas: Cines del Centro, Monumental, Sunstar, Showcase, Village.
10 (diez) puntos