jueves, 27 de noviembre de 2014

Cortos Espacio Santafesino: Marinho, Guillén, Ferro, Pavanetto.


Box, aviones, el tango y una puerta

A partir del beneficio económico del programa Espacio Santafesino, cuatro nuevas producciones tienen su estreno. Ficción, documental y animación, en manos de realizadores notables.
Por Leandro Arteaga

El programa que Espacio Santafesino propone para la función de mañana, a las 20.30 en Cine El Cairo (Santa Fe 1120) –con repetición en mismo horario el sábado–, es una muestra excelente de lo mucho que se produce a nivel local. En otras palabras, y al decir de Alain Badiou, mirar una película es mirar dinero en pantalla: si el dinero no está, la película tampoco. Por eso, a celebrar el sostén anual que significa el subsidio del Ministerio de Innovación y Cultura de la provincia.
La función en continuado, con entrada libre y gratuita, permitirá apreciar el nuevo trabajo de Elena Guillén: Camino al aeropuerto. Y acá el cronista se detiene con la mejor predisposición, porque el anterior y primer cortometraje de Guillén, Cuatromil, resultó una revelación feliz, capaz de delinear un sismo de tensión a partir de la relación entre un padre y su hija. En Camino al aeropuerto, la apuesta deviene ahora un diálogo de direcciones opuestas, con el foco puesto en la pareja que interpretan Paula García Jurado y Ricardo Arias. El título dice sobre el destino del argumento, pero no sobre el cómo. Qué sucedió o sucederá, dados los ánimos encontrados, de decires interlineados, donde lo que se escucha no es lo que se dice. Una puesta en escena de espacios sin aire, con planos cerrados, de cápsula que asfixia, hacen del trabajo de Guillén (10 minutos) un hundirse lento. El despliegue de la cámara y la dirección fotográfica (Pablo Romano y Cristian Ferreira da Cámara, respectivamente) logran una consonancia justa. Se trata de un relato preciso, de paréntesis, con puntos suspensivos. Es esto, precisamente, lo que logra la realizadora: escarbar en lo inmediato y filmar la incertidumbre. Admirable.
Por su parte, Francisco Pavanetto retrata en El gato cósmico al final (14 minutos) otra relación de pareja pero en términos diferentes, de esos con los que su obra tiene costumbre, teñida como está del registro fantástico (Otros mundos, El Hombre Apnea). Martín Fumiato y María Eugenia Solana componen a estos personajes de vida en una casa vieja, grande y en blanco y negro. Pero una abertura caprichosa, que escapa a los puntos de fuga usuales, les amenaza. Como una herida en la pared, a punto de caerse o de devorarlos. El gato sabe algo, mientras camina por ahí, se aparece sin permiso, y mira. Una mezcla entre la ventana de Parque Chas (la historieta de Barreiro y Risso) y la cabina de Doctor Who. Qué más hay, no es algo que interese responder. En todo caso, mejor abrir la puerta y dejarse llevar. Y todo se transforma.
La animación llega de la mano de Maia Ferro con La gallina clueca (11 minutos). La acción se sitúa en plena década del ’50, en el barrio Refinería. El puerto, el tango, la muchachada y un casamiento. El peligro de algún secreto sin confesar está por allí rondando. Todo esto desde un encantador eco gráfico con reminiscencias al gran humorista Calé, patente en el diseño que de los personajes realizara Diego Fiorucci; pero también con la suficiente sensibilidad como para hacerles habitar una Rosario en camiseta –Calé era rosarino, al fin y al cabo– de fondos estilo Chuck Jones o la UPA (el extraordinario sello de John Hubley), en manos de Melisa Lovera. Una seductora recreación de época capaz de hacer habitar gags y melancolía. Con La gallina clueca, Maia Ferro (La quietud empalaga, cleta, La bici) también articula una coproducción entre Cooperativa de Animadores Rosario y Tembe Colectivo Cooperativo, de Santa Fe.
Finalmente, el boxeo femenino protagoniza Bonitas, unitario para TV (28 minutos) de Arturo Marinho. Desde una mirada atenta a asociaciones insospechadas, a momentos casi suspendidos, a lo que está por suceder (pero sólo para el que espera paciente), el trabajo de Marinho acompaña el trabajo y las ilusiones de las hermanas Bermúdez, de Villa Gobernador Gálvez, en pleno entrenamiento hacia una gloria anhelada ni más ni menos que en Tokio. La cotidianeidad, el barrio y el sudor, los entrenamientos diurnos y nocturnos, el cuadrilátero y las piñas, la Iglesia y los tatuajes; todo se convierte en un momento irrepetible, de tiempo dilatado, cuando quien mira es Marinho. Su capacidad para extrañar los ambientes y a la vez articular un relato, da cuenta de un recorrido profesional que crece, con ejemplos mayores como Detrás de la línea amarilla, Los degolladores y El amansador. Con Bonitas hay un salto cualitativo más, capaz de articular simultáneamente registros como el documento más puro con la ensoñación de la bruma por la noche. Sin perder, nunca, el eje: la proeza del día a día de las boxeadoras, sus ánimos de fiera y una belleza que golpea.
Cada uno de los realizadores, vale destacar, es también guionista de su película. Guión y dirección como instancias recíprocas, esenciales para la consecución de una obra. Es por esto que puede precisarse un rasgo autoral compartido, así como repartido en maneras estéticas diversas. Una pluralidad que beneficia, siempre, al que mira. Sea a través de la cámara así como a la pantalla.
 

viernes, 21 de noviembre de 2014

El escarabajo de oro (2014, Alejo Moguillansky)


El cine es el viaje a la aventura
  

Por Leandro Arteaga

 Con películas así dan ganas de volver a la aventura. No podrá ser de la misma manera que era, algunos rasgos tendrán que cambiar, pero la esencia permanece. Entonces: un tesoro escondido entre telarañas de leyendas o una película que filmar. Si ambas cosas coinciden es porque, en suma, siempre fueron un mismo asunto. Por eso, un título que es todo un rótulo y emblema: El escarabajo de oro.
Algo similar –o diferente– supo también realizar Walter Hill en Oro y cenizas (1992), con un mapa de historieta como corazón al que no se abandona. Es decir, la historia sigue siendo la misma, cambian las maneras de contarla. Y acá, de modo perspicaz, la pluma de la dupla Moguillansky/Sandlund. Un espejo realizador bifronte que distorsiona mientras cruza mensajes de un lado del teléfono al otro, entre países alejados, con un propósito de película que parece ser uno o parece otro, de acuerdo con quien hable. O escuche. Mujer, varón; centro y periferia; cine de allá y cine de por acá.
Ese límite, fronterizo, anuda ecos de raíz histórica, con diferencias sociales sin resolver, en donde el cine se inscribe todavía y como nunca, dada la inmediatez digital. Una cercanía audiovisual que, en todo caso, todavía se encuentra pendiente de las mismas historias de siempre. Es que hacia allí, ni más ni menos, se dirige todo el equipo de rodaje de esta película (im)probable.
El escarabajo de oro es y no es la película que dice ser. Se despega de sí mientras reafirma lo que dice. Sus personajes juegan esta ambigüedad hasta el punto más difícil: el de llegar a quedar atrapados por creerse lo que encarnan. De esta manera, la dupla directora. Pero también: Edgar A. Poe/Robert Stevenson, Leandro N. Alem/Hugo Santiago, y todos y cada uno de los integrantes de este equipo que tiene en el Dogo (Mariano Llinás) la síntesis del personaje/actor/apodo. ¿Quién es quién?
En verdad, todo relato es una telaraña donde, más tarde o temprano, se queda alguien dulcemente empantanado. Una vez allí, ¿quién dirá ser capaz de escuchar algo mejor que los cantos de las sirenas? Ellas ululan y hacia allá se fija el rumbo. Contra todo pronóstico o promesa previa. Nada hay que no pueda romperse, o torcerse, cuando el misterio seduce. Dar vueltas repetidas, con el fin de volver a saberse en la misma historia, parece ser el objetivo final, más allá de cuál sea el contenido del cofre o de la identidad de aquél que sabe más que el mismísimo diablo.
Bueno, en verdad, de los que más saben es de quienes dependen, como siempre, los hilos del relato. Cuando se desate la verdad última, allí entonces la llave que abra el cofre perseguido. El momento último con el que tantos relatos nos juegan cientos de páginas de paciencia lectora. ¿Y qué contiene? Lo mismo que la cajita exótica de Belle de jour, el cajón atómico de Bésame mortalmente, y el maletín de Tiempos violentos. Lo que usted quiera. O la promesa de otra aventura.

El escarabajo de oro
Argentina, 2014
Dirección: Alejo Moguillansky, Fia-Stina Sandlund. Guión: Alejo Moguillansky, Fia-Stina Sandlund, Mariano Llinás. Fotografía: Agustín Mendilaharzu. Montaje: Alejo Moguillansky, Mariano Llinás. Música: Gabriel Chwojnik. Reparto: Rafael Spregelburd, Walter Jakob, Luciana Acuña, Agustina Sario, Andrea Garrote, Mariano Llinás, Alejo Moguillansky, Hugo Santiago (voz en off).
Duración: 100 minutos.
Sala: El Cairo.
8 (ocho) puntos

El cerrajero (2014, Natalia Smirnoff)


Una película hacia adentro
 

Por Leandro Arteaga
 
 Daban ganas de ver la película siguiente de Natalia Smirnoff. Es que luego de Rompecabezas (2009), la dupla de afecto y piezas en juego que componían María Onetto y Arturo Goetz hicieron que aquel film permaneciera como un recuerdo encantado. Algo de esto está también en El cerrajero, ya desde el eco supuesto por estos mismos intérpretes, ahora desde roles secundarios, en una trama que tiene eje en ese rostro de cine actual, preciso, que significa Esteban Lamothe.
 Es en él donde giran los goznes de estas otras piezas de encastre. Es que ya no se trata de rompecabezas sino, antes bien, de cerraduras. Cada una, un pequeño peldaño dentro de esa historia con rumbo impreciso que parece ser la vida de Sebastián (Lamothe). Puertas que abrir, puertas que cerrar. Todas ajenas, y él supeditado a ellas. Hay otras, claro, que le son propias, sobre las que no tiene demasiado que decir, no puede, o no quiere.
Porque Sebastián descubre, y junto con él el espectador, que mientras repara estos artefactos no puede contener una verborragia de verdades. Una de dos, quien lo escucha queda azorado, le contempla y consulta, o más vale no haber abierto la boca. Es un don, dice Daisy (Yosiria Huaripata); es una maldición, replica él.
 Entre los dos se teje, en tanto, un vínculo. Que es llave hacia un lado, también hacia el otro. Ella encuentra en él una mirada donde confiar. Es por él que Daisy abandona su lugar de empleada doméstica en una de estas casas de cerrojos develados. También, más o menos, a su novio vividor. En todo caso, Daisy es también la síntesis de tantos inmigrantes sin destino preciso, con trabajos acotados, de los que se nutre la gran ciudad.
 Por su parte, Sebastián no sabe que sabe, pero es Daisy quien se da cuenta de que sí, es ella quien le devuelve su confianza en forma de agradecimiento. Para él son varios los asuntos pendientes; entre otros, el supuesto por el embarazo de quien es y no es su pareja (Erica Rivas). Un ir y venir que no encuentra un rumbo preciso. Puede ser su hijo, podría no serlo.
 De lo que se trata, en última instancia, es de encontrar el tono justo para la caja de música que Sebastián hace y deshace con piezas de cerrajería. Porque hay algo que no termina de sonar bien. O en todo caso, dependerá de cuál sea el oído que escuche. Para que Sebastián confíe en su propia sensibilidad habrá todavía un camino que recorrer. Entre estas instancias obligadas, aparece el reencuentro con el padre. Y vale destacarlo, porque se trata de una de las últimas interpretaciones del gran Arturo Goetz, pieza sin justo relevo en la narrativa local.
 Como rasgo mayor, El cerrajero cubre de humo verídico a esta Buenos Aires circa 2008, donde quedarse en casa parecía ser eterno. Acá, por eso, el oficio de Sebastián. Pero sobre todo, el de una puesta en escena que Smirnoff trabaja desde planos cerrados, donde el aire sofoca tanto en las escenas interiores como exteriores. Toda la película, casi, como una gran sinécdoque. Cuanto menos se ve a la ciudad, tanto mejor se siente lo que sucede.
 Una película hacia adentro, hasta tocar casi ese fondo indistinguible que Lamothe compone. Sólo después de ello habrá lugar para un encuadre más amplio, apenas dos. Que oxigenen, disipen un poco tanta confusión, y renueven las mismas preguntas de siempre.

El cerrajero
(Argentina/ 2014)
Dirección y guión: Natalia Smirnoff. Fotografía: Guillermo Nieto. Música: Alejandro Franov. Montaje: Delfina Castagnino. Reparto: Esteban Lamothe, Erica Rivas, Yosiria Huaripata, Sergio Boris, Gernán de Silva, María Onetto, Arturo Goetz. Duración: 77 minutos.
Sala: El Cairo.
7 (siete) puntos.
 

martes, 4 de noviembre de 2014

Carlos Barocelli: Betty Zane (entrevista)


El dibujante de tiempo completo

Ilustrador y docente, Carlos Barocelli dibuja uno de sus sueños: continuar la estela del gran Hugo Pratt. Mientras tanto, su demorado Eternauta conocería la publicación.

Por Leandro Arteaga

El dibujante Carlos Barocelli parece estar signado por sus artistas admirados. Por un lado, una continuación todavía inédita de El Eternauta que lleva años de demora (más datos, más adelante), y por el otro, la figura insigne de Hugo Pratt como mundo al que revisitar en un proyecto en curso para el mercado italiano.
Ahora bien, no sólo esto. Sino también su Taller de Dibujo en el Centro Municipal Distrito Sur de la ciudad y la dirección de la Escuela de Dibujo que lleva su nombre (http://www.escueladibujo.com/). “La Escuela tiene alrededor de veinticinco profesores en actividad, que dictan todas las materias habidas y por haber que se relacionen con el dibujo y el arte. Tenemos más de cien alumnos y ya llevamos dos años de actividad, estamos muy contentos. Viajamos a convenciones, y gente del interior del país viene a visitarnos queriendo saber cómo hicimos posible este proyecto. Eso es algo que nos llena de orgullo. Creo que es una escuela modelo en nuestra provincia, de hecho hay pocas en el país”, relata el dibujante a Rosario/12.

-¿En qué consiste tu trabajo para Italia?
-El año pasado ya había hecho algo para Segni d'Autore, un sello italiano independiente cuyo editor es Carlo Bazan. En esa oportunidad, realicé unas ilustraciones para el libro Deerfield 1704: Sangue sul Lago Otsego, de Bazan y Carlo Rispoli. Bazan trabaja mucho con Lele Vianello, quien fuera amigo y ayudante personal de Hugo Pratt. Le encanta el género de aventuras, puntualmente la guerra de frontera americana, que es lo que Pratt dibujó en Ticonderoga (con guión de Héctor Oesterheld). Todo lo que se haya hecho con este tema le fascina: Canadá, los franceses, los ingleses, los indios hurones, etc. Así que este año arrancamos con Betty Zane, un libro completo, de 70 páginas, que cuenta la historia de Elizabeth Zane McLaughlin Clark, una heroína de aquel conflicto. Los Zane fueron amigos, entre muchos otros, de Daniel Boone. La historia tiene que ver con el momento en donde a los milicianos se les acaban las municiones mientras resisten, sitiados por los indios, en Fort Henry. Ella decide salir para ir hasta su casa, que estaba a unos cuantos kilómetros del fuerte, para buscar un barril de pólvora. En el camino, tiene que cruzar un cerco de indios con sus aliados británicos, que les tiran con lo que venga. El nudo es ése. Pero también uno de sus hermanos se enamora de una princesa india, y los indios lo secuestran; es decir, hay un montón de condimentos.

-Y estás muy contento.
-Sí, totalmente. Me vi todas las películas habidas y por haber, busqué bibliografía, me asesoré en vestuarios, investigué sobre armas, a lo largo de unos tres meses. Estoy todo el día pensando, mirando películas, dibujando, me acuesto muy tarde, pero es una experiencia muy linda. 

-¿Quién es el guionista?
-El guión es de Andrea Laprovitera, otro italiano. Es la primera vez que trabaja para esta editorial. El guión es muy bueno. A las setenta páginas se le sumarán unas diez o quince más de ilustraciones. Y va a tener tapa dura. Las páginas van a ser en aguada y en blanco y negro. Algo similar a lo que hicimos en Haciendo Historia. La historia de Cañada de Gómez, un librito con la historia del lugar en tres capítulos, con guión de Jesica Arán. Este libro se va a regalar en las escuelas primarias y secundarias de Cañada para estudiar Historia, y fue financiado por la fundación Nova, que son los editores.

-Una experiencia que bien vendría replicar. Similar a la propuesta de las películas Guía de Rosario Misteriosa.
-Fue una experiencia muy linda. De hecho, cuando me sale lo de Italia tuve que dejar una historia sobre el Grito de Alcorta, que viene a ser el tomo cuatro de la colección Aquí mismo, con guión del profesor José Hugo Goicoechea. Pero planteé de hacerlo con los alumnos avanzados de nuestra Escuela. Así que ahora lo están haciendo ellos, y nosotros lo vamos corrigiendo. 

-¿Y El Eternauta: La resistencia?
-Su publicación continúa parada, desde hace dos años. Pero me encontré con el editor (Javier Doeyo) el año pasado, en Comicópolis, y me dijo que estaba todo listo, si bien uno de los nietos de Oesterheld lo estaba supervisando, porque no quería que se desvirtuara la obra de su abuelo. Por mi parte, le escribí a una de las hijas de Solano López, quien me pidió un tiempo para ponerse al tanto. El editor, en tanto, les ha pasado un informe sobre lo que hemos hecho. Así que tal vez se publique.
Este Eternauta es la continuación literaria e inconclusa que el propio Oesterheld realizara sobre su historieta, a partir del número 6 de la revista El Eternauta (abril de 1962), de Editorial Ramírez. Una secuela que duró pocas entregas, debido al cierre de la publicación. Los capítulos fueron recuperados por Juan Sasturain en El Eternauta y otros cuentos de ciencia ficción (Colihue, 1995). El guión para la versión en historieta corre por cuenta de Jorge Morhain. “Es una historia de Oesterheld que nunca se había llevado a la historieta. Dibujarla me llevó dos años de mi vida”, dice Barocelli.
A cruzar dedos.