domingo, 26 de julio de 2015

Crist: Homenaje a la historieta: entrevista


El jeep loco y la tinta

Homenaje a la Historieta se llama la muestra de Crist en Centro Cultural Fontanarrosa. Hay siluetas superpuestas, manos explotadas en tinta, noches de torbellino, recuerdos en cuadritos. “A Pratt todavía lo sigo admirando”, dice. 

Por Leandro Arteaga

“Dibujando, el Crist es un desfachatado. No parece sentir ningún temor, ningún respeto, hacia el papel en blanco. Siempre anda buscando tramas, efectos, explorando texturas”, prologaba Roberto Fontanarrosa en el número 3 de la revista rosarina Tinta (1979). La cita despunta el diálogo con Crist (Cristóbal Reinoso), mientras faltan minutos para la inauguración de la muestra Homenaje a la Historieta, que le tiene por protagonista en Centro Cultural Roberto Fontanarrosa desde el jueves pasado, hasta el 23 de agosto.

“No boceta a lápiz. Simplemente, le mete”, explicaba Fontanarrosa. Crist agrega: “El libro ése un poco es así, tiene una selección de dibujos que están hechos desde una necesidad diferente de lo que yo hago para los diarios y publicaciones. A veces, trabajar presionado para el diario, para el medio, hace perder calidad”. El libro aludido es, justamente, Homenaje a la Historieta, publicado por Planeta hace pocos meses. Una oportunidad para disfrutar de Crist a partir de quienes él disfrutara. “Son los dibujante de mi infancia, el homenaje está dirigido a ese grupo”, comenta. “No eran dibujantes de humor, sino de historieta seria, entre quienes estaba Hugo Pratt, el primero de todos, porque a ése todavía lo sigo admirando”.

-Trabajos como los suyos dicen de manera misteriosa, hay que meterse profundo para encontrar las raíces que se aluden.

-En la época con “el Negro” (Fontanarrosa), veníamos de la admiración de la historieta, de Pratt, de José Luis Salinas, de Alberto Breccia, de Arturo del Castillo, de “Los 12 Famosos Artistas” y sus lecciones, donde te enseñaban cómo hacer los cuadritos, los bocetos, la composición, el lápiz. Nosotros nos cagábamos en eso y dibujábamos directamente, agarrábamos la tinta con la pluma y a lo que saliera. Creíamos que estábamos descubriendo la pólvora, porque nos estábamos animando a no darle bolilla a los doce famosos artistas, pero en realidad siempre se dibujó así; esencialmente, el dibujo es eso, es trabajar con una herramienta. Lo de bocetar es como asegurarte de que tal línea va a caer en tal lado, pero hace perder frescura y espontaneidad.

-En su dibujo uno nota…

-Riesgo.

-Tal cual, en el que cae el lector, a diferencia de otros dibujantes, también respetables, pero más previsibles.

-Eso pasa cuando el respeto por el relato hace perder expresión al dibujo, y éste pasa a segundo plano y se vuelve un súbdito del guión. Creo que fue Tarragó Ros quien me dijo: “Vos que lo apreciás tanto a Carlos Alonso, ¿qué me pasa a mí cuando veo sus dibujos que no me pasa con otros dibujantes?”. “¡Te emocionás, boludo!”, le digo. Eso sucede porque él apunta a eso, no es ninguna ingenuidad. Cuando a Bacon le preguntan a dónde apunta él cuando empieza un cuadro y considera que lo tiene que mostrar, él dice que apunta directamente al sistema neurológico. ¿Poquito, no? La respuesta es contundente. Uno tendría que dibujar así, como Bacon.

-Pero la historieta, dado su desarrollo industrial, es más problemática.

-Por eso, el libro éste es una contradicción, porque yo hago el homenaje a ese motor que la historieta fue para mí, porque me hizo producir esos dibujos, ese resultado. No sé qué dirán los dibujantes de historietas al ver esto, sería interesante charlarlo.

-Pienso en la gran contratapa que alguna vez tuvo Clarín, donde cada dibujante era talentoso desde un lugar distinto.

-Se dieron varias circunstancias, una de ellas generacional, éramos amigos y compartíamos gustos, como el cine y el fútbol, pero es cierto que era como si nos hubiéramos puesto de acuerdo en explotar determinadas áreas cada uno. Por ejemplo, la habilidad que tenía Caloi con el personaje para aguantar una tira durante cincuenta años, realmente era una artesanía; o la habilidad del Negro y el ingenio de sus textos.

-Lo genial era que en la misma página uno leía a Caloi porque leía a Crist o a Fontanarrosa o a Altuna; es decir, la lectura era compartida.

-Sí, complementaria. Y ahora es lo que va quedando, donde se prueban tiras nuevas, con mayor o menor éxito. Pero lo que noto es que los dibujantes más jóvenes ahí no están, están repartidos en otros medios, como los hijos de Sábat, de Nine, de Caloi, donde se podría reconocer cierta herencia.

-Puede pensarse ese diálogo irreverente que usted y Fontanarrosa tenían con Los 12 Famosos Artistas, reproducido ahora hacia ustedes.

-¡Por supuesto! Pero tendrían que haber más medios donde esos talentos se vieran juntos, una revista que los agrupe, y eso no existe. Ahora bien, lo más importante sería revivir el entusiasmo. ¿Cómo hacés para juntar diez tipos que compartan un mismo entusiasmo? Igualmente, creo que es algo que se puede lograr.

El entusiasmo, claro, corre a la par de Crist. Mientras mira un viejo trabajo suyo, colgado en la oficina de Rafael Ielpi, pregunta: “¿Te acordás del Jeep Loco? Iba en una dirección, giraba, daba varias vueltas. Yo le ponía tinta y lo dejaba dibujar. A partir de eso, completaba”. Una buena introducción al mundo magistral del dibujante santafesino. La muestra contiene ilustraciones del libro citado, pero también muchas otras. Una oportunidad magnífica para apreciar al artista ilustre, desde una continuidad gráfica inmejorable dentro de las galerías del C.C. Fontanarrosa: hasta el domingo, hay tiempo para visitar la muestra de Mordillo. Luego vendrán: Horacio Altuna, Luis Scafati, Oscar Grillo. Nunca tuvo mejor nombre este Centro Cultural.

Manuel Depetris: entrevista


Entre la pintura y las historietas

Manuel Depetris exhibe un talento que desborda. La edición del Cuaderno de Dibujante dedicado a bocetos e ideas íntimas destaca la tarea del artista. Las bellas artes, las historietas y Hugo Pratt.

Por Leandro Arteaga
Se lo conoce poco a Manuel Depetris y es mucha la importancia de su trabajo. Pintura e historieta en trazos y pinceladas repartidos por igual entre lienzos y papel. Tal es la novedad que significa Cuadernos de Dibujante #2: Manuel Depetris (2015, Puro Comic Ediciones), serie compilada por Juan Ángel Szama, ganadora de la convocatoria Espacio Santafesino, dedicada a recopilar bocetos y dibujos inesperados de algunos de los grandes historietistas de la ciudad.
Con estudios cursados en Bellas Artes (UNR), Depetris (1985) confiesa encontrar su lugar en la historieta casi sin proponérselo. “Si no fuera por unos amigos que me patearon para adentro, quizás nunca me lo hubiese propuesto. Sí hacía historietas desde chico, pero nunca me lo propuse como objetivo. Como hubo gente que me motivó, fui probando cosas. Pero la plástica y la historieta van a la par, son dos producciones que para mí conforman una sola. Lo que no puedo decir con una lo digo con la otra. Son dos lenguajes que quizás se complementan; cuando a veces la potencialidad de uno no llega a cubrir un objetivo, el otro viene a compensar.”

-¿Cuáles son esas posibilidades específicas que encontraste en la historieta?
-Fundamentalmente, la interacción fluida entre la imagen y el texto. Es algo que la pintura permite pero desde un acotamiento del formato. Yo soy un pintor bastante tradicional, trabajo sobre tela o papel. Pero la historieta te da otra relación con el tiempo, con los ritmos, de cuadro a cuadro y de página a página. También la palabra como elemento gráfico es algo que me interesa mucho, así como explorar una faceta como la elaboración de textos, algo que sólo apareció con la historieta.
El Cuaderno de Dibujante de Depetris deja entrever un mundo abismado, perdido en una ensoñación que pierde referencia temporal. Hay personajes que podrían llegar a ser, mientras habitan un entorno de dibujos y trazos o pinceles en proceso. Por eso, el Cuaderno es una oportunidad única para adentrarse en la intimidad del artista, en ese momento donde todo puede llegar a ser porque allí está el devenir posible. Ahora bien, cómo organizar un libro semejante no es tarea fácil. Mucho, sino todo, tiene que ver con la tarea del compilador, el dibujante Juan Ángel Szama (organizador de Crack Bang Boom), quien suma este libro al que ya dedicara a Renzo Podestá, en vistas a un tercero que estará protagonizado por bocetos de Eduardo Risso.

-¿Cómo te resultó pensar este libro?
-No fue muy fácil. Cuando Juan me dijo de hacerlo me interesó, pero a la hora de buscar los bocetos uno se da cuenta de que no son tantos. Hay un filtro importante que uno mismo hace, y luego está el gusto del editor. No fue nada fácil, siendo como es el primer libro que publico bajo mi nombre. Pero hay que darle el mayor de los créditos al compilador, el trabajo grueso lo hizo él.
Entre las palabras de Depetris que se leen en la entrevista contenida en el Cuaderno, se dice: “la ausencia total de acción, los ritmos lentos, las páginas con dos o tres cuadros, los colores desaturados, las líneas desprolijas” como aspectos que caracterizan su estilo, si bien conciente de una voz definitiva que está siempre en proceso. “Mal haría yo o cualquiera en pensarme desde una fórmula, hay que tratar de no cerrarse en una definición de estilo. Lo que vengo haciendo tiene que ver con un objetivo, con un fragmento en mi historia, quizás mañana mi objetivo sea otro y mi estilo necesariamente cambie. El complemento del lector es esa maravilla que dará una segunda, tercera, e infinitas lecturas. Me parece que la fórmula es privativa”, agrega.
Entre los referentes, que pueden ser muchos, Depetris no duda: Hugo Pratt. Y explica: “Para mí la historieta es Pratt, y luego los demás. Yo soy un consumidor de historietas desde los dibujantes, si me gusta el dibujo, entro. Con Pratt esto fue así desde chiquito. Recuerdo que mi viejo una vez apareció con un libro que tenía guardado, un Jesuita Joe, de editorial Totem, formato enorme, a color. Yo no entendía nada, al principio no me gustó, ¿por qué dibujaba tan simple? Luego de días y semanas y años de mirarlo se volvió como una Biblia. Para mí, Pratt es fundacional en todo intento de dibujar. Todo está ahí.”
Los trabajos de Depetris se reparten entre publicaciones brasileras y la promesa de un libro inminente, que editará La Pinta (Bs. As.), cuyo director, Martín Muntaner, firma el prólogo notable con el que abre el Cuaderno de Dibujante. “Estoy en ese proceso de que se conozca de a poco lo mío. Participé en la adaptación de una novela de un escritor brasilero, a la que me invitó un colega. Fuimos cinco ilustradores, con un capítulo cada uno. Esa fue mi primera publicación profesional, además de algunos fanzines. Tengo un libro terminado, desde hace unos años, pero que está en cola de espera en La Pinta. Se titula ¿Qué clase de casa es ésta?, son cuatro historias cortas, la primera cosa que hago integralmente. Un libro que casualmente cierra mucho con el Cuaderno de Dibujante, ya que allí incluí mucho de su producción. Ahora voy a publicar en una revista en Brasil, una historia que me gustó mucho hacer. Estoy en esto de empezar a salir afuera para que se conozca un poco mi trabajo y ver qué pasa.”

Julio Azamor: Orgasmatrón+entrevista


En el espacio nadie te oirá gemir

La obra pionera de Julio Azamor ya tiene su justa reedición. En Orgasmatrón, el dibujante fundador de Catzole delinea un espacio turbio. Los nexos cinéfilos y una sensualidad metálica.

Por Leandro Arteaga


Con la edición de Orgasmatrón, la editorial rosarina Rabdomantes define su línea de álbumes completos, dedicados a rescatar algunas de las mejores historietas. El primero de los títulos fue Cándido, el western metafísico que Javier J. Rovella realizara para Catzole, el legendario fanzine porteño de los noventa. Con Orgasmatrón –otra de aquellas historietas– aparece el momento de (re)descubrir la obra que fuera punta de lanza para el dibujante, pintor y animador, Julio Azamor.

Entre aquellas páginas y las del álbum que recupera Rabdomantes hay un tiempo considerable. “Catzole sale en el ‘94, y en el ‘98 aparece el primer capítulo de Orgasmatrón”, explica Azamor a Rosario/12. Y agrega: “La Catzole empieza para mí como un entretenimiento, un divertimento que me permitía despuntar el vicio de la historieta, pero terminó siendo parte de un aprendizaje, tan significativo para mí como para Javi y Salva (Javier Rovella y Salvador Sanz). Orgasmatrón me permitió aprender y evolucionar artísticamente.”
Egresado de la Escuela Superior de Bellas Artes “Prilidiano Pueyrredón”, los años hicieron de Julio Azamor un artista consumado, seleccionado por algunos de los salones más importantes del país, como el “Salón Nacional de Artes Visuales” y el “Salón Municipal Manuel Belgrano”. Su trayectoria le ha vuelto animador profesional, con participación en largometrajes y publicidades. Entre las películas destacan Patoruzito (2004), Teo, cazador intergaláctico (2004), Martín Fierro, la película (2007), y el segmento animado de Imaginadores (2008), con el Señor López, Juan Salvo y Sónoman, como protagonistas.
“Nunca pensé que iba a hacer dibujos animados, si bien siempre me gustaron nunca estudié animación, caí allí medio de casualidad. En ese momento daba clases, se ganaba muy poco, y Javier Rovella, que estaba laburando en un estudio, me recomendó. Con el tiempo fui aprendiendo, empecé a tener bastante trabajo y hoy tengo mi estudio”, explica.

-Por lo general, ustedes son unos obsesivos terribles.
-¡Soy un obsesivo maniático absoluto!

-¿Qué te aportó la historieta?
-Me ha servido mucho en cuanto a la narrativa. Son dos lenguajes diferentes, pero tienen puntos en común. No soy un animador al que le dan una toma para que se dedique sólo a eso, sino que gracias a esa formación extra también dirijo comerciales. Por suerte me fue bien, me encanta. Mi cabeza está en seguir haciendo cortos pero también historietas, ya tenemos un proyecto con Javi Rovella.

-¿Y la formación plástica?
-Por conocer y haber estudiado distintas técnicas, el dibujo que me dio la escuela de Bellas Artes me sumó para todo el resto. Es algo que me ayuda a la hora de desarrollar un proyecto, es fundamental porque te hace más versátil. Me gusta mucho pintar y dibujar. Afortunadamente, en los cortos que vengo haciendo siempre se elige algo plástico, artístico, lo que hace más lindo al trabajo, ya que es como hacer algo propio.

-¿Qué modificaste del Orgasmatrón “original”?
-Cuando lo comencé a ver encontré cosas que no me gustaban, tanto a nivel plástico como de guión. Por eso, me tomé varios meses para desarrollarlo. La esencia es la misma, el 70% del material es el mismo, pero retoqué muchas cosas. Al capítulo 1 lo dibujé muchísimo porque era el más flojo, pero la historia es básicamente la misma, se mantiene la frescura de su época original.

-¿Qué referencias artísticas tenías en los noventa?
-En ese momento yo hacía Bellas Artes y estaba –y estoy– bastante influenciado por algunos artistas que no eran específicamente de la historieta. Pero también por algunos historietistas como (Richard) Corben, que siempre me gustó mucho. También (Frank) Frazetta, y el cine de terror y fantástico. Todo se juntó con los gustos de Salvador Sanz, con quien teníamos más o menos una idea de lo que queríamos hacer y así arrancamos con la historia.

-¿Cómo era el criterio de trabajo?
-Básicamente, fue Salva quien desarrolló la idea general del proyecto, luego lo sumamos al diseñador gráfico de la revista, Guillermo Falciani, para que escribiera el guión. Pero todo era un poco desordenado, porque no teníamos a un editor que nos marcara o guiara, nosotros hacíamos todo. En la Catzole hubo mucho de prueba y error, lo mismo pasó con Orgasmatrón: empezamos de una forma desprolija, y la terminamos más ordenada.

Al lector queda ahora la oportunidad de descubrir a la sensual Nadia y ese secreto de nombre Orgasmatrón, que ella traga y le provoca miembros nuevos, que asoman de todos sus orificios. Acción, vértigo, en un preciso despliegue de páginas, casi listas para ser filmadas. Más un robot y el espacio exterior. Una lección de narrativa, así como una historieta que admite ser vista como el síntoma temprano en el devenir artístico de su autor. 

Se levanta el viento (2013, Hayao Miyazaki)


El sueño de volar




Por Leandro Arteaga



Sobre Se levanta el viento se ha dicho mucho pero nunca suficiente. Sea porque se trata –o trataría– de la despedida de Hayao Miyazaki de la gran pantalla, sea porque es una película de belleza apabullante.

Entre otras cuestiones, ver en el cine un film del maestro japonés devuelve la certeza de que la animación es también, y primariamente, un ejercicio en dos dimensiones. Y que asombra como nunca cuando se trata de la pantalla gigante. Entre esa sorpresa intacta que todo niño grande preserva, y la mayoría de edad que obliga de otras maneras, el cine de Miyazaki es puesta en escena de ese equilibrio, que le ha vuelto una de las firmas mayores dentro de la historia del cine animado.

En Se levanta el viento se dan cita las obsesiones usuales del realizador, desde una mirada que repasa lo vivido y deja sentir un sonido de despedida. Tal como se ha referido en otras oportunidades, la película recrea la historia de vida del diseñador de aviones Jiro Horikoshi, cuya avidez creadora terminará por ser una de las herramientas al servicio de la más infame de las tragedias: la guerra.

No es éste, sin embargo, el punto que la película acentúa. En todo caso, se trata del sueño más auténtico: el de volar. En aviones tan bellos (y malditos por alguna bruja) como el del magnífico Porco Rosso, en comunión con la naturaleza y sus elementos. Para hacer de ese viaje el espejo de cielo invertido que refiriera Saint-Exupéry en su novela Vuelo nocturno (ese escritor también mimado por otro aventurero de mares abiertos, Hugo Pratt, en su historieta El último vuelo).

Todo ello desde la cosmogonía de quien sabe que la naturaleza es equilibrio. Así como los personajes ancianos de Akira Kurosawa (Rapsodia en agosto, el capítulo final de Sueños) o la letanía persistente que de su entorno milenario tiene el cine de Yasujirō Ozu. Miyazaki, claro, junto a estos maestros, con una poética que emana una sensibilidad por lo demás ausente en cualquiera de las producciones animadas actuales.

Se levanta el viento incluye, desde luego, a la muerte. No sólo a través del fantasma a punto de corporizarse como guerra mundial, sino desde la compañía de vida que tiene al amor como vínculo. Es ésta la esencia del relato: la historia entre Jiro y Naoko, motor que hace posible la invención de volar, solaz que es amparo ante la enfermedad que desgarra la salud de ella.

La templanza con la que se enfrenta lo irrevocable de la vida es señal de sabiduría. Sapiencia humana pero también animada. Porque, a recordar, se trata de dibujos animados. De manera tal que, ¿quién podría resistirse al encanto?

Se levanta el viento
(Kaze Tachinu, Japón) Japón, 2013. Dirección y guión: Hayao Miyazaki. Música: Joe Hisaishi. Dirección de arte: Yôji Takeshige. Voces: Hideaki Anno, Hidetoshi Nishijima, Miori Takimoto, Masahiko Nishimura, Mansai Nomura, Jun Kunimura, Mirai Shida. Duración: 126 minutos.
10 (diez) puntos