Lo que esconden
ciertas sotanas
La denuncia sobre curas abusadores es apenas el
disparador de un film laberíntico. La tarea periodística como una de las bellas
artes. Personajes contradictorios, entre la fe y el conocimiento.
En primera plana
(Spotlight)
EE.UU., 2015. Dirección: Tom McCarthy. Guión: Tom McCarthy, Josh Singer. Fotografía: Masanobu Takayanagi. Montaje: Tom McArdle. Música: Howard Shore. Reparto: Mark Ruffalo, Michael Keaton, Rachel McAdams,
Liev Schreiber, Brian d'Arcy James, John Slattery, Stanley Tucci, Billy Crudup. Duración: 128 minutos.
8
(ocho) puntos
Por
Leandro Arteaga
Es auspicioso ver en cartel
tantas buenas películas. Que el Oscar las vincule, produce un beneficio mayor.
Entre ellas, destaca En primera plana
con seis nominaciones. Cuál película obtenga qué galardón, no viene al caso; lo
que sobresale de manera grupal es una calidad fílmica mayor, a diferencia de
tantos años anteriores.
El caso de En primera plana es importante, ya que
recrea la investigación periodística del diario The Boston Globe en 2002,
dedicada a desocultar la responsabilidad de la Iglesia Católica en
el abuso de menores, víctimas de sacerdotes. Su estreno es llamativo, debido al
momento mediático del que goza la institución. Que un film semejante golpee una
tecla tan sensible, lo enaltece. Pero lo que importa, antes bien, es su puesta
en escena; es decir, cuánto de cine la película tiene.
Y lo que hay, lo que se ve,
está muy bien y escapa a la propuesta narrativa que generaliza los golpes de
efecto, las vueltas de tuerca (nunca ingeniosas), y la postulación heroica
mancomunada. En todo caso, se trata del trabajo de un grupo de periodistas que
lidian, por un lado, con la preocupación que significa la irrupción de un nuevo
editor (hay posibilidad de despidos); por el otro, con la consecución de una
buena historia. Ésta aparece en la sugerencia –o encargo– del editor en
cuestión (Liev Schrieber). Más vale, entonces, que la tarea resulte bien.
De este modo, el grupo de
investigación Spotlight –con “Robby” Robinson a la cabeza (Michael Keaton)– se
aboca al asunto, mientras inevitablemente indaga en la vida e interiores de sus
periodistas y sociedad. Fe y conocimiento como dualidad que el film encarna,
para desgarrar a varios. El único sermón del que se escuchan palabras, en plena
misa, puntualiza estos términos. Su inclusión es brillante, porque así como
alude a la necesidad con la que esas mismas palabras apelan a su feligresía, es
también síntesis del debate en el que se inscriben estos periodistas y
ciudadanos más o menos católicos, pero nada indiferentes con estos ritos.
Es decir, son varias las
maneras desde las cuales todos participan del credo: familiarmente, con
donaciones, desde la educación, entre amigos; en el marco de una de las
ciudades más católicas de los Estados Unidos. Indagar en sacerdotes pederastas
no es tema menor. Pero la cuestión esencial del film de Tom McCarthy es otra,
más profunda: lo que Spotlight persigue no es la denuncia de unos pocos o muchos
curas pederastas, sino la exposición del comportamiento sistemático con el cual
el Vaticano los protege.
A riesgo de resultar
reduccionista, la memoria persigue un único ejemplo similar. Remite a un
capítulo de la serie animada South Park,
de Matt Stone y Trey Parker. Allí, el cura del lugar se horrorizaba ante la
posibilidad de pares pedófilos, de modo tal que llevaba su preocupación al
Vaticano, en medio de una especie de congreso católico mundial (con algún
extraterrestre incluido). Cuando logra exponer el problema, los asistentes lo
abuchean y le gritan que es derecho de ellos el disponer a su antojo de los
monaguillos. Un ininteligible Juan Pablo II, con traductor, decía a este cura
ingenuo que mejor le consultara a la “gran araña”.
Hay más ejemplos, entre
ellos dos del cine mexicano: el documental Agnus Dei. Cordero de Dios,
de Alejandra Sánchez; y Obediencia Perfecta,
de Luis Urquiza, a partir del libro Perversidad,
de Ernesto Alcocer. Desde ya, una película de Hollywood es garantía de impacto
mayor, pero bien viene su notoriedad como para recordar estos otros films,
disponibles en Internet.
Tom McCarthy, el director,
ha expresado en entrevistas la necesidad vital de hacer esta película. Su
relación con el catolicismo no le resulta extraña, y su decisión de filmar la
investigación de Spotlight hace que la tarea de Robbinson y compañía conozca
una sobrevida, tal la masividad del cine. Por otro lado, McCarthy –responsable
de esa película entrañable que es Visita
inesperada, con un excepcional Richard Jenkins– es lo suficientemente hábil
como para filmar a la luz de otros títulos de construcción parecida, con
periodismo y periodistas como telón de fondo.
Entre ellos, se ha señalado
de manera suficiente a Todos los hombres
del presidente. En todo caso, En primera
plana actualiza un género cinematográfico así como una época de cine, en
donde los periodistas podían ser personajes preocupados de manera ética. Que su
plasmación epocal tenga que ver con la crisis supuesta por la irrupción de las
nuevas tecnologías y su inmediatez, hace de la película una especie de
testimonio desesperado, que apela a la necesidad de investigaciones que
profundicen, que sean parte inherente de la profesión elegida.
En este sentido, uno de los
aciertos mayores radica en la habilidad con la que el film decide ocultar a
familiares y amigos, dejándolos fuera de campo. Los periodistas de Spotlight
están tan sumidos en lo que hacen que cualquier referencia a sus vidas
cotidianas no hace más que entorpecer el trabajo. Tal es la obsesión. Tales
con, también, los problemas aparejados, que apenas se atisban.
Que la construcción de estos
periodistas resulte, tal vez, “estereotipada” no hace más que remarcar la
habilidad de sus intérpretes (Mark Ruffalo, Rachel McAdams, Brian d’Arcy James).
El cine de Hollywood es, históricamente, estereotipado. Los periodistas no
pueden serlo menos que los cowboys. El lugar común es importante, más vale
manejarlo bien.
Así, no faltará el
“informante” sustancial, aquél que cumpla el rol del otrora “Garganta profunda”.
Tan importante como esas reuniones de pareceres contrariados, las horas y horas
de lectura, y la sapiencia que guardan los libros –hay datos que están allí, no
en otra parte-. Además, los periodistas no son santos tampoco (mucho menos los
abogados). En primera plana conserva,
en este sentido, un cariz autocrítico que agrega valía a su propuesta.
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