martes, 9 de febrero de 2016

Carol (2015, Todd Haynes)



El amor como elección y desafío
  
El amor como lugar de resistencia, la unión homosexual como elección. Dos actrices en papeles memorables. Una película que desafía porque desestabiliza. Basada en la novela de Patricia Highsmith.

Carol 
(Gran Bretaña/EE.UU., 2015)
Dirección: Todd Haynes. Guión: Phyllis Nagy, basada en el libro de Patricia Highsmith. Fotografía: Edward Lachman. Montaje: Affonso Gonçalvez. Música: Carter Burwell. Reparto: Cate Blanchett, Rooney Mara, Kyle Chandler, Jake Lacy, Sarah Paulson, John Magaro, Corey Michael Smith. Duración: 118 minutos.
Salas: Monumental, Del Centro, Hoyts, Showcase, Village.
10 (diez) puntos

Por Leandro Arteaga 
Rosario/12 (08/02/2016)


De Jean Genet al melodrama, con glam rock y decorados de los años ’50. Nada de esto revuelto, sino repartido entre tantos títulos como son (y serán) necesarios para la obra de uno de los máximos cineastas contemporáneos. El norteamericano Todd Haynes tiene una sensibilidad distintiva, que recorre sus títulos mientras abre contactos con períodos históricos recientes, de problemáticas que persisten, para decir sobre el tiempo que toca y, sobre todo, para dinamizar ese mundo que el cine es.

De esta manera, el panegírico que sobre Bob Dylan significa I’m Not There (2007) se expone desde un repertorio de canciones y de actores que nunca son los mismos, sin rostro ni voz del músico. Como un abanico alucinado que actualiza. Dylan es hoy porque, justamente, se lo mira desde el presente. Por eso, mucho mejor Velvet Goldmine (1998) que cualquier otra aproximación a David Bowie, época y amigos.

 Con su película más reciente, que toca varias nominaciones para los próximos Oscar pero sin embargo no figura en la lista de las Mejores Películas o Mejor Director, Haynes revisita el mundo de los cincuenta. Lo había hecho con ese melodrama de raigambre declarada hacia Douglas Sirk que es Lejos del paraíso (2002). Allí, el amor entre un ama de casa y su jardinero de color hacía explotar los cimientos de una sociedad que vigila, que denuncia. En el personaje de Julianne Moore, Haynes deposita su mirada mientras habita con ella. Quien resulta finalmente interpelado es el mismo espectador, partícipe de una pasión de secreto obligado.

El esquema se reitera en Carol, a partir del amor entre dos mujeres, pero desde una puesta en escena que es otra, que prescinde de la fotografía símil technicolor para adentrarse en una atmósfera vidriada, de frío y nieve. Mucho abrigo, mucho andar cabizbajo para protegerse de las bajas temperaturas, llegar a casa y celebrar Navidad. El esquema citadino propone, en este sentido, un recorrido trazado de antemano. Los personajes circulan por él de manera automática, con alguna alerta a viva voz que funciona como comentario gracioso pero ambiguo, al recordar la existencia del Comité de Actividades Antiestadounidenses de Joseph McCarthy.

El escenario persecutorio está planteado, con el comunismo y la homosexualidad como sinónimos. Haynes toma la historia de la novela El precio de la sal, de Patricia Highsmith; su referencia literaria precedente había sido Mildred Pierce, de James M. Cain, en formato de serie televisiva para HBO. En esta, el escenario recreado era el de la Gran Depresión. En ambas –también Lejos del paraíso- el protagónico incontestable es femenino. Todas, mujeres de armas tomar. Tanto Cain como Highsmith, además, cultores de la literatura negra como una de las bellas artes. Uno y otra dieron vuelta la moral estadounidense a través de tramas criminales. Pero en estas dos novelas, la variación criminal cede en beneficio de otro tipo de personajes, cuyas decisiones alteradas funcionan como fusibles que hacen tambalear el panorama establecido.

En el film de Haynes, cuyo guión corresponde a Phyllis Nagy, amiga de Highsmith, Therese (Rooney Mara) descubre la mirada de Carol (Cate Blanchett) mientras atiende el mostrador de un centro comercial. El hechizo se interrumpe con la aparición de una mujer, su hijo, y la pregunta por un baño, entre muñecas, luces blancas y trencitos. Carol viste elegante, con tapado de piel, joyas y andar altanero. Sus guantes serán el móvil para el contacto que sigue, el elemento dramático que haga avanzar la historia. La seducción comienza a surcar de manera tenue el relato, mientras perfila sus personajes y contextos. Carol, la película, es una obra de artesanía fílmica, al adentrar al espectador en un estado de ánimo que se revela íntimo por esencial, mientras dinamita pausadamente el escenario circundante.

Sin embargo, el inicio del film es otro, y cita expresamente la película inglesa Breve encuentro (1945), una de las mejores de su realizador, David Lean. El trencito de juguete aludido completa, en este sentido, la referencia. Así como en aquel film, Carol y Therese son descubiertas por un tercero, mientras comparten sus miradas en una mesita de bar. Violentada la intimidad, los hombros de Therese serán depositarios, por un lado, del recuerdo de una caricia; por el otro, de la mano masculina que la interpela. El plano y contraplano acentúan el contrapunto, al mostrar frente y espalda de esta mujer en cada una de las acciones. Hacia cuál dirección elija partir Therese será consecuencia de tal premisa.

Luego sucede el racconto, la revisión de lo vivido con Carol. Así como en Breve encuentro, la película de Haynes sabrá volver sobre sí misma en el decurso del argumento. Es una conexión brillante y nada gratuita, ya que vincula las temáticas de las películas en un diálogo afín, que interroga sobre el desenlace de Carol. La novela de Highsmith, hay que destacar, tuvo la virtud de ser de las primeras en evitar el destino trágico al que parecían condenados los personajes homosexuales. Para el caso del cine americano, es menester señalar que el código Hays, su instrumento de censura institucional, obligaba a estas resoluciones. (Al respecto, recomendar el visionado de The Celluloid Closet, donde se repasa la construcción del estereotipo homosexual en Hollywood.)

Desde su estructura, puede decirse que Haynes logra una película acorde con las del Hollywood clásico, mediante un esquema que persigue un final (mentirosamente) estabilizador. Lo hace desde una mirada autoral, capaz de utilizar los recursos del melodrama para desmentirlo. Carol elige situarse en la rebeldía de sus personajes y al ratificarles, asume un proceder contestatario. No lo hace desde la búsqueda de la aceptación social ni desde la imposibilidad de la consumación afectiva –rasgo crítico y metafísico del melodrama- sino, en todo caso, a partir de la renuncia a un orden privativo y policial, al que se decide confrontar. En otras palabras, Haynes ha filmado una de las películas más desafiantes del último cine norteamericano.

Y también...

 No hay que desestimar la (otra) cita cinéfila que Haynes introduce, a través de la figura de un joven crítico. Está referida a El ocaso de una vida (Sunset Boulevard, 1950), film que el personaje visiona reiteradas veces, en aras de encontrar el nexo entre los diálogos y los sentimientos de los personajes. Su inclusión, desde ya, no es casual, y coloca a Haynes en la estela de los grandes de ese gran cine que alguna vez fue Hollywood. Entre ellos, desde ya, el único Billy Wilder: artesano de la mascarada, de la bufonada que esconde el comentario ácido, imperturbable todavía, en estos tiempos. El argumento de Sunset Boulevard, vale recordar, es sobre el cine, sobre Hollywood, sobre el paso del tiempo, sobre el maltrato y sobre el arte, sobre identidades escindidas entre lo público y lo privado.

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