Imágenes
de vidas gitanas
Con
un registro de vocación plural, la película de Tomás Lipgot retrata la vida de
una familia gitana del conurbano bonaerense. La tradición de una cultura que
persiste. Se exhibió en el Bafici, ahora con estreno en Sala El Cairo.
Vergüenza
y respeto
(Argentina,
2015)
Direcció
y guión: Tomás Lipgot. Fotografía: Nicolás Richat. Montaje: Leandro Tolchinsky. Dirección de sonido: Hernán Severino. Producción general: Tomás Lipgot y Nicolás
Herzog. Duración: 81 minutos.
8
(ocho) puntos
Por
Leandro Arteaga
“Vergüenza y respeto” clama
varias veces la película de Tomás Lipgot. Quienes enuncian y apropian estos
valores, como modo de convivir y trascender el tiempo, son los Campos, una
familia gitana que habita la zona de San Miguel, en Buenos Aires. Dos palabras
que son eje de una articulación familiar y cultural, en la que la cámara del
realizador se adentra. El resultado es íntimo, festivo.
El propio Lipgot ha
expresado su curiosidad siempre latente por la comunidad gitana, finalmente consecuente
con el rodaje de su film anterior: El
árbol de la muralla, dedicado a la vida de Jack Fuchs, sobreviviente de
Auschwitz. La elección de la temática gitana, como germen contenido en una
película dedicada a la memoria del Holocausto –entre cuyas víctimas destacan
los gitanos-, permite enhebrar la reflexión realizada por la filósofa Hannah
Arendt, quien entendía la ausencia de límites geográficos del pueblo judío como
motivo de alarma nazi.
Ahora bien, debiera también practicarse
un recorrido sobre el estereotipo gitano que el cine argentino ha construido.
En ese listado no faltaría el corto animado Upa
en apuros (1942), primera incursión en pantalla grande del indio Patoruzú,
acá dedicado al rescate de su hermano, raptado por Juaniyo, el gitano “ladrón
de niños”. En la lista, tampoco estarían ausentes los simplismos de Gitano (1970), con Sandro, y la tira
televisiva Soy gitano (2003-04), con
Osvaldo Laport. Es decir, el cine tiene mucho que decir al respecto.
En este sentido, las pocas
imágenes documentales que Vergüenza y
respeto exhibe son de un interés mayúsculo, al revivir tiempos pasados para
hacerlos comulgar con los protagonistas de Lipgot. De esta manera, el
realizador teje una memoria histórica que se debate cinematográficamente al
interrogar al ojo que mira: sea tanto el que está detrás de la cámara como el
que se sitúa frente a la pantalla.
El acento mayor, que es
decisión estética y mirada ideológica asumida, lo marca el inicio, con
fragmentos de un video amateur y gitano sobre el rito de consumación de la
pareja. Con efectos digitales chillones, pero desde un punto de vista que es
inmanente a la cultura retratada, la película dentro de la película señala de
modo suficiente. Por un lado, porque lleva al planteo referido más arriba: ¿en
manos de quiénes descansan las cámaras que han retratado al pueblo gitano? Por
el otro, porque hace pública una costumbre que es parte de una sociedad
variada, plural, que las más de las veces ignora lo que allí se contempla.
Esta es apenas la punta de
ovillo de una película que retrata aspectos de esta familia descendiente de la
tribu Caló, proveniente de España, con el flamenco en venas y cuerdas vocales y
bailes. En el recorrido habrá situaciones para la sorpresa, la curiosidad, y el
inevitable choque con quien quiera mirar. Porque los Campos entienden que la
sociedad son ellos y los payos (los no-gitanos). En este ir y venir establecen
su vida y procuran conservar sus costumbres. Se nota que no es tarea fácil. El
más intransigente es el abuelo, su hijo lo entiende pero sabe que es mucho lo
que ha cambiado, si bien los dos coinciden en que pocas cosas han quedado de la
tradición. El pañuelo, queda el pañuelo. Y la vergüenza y el respeto por la
mujer.
Acá no faltarán pareceres
encontrados con el espectador. Porque mientras se dice que los gitanos eran un
patriarcado que ya no es, las mujeres deben llegar vírgenes al matrimonio así
como ser ignoradas si es que se apartan de las costumbres. En todo caso, no es un
dedo que juzgue el interés propuesto por el documental de Lipgot, sino su
inmersión en una cosmovisión en ejercicio, donde la cámara se confunde de
maneras diferentes.
Este confundirse en lo
cotidiano-extraño se revela como consecuencia de una intimidad que le ha
abierto sus puertas al realizador. Se intuye, por eso, un trabajo previo
fundamental, donde Lipgot debe haber ganado simpatías con un núcleo que se
revela drástico, con una demarcación clara entre ellos y los payos. Desde la
elección de los recursos narrativos, Vergüenza
y respeto apela a invisibilizar la presencia del cineasta, hasta tal punto
que hay momentos donde es la cámara misma la que parece no estar ante los
protagonistas.
En este devenir, el film se
vale de muy pocas entrevistas, mientras acompaña vivencias, discusiones, festejos,
comidas, música. Las voces se suman desde las distintas generaciones; por eso,
uno de los mejores momentos está en la transmisión oral de palabras y
expresiones que abuelo y padre hacen al más pequeño. Casi como un juego,
también como una responsabilidad heredada, con el fin de ser legada.
Lo que aparece también, casi
como si se tratara de un guión escrito previamente, son los personajes
llamativos, bufonescos. Es el caso del tío “loco”, el que trabaja como guardia
de seguridad en un juzgado, con la sonrisa sin dientes predispuesta, mientras
bebe, baila, bromea y deja su pistola a resguardo. O el músico que sobresalió,
tuvo momentos de escenario, pero después algo pasó. Son muchas las historias
que apenas se dicen, que significan a la manera de paréntesis de lo mucho más
que toda persona siempre es.
Entre las facetas
diferentes, que recorren memoria y tradición, los niños aparecen como el
resguardo mayor, con sus lugares sociales previamente aceptados. El hombre es
el que puede y debe salir, ir al contacto con los payos y dado el caso, también
tener sus experiencias con otras mujeres. Pero no debe pasarse de la raya,
tiene que volver. Mientras que la mujer es el centro del hogar, la que se
queda, la que sostiene el entramado que sobre ella se despliega.
Podrían hacerse muchas
objeciones al comportamiento social gitano, pero lo inmediato que el film de
Lipgot parece ensayar es una luminosidad devuelta sobre los pareceres
personales y sociales de toda persona. En Vergüenza
y respeto no se practica el prejuicio, sino su reverso, como una de las
maneras más nobles de pensar y practicar la convivencia. También de hacer cine.
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