Grotescos
que dibujan sonrisas
Dueño de un mundo que es
celebrado de manera internacional, Oscar Grillo inauguró su muestra en el
Fontanarrosa. Historieta, cine, tango, infancia, como obsesiones y temas de un
artista sin par.
Por
Leandro Arteaga
Acercarse en persona a Oscar
Grillo es, casi, como sucede con sus mismos dibujos. Una catarata de
impresiones superpuestas. “¿Cómo que me admirás? Vos estás confundido”, le dice
al cronista; así como cuando inaugura su muestra, durante el jueves pasado: “Les
agradezco desde el fondo de mi corazón que hayan venido a ver estas pobres
cosas que he hecho”.
Las “pobres cosas” que
refiere se reparten por todas las paredes de la planta baja del Centro Cultural
Fontanarrosa. No alcanzan. Son tantas que suman también paneles. Repartidas
entre series que las conjugan y combinan. Personajes de cuentos de hadas cruzan
miradas con el mundo arltiano, los arrabales se enfangan en tangos, Gulliver
espera turno de baile, y un gaucho arremete un malambo que es un espectáculo.
Lo del “fondo de mi corazón”
asume también el título elegido: “Del fondo del barril. Dibujos impresentables”,
que permanecerá en el Fontanarrosa hasta el 6 de diciembre. En otras palabras,
la posibilidad de acercarse al mundo sin par de Oscar Grillo (Lanús, 1943),
ilustrador y animador de relieve internacional, con vida en Londres desde 1971,
y participación en títulos de Hollywood como Monsters, Inc. y Men in Black.
Bromea con el público pero
lo que dice es profundamente cierto: “Si alguien me quiere ahorcar con esta
corbata, me la regaló Paul McCartney”. El vínculo con el beatle tiene su correlato en el video-clip Seaside Woman (1980), que el argentino animara para Linda McCartney
& Wings (en YouTube está disponible). Lo supo emitir reiteradamente Caloi en su tinta, y fue en la apertura
de este programa insigne donde podían apreciarse ilustraciones suyas.
Ahora bien, ¿cuáles son los
temas, obsesiones, que en ellas abundan? Dice el maestro: “Angustia, miedo,
hambre, desesperación, y ganas de seguir viviendo un poquitito más de lo que la
vida nos permite”. En sus blancos y negros, a veces colores, se respira de manera
convulsa, en medio de un ajetreo de páginas ciudadanas que es también un arcón
de recuerdos que pelean por salir primero. Hay encanto, hay dolor. “Yo no soy
un cómico, no hago chistes, pero creo en dibujar cosas grotescas que puedan
hacer sonreír a los que caminan. Como el mundo me ha dado tantas piñas por los
años que he vivido, me dediqué más que nada a confrontar las crueles realidades
y transformarlas en formas cómicas de la existencia”, explica.
Y se ejemplifica: “Como el
caso de tener una imagen de la
Olympia de Manet con medias, a Pinocho pidiendo limosnas, a
Blancanieves en el día que le entregan la manzana, o a Caperucita Roja haciendo
lo que debió hacer: darle una patada en los cataplines a ese idiota del lobo.
Poniendo esas ideas así, a veces uno puede encontrar, aunque sea por error,
unas formas de la realidad o de la verdad, o de lo que uno cree que es honesto”.
Su manera de plasmarlo, comenta, es “simple”. “No hago técnicas especiales,
dibujo con el pincel, la lapicera, tinta china, y rápido. A veces me sorprendo
yo mismo de las porquerías que salen.” Estas “porquerías” son un regocijo que
atenaza, que deja el ánimo del que mira suspendido entre trazos y líneas que
acercan la infancia, le quitan la inocencia, y devuelven asombro al mundo.
Además de McCartney, Oscar
Grillo es amigo de Dick Tracy, de Crist, del Sargento Kirk, de Sábat, de las
tardes en camiseta de Calé (y sus clubes de barrio, sus veredas, la milonga),
de Li’l Abner y del Pato Donald. Pero del Donald que, como bien sabía el niño
Carlos Trillo, dibujaba un tipo sobresaliente: Carl Barks. Un homenaje a ese
otro padre del pato pudo leerse en la
Fierro en Trillo y Grillo (2006-2007). “Otra
porquería”, recuerda el artista. Y agrega que, entre otros, ha conocido a Chuck
Jones, que aprecia mucho a Bill Plympton (quien estuvo en Rosario hace días y
habló maravillas de Grillo), y que cena una vez al mes con Dick Williams, el
director de animación de ¿Quién engañó a
Roger Rabbit?. “¡No sabés lo que es su último trabajo!”, exclama. “¡Todo
hecho a mano!”.
Así que, ya sabe, está
avisado, vaya y piérdase en alguna de esas avenidas con nombre de historieta
porque el recuerdo está fresco y la buena tinta, por suerte, mancha para
siempre.
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