Cuando la oscuridad ataca
De
narración precisa, Los huéspedes
se sumerge en el mundo de la niñez y los miedos. La ancianidad como un susto
que no se quiere. Las historias familiares como heridas que sobrellevar.
Los huéspedes
(The
Visit)
EE.UU.,
2015
Dirección y guión: M. Night Shyamalan. Fotografía: Maryse Alberti. Montaje: Luke Franco Ciarrocchi. Reparto: Olivia DeJonge, Ed Oxenbould, Deanna Dunagan,
Peter McRobbie, Kathryn Hahn. Duración: 94 minutos.
8
(ocho) puntos.
Por
Leandro Arteaga
A partir del estreno de Los huéspedes se habla mucho, y con
razón, sobre la vuelta al podio o algo así del director indio M. Night
Shyamalan. Celebrado de manera fenomenal con Sexto sentido (1999), el realizador tuvo allí un paso decisivo
dentro del cine de su tiempo. Hubo quienes rápidamente quisieron ver en él un
nuevo auteur, que pasó a preceder con
su apellido toda película posterior junto a ocasionales cameos “hitchcockianos”.
Pero lo que finalmente sucedió fue una lista de títulos en declive, con una
especie de fórmula repetida que tuvo en la “vuelta de tuerca” una de sus marcas
predigeridas.
En verdad, lo predicho no es
demasiado justo; antes bien, debiera pensarse en la artesanía narradora que
Shyamalan supo enhebrar en Sexto sentido
para luego despuntarla con más o menos brillo (El protegido, La aldea),
hasta alcanzar sólo algunos buenos momentos dentro de films incomprensibles (La dama del agua, El fin de los tiempos) y malos (El
último maestro del aire, Después de la Tierra).
Vale destacar que Sexto sentido es una gran película,
injustamente vilipendiada desde la trayectoria posterior. Posee una puesta en
escena precisa, que permite al desenlace credibilidad porque requiere de la
revisión del film: lo que importa no es lo que se ve, sino lo que no se
muestra. De paso, junto con The Blair
Witch Project y la trilogía Scream,
del fallecido Wes Craven, Sexto sentido
devolvió la presencia del terror a las salas de cine. Hay que recordar lo poco,
nada, que de este tipo de cine se estrenaba.
Si a Shyamalan se lo
consigna de modo positivo otra vez, esto se debe, por lo menos, a dos motivos.
Por un lado, por ser conciente de las maneras audiovisuales actuales, en
consonancia con los jóvenes espectadores, devenidos productores de imágenes;
por el otro, debido al nexo esencial que se percibe en Los huéspedes respecto de Sexto
sentido: un relato que gira sobre sí mismo, que culmina y renace.
El argumento hace foco en la
vida de dos hermanos; ella, adolescente y con deseo de ser directora de cine;
él, algo menor y rapero en ciernes. De esta manera, el film justifica su cámara
en mano constante porque, de lo que se trata, es de capturar la mirada de sus
protagonistas: los niños, sus miedos. Por esta sola cuestión, Los huéspedes logra que el recurso de la
película dentro de la película sea una elección necesaria, a su vez consecuente
con un procedimiento formal que repite tanto cine de terror actual (la
mencionada Blair Witch Project como
ejemplo basal).
La historia llevará a estos
niños a viajar, a irse de casa para conocer a los abuelos, quienes están
peleados desde siempre con mamá, quien tampoco quiere volver a verlos. Por otra
parte, papá los abandonó hace unos años. ¿Qué es lo que anida, en suma, en las
cabezas del mundo adulto?
El viaje, también, aparece
como signo del género: sea con ómnibus o carruajes, el destino finalmente se
cierne en forma de castillo o de granja rural. Poco importa la cantidad de
migas dejadas por el camino, pajaritos o cosas peores habrán de comerlas. De
esta manera, Becca y Tyler se dirigen a la casita de sus abuelos, a la morada
de una historia familiar trunca, que es curiosidad y móvil documental para la
cámara de la niña.
Gradualmente, durante una
semana, los hermanos descubrirán una ternura desteñida, con grietas, de
explicaciones contradictorias. El abuelo dice de la abuela, la abuela dice del
abuelo. Los comportamientos son extraños, las noches plenas de ruidos raros. Las
mañanas ofrecen desayunos suculentos. La abuela insiste con limpiar el horno,
le pide a Becca que entre en él. Tyler tiene fobia a los gérmenes. El sótano no
puede visitarse, algo habrá, tal vez hongos parecidos al cuento de Bradbury. Y
los testimonios a cámara que Becca logra de sus seres queridos/desconocidos
provocan reacciones imprevistas.
Este repertorio de
situaciones tiene una exposición premeditada, de ritmo narrador sostenido, con
resolución sorprendente y, de paso, una alusión autoparódica –como solución falsamente posible– que dialoga con otra de las películas
de Shyamalan. Parece que el propio director se toma a risa a sí mismo y eso,
claro, está muy bien.
Pero de vuelta a lo que
importa –los niños y los miedos–, Los
huéspedes es capaz de dialogar con otras películas de raigambre similar;
entre ellas, dos y notables. La noche del
cazador (1955) fue la única película dirigida por Charles Laughton y es una
obra maestra, con Robert Mitchum en la piel de este lobo/predicador que caza
viudas a las que luego asesina, mientras dos hermanitos temen la ira del
padrastro. Está basada en la novela de Davis Grubb. El otro gran ejemplo toma
por referencia un cuento de William Irish, se trata de Si muero antes de despertar (1952), del argentino Carlos Hugo
Christensen. Aquí, el niño protagonista (Néstor Zavarce) es víctima de su promesa
de secreto mientras sus amiguitas desaparecen y, él lo intuye, algo tiene que
ver el hombre alto que las espera con caramelos y tizas de colores a la salida
de la escuela.
Los niños, en suma, como
portadores de un saber que los adultos ignoran. Allí descansa el asunto, en la
desatención hacia lo que los pequeños dicen mientras sobre ellos se proyectan
sombras largas, de historias familiares que no vivieron. Como los adultos no
prestan atención, son los niños los que tiene que tomar el asunto por su cuenta.
En este caso, de cara a estos ancianos con los años surcados en los rostros, que
presagian un porvenir de muerte.
En este entramado de sustos
que nunca son golpes de efecto –otro punto a favor para la película-, sobresale
Deanna Dunagan, la abuela que sabe cómo parecer risueña y cuándo desencajada.
Con una mirada por momentos jovial, la abuelita juega de manera vital, ríe,
reacciona bestial. Dice: “tengo un ataque de oscuridad” y muestra sin pudor un
cuerpo semidesnudo. Hay ciertas imágenes, se sabe, que un niño nunca puede
olvidar. Mejor no verlas. Ella sabe cómo componerlas.
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