El cine es la bombita que revienta
De proyección gratuita en El Cairo el jueves próximo, el film de la
dupla Rimini/Galuppo explora al cine mismo y las predicciones de un mundo
eléctrico. Villeneuve, el profeta que descubrió el horror instrumental. O no.
Pequeño diccionario ilustrado de la electricidad
Argentina, 2015
Dirección
y guión: Carolina Rimini, Gustavo Galuppo. Fotografía
y Montaje: Carolina Rimini, Gustavo Galuppo. Música:
Gustavo Galuppo, Navío Noche. Voces:
Lucila Pesoa, Juan Aguzzi. Duración: 87 minutos.
10 (diez) puntos
Por Leandro Arteaga
El cine del rosarino
Gustavo Galuppo toca límites que sabe. ¿De qué manera? Porque asume el tramado
complejo que propone, en el que se abisma. Al hacerlo y sumergirse, lo que
emerge es la experiencia renovada de las posibilidades. Lo que también se toca,
aun cuando inasible, es la esencia fílmica. Hacia adentro y hacia fuera, como
el movimiento heraclíteo. Los límites, entonces, se recrean porque se los
reconoce, se les denuncia.
En este devenir que roza,
que dialoga y confronta con lo que sabe: el cine –Godard, siempre Godard–, los
caminos no aparecen fácilmente trazados sino, antes bien, son consecuencias de las
derivas. Éstas pueden ser decididas, o intuidas. En todo caso, el cine de
Galuppo tiene fronteras que son horizontes. Hacia allá se dirige, si bien otras
muchas veces pareciera retraerse, al hundirse en entrañas de celuloide
rememorado en texturas de video, con crisis digital. En todo caso, se trata de
la necesidad del movimiento mismo: pendular, centrípeto y centrífugo.
La referencia hacia su
obra, su estética –que muta, pero que también se reconoce– le ha vuelto un
nombre de referencia en festivales, muestras, libros y revistas de cine.
Premiado reiteradamente en el Festival Latinoamericano de Video Rosario, en el
Bafici, el MAMBA; ha protagonizado retrospectivas dedicadas a su obra en el país
y en el exterior, entre la que destacan, entre otras, La progresión de las catástrofes (2004), Sweetheart o Fedra o la desesperación (2007), Yo, Duras (2008), Sunlight
(2008), Besos y hasta
siempre/Epílogo para una antología del fracaso (2011), Alicia o el nombre secreto (2013).
Son cortometrajes, mediometrajes,
largometrajes. Podrían ser experimentales, o ensayos, o documentales, o
ficciones. Categorías juzgadas para ser explotadas. Rótulos que dicen poco
porque el cine siempre es más. En ese más allá se sitúa lo que Galuppo hace,
como si fuesen puntos suspensivos que abren hacia más. Ahora bien, ese más está
ocurriendo ahora, con destellos luminosos que lo abren hacia un porvenir que
cruje como luz de bombita en corto.
El destello nuevo aparece con Antonia (2015), el cortometraje que
significa su reunión con la realizadora Carolina Rimini. Allí aparece una
comunión de cine y de ideas, que continuará con La creación de un mundo desde un diálogo más profundo; lo que
sucede, se nota, es afín: voces entrelazadas, que se dicen, se aprueban, desafían;
la poesía aparece como el mundo posible, necesariamente filosófico. “La creación
de un mundo” es también sinónimo del vínculo que ha nacido, al que Rimini suma
una sensibilidad particular, que da a las imágenes de Galuppo cielo, aire,
sonidos naturales que se demoran.
La consumación mayor se produce con Pequeño diccionario ilustrado de la
electricidad; el dato de relieve es que fue seleccionada en la Competencia Argentina
del reciente Festival de Cine de Mar del Plata. La proyectará Cine El Cairo el
jueves próximo, con entrada libre y gratuita, junto con el cortometraje La tierra sin mal, de Diego Fernández.
Los dos trabajos fueron beneficiados con el programa Espacio Santafesino, del
Ministerio de Innovación y Cultura de la provincia.
¿Qué es este “diccionario”? Es la posibilidad
de descubrir, por fin, la historia de Christian Villeneuve, pionero en la
investigación de la energía eléctrica, verdadero mesías “tapado”, finalmente
renacido como profeta de una verdad ahora presente. Es él quien estuvo antes
que Edison, Ford, alumbrado por capitales como Rockefeller o J.P. Morgan, al amparo
de investigaciones militares. Francia es su cuna, allí supo experimentar con
cuerpos muertos las posibilidades eléctricas de la reanimación. Las guerras
fueron el caldo de cultivo justo para sus avances, que tendrán corolario en la
silla eléctrica norteamericana: dar vida, dar muerte. A su esposa fallecida, la
cantante de ópera Stilla Mihaly, estarían también dedicados todos sus
esfuerzos. Si Mary Shelley y su Frankenstein
es quien precede, literariamente, al científico ominoso; Verne, Stoker y Bioy Casares
serán los sucesores.
Como es el arte quien tiende puentes hacia lo
hecho, para recrear y pensar y disfrutar y aterrarse; el pequeño diccionario de
Rimini/Galuppo hace otro tanto desde el cine. Con el MacGuffin que el
fantástico Villeneuve supone, para atravesar la historia del siglo XIX y
arribar a la consolidación del capitalismo que todavía sobreviene. Tal como la
poética de Galuppo supone, el cine aquí se apropia de sí mismo como archivo:
imágenes documentales, Hollywood, experimentos, publicidades, ofician en un
todo que dispara asociaciones extrañas y cercanas.
El contrapunto lo significan los hechos
narrados por las voces en off –previos al cine, dispositivo del siglo
posterior–, con imágenes sin sincronía histórica. En verdad, la sincronía se respeta,
e hilvana los sucesos desde una lectura que va y viene como si fuesen las
páginas de la misma revista de historietas a la vez, en la línea de las
espirales creadas por el cine de Alfred Hitchcock, Alain Resnais y Chris Marker.
El cine es nada ajeno o ingenuo en este
devenir de la electricidad aplicada. Ha sido y es el instrumento destinado a
suturar la herida entre el esparcimiento y el tiempo laboral. Pero con la
habilidad de transgredir a la par. Por eso, el virus “Code: Jarrett”, cuyas
ideas disemina en momentos nodales, mientras pocos ya recuerdan la efigie
supuesta por James Cagney en Alma negra,
el film noir de Raoul Walsh.
Con una mixtura que resulta en combustión
explosiva, los chirridos de Pequeño
diccionario ilustrado de la electricidad permanecen: con el detenimiento
minucioso aportado por el cine de Harun Farocki, con el caleidoscopio de
imágenes yuxtapuestas que hoy maximizan las nuevas tecnologías, con la
reflexión que la filosofía ha dicho entonces y todavía.
Un tour de force al que vale asistir alertado:
con el afán de espiar a la manera del Jefferies de La ventana indiscreta, con la imposibilidad de escapar del Alex de La naranja mecánica, y con el sueño
todavía volátil del Sam Lowry de Brazil.
No hay comentarios:
Publicar un comentario