domingo, 31 de enero de 2016

Kryptonita (2015, Nicanor Loreti)



Superhéroes desde el margen

La noche decisiva en la vida de un hombre de acero. Amigos que lo cuidan, vidas en peligro. Policías violentos y un villano de risa demente. Casi como si fueran superhéroes. Pero no.


Kryptonita
(Argentina, 2015)
Dirección: Nicanor Loreti. Guión: Nicanor Loreti, Camilo De Cabo, colaboración de Paula Manzone y Nicolás Britos, basado en la novela de Leonardo Oyola. Fotografía: Mariano Suárez. Música: Darío Georges. Montaje: Nicanor Loreti, Francisco Freixá. Reparto: Diego Velázquez, Juan Palomino, Lautaro Delgado, Diego Cremonesi, Carca, Nico Vázquez, Pablo Rago, Sofía Palomino, Diego Capusotto. Duración: 80 minutos. 
7 (siete) puntos

Por Leandro Arteaga

 Hay varias líneas que confluyen en Kryptonita. Que encuentran vínculo en la misma apropiación –vía revistas locales y mexicanas– de esa palabra rara, de radiación letal para Superman. El libro de Leonardo Oyola rubrica la cuestión desde la recreación del superhéroe y amigos en el conurbano bonaerense, a lo largo de una noche de hospital con su vida en peligro.
Las líneas aludidas responden, por un lado, a la inserción de esta película en un género cinematográfico todavía novedoso. Hay una afinidad elegida, que comparte cartel con propuestas de índole similar. Por otro lado, también hay un recorrido cinéfilo local, que da cuenta de la dificultad de entender un concepto eminentemente norteamericano en la narrativa argentina. Es decir, el forzamiento conduce a la parodia, es inevitable.
En este sentido, puede pensarse en Zenitram (2010), la película de Luis Barone, como una reversión irónica, peronista, protagonizada por este “equívoco superhéroe argentino”, según Juan Sasturain, autor del cuento. Pero también, y de manera ejemplar, debe citarse un clásico de culto: Las aventuras de Súper Hijitus, donde Manuel García Ferré instauró un absurdo magistral, que ha resistido el paso del tiempo (hace muy poco, Hijitus voló de nuevo en historietas reeditadas).
Sea el ejemplo que sea, lo que aparece es la relectura, la mirada devuelta. ¿De qué se habla cuando un superhéroe sobrevuela una historia local? (De paso, por brillante, Rep dijo de Hijitus y su casa-cañito que se trataba del primer homeless de la historieta argentina.)
La habilidad de la novela Kryptonita radica en contar una historia de superhéroes clásica, con sus lugares comunes. No hay lector del medio que no encuentre afinidad. Pero lo que también sucede, de manera más profunda, es el revés del espejo. Es decir, ¿de qué lado están estos superhéroes y por qué? O también, tal como Alan Moore lo hiciera desde su historieta Watchmen: ¿Quién vigila a los vigilantes?
 En Kryptonita no se trata de vigilantes, sino de vigilados. Lo corrobora la policía. La película de Nicanor Loreti lo deja claro al situar a sus (anti)héroes como prófugos constantes. Conforman una pandilla. Son delincuentes. Tal vez ladrones, de cuño “Robin Hood”. Todo depende del cristal con el que se mire. Que este “cristal” sea rápidamente ejemplificado con el ojo de un informativo televisado, ya dice mucho. Es ése, de hecho, el lugar donde descansa la propuesta: héroes, dioses, ladrones o lo que sea. Cuente la historia como usted quiera, le dicen al doctor de guardia, un “nochero” anestesiado de pastillas y cansancio. Como usted quiera, pero “existimos”.
Acá aparece el nodo, el lugar donde la kryptonita se hace verdad y toda suposición fabulesca cede. Vuelos, súper fuerza, habilidad mental o anillo poderoso. Todo eso podría ser, pero lo que imbatiblemente es, es que estos tipos existen: armados, de habla atropellada, bravucones, matones, pendencieros, violentos. Vienen de ese otro mundo o lugar del cual, ladinamente, las noticias dicen saber cómo es. Un mundo alterno que está ahí nomás, a la vuelta, al cruzar esa otra calle.
Si Superman hubiese caído con su nave por allá, ¿cómo hubiese sido la historia?
Como se trata de una suposición (el What if…? de los cómics Marvel, los Elseworlds de DC; cuyas argucias Oyola y Loreti saben), la película juega con ella y se vale de recursos lábiles, como el que supone el efecto sonoro que daría cuenta de la rapidez del Ráfaga (Diego Cremonesi), capaz de aparecer “rápido” por uno de los costados de cuadro. ¿Veloz o no? Algo que vale mucho más que cualquier efecto especial. Porque no se trata de hacer volar a nadie, sino de acercar este tipo de personajes a una estética acorde con un presupuesto exiguo, lejano de cualquier superproducción. El superhéroe es un personaje del mainstream. Kryptonita es su reverso.
De todos modos, hay momentos para el despliegue. Un nexo estético cercano al Sin City de Robert Rodríguez campea. Tal vez falte un desborde más acorde con Diablo (2011), la ópera prima imbatible de Loreti, con sangre que salpique. Las piñas con la policía no son de lo mejor, pero lo que importa es que están. También porque el espíritu mayor que circunda el asunto es el cine de John Carpenter, la música de Darío Georges lo refiere, con Asalto al precinto 13 como escenario cinéfilo ideal.
Por las dudas, y si no queda claro, estos súper amigos tendrán que esperar al amanecer para que su líder recobre fuerzas. La policía los quiere reventar. Y uno de los que anda detrás de esto es Corona (Diego Capusotto), un Guasón vernáculo con dos momentos estelares en la película. El primero, para lucimiento del actor y la curiosidad del espectador. El segundo, eso sí, es el mejor. Porque es el mismo cuadro de cine el que conjuga al villano con el policía. Los dos a la vez, lamentando lo que finalmente sucede. Juntos por estar, precisamente, de acuerdo. Quieren lo mismo. ¿Por qué?
Entre la galería de personajes, habrá que encontrar lugar de preferencia para la Lady Di de Lautaro Delgado. Su versión travesti de Mujer Maravilla es un hallazgo, más aún al sostener varias escenas donde hace comulgar sensibilidad, orgullo, y amor por Nafta Súper (Juan Palomino). En este sentido, gran parte de Kryptonita se construye desde la sumatoria de recuerdos sentidos, de fragmentos heridos. Algo que, por momentos, parece abismar al film así como demorar sus momentos más explosivos.
Pero, se decía, lo que importa es que las piñas están dirigidas de modo eficaz. Y que no se trata de una victoria final sino, en todo caso, de supervivencia. Policía, medios de comunicación y villanos (de traje multicolor, pero trajes al fin) continuarán con su tarea común. Mientras, una diadema culmina el relato y repara en lo que de veras importa: una niña de mirada libre, sin prejuicios, que se sabe princesa. En ella todo es verdad. ¿Cuándo fue que se perdió esa inocencia?

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