Superhéroes desde el margen
La
noche decisiva en la vida de un hombre de acero. Amigos que lo cuidan, vidas en
peligro. Policías violentos y un villano de risa demente. Casi como si fueran
superhéroes. Pero no.
Kryptonita
(Argentina,
2015)
Dirección:
Nicanor Loreti. Guión:
Nicanor Loreti, Camilo De Cabo, colaboración de Paula Manzone y Nicolás Britos,
basado en la novela de Leonardo Oyola. Fotografía:
Mariano Suárez. Música:
Darío Georges. Montaje:
Nicanor Loreti, Francisco Freixá. Reparto:
Diego Velázquez, Juan Palomino, Lautaro Delgado, Diego Cremonesi, Carca, Nico
Vázquez, Pablo Rago, Sofía Palomino, Diego Capusotto. Duración:
80 minutos.
7
(siete) puntos
Por
Leandro Arteaga
Hay varias líneas que confluyen
en Kryptonita. Que encuentran vínculo
en la misma apropiación –vía revistas locales y mexicanas– de esa palabra rara,
de radiación letal para Superman. El libro de Leonardo Oyola rubrica la
cuestión desde la recreación del superhéroe y amigos en el conurbano
bonaerense, a lo largo de una noche de hospital con su vida en peligro.
Las líneas aludidas
responden, por un lado, a la inserción de esta película en un género
cinematográfico todavía novedoso. Hay una afinidad elegida, que comparte cartel
con propuestas de índole similar. Por otro lado, también hay un recorrido
cinéfilo local, que da cuenta de la dificultad de entender un concepto
eminentemente norteamericano en la narrativa argentina. Es decir, el
forzamiento conduce a la parodia, es inevitable.
En este sentido, puede
pensarse en Zenitram (2010), la
película de Luis Barone, como una reversión irónica, peronista, protagonizada
por este “equívoco superhéroe argentino”, según Juan Sasturain, autor del
cuento. Pero también, y de manera ejemplar, debe citarse un clásico de culto: Las aventuras de Súper Hijitus, donde Manuel
García Ferré instauró un absurdo magistral, que ha resistido el paso del tiempo
(hace muy poco, Hijitus voló de nuevo en historietas reeditadas).
Sea el ejemplo que sea, lo
que aparece es la relectura, la mirada devuelta. ¿De qué se habla cuando un
superhéroe sobrevuela una historia local? (De paso, por brillante, Rep dijo de
Hijitus y su casa-cañito que se trataba del primer homeless de la historieta argentina.)
La habilidad de la novela Kryptonita radica en contar una historia
de superhéroes clásica, con sus lugares comunes. No hay lector del medio que no
encuentre afinidad. Pero lo que también sucede, de manera más profunda, es el revés
del espejo. Es decir, ¿de qué lado están estos superhéroes y por qué? O
también, tal como Alan Moore lo hiciera desde su historieta Watchmen: ¿Quién vigila a los
vigilantes?
En Kryptonita
no se trata de vigilantes, sino de vigilados. Lo corrobora la policía. La
película de Nicanor Loreti lo deja claro al situar a sus (anti)héroes como
prófugos constantes. Conforman una pandilla. Son delincuentes. Tal vez ladrones,
de cuño “Robin Hood”. Todo depende del cristal con el que se mire. Que este
“cristal” sea rápidamente ejemplificado con el ojo de un informativo
televisado, ya dice mucho. Es ése, de hecho, el lugar donde descansa la
propuesta: héroes, dioses, ladrones o lo que sea. Cuente la historia como usted
quiera, le dicen al doctor de guardia, un “nochero” anestesiado de pastillas y
cansancio. Como usted quiera, pero “existimos”.
Acá aparece el nodo, el
lugar donde la kryptonita se hace verdad y toda suposición fabulesca cede.
Vuelos, súper fuerza, habilidad mental o anillo poderoso. Todo eso podría ser,
pero lo que imbatiblemente es, es que estos tipos existen: armados, de habla
atropellada, bravucones, matones, pendencieros, violentos. Vienen de ese otro mundo
o lugar del cual, ladinamente, las noticias dicen saber cómo es. Un mundo
alterno que está ahí nomás, a la vuelta, al cruzar esa otra calle.
Si Superman hubiese caído con
su nave por allá, ¿cómo hubiese sido la historia?
Como se trata de una
suposición (el What if…? de los cómics
Marvel, los Elseworlds de DC; cuyas
argucias Oyola y Loreti saben), la película juega con ella y se vale de
recursos lábiles, como el que supone el efecto sonoro que daría cuenta de la
rapidez del Ráfaga (Diego Cremonesi), capaz de aparecer “rápido” por uno de los
costados de cuadro. ¿Veloz o no? Algo que vale mucho más que cualquier efecto
especial. Porque no se trata de hacer volar a nadie, sino de acercar este tipo
de personajes a una estética acorde con un presupuesto exiguo, lejano de
cualquier superproducción. El superhéroe es un personaje del mainstream. Kryptonita es su reverso.
De todos modos, hay momentos
para el despliegue. Un nexo estético cercano al Sin City de Robert Rodríguez campea. Tal vez falte un desborde más
acorde con Diablo (2011), la ópera
prima imbatible de Loreti, con sangre que salpique. Las piñas con la policía no
son de lo mejor, pero lo que importa es que están. También porque el espíritu
mayor que circunda el asunto es el cine de John Carpenter, la música de Darío
Georges lo refiere, con Asalto al
precinto 13 como escenario cinéfilo ideal.
Por las dudas, y si no queda
claro, estos súper amigos tendrán que esperar al amanecer para que su líder
recobre fuerzas. La policía los quiere reventar. Y uno de los que anda detrás
de esto es Corona (Diego Capusotto), un Guasón vernáculo con dos momentos estelares
en la película. El primero, para lucimiento del actor y la curiosidad del
espectador. El segundo, eso sí, es el mejor. Porque es el mismo cuadro de cine
el que conjuga al villano con el policía. Los dos a la vez, lamentando lo que
finalmente sucede. Juntos por estar, precisamente, de acuerdo. Quieren lo
mismo. ¿Por qué?
Entre la galería de
personajes, habrá que encontrar lugar de preferencia para la
Lady Di de Lautaro Delgado. Su versión
travesti de Mujer Maravilla es un hallazgo, más aún al sostener varias escenas
donde hace comulgar sensibilidad, orgullo, y amor por Nafta Súper (Juan
Palomino). En este sentido, gran parte de Kryptonita
se construye desde la sumatoria de recuerdos sentidos, de fragmentos heridos.
Algo que, por momentos, parece abismar al film así como demorar sus momentos
más explosivos.
Pero, se decía, lo que
importa es que las piñas están dirigidas de modo eficaz. Y que no se trata de
una victoria final sino, en todo caso, de supervivencia. Policía, medios de
comunicación y villanos (de traje multicolor, pero trajes al fin) continuarán
con su tarea común. Mientras, una diadema culmina el relato y repara en lo que
de veras importa: una niña de mirada libre, sin prejuicios, que se sabe
princesa. En ella todo es verdad. ¿Cuándo fue que se perdió esa inocencia?
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