Las películas que venden muñequitos
Con un relato sostenido, la nueva entrega de Star Wars reinicia la franquicia sin novedades. J.J. Abrams y la mirada que se espeja. La nostalgia como vehículo comercial. El cine de la infancia y el cine infantil.
Star Wars: El despertar de la fuerza
(Star Wars: The Force
Awakens)
EE.UU., 2015
Dirección: J.J. Abrams. Guión: Lawrence Kasdan, J.J. Abrams, Michael Arndt. Fotografía: Dan Mindel. Música: John Williams. Montaje:
Maryann Brandon, Mary Jo Markey. Reparto: Harrison Ford, Mark Hamill, Carrie Fisher,
Adam Driver, Daisy Ridley, John Boyega, Oscar Isaac, Lupita Nyong'o. Duración: 135 minutos.
6
(seis) puntos
Signo del Hollywood de estos
días, la relación infantiloide que prima no podía dejar fuera la puesta al día
de una de sus marcas registradas. De este modo, y a la par de otras incursiones
–entre las que destella la miríada de títulos Marvel-, Disney pega otro
batacazo y cumple cada vez más el rol de aquella compañía financiera que Mel
Brooks bautizara –proféticamente, en La
última locura de Mel Brooks- como “Abarca y Devora”.
Antes bien, es justo señalar
que J.J. Abrams es uno de los nombres mejores para pensar el vínculo imbricado,
de cuño transmedia, entre la televisión y el cine. Su predilección por los
mundos paralelos, los universos superpuestos, han permeado esta relación –desde
siempre antitética, ahora medular- para reformular el relato clásico en
términos audiovisuales.
Desde que sus héroes pisaron
esa isla de tiempos perdidos en la serie Lost,
el cine sintió el cimbronazo y quedó herido. Cineastas, intérpretes y técnicos,
se fueron para el lado televisivo. Y Abrams, formado a su vez desde el cine y
las películas televisadas, se fue también para el cine. ¿Qué es lo que define a
uno y otro lado? Es algo que importa, parece, cada vez menos. Así, el
director/productor ha logrado que el robotito rojo de su compañía (Bad Robot)
esté presente de modo indistinto.
En otras palabras, su
filmografía destaca por hacer patente el diálogo con lo visto o sucedido, en
ese pretérito que es la infancia, contenido en películas y series. Súper 8 (2011) es la que mejor lo
expresa, al dar cuerpo a esa pasión de cine que nacía al amparo de lo que se
veía. De manera evidente, la tercera entrega de Misión: Imposible o el díptico Star
Trek lo confirman, al re-filmar en pantalla grande lo que habitaba la
pantalla chica. En todo caso, los mundos alternos son esos universos que los
relatos enhebran, que habitan con uno en la forma indefinida de “infancia”, y
que Abrams sabe cómo “rebootear” o revivir para, de paso, hacer lo que le
gusta.
El caso Star Wars, por eso, es otra vez lo mismo. De nuevo lo que se había
visto. No habrá, en este sentido, novedades que realmente infrinjan lo que todo
espectador sabe, sino golpes de efecto que, eso sí, espejan lo sucedido para
barajar y dar de nuevo. Espejar es atravesar la imagen desdoblada, aceptar un
reflejo invertido. Procedimiento empleado en Star Trek, Lost, Fringe y, desde ya, en Star Wars.
Ahora bien, así como con Star Trek, lo que Abrams practica en Star Wars es también una remake, provista de todos los lugares
comunes y previsibles, establecidos a lo largo de una saga que, si se detiene
uno en la primigenia película de 1977, también ésta era conciente de tal
premisa. Pero sin gozar del reconocimiento institucional actual, filmada a la
par del desaire de los grandes estudios.
De acuerdo con esta línea,
George Lucas fue un cineasta capaz de refundir aspectos presentes en los westerns,
la space opera y la historieta, con Flash Gordon como guía. Le añadió, a su
vez, una intuición de futuro sucio, viejo, que provenía de su anterior THX 1138 (1971), profético de cara a la ciencia
ficción del cine posterior.
Abrams dice proseguir, voluntariamente,
este camino, pero lo que de veras hace es mentir de modo disimulado, para
disfrazar el rumbo del cine del nuevo siglo, digital y sin sonido de película
que se proyecta. Su nueva Star Wars
se asemeja de modo epidérmico a la trilogía original, a aquello que,
fatalmente, ha sido. Que Abrams diga filmar en celuloide no devuelve la vieja
experiencia, tampoco los muñecos o actores enfundados en trajes peludos. Lo que
sucede, en todo caso, es un eco que podrá despertar cierta nostalgia, pero que
contradice las motivaciones mismas de las películas de Lucas. En otras
palabras, si lo que Hollywood tiene hoy para ofrecer es una versión remozada de
La guerra de las galaxias –ese título
cada vez menos recordado en la distribución local-, lo que culmina por sobresalir
es el artificio de un comercio que, se decía, sólo abarca y devora.
Al seguir este planteo, lo
que aparece es la revalorización de la nueva trilogía de George Lucas, la
conocida como Episodios 1, 2 y 3. Se
la ha atacado y menospreciado de modo progresivo. En muchos aspectos, con
razón. Pero hay algo que allí sucedía, de manera acorde con las películas de
origen: Lucas trabaja desde el adelanto tecnológico, con un cine que está
mirando al futuro. Episodio 2: El ataque
de los clones, de 2002, fue la primera película digital de la historia, que
prescindió del celuloide para su rodaje. Mientras el episodio anterior
incorporaba por primera vez un personaje enteramente digital. Ése es el camino
que Lucas promovió con sus películas, con bastiones logrados en la
profesionalización de los efectos especiales y digitales, más el acento en el
cuidado del área de sonido, tradicionalmente desatendido en las salas de
proyección.
La nueva Star Wars ya tiene todo esto a favor, y
lo que hace –¿podría haber sido diferente?- es reiterar lo siempre mismo. Se
podrá decir que el mito retorna, que es invariable y tantas otras cosas, pero
lo cierto también es que la lógica comercial que promueve Hollywood se ha
vuelto tan cerrada, que las grietas por donde podría filtrarse cierta
espontaneidad están cada vez más soterradas. De acuerdo, Abrams aporta un
relato sostenido, encendido, que guarda ciertas sorpresas y eso, en un cine
eminentemente narrativo, no es poca cosa.
Pero también habrá que
pensar que el desarrollo argumental tiene puntos flacos hacia su mitad, en
donde la incredulidad debe estar muy suspendida para permitir que el film
prosiga. Junto a una secuencia de clara recreación nacionalsocialista, en clave
iconográfica con sesgo terrorista, lo que hace que el film respire algo de lo
que resuena por estos días. La “resistencia”, está claro, no es otra cosa más
que una marca registrada Disney.
Y sí, por qué no, también
celebrar que esos personajes que el espectador vio, hace mucho tiempo en esa
galaxia lejana de nombre infancia, todavía están y respiran. Algo es algo, bastante
irresistible, si bien fugaz.
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