jueves, 28 de enero de 2016

Secretos de una obsesión (2015, Billy Ray)



Miradas cómplices y justicieras

Con un recorrido que alterna flashbacks, la remake de la película de Campanella es una película previsible, de final consensuado. La justicia por mano propia y su legitimación.


Secretos de una obsesión
(Secret in Their Eyes)
(Estados Unidos/2015) Dirección: Billy Ray. Guión: Billy Ray, basado en El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella. Fotografía: Danny Moder. Montaje: Jim Page. Música: Emilio Kauderer. Reparto: Chiwetel Ejiofor, Nicole Kidman, Julia Roberts, Dean Norris, Michael Kelly, Joe Cole, Zoe Graham, Alfred Molina. Duración: 111 minutos.
4 (cuatro) puntos

Por Leandro Arteaga


La demorada remake de la argentina El secreto de sus ojos se estrena con mismo título en inglés y nombre parecido al de otras películas. El film de Juan José Campanella se suma, así, a otros que han dado este salto raro, supuesto por el reconocimiento tácito que implica, hacia el público (no sólo) norteamericano, una película “extranjera”.
De todos modos, El secreto de sus ojos tenía valuarte distintivo para este interés potencial: intriga, golpes de efecto, un amor desencontrado, vueltas de tuerca, dupla investigadora. El Oscar se ocupó de rotularlo.
Está claro que la versión nueva debe ser pensada desde el paradigma supuesto por el cine estadounidense, con sus códigos, valores morales, formas estéticas. Las remakes, por eso, son parte intrínseca al cine de Hollywood, desde siempre. Igualmente, el vínculo con la película precedente es acá menester porque, inversamente pensado, es el cine de Campanella el que se sitúa de modo cercano, afín, al de Hollywood. No es una apreciación que haga mella en sus películas. Lo corrobora su trayectoria de trabajo, en una y otra cinematografías.
Lo que ofrece Secretos de una obsesión, mutatis mutandis, es una historia de suspenso de raigambre similar a la de tantas otras, pero con foco en la cacería terrorista desatada tras el 11-S. La triada la componen dos policías del FBI (Chiwetel Ejiofor y Julia Roberts) y una fiscal (Nicole Kidman), trenzados en la vigilancia de una mezquita, donde aparecerá el cadáver de la hija de la oficial. A partir de allí, la bisagra estará dada por la revelación que circunda al sospechoso principal, capaz de poner en jaque el funcionamiento mismo de esta agencia, dedicada a sostener la seguridad ciudadana.
El devenir del film lo sitúa de manera inmediatamente mediocre. Sus primeros minutos bastan para caracterizar de modo superficial sus personajes. El montaje los organiza entre flashbacks que “explican” lo que pasó trece años antes. Todo es tan previsible. Con planos correctamente encuadrados, sin nada fuera de lugar. Si hay algo que acá no cabe es la duda. Nada de claroscuros. Podrá ser un film más o menos policial, pero no tiene nada de cine negro; en otras palabras, Secretos de una obsesión no asume al crimen como su esencia.
Aunque será también justo destacar que algunas grietas hay, y que si la película del director Billy Ray hubiese elegido descansar en ellas, habría sido algo diferente. De acuerdo con ello, la “obsesión” elegida para el título aparece de manera indistinta en los dos agentes del FBI, hasta llevar al bueno de Ray (Ejiofor) a perpetrar una cacería incansable, tras observar durante días y años miles de miles de fotografías en las que ubicar al asesino fugitivo.
Pero este caza-terroristas no es alguien a quien le tiemble el dedo ni la pericia en cuanto a equívocos. Si algo así sucede en la película, inmediatamente será remendado. El contrapunto lo aporta el agente Bumpy (Francella en versión Dean Norris), con algunos chascarrillos, buenazo como pocos. A la par del otro eje fundamental que significa la relación entre Ray y Claire (Kidman), si bien incapaz de despertar un mínimo de atracción mutua, tan frígidos como se muestran ambos personajes.
En última instancia, la fricción mayor estriba entre el proceder burocrático de una agencia gubernamental –supeditada a la caza del terrorista- y la obsesión de un policía que la contradice. Si la película lo hubiese profundizado, habría sido otra. Lo único que hace es mencionarlo a la manera de un problema operativo.
Pero mejor pasar rápido al desenlace, que es allí donde se rubrica el asunto, ya que todo aquel que haya visto el film original lo sabe. Antes bien, será mejor recordar que muy pocos fueron los que prefirieron observar críticamente el film de Campanella, antes que adherir a la pasión de multitudes y los millones de espectadores. Lo que se criticó –sin ir más lejos en este propio diario, en la nota correspondiente de Emilio Bellon– fue la adhesión a una tortura recíproca, al “ojo por ojo” ante el cual el personaje de Ricardo Darín hacía la vista miope.
Esta decisión argumental –que oficiaba como vuelta de tuerca– no era menor, tratándose de un hecho vinculado con el terrorismo de estado argentino. Algo que terminó por emparentar la película con la mirada exótica que el actor Robert Duvall practicara en su Assassination Tango (2002), donde un hitman era contratado para liquidar a un militar local. Ahora bien, mientras en el desenlace de Campanella, Darín elige “no mirar”, en la película reciente son todos los protagonistas los que se miran y deciden que sí, que está bien, que hay que darle un final al asunto.
Estas miradas cómplices, que encubren, podrían recordar otras, como las de la ejemplar Río místico (2003), de Clint Eastwood: luego del crimen, los implicados se confirman en un secreto compartido, que es la tierra bajo la alfombra de los desfiles patriotas y los fuegos artificiales. A diferencia de esta mirada irónica, que bebe del mejor cine negro (porque asume, justamente, al crimen como esencia de una sociedad caída), en Secretos de una obsesión hay una legitimación del hecho, una necesidad inmanente que lleva a los personajes a su consumación.
Este clímax inevitable, que el cine norteamericano enseña desde el western para acá, no es necesariamente reaccionario. La cuestión está en cuál es la mirada puesta en juego, en cómo se articulan las piezas para el logro de esta totalidad que la película es. En este sentido, todo lo que sucede en Secretos de una obsesión está orientado hacia la justificación de su desenlace. Cuando se dispara la bala final, el espectador ha sido informado y convencido de que el proceder de los personajes es el que debe ser.
Por las dudas, prestar atención a Reg (Michael Kelly), el policía que sabe cómo ser odioso, el que oculta las pistas que incriminan, el que entenderá cuándo y cómo –vía guión– ser redimido. Porque, se decía, esto no es cine negro. Si fuera cine negro, la policía sería corrupta. Y que quede claro, el cine negro tiene su origen y grandes ejemplos en Hollywood. No se trata de buscar rencilla con películas de otra procedencia.

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