Una película que respira mucho cine
Un desborde que es puesta en escena, conciente de cine. El dinero como móvil y nudo de corrupción. La simpatía por los villanos. Una de las mejores películas de su director, Martin Scorsese, nominada al premio Oscar.
Por Leandro Arteaga
El inicio de El lobo de Wall Street ya es para el impacto, desde el surco que
traza entre lo risible y el espanto. Allí va a parar el espectador, entre el
desenfreno de los protagonistas y lo aborrecible de sus actos: diversión a
partir de dardos humanos. El movimiento se detiene, la voz en off aparece, el
relato se articula.
A sumergirse, entonces, en la vida
y obra de Jordan Belfort, figura legendaria y verídica del mundo de las
finanzas, encarnación palpable del self-made
man americano, pastor de sus verdades, maestro de la retórica, capaz de
hacer creer que algo como la inversión confiable existe, mientras llena los
bolsillos propios y los de su rebaño, merced a una impunidad casi legítima, que
a nadie preocupa.
Todo esto a nivel superficie, que
puede decirse rápidamente desde la sinopsis argumental, porque lo mayor es
cuando el cine se sabe cine. Y acá, justamente, hay obra mayúscula. Es decir,
las memorias de Belfort (un inigualable Leonardo DiCaprio) son excusa más que
suficiente para que Martin Scorsese ahonde en un montaje fragmentado, de falsos
raccords, con idas y vueltas
temporales, contagiado de una sobredosis que no significa necesariamente mayor
vértigo. En este sentido, y luego de drogarse con píldoras suficientes, el slow-motion practicado por DiCaprio será
plano secuencia: un momento de letargo, sin montaje, de plano que acompaña las
torpezas lentas del actor para subir al automóvil y conducir. Pero cuidado, lo
visto no es lo que parece porque la memoria, se sabe, acomoda las más de las
veces como mejor le conviene. Y el cine, se sabe, puede hacer creer cualquier
cosa.
Para llegar a este momento, primero
se atravesaron cambios de registro continuos, utilización de material de
archivos con texturas diversas, voces en off encontradas, espejadas: la misma
escena puede contener lo que piensa Belfort pero también su contraparte;
entonces, ¿quién cuenta cuál historia? ¿Desde dónde? Si el procedimiento evoca
el cine del gran Joseph Mankiewicz (La
malvada, La condesa descalza), lo
hace en tanto diálogo cinéfilo que es costumbre en las películas de Scorsese.
Por ello, Belfort como corolario de Charles Foster Kane, sea por el parecido
acentuado entre sus rostros (DiCaprio y Welles), sea por la referencia en clave
que esconde la fiesta orgiástica con la que Belfort recibe a sus empleados:
Kane hace lo mismo para la conformación -mucho dinero mediante- de su equipo periodístico,
entre baile y bailarinas. Las angulaciones de cámara recuerdan El ciudadano, y hacen atravesar como
suspiro bello la admiración de Scorsese por Orson Welles.
Pero uno de los mejores recursos
hace pie en Alfred Hitchcock. Inútilmente se ha discutido acerca de la simpatía
que El lobo de Wall Street provoca
hacia sus personajes detestables. Mejor será pensar por qué los espectadores se
saben fascinados. Pliego moral que el maestro del suspense sabía convocar,
mientras el espectador aceptaba de buen grado los cadáveres escondidos, los
despistes policiales, los mirones furtivos, los deseos más perversos. Lograr
eso es hacer cine. Y Scorsese, como Hitchcock, es cineasta. Además, ¿no eran ya
igualmente atractivos los actos asesinos de Buenos
muchachos o la insanía del Travis Bickle de Taxi Driver?
Por eso, las tres horas del film
son un fresco disfrutable, que dura de manera prolongada porque así de
demasiada es la vida de este millonario sin freno o escrúpulos. ¿Cómo filmar
menos? Lo increíble es que la película no dure más. Mientras tanto, son estos
"excesos" los que están por estos días provocando malestar en países
de Asia y África, repartidos entre censuras y prohibición de su estreno.
Mientras el Belfort de DiCaprio se
da licencia para perder el conocimiento, por drogarse de manera ilimitada,
permitiéndose hacer cualquier cosa, aún las que su inconciente dicte, lo que el
film de Scorsese dibuja es un fuera de campo enorme. Lo conforman las voces de
quienes atienden el otro lado del teléfono, víctimas de la danza numérica de
las acciones en bolsa, los afectados por el dinero sin fin de quienes tienen y
quieren más. "Fuck USA!"
grita Donnie (Jonah Hill), mano derecha de Belfort, mientras incendia
documentos y se orina sobre ellos. Gángsters de procedimientos diferentes, dijo
Scorsese.
A propósito, si Joe Pesci fue el
contrapunto perfecto para De Niro en Toro
salvaje o Casino, Jonah Hill lo
es para DiCaprio. Vale decir, Jonah Hill es el nuevo Pesci de Scorsese: sin la
iracundia frontal del primero, ahora ladino, detestable, rastrero.
El lobo de Wall Street respira cine por todos sus costados. Tiene
una mirada despiadada sobre lo que ya es una característica social, las más de
las veces asumida, sufrida: la impunidad del que tiene más, el desprecio sobre
el que tiene menos. Una catarata de vejámenes atraviesa la película, son los
que sustentan el auto caro de la empleada alguna vez pobre, quien llora de
agradecimientos a su mentor, en uno de los momentos más patéticos, evangelistas
y brillantes del último cine. Mentor o pastor, quien terminará por obnubilar a
la masa con el poder de una lapicera, su varita, secreto de la fórmula feliz,
la buena vida.
Un desenlace amargo que
seguramente estará lejos de la preferencia de los premios Oscar, aún cuando el
film de Scorsese tenga cinco nominaciones en los rubros principales. No tiene
temor de ser políticamente incorrecto (DiCaprio es su mejor exponente, con un
momento masoquista, con vela literalmente incluida, que habrá de pasar a ser
recuerdo antológico dentro del trayecto de este cada vez mejor actor), ni de
mostrar las bajezas a las que muchos llegan, con la banderita del país como su
estandarte.
Las representaciones de orgías y
demás situaciones violentas -de palabras, sobre todo- que en el film abundan,
debieran hacer pensar en cuándo el cine norteamericano dejó de concebirse de
manera plena, autoconciente, y qué intereses le rondan como para seguir siendo
lo olvidable que hoy es. Martin Scorsese aparece todavía como un último clásico
moderno, sensible a lo que le rodea, esto es: al cine que se filma. Su película
puede, por eso, decir sobre esta época y dialogar con la misma historia del
cine. Tanto es su talento.
El lobo de
Wall Street
(The Wolf
of Wall Street)
EE.UU.,
2013. Dirección: Martin Scorsese. Guión: Terence Winter, basado en el
libro de Jordan Belfort. Fotografía: Rodrigo Prieto. Reparto: Leonardo
DiCaprio, Jonah Hill, Margot Robbie,
Matthew McConaughey, Kyle Chandler, Rob Reiner, Jean Dujardin, Joanna
Lumley. Duración: 180 minutos.
Salas: Village, Showcase
Puntos: 10 (diez).
1 comentario:
Una excelente película de Scorsese que te entretiene de principio a fin, aunque un poco lenta al final.Thomas Middleditch pudo haber sido más epxlotado, una lástima para el protagonista de Silicon Valley.
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