viernes, 31 de enero de 2014

Tríptico Perrone: Luján, Los actos cotidianos, Al final la vida sigue, igual (2009, 2010)


Historias que se pueden tocar


La poética de este director fundamental es la de un mundo de cine. Hundirse en él es para afectarse de una sensibilidad cercana, a veces insoportable. Los tres títulos de acceso gratuito en la web, tres variaciones sobre Ituzaingó.

Por Leandro Arteaga

La oportunidad de acercarse al cine de Raúl Perrone es fundamental. Porque se trata de una figura de raigambre para la comprensión del devenir cinematográfico local, todavía antes del fenómeno que se denominaría "Nuevo cine argentino". Perrone ha manifestado una temprana comprensión, y consecuente puesta en práctica, de las posibilidades cinematográficas del momento: técnicas, temáticas, estéticas. Ituzaingó ha oficiado como su locación esencial, como su espacio que recrear, hurgar, filmar, narrar. En otras palabras, Ituzaingó como un estado de ánimo, instalado a partir de una trilogía hoy señera: Labios de churrasco (1994), Graciadió (1997), 5 pal'peso (1998).
Su ritmo de producción le ha llevado a un rodaje de, prácticamente, dos películas por año. Trayectoria que, entre otros premios, le ha significado la distinción como Mejor Director dentro de la Selección Oficial Argentina del Bafici 2013, por su film P3ND3JO5. Sus películas no aparecen en la cartelera comercial, muy raramente en algunos videoclubes, y solamente en ciertas señales televisivas con criterio de cine. P3ND3JO5, afortunadamente, sí pudo verse en la edición local del Bafici. Perrone, además, es alguien que detesta el ambiente de cualquier festival de cine. Prefiere filmar.
De manera tal que la posibilidad abierta, de acceso libre y gratuito, del portal web de El Cairo Cine Público, http://www.elcairocinepublico.gob.ar/, es para resaltar. Entre los ciclos de cine que la novedosa vía web de la entidad ofrece, destaca el denominado "Tríptico de Raúl Perrone", conformado por Luján (2009), Los actos cotidianos (2009), Al final la vida sigue, igual (2010). Los actos cotidianos participó en la Competencia Argentina del Bafici, mientras que Al final la vida sigue, igual se dio en carácter de estreno internacional en la Semana de la Crítica Fipresci 2011.
Tres películas que son una sola, así como tres variaciones sobre un mismo tema o lienzo: Ituzaingó como fondo, paisaje y escenario, con sus personajes allí delineados. Lo que aparece es una mirada desesperada, bella, abúlica. Ituzaingó es el lugar adecuado porque puede ser tan maleable como el realizador quiera. Es decir, el nombre es apenas referencia; la cámara practica un recorte desde el cual, además de localizar físicamente, redimensiona vía montaje. Así, Ituzaingó es tan grande como igual de pequeño. Puede ser el interior de una casa, sus puertas internas, la pared descascarada, el rostro en un primer plano, y la suma de todo ello.
Desde una comprensión general, el tríptico de Perrone responde a mismas premisas: planos fijos, de una composición atenta a lo que les rodea: líneas y puntos y movimientos que desplazan internamente pero nunca desde la cámara, siempre quieta. Hay un desglose de los espacios que les interconecta, elipsis mediante, cuando uno de los personajes visita un lugar que no es el propio. Un entramado de puertas adentro, laberíntico y permanente, algo agobiante.
Tal permanencia oficia como en el cine de Yasujiro Ozu: las historias suceden mientras un árbol yergue su figura con sus siglos precedentes y por venir. Como en cualquiera de los films referidos, donde la rajadura de la pared que todavía se sostiene, que ha conocido otras historias de vida, asiste impasible a lo que acontece, como hecho finalmente pretérito. Escenario de múltiples situaciones, Ituzaingó es un concepto que esconde simultaneidades, apenas esbozadas por el fuera de campo sonoro: hay gritos, ruidos, juegos, disparos, ¿quiénes?, ¿de dónde?, ¿por qué?
Desde lo particular, Luján es título y nombre del personaje: alguien cuya mucha vida le lleva a vivir ya lejos de su familia, catorce hijos, los nombres todavía en los labios. Vive en casa ajena, paga el hospedaje con trabajitos internos, visita al amigo albañil; una rutina de días se dibuja desde la luz de la mañana, el nombre del loro, la comida de los peces, y los fantasmas de lo que ya no es. La desilusión aparece por momentos, casi se esfuma, pero está. Y lo genial es cómo lo que pasa es cierto pero tampoco. Luján es Luján, nadie más podría serlo. Perrone lo captura, lo filma, le pide con la cámara que diga, y lo que sucede estremece. Ni qué decir cuando la mesa de familia habla de él, delante suyo, como si fuese el ausente presente, de quien no hay que cuidar qué decir porque, total, ¿qué va a decir?
Los actos cotidianos ofrece, quizás de manera insistente, una figura retórica que es nudo, contención, de lo que sus personajes atraviesan. Es la jaula del pájaro. A la manera de unas muñecas rusas: la casita del pájaro dentro de la casa mayor. La jaula más grande de la cual nadie sale, tampoco la cámara. Sólo hay un momento, que tendrá que ver con volver corriendo, adentro, con algo entre las manos, con el pájaro que encerrar. Mientras tanto, los diálogos dejan entrever sensaciones, problemas, separaciones, hijos que cuidar. Desde este lugar, así como en Luján, lo que sucede se tiñe de imprecisión y sin embargo no. Increíblemente funciona. No se sabe demasiado bien hacia dónde conduce lo que se dice, con réplicas atentas al mensaje del celular o el cigarrillo encendido, pero sin embargo se comprende. Tal como en tantas situaciones cotidianas, donde los puntos suspensivos dejan espacio suficiente que completar. Mejor todavía cuando el interlocutor elegido es un niño, la espontaneidad es allí mayúscula. La cámara, paciente, observa y decide, luego, dónde cortar.
Los primeros planos aparecen en Al final la vida sigue, igual, como elección que atina a suspender lo que misteriosamente dicen los rostros elegidos. Hay personajes reiterados, continuados, respecto del film anterior, pero desde otras aristas, caleidoscópicas, como un tapiz de yuxtaposiciones donde se vislumbra, por fin, un ánimo desteñido. Cuando se arriba allí, hay sin embargo alternativas con las que paliarlo: hay metegol, hay birra, hay relatos que recuerden las salidas con los pibes y las pibas. Tanto para el que las dice como, sobre todo, para quien las escucha. Muchos cigarrillos esconden, menos mal, lo que las manos podrían llegar a desocultar. El rostro de quienes fuman aparece, las más de las veces, como máscaras de ocasión: mirar para otro lado porque hay que soplar el humo, con la preocupación vuelta mímica, tantas veces reiterada.
En otras palabras y de manera genérica, la trilogía de Raúl Perrone es la posibilidad de dejarse afectar por un mundo de cine profundamente personal, autoral, trascendente, que piensa el tiempo porque lo deja transcurrir y, cuando hay montaje, lo altera para profundizar en su misterio. A la vez, quienes quedan allí capturados son sus personajes, esas personas que aceptan ser registradas en su intimidad, en su alma, con la rajadura de pared que dice lo que nadie más puede. El espectador, claro, también queda sujeto de alguna de estas muchas telarañas.
 

Código Sombra: Jack Ryan (2014, Kenneth Branagh)


Cine a la sombra de la Casa Blanca


La presencia de Kenneth Branagh, como realizador y actor, hacía prever algo mejor para el periplo deslucido del agente Jack Ryan. Obediente, héroe ejemplar, sumiso y buen marido. Nada de ironía para una trama de espionaje insípido.

Por Leandro Arteaga

Otra película con Jack Ryan como personaje, y otro actor para sobrellevarlo: Chris Pine, quien suma su nombre a la lista que incluye a Harrison Ford, Ben Affleck, Alec Baldwin. De entre todas estas películas, el cronista elige La caza del Octubre Rojo, de John McTiernan, con una sensibilidad fría justa, submarino de por medio, Sean Connery al mando, y Jack Ryan de manera secundaria. Como dato de color, recordar que de Juego de patriotas, con Ford, Quentin Tarantino supo decir que a su director --Phillip Noyce- mejor sería encerrarlo en una isla para que no volviese a filmar.
Ahora bien, ¿qué decir de Jack Ryan? Que es un personaje cuanto menos aburridísimo, poseedor de todos los elementos que hacen a la imaginería más reaccionaria: agente de la CIA, marido ejemplar, cumplidor de los deberes, etc. Por lo menos, señalar que la pluma serial de Tom Clancy --creador literario del personaje- se manifestó de manera crítica hacia la invasión a Irak en el libro Battle Ready, con asesoría militar incluida. Nada novedoso, todo muy políticamente correcto, y con palabras públicas nada malévolas hacia la figura del entonces presidente George Bush.
Es decir, hay un abismo entre Clancy y la literatura de alguien como John le Carré, cuyos juegos de espionaje son un prisma laberíntico, capaz de una mirada de referencia para el abordaje de la Guerra Fría así como de los mecanismos espías en general. Para la herencia fílmica, hay un árbol de familia que enhebra la tranquilidad vieja de George Smiley con la adrenalina de Jason Bourne pasando por el nuevo Bond hasta llegar a un remozado Jack Ryan. ¿Que no se pueden hacer buenas películas con un personaje tan maniqueo como Ryan? Como botón de muestra, uno ejemplar: Kiss Me Deadly (1955), de Robert Aldrich, a partir del Mike Hammer de Mickey Spillane, a quien Aldrich --perseguido por el macarthismo- aborrecía.
Todo esto porque se trata, en última instancia, de una película de Kenneth Branagh, quien refiere, por asociación, transposiciones de Shakespeare (Enrique V, Mucho ruido y pocas nueces, Hamlet), así como al Frankenstein de Mary Shelley, más un recordado thriller como Volver a morir (1991) o la notable Los amigos de Peter (1992). Es cierto, también filmó Thor y ahora está en el medio de una versión de Cenicienta. También es verdad que encarnó a un Kurt Wallander magnífico para la televisión. Pero lo de Jack Ryan es patético.
El gesto cinematográfico, que es mandato, parece que lo impuso el premio Oscar a la película Argo, otorgado de manera literal -con emisión televisiva mundial- por la Casa Blanca. Mismo síndrome genuflexo que asume el Ryan de Branagh. La justificación no es el personaje, sino que la prueba que acusa es la película en sí misma. Su resolución argumental, de hecho, es orgullosamente lamentable, explícita, de adorador que mira y toca, por fin, a la materialización de sus amores: a acomodarse el nudo de la corbata porque, ahora sí, lo que espera es el apretón de manos presidencial. Ningún nervio mayor que éste.
Lo que el espectador aguarda, mientras tanto y por lo menos, es algo de ironía. Más aún cuando los primeros treinta minutos predisponen con este ánimo y la mano de Branagh asoma. Ryan es joven -y reinicia de paso la franquicia, sin libro de Clancy como fuente y, parece, sin secuela prevista-, asiste impávido al 11-S, se alista como marine, salva compañeros, y será vuelto al ruedo a partir de la manipulación entre sombras con que le vigila Kevin Costner, un militar que sabe cómo, por ejemplo, robar un perro como falso señuelo. Ryan, entonces, será elegido como agente secreto.
Sus habilidades atenderán al juego numérico de las oscilaciones entre valores y cotizaciones. Hasta que aparece algo raro, el niño precoz lo detecta, y la pesquisa lo lleva hasta Rusia, para dar con el paradero del malo mayor. Resulta que un nuevo ruso (Branagh) quiere hacer de las suyas y devaluar la moneda norteamericana. La manera que elige Branagh para introducirse a sí mismo es mediante el escorzo, drogadicto, irascible y asesino con el enfermero. Como todo villano lo debe ser. Hasta acá, todo bien. Más todavía con la visita guiada que a Ryan le espera en Moscú, con pelea asesina en la habitación de hotel.
Pero en medio de ello, el agente debe lidiar con su insulsa prometida (Keira Knightley), tan insoportable como para irse hasta la habitación del hotel ruso a exigir explicaciones sobre tardanzas, cambio de planes y qué es lo que me estás ocultando. Una vez allí, Ryan no sólo le confiesa quién es, sino que acontece uno de los momentos más idiotas de todo el cine: -Soy agente de la CIA (cabizbajo, arrodillado). -¡Gracias! ¡Pensé que me estabas engañando! (sonriendo, lo abraza).
Ojo que lo predicho ya no tiene nada de ironía, sino que a partir de allí el film de Branagh atraviesa todas las tonterías mayores, asume lo que predica, con un montaje paralelo que es refrito de cualquier otra película mejor, procurando una convergencia de acciones que es todavía más ridícula que la propuesta por el desenlace de Argo.
Por ejemplo: mientras la cena sucede, y la Knightley entretiene a Cherevin, el ruso loco, Ryan se mete en sus dependencias para hurtar los secretos guardados en la laptop que descansa bajo quinientas llaves electrónicas. El desarrollo de la acción es tan inverosímil que bien habría hecho el film en asumirse desde este lugar, bien lejos de la solemnidad. Desde luego que aquí no hay nada parecido a esa puesta en peligro, perversa, a la que Cary Grant sometía a su amor, Ingrid Bergman, en Tuyo es mi corazón, de Hitchcock (o James Stewart a Grace Kelly, en La ventana indiscreta). Mientras el suspense hitchcockiano es puesta en escena, el peligro vivido por la mujer de Ryan es el de la noviecita atada a las vías del tren. ¿Quién llega primero al rescate?
La interpretación misma de Chris Pine (el nuevo Jim Kirk de Star Trek) es la de un armario en movimiento, inexpresivo y sumiso. Tan obvio como para hacer temblar sus manos de miedo y, adiestramiento marine mediante, reaccionar después con los nervios del mejor acero: a los gritos y alertando: es decir, cuidado, no te metas con mi mujer porque te voy a matar, etc. A todo esto, la mujer es la Knightley, quien cuando sonríe la nariz se le arruga raro. Ni eso. 

Código Sombra: Jack Ryan
(Jack Ryan: Shadow Recruit)
EE.UU./Rusia, 2014 Dirección: Kenneth Branagh. Guión: Adam Cozad, David Koepp, basado en personajes de Tom Clancy. Fotografía: Haris Zambarloukos. Música: Patrick Doyle. Montaje: Martin Walsh. Reparto: Chris Pine, Kevin Costner, Keira Knightley, Kenneth Branagh. Duración: 105 minutos.
Salas: Monumental, Showcase, Sunstar, Village.
5 (cinco) puntos

domingo, 26 de enero de 2014

Germán Peralta Carrasoni: entrevista


Muertos vivos que caminan la ciudad


Germán Peralta no esconde su alegría de trabajar en lo que le gusta. Dibuja historietas, tiene primeras publicaciones, y asiste gráficamente a Eduardo Risso. Zombies y superhéroes, entre sus preferencias y miras profesionales.

Por Leandro Arteaga

La historieta que se realiza en Rosario conoce varias etapas y generaciones. Entre los dibujantes que están apareciendo, con un recorrido que asoma y despunta con miras mayores, figura el joven Germán Peralta Carrasoni. Hay un trayecto que ya lo refiere dentro del ámbito: diseñador de personajes e intermediador para trabajos de animación, muchos de ellos europeos, a la vez que ilustrador para el artista contemporáneo Adrián Villar Rojas, con quien hubo de participar en varias exposiciones: entre ellas, la bienal Documenta 13 en Kassel, Alemania, para el proyecto Return the World (2012); y en el Museo "MoMA PS1" de Nueva York, con The Innocence of Animals (2013).
Todo ello con el corolario que significa ser el actual asistente del insigne historietista Eduardo Risso, más publicaciones y proyectos que lo tienen como autor. Entre ellos, el que destaca como creación colectiva es revista Términus, a punto de conocer un nuevo número, mientras algunos de los anteriores ya se encuentran agotados y en etapa de reedición.
“En Términus estamos terminando el número 5, con el desenlace de varias historias, entre ellas la mía” señala Peralta a Rosario/12, al referirse a Individuo H, con guión de Ariel Grichener, una incursión apocalíptica entre ángeles, fuerzas militares, demonios, y un elegido que no sabe por qué lo es. “También publiqué algunas cosas en la Antología Zombi de Ovni Press, medio terroríficas, junto a Salvador Sanz y Renato Guedes, con quienes estamos haciendo una historia que pasa en Rosario y en San Pablo, con lo que decidimos traer a los zombies un poco más para el sur, ya que estamos acostumbrados a verlos siempre más arriba. Los guiones son míos y los dibujos que pueden verse en la Antología son de Guedes, que hizo cuatro páginas, más seis páginas mías. En verdad, es una especie de prólogo a algo más grande, que todavía estamos armando, de a poquito.”

-Que Ovni Press –licenciataria de The Walking Dead y Marvel en Argentina- apueste por historietas locales es un signo a favor.
-La idea de Ovni Press, por lo que sé, fue la de publicar una historia corta de Walking Dead, que terminó como disparador de una antología con varios autores. Durante una convención en Buenos Aires, donde estábamos Guedes y yo, nos contacta Matías Timarchi, el editor de Ovni, y nos propone publicar lo que ya estábamos subiendo al Facebook.
Vale señalar que Salvador Sanz (Legión, Angela Della Morte) es un nombre habitual en revista Fierro, con publicaciones en Europa y Estados Unidos, y que el brasileño Renato Guedes no sólo reparte su talento en revistas de DC y Marvel, sino que es considerado por el ámbito local como un rosarino más, tal es la asiduidad de sus visitas a la ciudad. Peralta reconoce que el momento decisivo para su trabajo lo constituye la tarea de asistencia a Eduardo Risso, sumando su nombre a una lista de notables cuyas primeras armas iniciaran también de esta manera: Marcelo Frusin, Leandro Fernández, Francisco Paronzini, David Alabarcéz, Maximiliano Bartomucci.
“Todo empezó cuando comencé a trabajar como asistente de Risso, si uno se animaba a decir que hacía cómics, eso sucedía hasta que lo conocés a Eduardo. Cuanto te pregunta ‘a ver, dame las páginas’, te sube una presión donde te das cuenta de que lo que hiciste era sólo un par de dibujos que encerraste en una viñeta”, comenta el historietista.

-Tiene una mirada muy crítica, ¿no?
-Creo que canta la justa, depende de cómo es uno y cómo uno se lo vaya a tomar. Si le vas a pedir que mire tu trabajo, esperando que te diga que “ya estás”, no tiene sentido. Mucha gente piensa que Eduardo es un puente para Marvel o DC, y en verdad lo que uno busca es una crítica, como ante cualquier editor, como los que vienen a Crack Bang Boom u otras convenciones. El objetivo es el de evolucionar en tu trabajo. En mi caso, no pienso que llegue a tener trabajo instantáneamente por el hecho de mostrar lo que hago, sino que lo que siempre espero es una crítica. Eduardo hace eso, si bien todos me comentan que yo lo agarré en su etapa más “buenito” (risas). La verdad que es alguien que siempre alienta. Puede que se me juzgue de reiterativo, pero no dejo de agradecer el impulso que permite gente como Eduardo o Guedes, porque es raro que un editor vea tu trabajo acá y te publique; sin el empuje de ellos, que es de alcance internacional, sería más difícil llegar.

-¿Lográs un equilibrio entre tus proyectos y la asistencia a Risso?
-Se complica un poco, pero en verdad no veo a ningún dibujante sin las ojeras tradicionales que todos tenemos.

-Si tenés que pensar en influencias o referentes, ¿cuáles son?
-Si bien las historias que estoy publicando no son de ese palo, me gustan los superhéroes, es con lo que me crié. Entre los dibujantes, quienes me gustan mucho son Paul Pope y Olivier Coipel; son distintos en lo que hacen, pero si hay algo que me gusta de los dos es ver cómo evolucionan y cambian su estilo. Jim Lee, por ejemplo, es buenísimo en lo que hace, y lo vi en una edad donde quise dibujar como él, pero también disfruto de un dibujante a quien a lo largo de los años ves cambiar su estilo, porque trata de llegar a algo que está intentando desde un principio. Es un poco lo que pasa en todo ámbito y en todas las artes, si uno se estanca se aburre. Esto es lo que quiero proponer en mi trabajo, y espero que algún día se note.

sábado, 25 de enero de 2014

Hilda Lizarazu: entrevista


Canciones como fotos de otra época


La noche se vestirá de música y recuerdos con la presencia de Man Ray. La voz de Hilda Lizarazu como lugar de encuentro para tantas canciones ya clásicas. Presencia estelar que se completa con la música de Rubén Goldín y Claudio Cardone.

Por Leandro Arteaga

El título "Noche de Vinilo" para la tercera de las noches de verano del Anfiteatro Humberto de Nito nunca fue más preciso. Será por el lema aquel que rezaba "el disco es cultura" que quienes crecieron azorados junto al otrora fascinante arte de tapa de tantos discos saben de qué se trata y no hace falta explicar. Ese algo añejo por el paso del tiempo pero sin embargo todavía en acto, porque ¿quién dijo que el vinilo desaparecía?. Sus surcos todavía laten y reproducen con el amor que ningún archivo comprimido puede.
Todo este embrollo sentimentaloide, del cual el cronista no quiere salirse, para la presentación nocturna que hoy tendrá cita en el Anfiteatro, a partir de las 21 y con entrada libre y gratuita, a través de las figuras de Claudio Cardone, Rubén Goldín y Man Ray. Todos partícipes de aquellas bateas gigantes, con muchísimos discos, que obligaban a cultivar el cuidado entre los escuchas: cómo guardarlos, limpiarlos, conservarlos. Para más datos, se sabe, recurrir al manifiesto que es la película Alta fidelidad (2000), de Stephen Frears.
Entonces, y como corolario feliz, algunas palabras con quien supo estar en escena entre varios de los capítulos felices del rock argentino. Porque Hilda Lizarazu es inevitablemente encantadora y su voz acompaña tantos momentos que, gracias a ella, no han sido fugaces sino parte intrínseca de lo que todavía se denomina pop. Es decir, el imaginario colectivo le ha hecho lugar y cuando de revisitar este mundo compartido se trata, el festejo tiene motivo, así como algo de melancolía, más la obligación feliz de tantos discos que volver a escuchar.
Man Ray, el dúo conformado por Lizarazu y Tito Losavio, volvió a los escenarios a partir del año pasado con disco nuevo y presentación en el Ateneo de Buenos Aires. La placa Purpurina es consecuencia de varios motivos: por un lado, porque varios de los discos de la banda están descatalogados, ya no figuran para su compra; y por otro, como oportunidad para volver al ruedo, casi como si de un capricho compartido -entre músicos y seguidores- se tratase, ya que disco próximo parece no habrá. Así, Purpurina es compilación de muchos de los temas incluidos en Hombre rayo (1991) y Perro de playa (1994), que definieran gran parte del ánimo musical de su época, más dos canciones nuevas y la reversión de Mañana campestre, de Arco Iris, con participación incluida de su autor, Gustavo Santaolalla.
 -¿Cómo estás viviendo este momento?
-De una manera muy especial, porque es una música que quiero mucho, que es parte de mi historia, y es por eso que estamos celebrando, tal como lo haremos este sábado en Rosario. Son canciones que hace mucho tiempo no tocábamos, así que será una reunión y una celebración a la vez, ¡bajo una bóveda estrellada!
-La versión de Mañana campestre la considero una canción nueva en sí, que suma, me parece, a cierta noción de reinvención, de "hacerlo otra vez”, también presente en Empezar de nuevo y Purpurina. ¿Puede ser?
-Bueno, en realidad reinventarse es también resignificarse. Cuando durante el 2013 regresamos con Tito Losavio, lo que hicimos fue resignificarnos como dúo, algo que nunca habíamos tenido tan en claro como hasta entonces. Somos un dúo musical con largos años de trayectoria, y ahora lo estamos viviendo como si fuese un reencuentro de amigos, reviviendo algunas canciones que a mucha gente le dieron felicidad, y por supuesto que a nosotros también. Estamos muy contentos con lo que está pasando.
-En una entrevista, Tito Losavio señalaba la música de Man Ray a la manera de "canciones en letargo", esperando por ser vueltas a interpretar.
-A mí me gusta recantarlas, reinterpretarlas, es como ponerse a mirar fotos de otra época, ¿viste?, y verte vos también en ellas. Soy la misma voz que está cantándolas pero con varios años de vida transcurridos, así que ello implica también más experiencia, más días de vida pasados, lo que lleva a que cada vez que se interpretan se lo haga de otra manera. Particularmente, disfruto de la música en general, y esta reunión con Man Ray nos pone en un lugar de festejo en el presente.
-Es un festejo entre ustedes, y también para el oyente, quien se reencuentra con una época que, vista a la distancia, Man Ray delineó.
-Siento también que muchas de las canciones siguen de cierta manera vigentes, ¿no? Siempre hemos utilizado sonidos bastante clásicos, no fuimos un grupo de moda en el sentido de las texturas, sino que el tipo de orquestación que usamos siempre fue lo clásico y básico del pop, lo que hizo que las canciones no perdieran mucha vigencia, y eso está bueno. Para mí es como cantar Buscando un símbolo de paz [NdR: canción de Charly García que Lizarazu versionara en Hormonal, su segundo disco solista], que la podés seguir cantando durante muchos años aún cuando tenga un cierto tiempo transcurrido, o como sucede con la mayoría de los temas de Man Ray, como es el caso de Sola en los bares. Son canciones que a nosotros nos forjaron y que a ustedes les deben traer cierta nostalgia y también un poco de placer.
-¿Algunas palabras sobre Man Ray, el fotógrafo?
-Para mí, un exponente del movimiento surrealista con el que me siento identificada, si bien en este momento desde una imagen latente, porque no estoy haciendo fotos. El nombre de la banda fue en honor a este artista, quien honró mucho la imagen de lo femenino. En este sentido, el nombre Man Ray se vincula y significa desde mi lado, como dama cantante de un grupo pop, cuando en realidad, si uno quiere hurgar, muchos no hubo. Hubo solistas, pero no muchos grupos con una voz femenina delante, y eso es algo que me honra.
-Y que Purpurina destaca al incorporar a Viuda e Hijas de Roque Enroll en la grabación de Empezar de nuevo, así como desde su presencia en el recital del Ateneo.
-Mientras te lo decía pensaba en ellas, justamente. Que se hayan reunido para esa presentación fue un honor, para Tito y para mí, dado que hacía mucho que no se juntaban, así que para ellas también es un "empezar de nuevo", como dice el título del tema.

viernes, 24 de enero de 2014

En el futuro / Accidentes gloriosos (2010, 2011, Mauro Andrizzi)


Sueños en blanco y negro

Desde una propuesta dual que es variación sobre mismas preocupaciones, Mauro Andrizzi filma de modo perturbador. Fantasmas, voces raras, presencias lejanas, se anudan en un recorrido donde el espectador no puede ser indiferente.


Por Leandro Arteaga

La posibilidad abierta por el portal web de El Cairo Cine Público -http://www.elcairocinepublico.gob.ar/- legitima otra manera de ver películas. No es lo mismo que ir al cine -nada lo reemplaza- pero habilita a una diseminación mayor, más aún cuando se trata de material situado al margen de la preferencia comercial, con reconocimiento crítico y premios que le acompañan.
Tal es el caso del díptico "Andrizzi x 2", compuesto por los dos últimos films del realizador marplatense Mauro Andrizzi: En el futuro (2010) y Accidentes gloriosos (2011), ambos con premios internacionales en el Festival de Venecia: el primero con el Queer Lion Award y el segundo por Mejor Mediometraje, Sección Orizzonti. Los títulos fueron parte de la programación del Bafici y también tuvieron ocasión de proyección local, con presencia del realizador, durante la décima edición del Bafici (Rosario), organizado por Calanda Producciones en 2012.
Vale señalar que el salto mayúsculo de Andrizzi se produce a partir de Iraqi Short Films (2008), sea por el reconocimiento internacional, sea por el trabajo de investigación minuciosa que supuso, a partir de la búsqueda de videos dispersos por la web, relativos a la invasión norteamericana en Irak. El resultado es escalofriante, aún cuando el espectador pueda estar medianamente informado: el suspenso que genera cada uno de estos cortometrajes es de nervios en vilo, ante las explosiones o disparos que están por suceder, entre los gritos religiosos, de miedo, de victoria.
Iraqi Short Films es mención obligada porque allí hay una estructura que las dos películas posteriores mantienen, a la manera de fragmentos dispersos o reunidos, que son escenas o secuencias, que estipulan cortes intermedios donde sucede aquello que no se sabe muy bien cómo mensurar: ¿Dónde va a parar el tiempo en los films de Andrizzi? Poco importa responder, sino en todo caso validar como pregunta: ¿qué es el tiempo? Por eso, ¿qué es el cine?
Aún cuando se trate de dos películas independientes, En el futuro y Accidentes gloriosos deben ser vistas como partes de un mismo proyecto. Proyecto que es una película extraída de los sueños recurrentes de alguien o de varios. Donde se confunden tiempos y lugares, voces y cuerpos, recuerdos y verdades. El inicio del primero de los films ya es instancia de descolocación y, por eso, prólogo adecuado: parejas que se besan, besos apasionados, entre los muchos que son o que podrían ser ya que el montaje miente besos superpuestos. ¿Hacia dónde camina esta introducción? Tal vez hacia un momento de suspensión sensible, allí cuando no hay referencia clara sobre lo que esté sucediendo más allá de lo que se hace: dar un beso, recibir un beso.
Si el beso cumple esta función de no-lugar, también lo hace el accidente narrado al comienzo de Accidentes gloriosos. Primero desde la voz de quien fuera testigo de un único choque, fatal para el conductor, no para la acompañante, cuyos ojos abiertos impregnan la retina (¿o la voz?) de quien dice el hecho. Pero después será la voz de algún partícipe directo, en otro accidente parecido o tal vez el mismo. Con la compañía vocal siempre igual, porque en todo momento a quien se escucha hablar es a Cristina Banegas, dúctil en intensidad y variaciones, adoptando roles diferentes, jugando el mayor espesor sensual -más bien sexual, explícito- en el momento más brusco del film: desde la situación del glory hole, en medio de la pared sucia de pintadas, de obscenidad, con su voz que no amedrenta temblor para referirse a lo que habitualmente hace con su miembro (se trata de un hombre, o no, quizás sea una mujer que sueña serlo), a la espera de que quien lo tome sea quien él/ella sueña.
El orificio de la pared puede encontrar vínculo con el ojo referido, así como con la conclusión visual misma del film. Asociaciones que se reparten a lo largo de las dos películas y que la memoria lleva a confundir como una sola. En el futuro posee también el recurso de contar historias, diseminadas en muchas voces y rostros, historias que guardan historias, es decir, anverso y reverso de lo escuchado, o cómo lo mismo puede ser trampa que oculta y momento que desoculta. Tan lábil es lo que parecen los personajes entender y, a la vez, lo que el espectador mismo entiende al descifrar.
En el futuro es un juego de espejos que invita a su a través: voces anónimas, nombres sin rostro, fantasmas fotografiados, pensamientos coincidentes, parejas que quieren estar juntas; como si hubiese fisuras perceptibles que pudieran dar cabida al desdoblamiento temporal, a algo que ha sucedido casi igual o que habrá de hacerlo, mientras plantea el interrogante sobre un presunto momento presente.
Si la referencia al ojo en Accidentes gloriosos emula la del más famoso de todos, cortado por la navaja de Luis Buñuel y Salvador Dalí en Un perro andaluz (1929), también ciertas situaciones maquinísticas, de feria de atracciones, hacen lo suyo desde un extrañamiento que evoca a Fernand Léger (Le ballet mécanique, 1924), y sobre todo al Man Ray de Le retour á la raison (1923): allí cuando las luces bailan porque la cámara es móvil, para volverse globos blancos o, tal es el caso de Man Ray, simples puntos sobre la noche negra.
Lo que lleva a disfrutar de los films de Mauro Andrizzi desde la liberación del entendimiento, porque aquí es preferible asociar y persistir en los puntos suspensivos que rebotan luego de cada momento oído, visto o creído ver: desde el momento en que la voz es protagonista, en contrapunto con la imagen, al referir situaciones que exceden lo que la pantalla muestra, lo que puede señalarse es que el cine de Andrizzi está ocurriendo siempre más allá de lo que expone, lo que le imbrica con los realizadores mencionados, desde una tarea de abstracción cinematográfica que podría tener vínculo en David Lynch pero evidentemente en el J. G. Ballard de Crash.
El cine, si bien ya digital, se funda en el sueño de una máquina. Máquina poética que puede alterar lo que muestra porque le manipula, destruye, reconstruye, altera. En ese desliz feliz, que se propone capturar imágenes narradas por una literatura de sueño ajeno, sucede el cine de Mauro Andrizzi. Arriesgarse a caer en alguna de sus grietas abiertas, es una de sus posibilidades de abordaje.

En el futuro
Argentina, 2010
Dirección: Mauro Andrizzi
Cámara: Emiliano Cativa
Edición: Francisco Vázquez Murillo
Intérpretes: Luis Machin, Lore Damonte, Sergio Boris, Carlos Defeo, entre otros.
Duración: 62 minutos.
Puntos: 8 (ocho)

Accidentes gloriosos
Argentina/Suecia, 2011
Dirección: Mauro Andrizzi y Marcus Lindeen
Fotografía: Emiliano Cativa
Reparto: Cristina Banegas, Lorena Damonte, Alberto Suárez, Ignacio Catoggio, Lili Popovich, Sofía Del Tuffo, entre otros.
Duración: 60 minutos
Puntos: 8 (ocho).

jueves, 23 de enero de 2014

El lobo de Wall Street (2013, Martin Scorsese)


Una película que respira mucho cine


Un desborde que es puesta en escena, conciente de cine. El dinero como móvil y nudo de corrupción. La simpatía por los villanos. Una de las mejores películas de su director, Martin Scorsese, nominada al premio Oscar.
 
Por Leandro Arteaga
 
El inicio de El lobo de Wall Street ya es para el impacto, desde el surco que traza entre lo risible y el espanto. Allí va a parar el espectador, entre el desenfreno de los protagonistas y lo aborrecible de sus actos: diversión a partir de dardos humanos. El movimiento se detiene, la voz en off aparece, el relato se articula.
A sumergirse, entonces, en la vida y obra de Jordan Belfort, figura legendaria y verídica del mundo de las finanzas, encarnación palpable del self-made man americano, pastor de sus verdades, maestro de la retórica, capaz de hacer creer que algo como la inversión confiable existe, mientras llena los bolsillos propios y los de su rebaño, merced a una impunidad casi legítima, que a nadie preocupa.
Todo esto a nivel superficie, que puede decirse rápidamente desde la sinopsis argumental, porque lo mayor es cuando el cine se sabe cine. Y acá, justamente, hay obra mayúscula. Es decir, las memorias de Belfort (un inigualable Leonardo DiCaprio) son excusa más que suficiente para que Martin Scorsese ahonde en un montaje fragmentado, de falsos raccords, con idas y vueltas temporales, contagiado de una sobredosis que no significa necesariamente mayor vértigo. En este sentido, y luego de drogarse con píldoras suficientes, el slow-motion practicado por DiCaprio será plano secuencia: un momento de letargo, sin montaje, de plano que acompaña las torpezas lentas del actor para subir al automóvil y conducir. Pero cuidado, lo visto no es lo que parece porque la memoria, se sabe, acomoda las más de las veces como mejor le conviene. Y el cine, se sabe, puede hacer creer cualquier cosa.
Para llegar a este momento, primero se atravesaron cambios de registro continuos, utilización de material de archivos con texturas diversas, voces en off encontradas, espejadas: la misma escena puede contener lo que piensa Belfort pero también su contraparte; entonces, ¿quién cuenta cuál historia? ¿Desde dónde? Si el procedimiento evoca el cine del gran Joseph Mankiewicz (La malvada, La condesa descalza), lo hace en tanto diálogo cinéfilo que es costumbre en las películas de Scorsese. Por ello, Belfort como corolario de Charles Foster Kane, sea por el parecido acentuado entre sus rostros (DiCaprio y Welles), sea por la referencia en clave que esconde la fiesta orgiástica con la que Belfort recibe a sus empleados: Kane hace lo mismo para la conformación -mucho dinero mediante- de su equipo periodístico, entre baile y bailarinas. Las angulaciones de cámara recuerdan El ciudadano, y hacen atravesar como suspiro bello la admiración de Scorsese por Orson Welles.
Pero uno de los mejores recursos hace pie en Alfred Hitchcock. Inútilmente se ha discutido acerca de la simpatía que El lobo de Wall Street provoca hacia sus personajes detestables. Mejor será pensar por qué los espectadores se saben fascinados. Pliego moral que el maestro del suspense sabía convocar, mientras el espectador aceptaba de buen grado los cadáveres escondidos, los despistes policiales, los mirones furtivos, los deseos más perversos. Lograr eso es hacer cine. Y Scorsese, como Hitchcock, es cineasta. Además, ¿no eran ya igualmente atractivos los actos asesinos de Buenos muchachos o la insanía del Travis Bickle de Taxi Driver?
Por eso, las tres horas del film son un fresco disfrutable, que dura de manera prolongada porque así de demasiada es la vida de este millonario sin freno o escrúpulos. ¿Cómo filmar menos? Lo increíble es que la película no dure más. Mientras tanto, son estos "excesos" los que están por estos días provocando malestar en países de Asia y África, repartidos entre censuras y prohibición de su estreno.
Mientras el Belfort de DiCaprio se da licencia para perder el conocimiento, por drogarse de manera ilimitada, permitiéndose hacer cualquier cosa, aún las que su inconciente dicte, lo que el film de Scorsese dibuja es un fuera de campo enorme. Lo conforman las voces de quienes atienden el otro lado del teléfono, víctimas de la danza numérica de las acciones en bolsa, los afectados por el dinero sin fin de quienes tienen y quieren más. "Fuck USA!" grita Donnie (Jonah Hill), mano derecha de Belfort, mientras incendia documentos y se orina sobre ellos. Gángsters de procedimientos diferentes, dijo Scorsese.
A propósito, si Joe Pesci fue el contrapunto perfecto para De Niro en Toro salvaje o Casino, Jonah Hill lo es para DiCaprio. Vale decir, Jonah Hill es el nuevo Pesci de Scorsese: sin la iracundia frontal del primero, ahora ladino, detestable, rastrero.
El lobo de Wall Street respira cine por todos sus costados. Tiene una mirada despiadada sobre lo que ya es una característica social, las más de las veces asumida, sufrida: la impunidad del que tiene más, el desprecio sobre el que tiene menos. Una catarata de vejámenes atraviesa la película, son los que sustentan el auto caro de la empleada alguna vez pobre, quien llora de agradecimientos a su mentor, en uno de los momentos más patéticos, evangelistas y brillantes del último cine. Mentor o pastor, quien terminará por obnubilar a la masa con el poder de una lapicera, su varita, secreto de la fórmula feliz, la buena vida.
Un desenlace amargo que seguramente estará lejos de la preferencia de los premios Oscar, aún cuando el film de Scorsese tenga cinco nominaciones en los rubros principales. No tiene temor de ser políticamente incorrecto (DiCaprio es su mejor exponente, con un momento masoquista, con vela literalmente incluida, que habrá de pasar a ser recuerdo antológico dentro del trayecto de este cada vez mejor actor), ni de mostrar las bajezas a las que muchos llegan, con la banderita del país como su estandarte.
Las representaciones de orgías y demás situaciones violentas -de palabras, sobre todo- que en el film abundan, debieran hacer pensar en cuándo el cine norteamericano dejó de concebirse de manera plena, autoconciente, y qué intereses le rondan como para seguir siendo lo olvidable que hoy es. Martin Scorsese aparece todavía como un último clásico moderno, sensible a lo que le rodea, esto es: al cine que se filma. Su película puede, por eso, decir sobre esta época y dialogar con la misma historia del cine. Tanto es su talento.

El lobo de Wall Street
(The Wolf of Wall Street)
EE.UU., 2013. Dirección: Martin Scorsese. Guión: Terence Winter, basado en el libro de Jordan Belfort. Fotografía: Rodrigo Prieto. Reparto: Leonardo DiCaprio, Jonah Hill, Margot Robbie, Matthew McConaughey, Kyle Chandler, Rob Reiner, Jean Dujardin, Joanna Lumley. Duración: 180 minutos.
Salas: Village, Showcase
Puntos: 10 (diez).

martes, 21 de enero de 2014

Familia peligrosa (2013, Luc Besson)


La familia mafiosa más previsible


De manera previsible, Familia peligrosa toca el tema de la mafia con rostros conocidos y chistes fáciles. Un divertimento sin gracias donde sólo destaca la gran Michele Pfeiffer. Los tics de De Niro y el cine cansado de Luc Besson.

Por Leandro Arteaga

Desde hace bastante –y más- que el francés Luc Besson ha dejado de ser un realizador a seguir, de quien esperar con ganas un nuevo film. No por haber dejado de filmar, sino porque su derrotero le ha vuelto premeditadamente previsible así como atento a una voluntaria “americanización”, superficial y oportunista, lejana de la que supusiera, dado el caso, la llevada adelante, reflexivamente, por los cineastas de la nouvelle vague.
Si de un último film válido se trata, este cronista prefiere El perfecto asesino (1994), allá lejos, hace tiempo; capaz de filmar los puntos suspensivos que sucedían entre Léon, el asesino (Jean Reno), y la pequeña Mathilda (Natalie Portman). El quinto elemento (1997) no fue lo que de él se esperaba (con los historietistas Moebius y Jean-Claude Mézières entre sus artífices artísticos, en nada responsables del mamotreto final), tampoco su Les aventures extraordinaires d'Adèle Blanc-Sec (2010), a partir del cómic maestro de Jacques Tardi: ni siquiera una mínima referencia a esa mirada crítica, de negativa rotunda, que el dibujante francés tiene sobre la guerra, ante la que su Adèle no es indiferente. Ni qué decir de Juana de Arco (1999) y sus gestos bélicos de estilo gore, del engendro que es Angel-A (2005), o de la corrección política, sin fisura, de La fuerza del amor (2011).
El caso de Familia peligrosa se sabe de antemano: familia mafiosa ítalo-americana que escapa de la vendetta y recala en un pueblito francés. El padre de familia es Robert De Niro, la madre Michelle Pfeiffer, el agente custodio Tommy Lee Jones, y la película que proyecta el cine-club de la ciudad es… Buenos muchachos. Lo previsible como manifiesto, podría señalarse.
Ahora bien, lo que molesta en Besson es la pulsión que lo lleva a un montaje presuntamente hiperkinético, que no aporta absolutamente nada, sin un tono que lo mesure. O tal vez esta elección se encuentre, acá debe estar la clave, en consonancia con la nadería que en su cine pulula a nivel guión. El realizador francés parece empecinado en provocar una especie de sacudón al espectador a través de elipsis abruptas y un verosímil extraño, como lo suponen las golpizas exageradas, de historieta, más cercanas al clima de Sin City que a esta familia de sit-com desarraigada.
Este juego frenético está muy lejos, por ejemplo –y por el gusto de citar uno bueno-, del que lleva adelante Martin Scorsese en El lobo de Wall Street: un desborde que, de no ser por esas voces en off que van y vienen (como en La malvada, de Joseph Mankiewicz), harían de ella un cúmulo alucinógeno, lisérgico: algo que la película finalmente (felizmente) es. Tan grande es Scorsese.
Pero aquí se está hablando de Besson. Mientras en Scorsese hay puesta en escena, en el francés hay cobertura de torta. Sus guiños al cine no le eximen: Familia peligrosa cita, superficialmente, a Tati y Minnelli, entre otros, desde sus nombres o los carteles de cine. Porque sí. Tan gratuitamente como fácil son de entender las referencias cruzadas, por despectivas, de los americanos a los franceses y viceversa. Desde un prolijo ir y venir de diálogos que nada tienen de incorrecto. Con chistes que pueden ser, calculadamente, “disfrutados”.
Las gesticulaciones, los tics, de De Niro apuntan en la misma dirección y previsibilidad, digerida en una cantidad ya innumerable de película olvidables que se empecina en protagonizar. Hay un diálogo interminable entre él y Tommy Lee Jones que aparentemente se sustenta en el gusto de contar con ambos actores. No es para menos. Pero sin embargo, y por contraste, muy lejos del juego dialógico de Tarantino y sus ocurrencias, que Besson parece aquí emular.
La única que desprende espontaneidad, frescura, encanto, es la adorable Michelle Pfeiffer, quien aporta una caracterización personal, que sobresale, que la dice gran actriz (cada una de sus apariciones es de una reacción distinta: neurótica, manipuladora, bellísima), aún cuando por obra y gracia del montaje desaparezca repentinamente, durante larguísimos minutos, sin coherencia con el ritmo de permanencia que sus acciones prometían. Hubiese sido más que seductor continuar la línea abierta entre ella y el sacerdote confesor, evidentemente atraído -¿quién no?- por esta mujer, a quien termina por repeler de modo imprevisto, sin ahondar en lo que hubiese sido mucho más interesante de filmar. De haber sido así, no se estaría hablando de esta película.
Lo que puede señalarse es que, coherentemente, Besson ha realizado otra película más, así como las que viene haciendo: sin alma, plena de trucos decorativos, con música oportunista (desde el tango afrancesado hasta el “Clint Eastwood” de Gorillaz), donde procura situarse a la par de tantos blockbusters como los que también ocupan a las mismas salas de cine francesas. El cine de Besson asemeja una mixtura entre dos lógicas –francesa y norteamericana- que finalmente son una: la de saber cómo ocupar pantalla desde la sensibilidad comercial.
El cine aparece supeditado. Con gestos de matrimonio entre guiños por todos conocidos y alguna referencia cinéfila “seria”. Con la pretensión paradójica de ocupar un lugar pop que ya no puede, tal como lo hiciera, dado el caso, su notable Nikita. La cara del peligro (1990). 

Familia peligrosa
(The Family)
EE.UU/ Francia, 2013. Dirección: Luc Besson. Guión: Luc Besson, Michael Caleo, a partir de la novela Malavita, de Tonino Benacquista. Fotografía: Thierry Arbogast. Música: Evgueni, Sacha Galperine. Montaje: Julien Rey. Reparto: Robert De Niro, Michelle Pfeiffer, Tommy Lee Jones, Dianna Agron, John D’Leo, Jimmy Palumbo, Vincent Pastore. Duración: 108 minutos.
Salas: Monumental, Showcase, Sunstar, Village.
4 (cuatro) puntos

El juego de Ender (2013, Gavin Hood)


Los juegos de la milicia


Por Leandro Arteaga

 Las premisas parecían suficientes. Por un lado, la obra primera, la novela ya clásica de Orson Scott Card. Por el otro, la participación suya en el rubro producción, junto a los nombres marca Fringe de Alex Kurtzman y Roberto Orci. Harrison Ford y Ben Kingsley en papeles decisivos. Y, mal que bien, Gavin Hood (Mi nombre es Tsotsi, X-Men Orígenes: Wolverine) en guión y dirección.
Pero, visto lo sucedido, lejos está la versión fílmica de El juego de Ender de atreverse a bucear en lo perverso de su asunto. Ender’s Game es la historia del niño Ender Wiggin (Asa Butterfield, el Hugo Cabret de Scorsese), destinado de manera temprana a los juegos de la milicia: atractivos video-games que esconden la preparación física y mental necesarias para enfrentar un duelo final postergado: el de los humanos contra los horripilantes insectores.
La manipulación social –que Scott Card no sólo puntualiza en el ejército, sino también en las decisiones paternas- aparece como una pátina fácil en el argumento de Gavin Hood. En lugar de atreverse a indagar en las tribulaciones de un niño elegido, al que se le inculca la férrea idea de asesinar para la defensa del mundo, esto surge apenas como lectura facilísima, muy torpe.
En este sentido, El juego de Ender atraviesa una sucesión escalonada, donde el niño habrá de superar todos los conflictos clásicos al adolescente norteamericano promedio: ser el menos popular, ganarse el respeto, la primera atracción sexual y, acá lo mejor, una adultez precoz por obligada. Aquellas situaciones que de por sí debieran ser irónicas (lo referido previamente, así como los adultos, los militares, aplaudiendo las habilidades de Ender en sus simulaciones de combate: videojuegos hipertecnificados, con la mira subjetiva desde las armas de fuego) están lejos de parecerlo, sino que se asumen como engranajes de un relato ocupado por retratar capítulos o escenas puntuales que el libro ya ofrecía.
Es decir, no hay transposición válida, no hay alma dolorida en esta versión fílmica. Aún cuando lo parezca, o cuando su desenlace asuma de manera mimética el de su fuente primera. Con eso no basta. No hubo sensación alguna parecida en la que subsumir al espectador. Un desafío que, vistas las características de cierto cine similar, no corresponde solicitar. Pareciera que, aún cuando la trama de la historia apele a lo siniestro, el divertimento adolescente (entiéndase por esto, una coerción de mercado) debe prevalecer. De manera tal que nada queda en la película, sólo una cáscara vacía, con todos los fuegos de artificio que el espectador medio (otra vez, la coerción referida) aparentemente necesita: efectos digitales en abundancia, identificación con personajes mediáticamente adocenados, violencia virtual.
La violencia virtual podría haber sido el gran tema del film. Allí la notable mirada de Scott Card para su novela de 1985. Ahora factible de corroborar desde las posibilidades que las nuevas tecnologías ofrecen. La película podría haber sido un gran fresco irónico. Pero, lamentablemente, la ciencia ficción cinematográfica hace caso omiso de su pasado, empecinada en un divertimento vacuo.
Lo de Harrison Ford es olvidable. Y lo de Ben Kingsley es peor.

El juego de Ender
(Ender’s Game)
EE.UU., 2013. Dirección y guión: Gavin Hood, a partir del libro de Orson Scott Card. Fotografía: Donald McAlpine. Montaje: Lee Smith, Zach Staenberg. Música: Steve Jablonsky. Reparto: Asa Butterfield, Harrison Ford, Hailee Steinfeld, Abigail Breslin, Ben Kingsley, Viola Davis, Aramis Knight. Duración: 114 minutos.
Salas: Monumental, Showcase, Sunstar, Village.
5 (cinco) puntos

sábado, 18 de enero de 2014

Hugo Varela: entrevista


El humor como salto al vacío

Hugo Varela tiene un prestigio que es un recorrido de vida. Más de treinta años en escena y un hacer que muestra de manera nítida esas sutiles predilecciones por Buster Keaton y Jerry Lewis. Hacer humor, dice, "no tiene manuales".


Por Leandro Arteaga
 
   Esta noche, el Anfiteatro Municipal tiene velada dedicada a la risa. La presencia de Hugo Varela es su sinónimo, además de la relevancia que le acompaña, y por muchas cosas. Sea por su trayectoria: más de treinta años en esto de hacer reír. Sea por sus habilidades múltiples: cancionista, luthier, mimo, actor. Humorista magnífico, quien supo trazar un recorrido personal, hilarante, que se podrá disfrutar a partir de las 21, con entrada libre y gratuita. La noche tendrá complemento con la presencia de Jorge Fossetti, a través de sus monólogos, canciones y personajes, junto al pianista Gustavo Forkatt.
   "Te voy a decir qué pasó en esa sesión de terapia. Empecé a hablar y hablar, dije que me gustaba el teatro, el escenario, que me gustaría y por)poder hacer humor... Después de todo eso, la terapeuta me dice: ' qué no lo hace?'. Fue una sola pregunta, y me cayó una ficha muy justa" dice Hugo Varela a Rosario/12. "Es cierto que uno necesita autorizaciones, mi viejo era enólogo, mi vieja profesora de bellas de dónde viene? Partís medio de la nada, y)ser humorista? )artes, pero  necesitaba que alguien me dijera 'sí, esto es para vos'."
Varela tiene un discurso hilvanado de recuerdos precisos. Sabe desde dónde evocarse, cuando niño, para localizar aquellos momentos donde el humor ya presagiaba lo que debía ser. Habla concentrado, la mirada observa hacia lugares pretéritos que, evidentemente, ama decir. "Haciendo una especie de revisión histórica de mi vida me doy cuenta de que el mecanismo del humor lo estuve haciendo funcionar desde chico. Como para jugar al fútbol era malísimo, hacer reír a la barrita de amigos me daba un lugar respetable. No me daba cuenta de esto, pero viéndolo a la distancia es así. Con la música también, mi viejo ya me enseñaba los acordes para la guitarra. Después llegué a formar un grupo folklórico en el colegio -'Los cuatro horizontes',  ¡no sabíamos para dónde ir!- donde ya metía un poquito la cosa del humor. Más grande, como a los dieciséis, se formó un grupo de rock en San Francisco, y yo era el personaje que los divertía. Parecía que era un rol que necesitaba ejercer."
   De hecho, la elección final de Varela por el humor -con aquella sesión de terapia como puntapié- tuvo, entre las ciudades de Córdoba y Buenos Aires, la carrera de Arquitectura como compañía. "En Buenos Aires me metí en teatro por una novia, y me encantó, fue un lugar donde uno podía hacer cosas, improvisar. Me di cuenta de que había algo que estaba pasando. En los veranos, con unos amigos abrimos en Villa Gesell un café concert: 'El grillo afónico'; para que te hagas una idea: era el año '72, primavera argentina, amor libre, y yo andaba por los veintipico de años, una época de mucha frondosidad... En este boliche, entre músicos y psicólogos, experimentábamos con el público, hacíamos cosas de interrelación, generábamos un estudio acerca de qué pasaba con la gente que llegaba; fue un escenario abierto para todo el que quisiera hacer algo, lo que le abrió la tranquera a personajes indescifrables, de todo calibre, además de a músicos que venían de otros locales. Era estar con una especie de movimiento experimental, aprendí mucho. Cuando el grupo se desarma, intentamos hacerlo en Buenos Aires pero no fue posible."
   Aquí es donde aparece la sesión de terapia -que Varela subraya "sesión de terapia gratuita en un hospital"- y decidirse a "hacer el salto al vacío, dedicarme al humor. Lo que significó meterse en un camino donde no había manuales, libros o escuelas, donde ningún humorista consagrado te pasaba ningún dato. Era una búsqueda a ciegas, y me armé una especie de rutina, de show, con cositas que tenía, canciones, algún sketch, imitaciones, pequeños monólogos, busqué trabajo y largué arquitectura, lo que significó que mi madre, que anda por los noventa y tantos, todavía en algún momento me diga 'che, ¿por qué retomás arquitectura?'."
   "Me fijaba qué shows había en el diario, hablaba por teléfono como si fuese una especie de representante, ofrecía el show y decía que les mandaba al pibe. Anduve rebotando, no era cuentista, imitador, no era algo connotado y me pateaban. Me voy entonces una semana a Villa Gesell para unas vacaciones muy modestas, me cruzo con un amigo que había estado en 'El grillo afónico' y me dice de un bolichito, 'Calígula', donde el dueño estaba desesperado porque quien tenía que ir no iba. El tipo me dio cuarenta minutos, y con la guitarrita y el taburetito me largué ante un público de no más de cuarenta personas, con un personaje muy temeroso, que miraba todo como un bicho raro. Y la gente se reía. El tipo nunca supo que era mi primera vez y me enganchó para el verano. Al boliche fue uno de los dueños de un restaurant concert en Buenos Aires, donde había ido y me patearon, pero me guardé el orgullo y conseguí trabajo para el invierno. A partir de ahí no paré" concluye el relato iniciático Varela, dando lugar a entresijos que habrán de guardar para otro momento sus ramificaciones múltiples.
   Entre predilecciones a las que el cronista obliga, el humorista destaca Buster Keaton, Chaplin, Jerry Lewis, Los cinco grandes del buen humor, Telecataplúm, entre muchos más. Y agrega: "Curiosamente, somos un pueblo con bastante cultura humorística, con cosas españolas, italianas, judías, hay muchas vías que se han ido mezclando. Fundamentalmente, el público medio puede disfrutar con cosas bastantes inteligentes de humor. Igualmente, la televisión está haciendo una especie de destrozo". Acá aparece un resquicio por el que Varela no resiste caer: "La cosa del efecto, la velocidad, el tener que impactar en dos segundos, es una ametralladora de cachetadas que pierde la calidad de los matices. Pero esto no es culpa del medio; la radio, que para mí era mágica, también se está tiñendo de lo mismo. Hay un desborde del lenguaje al que no necesariamente se lo enriquece porque se le agreguen todas las malas palabras que existen, sino que se lo va limitando, y esto sumado a algo que me preocupa: mensajitos de celular donde las palabras se achican, se acortan, pareciera que también las ideas se van achicando. Creo que es una etapa medio decadente, pero lo digo con cariño, porque es algo a lo que yo también me sumo".
   A la relación con su público, Hugo Varela la entiende desde la atención a quien escucha y la habilidad para encontrar su risa. "Es un desafío renovado, el riesgo siempre está. Vas a lugares donde la gente te espera, te quiere, pero aún así también quieren que los sorprendas. Es un trabajo de riesgo. Pero en realidad, todo lo artístico tendría que ser así".

viernes, 3 de enero de 2014

Animación/Cómics Rosario 2013


Los cuadritos animados de Rosario


Historieta y animación tuvieron otro año intenso. Muchos artistas, presencia internacional, poca difusión local. Un escenario cada vez más perceptible, que busca su reconocimiento.

Por Leandro Arteaga

La historieta y el dibujo animado de la ciudad tienen puntos de referencia nodales: Crack Bang Boom y Escuela para Animadores. Ambas instancias desde el sostén público que significan, respectivamente, Centro de Expresiones Contemporáneas y Centro Audiovisual Rosario; con las figuras emblemas de Eduardo Risso y Pablo Rodríguez Jáuregui: en uno y otro se produce un efecto rebote, ambos son síntesis de estos emprendimientos a la vez que móviles –directos, indirectos- de muchos otros.
En cuanto a Crack Bang Boom, decir lo que ya es objetivo consumado: con la cuarta edición ha ratificado su espacio mayúsculo, así como impulsor, de la cada vez más abultada agenda de convenciones en el país. Este año fue momento de distinción para el ilustre guionista Ray Collins (Precinto 56), así como situación de encuentro con talentos internacionales como David Lloyd (V for Vendetta) y Paul Pope (Batman: Year 100), con pasarelas distribuidas entre muestras, paneles, stands, y la presencia de notables como Carlos Nine, Lito Fernández y Domingo Mandrafina. Brasil fue el país homenajeado, con los nombres de Will Conrad, Felipe Massafera, Danilo Beyruth, Marcelo y Magno Costa. Unos días magníficos, que tuvieron complemento en la presencia de Scott Allie, editor de la estadounidense Dark Horse Comics.
Pero también y de manera fundamental, CBB se ha vuelto escenario habitual para la presentación de libros. Entre lo mucho transitado, se destaca el desprendimiento de Editorial Municipal, en colaboración con Embajada de Brasil, para la publicación de Banda de dos (Beyruth) y Oeste sangriento (hermanos Costa): los libros son impecables y apuntan a proseguir con los demás países a homenajear (Francia, en 2014); quizás –es una expresión de deseo- se habilite una línea de publicación local, ya que la ironía rosarina de ser una ciudad plena de dibujantes pero sin espacio de difusión persiste.
El otro acontecimiento relevante es la publicación de Far South, por el sello local Puro Comic: un gusto de lectura, noir y cercana, que es pulso maestro de Rodolfo Santullo (guión) y Leandro Fernández: alguien habitual para tantos cómics Marvel, si bien desconocido en Rosario. La paradoja de Fernández es corriente, y suma a una lista enorme. De entre la que se elegirá distinguir al premiado Gabriel Ippóliti, cuyo Edén Hotel (guión de Diego Agrimbau), originalmente para Casterman (Francia), tuvo publicación nacional en Fierro, con un joven Che Guevara como protagonista.
De una manera honrosa, revista Términus es el consuelo que tantos locales encuentran. No es poca cosa, sino un esfuerzo de calidad, con el fin de poder hojear, en librerías cercanas, el trabajo que tantos lectores, fronteras afuera, pueden apreciar. Términus va por su cuarto número, es consecuencia del profesionalismo de Bruno Chiroleu y Gastón Flores (editor y jefe de redacción), así como muestrario del talento que circula por Rosario, mientras la ciudad se “maravilla” ante la republicación periódica de la tira Mafalda: una obra maestra que facilita un espacio (contratapa) que debiera ser pensado antes que copiado y pegado.
Otro nombre de trajinar incansable es el de Leo Sandler, con dos libros editados por Loco Rabia (Bs. As.): la antología de ciencia-ficción No Identificado, donde dibuja y coordina una selección de miradas sobre el género, con artistas rosarinos; y Jenufa, transposición de la ópera de Leoš Janáček, con guión de Alejandro Farías, con una narrativa clásica, atenta a los sentimientos encontrados, tan difíciles de plasmar, que la obra de origen propone. Como broche, destacar al propio Risso, protagonista en la reciente reedición de Bolita (Historieteca, Bs. As.), realizada con Carlos Trillo para Fierro. Se trata de la última colaboración entre ambos (Borderline y Yo, vampiro se encuentran editadas por Puro Comic), en sintonía con el clima noir y los personajes de Chicanos, otro de sus trabajos.
En otro orden, el espacio que aparece como sede idónea para los cuadritos es el Centro Cultural Roberto Fontanarrosa, donde pudieron visitarse las caricaturas del extraordinario cubano Ángel Boligán, así como las del World Press Cartoon. Mosquil y Max Cachimba –cada vez más minimalista, depurado, esencial- dieron rienda suelta a Titanes de la Historieta (Plataforma Lavardén), y Estebaj Tolj a sus Rincones de Rosario (Club Español).
En cuanto a la animación, destacar que la EPA ha cumplido ocho años, a los que se suman seminarios específicos que este año involucraron figuras destacadas como Alberto Grisolía (García Ferré, Hanna-Barbera), Nelson Luty (Director de Arte de Metegol), y la extraordinaria cineasta checa Michaela Pavlátová: master class y retrospectiva (El Cairo) que fueron colmadas por los concurrentes.
La EPA encuentra complemento con la Cooperativa de Trabajo Animadores de Rosario, responsables de ¡cinco! temporadas de Cabeza de ratón (Canal 5). Decir también que en homenaje al legendario Manuel García Ferré, IncaaTV eligió emitir Los misterios de Trulalá, otra de las producciones de la Cooperativa, con dirección de Jáuregui. Y agregar que el largometraje Ánima Buenos Aires (2012, Caloi en su tinta), donde participa Claustrópolis, con dirección de Jáuregui y equipo rosarino (Lenardón, Maus, Cachimba, Balestra), sumó más reconocimientos: Mejor Largometraje en el Festival Internacional de Cine de Animación de Budapest, Hungría; Mejor Largometraje Animado en el Festival Internacional de Animación ANIMA 2013, Córdoba. A lo que se añade el mérito de su emisión por la señal HBO Max.
El Festival de Cine de Mar del Plata contó con el mediometraje Cabeza de Ratón: En la cresta del rock (2012, Rolle/BK/Jáuregui) y una sección dedicada al festival rosarino Ojo al piojo (CAR), a partir del cual, el corto Modesta historia de un suntuoso derrochón (Gonzalo Rimoldi) obtuvo una Mención Especial marplatense; logro que el mismo trabajo repitiera en Córdoba, durante el Ánima 2013. La tercera edición de Ojo al piojo, de hecho, premió –entre trabajos de todo el mundo- la animación rosarina Los conejos de terror, del novel Ezequiel González, como Mejor Video Realizado por Niños.
Como bonus bienvenido, habrá que seguir el derrotero de Dos Mangos Producciones: el notable cortito Osogami (Ariel Gomez Parra y Giselle Imboden) –stop-motion y siluetas recortadas- obtuvo el primer premio del Semillero Green Film Fest 2013; y La rosa azul (Pablo Latorre) -pixilation- recibió el Primer Premio en La Rana Film Fest, Universidad de Salamanca, España. Ambos trabajos, así como la mayoría de los referidos, se encuentran disponibles en la web.