miércoles, 7 de octubre de 2015

Bill Plympton en Rosario


Uno de los grandes del cine animado

Con motivo de los diez años de la Escuela para Animadores, el realizador Bill Plympton visita la ciudad. Retrospectiva de su obra, largometraje y master class. Sexo, violencia e ironía, como maneras de ver y dibujar el mundo.

Leandro Arteaga

Hay varias maneras de acercarse al cine animado del norteamericano Bill Plympton. Una de ellas, por ejemplo, la permite Terry Gilliam: “¿Cuál es la droga que consume Plympton?”, se pregunta. En palabras del director de Brazil, responsable de los segmentos animados de los Monty Python, se trata de un halago.
En todo caso, lo que permite dar cuenta rápida del talento de Plympton es la consideración internacional que le acompaña, los premios, su mirada autoral e independiente, más su inclusión en toda historia del cine animado que se elija. Bill Plympton es uno de los grandes, y estará en Rosario los próximos jueves y viernes (ver recuadro), a partir de la organización compartida entre Escuela para Animadores, Centro Audiovisual Rosario y El Cairo Cine Público.
Se trata, en suma, de un acontecimiento. Más aún dentro de los diez años de actividad que reúne la Escuela para Animadores, dirigida por Pablo Rodríguez Jáuregui, dependiente del Centro Audiovisual Rosario. Cuando a éste se le pregunta cuál es uno de los modelos a pensar y seguir desde los parámetros de la EPA, el nombre de Plympton aparece. Entre otros motivos, porque se trata de un animador incombustible, que ha privilegiado su mirada artesanal en todo proyecto en el que se haya embarcado. Que en unos pocos días más, el insigne Plympton comparta películas y experiencia con el público y cineastas de la ciudad, será un corolario de brillo para los primeros diez años de la EPA.
Tratar de ubicar el cine de Bill Plympton (1946) desde un primer esbozo, dirige el recuerdo hacia el programa televisivo Caloi en su tinta. Fueron varios los trabajos suyos que allí circularon. Gracias a Caloi, el televidente se interiorizaba sobre Plympton a la par de nombres como Jan Švankmajer, Joanna Quinn y Caroline Leaf. Mundos particulares que convivían dentro del tramado complejo supuesto por el cine animado.
Allí pudo verse, reiteradamente, el cortometraje Your Face (1987), donde una canción socarrona hace al personaje cantar y mutar de tantas maneras como el dibujante quiera. Este proceso de deformación y reformación, Plympton lo empleará como recurso formal a lo largo de toda su obra. El corto le significó una primera nominación al Oscar. Una inventiva similar intercalaba también intervalos durante el argumento de su primer largometraje, The Tune (1992), donde un músico persigue una melodía escurridiza. La independencia prevista de estos segmentos, a la manera de cortometrajes, le permitieron obtener premios en festivales internacionales. El dinero, así, iba a parar a la producción integral de The Tune, que le demandó a Plympton alrededor de 30.000 dibujos. Todos suyos.
Es por eso que debe recordarse su recorrido extenso como ilustrador e historietista, con trabajos repartidos en medios como The New York Times, Rolling Stone, Village Voice y National Lampoon. No es un rasgo menor, sino esencial para la comprensión de su animación. Se trata de un dibujante abocado a cubrir toda tarea. Dispuesto a dibujar cuantas veces sea necesario, con una calidad gráfica que va a la par de una capacidad prolífica. Hasta la fecha, Plympton ha realizado seis largometrajes. Hay todavía uno más, en producción, junto al animador independiente Jim Lujan: Revengeance, que ha recurrido al crowdfunding para su financiación. Y por su fuera poco, también ha dirigido otros tres films de acción real, donde puede hacer lo que la animación no le permite, según sus palabras.
Entre todos ellos, se reparten cortos numerosos, que ofician a la manera de un catálogo de sexo, muerte, violencia, mutilaciones, y momentos de encanto naif. Lo curioso radica en cómo Plympton articula tanto desde un dibujo que atrae y repele. Su trazo es inconfundible, hay un mundo que vive, respira, gracias a su pulso.
Puede citarse el recurso de la cámara subjetiva de One of Those Days (1988), donde el espectador se ve sometido a vivenciar una sumatoria grotesca de desgracias cotidianas. How to Kiss (1989) ilustra las maneras diferentes de besar: una voz en off dice de manera cortés, mientras el dibujo oficia desde el contrapunto ridículo. Sus 25 Ways of Quit Smoking (1989) son un repertorio demente de cómo dejar el cigarrillo antes de que sea demasiado tarde.
Muchas veces, estos cortos son desprendimientos de su trabajo como historietista. Otras y como se apuntaba, segmentos de los largometrajes. A veces se trata de experimentaciones o de soluciones ingeniosas surgidas a partir de encargos publicitarios. En todo caso, puede distinguirse el duelo entre contendientes como una de sus maneras predilectas. De esta manera, la relación sexual es retratada como un proceso de acción y reacción de límites impensables. Este crescendo absurdo conoce una de sus máximas en Guard Dog (2004), también nominado al Oscar, donde un perro ladra durante la visita al parque a todo aquel que considera peligroso para el bienestar de su amo. Las figuraciones imaginarias del perro crecen en ingenio y acercan una fatalidad involuntaria.
La incorrección, se nota, está omnipresente. Algunos cortos lo evidencian más; tal es el caso de Can’t Drag Race with Jesus (2000), donde Cristo es vuelto un automovilista de temer así como un rock-star; también Santa: The Fascist Years (2009), que descubre el vuelco autoritario de Papá Noel, preocupado ahora por fabricar armas que subyuguen el planeta. Por otro lado, su ironía tocó alguna fibra sensible con Spiral (2005), donde propuso un corto abstracto falso, que culmina con el asesinato –cortesía de los mismos espectadores- de las figuras geométricas protagonistas. El cortometraje provocó malestar en el animador canadiense Steven Woloshen, cultor de la película rayada y dibujada a la manera de su admirado Norman McLaren. Su respuesta fue Rebuttal (2005), donde se las toma con el clásico Your Face de Plympton y a éste, por supuesto, tampoco le agradó el asunto. (Lo todavía más curioso es que Woloshen estuvo en la EPA el pasado 7 de septiembre, en el marco de una charla magistral extraordinaria.) Uno de sus trabajos recientes, Drunker Than a Skunk (2013), lo reúne con el poeta Walt Curtis, cuya voz dice su poesía mientras Plympton anima cowboys borrachos y disparos de coreografía. Una belleza.
En 2011 y como signo de afecto, Plympton completa un trabajo de restauración ejemplar, a partir del clásico The Flying House (1921), de Winsor McCay. Allí, una pareja escapaba a deudas e hipoteca con una casa voladora. ¿Por qué Plympton se detiene en McCay? Porque hay, evidentemente, rasgos estéticos y políticos que le comunican, de cara a un McCay que no tardó en sentirse desesperanzado ante el rumbo prioritariamente comercial que adquiría el arte que ayudó a crear.
La fusión entre el padre de la animación y quien acá se asume como su discípulo logra de esta película una puesta al día que da cuenta de lo imbatible del arte de McCay, todavía moderno. Que Bill Plympton se detenga en él, es un gesto que lo engrandece todavía más.

Una selección de su obra
Las actividades a desarrollarse tendrán lugar los días jueves y viernes en Cine El Cairo (Santa Fe 1120). El jueves, a las 18, Bill Plympton presentará una retrospectiva personalmente seleccionada del conjunto de su obra. El día siguiente, a las 17, el animador ofrecerá una Master class abierta. A las 20.30 se proyectará el largometraje Idiotas y ángeles (2008), en donde la lucidez de Plympton alterna comentarios sarcásticos que alcanzan al dogma religioso, la moralina ciudadana, y la avidez económica. Un par de alas es el detonante de esta locura animada que obtuvo una distinción especial en el Festival Internacional de Annecy.

Luis Scafati: entrevista


Líneas de mano maestra


La maestría de Luis Scafati podrá apreciarse a partir de hoy en Centro Cultural Fontanarrosa. La formación plástica y pasión de historieta, estará presente hoy en la inauguración.

Por Leandro Arteaga
  
Nacido en Mendoza (1947), con formación académica y pulso maestro que le llevaran a recorrer el mundo, los lápices de Luis Scafati tienen presencia en libros, revistas, periódicos, galerías y, cómo no recordarlo, en un gran vinilo. Suya es la tapa del segundo LP de Juan Carlos Baglietto, Actuar para vivir, donde una fotografía del músico se leía clara entre mueblecitos y luces de un camerino tan pintarrajeado como descascarado.
“No me puedo olvidar del día en que Baglietto entró a mi taller, desesperado porque no me encontraba. En ese momento yo tenía varios lugares de trabajo y estaba haciendo cerámica en Villa Urquiza; no sé cómo hizo para encontrarme ahí, donde nos pusimos en contacto para la tapa del disco”, recuerda Scafati a Rosario/12.
La anécdota es parte del mundo personal que el artista significa, al que abrirá sus puertas el Centro Cultural Roberto Fontanarrosa esta tarde, a las 19, con la presencia del propio Scafati. El nombre elegido aparece como síntesis de vida: Las líneas de la mano. Al respecto, dice el dibujante: “La línea, instrumento básico del dibujo, es como una continuación mía, es con lo que me expreso, es una parte sustancial; por eso el título.”

-En su obra se nota un sello autoral, que supo lidiar con el escenario comercial.
-Mi trabajo se fue desarrollando a medida que fui creciendo. Yo entiendo el dibujo desde una óptica quizás ya pasada, pero creo que es una forma de expresión, es decir, con el dibujo digo a veces lo que pienso, algo que en un momento puede significar también un límite. Hay muchos medios o lugares donde antes podía circular con tranquilidad pero que ahora no me convocan, obviamente por el tema comercial que hay atrás. Siento que el periodismo actual, en gran parte, más que responder a una idea responde a una situación económica, y eso al tipo que es librepensador le significa un límite. Mi dibujo expresa una idea porque hay una persona detrás, que vive en este lugar y que se expresa a través de este medio.

-Su línea se apropia de soportes diferentes: libros, historietas, diarios, a los que redimensiona desde un trazo reconocible.
-Lo que pasa es que mi formación y aspiración tienden al objeto artístico. Tal vez lo novedoso en mi caso es que hago circular mi trabajo por lugares a veces subestimados por algunos artistas plásticos. Me interesa mucho más circular en una revista antes que estar en una galería de arte, porque creo que la revista tiene una forma más democrática de llegar al público. No te olvides que nací en Mendoza, y allí me formé mirando publicaciones, no yendo a museos, que estaban muy lejos de mi casa.

-¿Cuáles publicaciones y dibujantes elige recordar?
-A mi casa llegaba Patoruzito, que era un compendio de la historieta argentina y extranjera; así como encontrabas a Alberto Breccia o Enrique Rapela, tenías también al Rip Kirby de Alex Raymond, todos grandes dibujantes. Yo los miraba y de alguna manera, sin tener conciencia clara, me estaba formando. A medida que fui creciendo descubrí a otros, como Roberto Páez a través de las ilustraciones para el Martín Fierro, o Carlos Alonso con La guerra al malón. Esa información fue a través de la cosa gráfica, a la que le estoy agradecido porque es eso lo que me interesa. Si bien yo dibujo con un sentimiento artístico –no sé qué significará eso pero creo que lo tengo-, me gusta circular de esa manera, a través de los medios.

-Algo similar ha expresado Crist con su Homenaje a la historieta.

-Paradójicamente, aquellos grandes dibujantes suelen ser subestimados a la hora de ponerlos en un nivel artístico. Pero eso es algo que pasa sobre todo acá, donde siento que por ahí se olvidan a esos grandes artistas que supimos conquistar. Argentina se ha destacado en el nivel de sus dibujantes en todo el mundo; yo me avivé de ese tema afuera, en España, en Francia, donde los dibujantes argentinos han hecho escuela y no hay duda en decirlo. Nosotros no tenemos mucha conciencia de todo eso.