Uno de los grandes del cine animado
Con motivo de
los diez años de la Escuela
para Animadores, el realizador Bill Plympton visita la ciudad. Retrospectiva de
su obra, largometraje y master class. Sexo, violencia e ironía, como maneras de
ver y dibujar el mundo.
Leandro
Arteaga
Hay varias maneras de acercarse al cine animado del
norteamericano Bill Plympton. Una de ellas, por ejemplo, la permite Terry
Gilliam: “¿Cuál es la droga que consume Plympton?”, se pregunta. En palabras
del director de Brazil, responsable
de los segmentos animados de los Monty Python, se trata de un halago.
En todo caso, lo que permite dar cuenta rápida del
talento de Plympton es la consideración internacional que le acompaña, los
premios, su mirada autoral e independiente, más su inclusión en toda historia
del cine animado que se elija. Bill Plympton es uno de los grandes, y estará en
Rosario los próximos jueves y viernes (ver recuadro), a partir de la
organización compartida entre Escuela para Animadores, Centro Audiovisual Rosario
y El Cairo Cine Público.
Se trata, en suma, de un acontecimiento. Más aún
dentro de los diez años de actividad que reúne la Escuela para Animadores,
dirigida por Pablo Rodríguez Jáuregui, dependiente del Centro Audiovisual
Rosario. Cuando a éste se le pregunta cuál es uno de los modelos a pensar y
seguir desde los parámetros de la
EPA , el nombre de Plympton aparece. Entre otros motivos,
porque se trata de un animador incombustible, que ha privilegiado su mirada
artesanal en todo proyecto en el que se haya embarcado. Que en unos pocos días
más, el insigne Plympton comparta películas y experiencia con el público y
cineastas de la ciudad, será un corolario de brillo para los primeros diez años
de la EPA.
Tratar de ubicar el cine de Bill Plympton (1946) desde
un primer esbozo, dirige el recuerdo hacia el programa televisivo Caloi en su tinta. Fueron varios los trabajos
suyos que allí circularon. Gracias a Caloi, el televidente se interiorizaba
sobre Plympton a la par de nombres como Jan Švankmajer, Joanna
Quinn y Caroline Leaf. Mundos particulares que convivían dentro del tramado
complejo supuesto por el cine animado.
Allí pudo verse, reiteradamente, el cortometraje Your Face (1987), donde una canción
socarrona hace al personaje cantar y mutar de tantas maneras como el dibujante
quiera. Este proceso de deformación y reformación, Plympton lo empleará como
recurso formal a lo largo de toda su obra. El corto le significó una primera
nominación al Oscar. Una inventiva similar intercalaba también intervalos durante
el argumento de su primer largometraje, The
Tune (1992), donde un músico persigue una melodía escurridiza. La
independencia prevista de estos segmentos, a la manera de cortometrajes, le
permitieron obtener premios en festivales internacionales. El dinero, así, iba
a parar a la producción integral de The
Tune, que le demandó a Plympton alrededor de 30.000 dibujos. Todos suyos.
Es por eso que debe recordarse su recorrido extenso
como ilustrador e historietista, con trabajos repartidos en medios como The New
York Times, Rolling Stone, Village Voice y National Lampoon. No es un rasgo
menor, sino esencial para la comprensión de su animación. Se trata de un
dibujante abocado a cubrir toda tarea. Dispuesto a dibujar cuantas veces sea
necesario, con una calidad gráfica que va a la par de una capacidad prolífica. Hasta
la fecha, Plympton ha realizado seis largometrajes. Hay todavía uno más, en
producción, junto al animador independiente Jim Lujan: Revengeance, que ha recurrido al crowdfunding para su financiación. Y por su fuera poco, también ha
dirigido otros tres films de acción real, donde puede hacer lo que la animación
no le permite, según sus palabras.
Entre todos ellos, se reparten cortos numerosos, que
ofician a la manera de un catálogo de sexo, muerte, violencia, mutilaciones, y
momentos de encanto naif. Lo curioso radica en cómo Plympton articula tanto
desde un dibujo que atrae y repele. Su trazo es inconfundible, hay un mundo que
vive, respira, gracias a su pulso.
Puede citarse el recurso de la cámara subjetiva de One of Those Days (1988), donde el
espectador se ve sometido a vivenciar una sumatoria grotesca de desgracias
cotidianas. How to Kiss (1989)
ilustra las maneras diferentes de besar: una voz en off dice de manera cortés,
mientras el dibujo oficia desde el contrapunto ridículo. Sus 25 Ways of Quit Smoking (1989) son un
repertorio demente de cómo dejar el cigarrillo antes de que sea demasiado
tarde.
Muchas veces, estos cortos son desprendimientos de
su trabajo como historietista. Otras y como se apuntaba, segmentos de los
largometrajes. A veces se trata de experimentaciones o de soluciones ingeniosas
surgidas a partir de encargos publicitarios. En todo caso, puede distinguirse
el duelo entre contendientes como una de sus maneras predilectas. De esta
manera, la relación sexual es retratada como un proceso de acción y reacción de
límites impensables. Este crescendo absurdo conoce una de sus máximas en Guard Dog (2004), también nominado al
Oscar, donde un perro ladra durante la visita al parque a todo aquel que
considera peligroso para el bienestar de su amo. Las figuraciones imaginarias
del perro crecen en ingenio y acercan una fatalidad involuntaria.
La incorrección, se nota, está omnipresente. Algunos
cortos lo evidencian más; tal es el caso de Can’t
Drag Race with Jesus (2000), donde Cristo es vuelto un automovilista de
temer así como un rock-star; también Santa:
The Fascist Years (2009), que descubre el vuelco autoritario de Papá Noel,
preocupado ahora por fabricar armas que subyuguen el planeta. Por otro lado, su
ironía tocó alguna fibra sensible con Spiral
(2005), donde propuso un corto abstracto falso, que culmina con el asesinato
–cortesía de los mismos espectadores- de las figuras geométricas protagonistas.
El cortometraje provocó malestar en el animador canadiense Steven Woloshen,
cultor de la película rayada y dibujada a la manera de su admirado Norman
McLaren. Su respuesta fue Rebuttal
(2005), donde se las toma con el clásico Your
Face de Plympton y a éste, por supuesto, tampoco le agradó el asunto. (Lo
todavía más curioso es que Woloshen estuvo en la EPA el pasado 7 de septiembre, en el marco de una
charla magistral extraordinaria.) Uno de sus trabajos recientes, Drunker Than a Skunk (2013), lo reúne con
el poeta Walt Curtis, cuya voz dice su poesía mientras Plympton anima cowboys
borrachos y disparos de coreografía. Una belleza.
En 2011 y como signo de afecto, Plympton completa un
trabajo de restauración ejemplar, a partir del clásico The Flying House (1921), de Winsor McCay. Allí, una pareja escapaba
a deudas e hipoteca con una casa voladora. ¿Por qué Plympton se detiene en
McCay? Porque hay, evidentemente, rasgos estéticos y políticos que le
comunican, de cara a un McCay que no tardó en sentirse desesperanzado ante el
rumbo prioritariamente comercial que adquiría el arte que ayudó a crear.
La fusión entre el padre de la animación y quien acá
se asume como su discípulo logra de esta película una puesta al día que da
cuenta de lo imbatible del arte de McCay, todavía moderno. Que Bill Plympton se
detenga en él, es un gesto que lo engrandece todavía más.
Las actividades a desarrollarse tendrán lugar los días jueves y viernes en Cine El Cairo (Santa Fe 1120). El jueves, a las 18, Bill Plympton presentará una retrospectiva personalmente seleccionada del conjunto de su obra. El día siguiente, a las 17, el animador ofrecerá una Master class abierta. A las 20.30 se proyectará el largometraje Idiotas y ángeles (2008), en donde la lucidez de Plympton alterna comentarios sarcásticos que alcanzan al dogma religioso, la moralina ciudadana, y la avidez económica. Un par de alas es el detonante de esta locura animada que obtuvo una distinción especial en el Festival Internacional de Annecy.
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