sábado, 27 de septiembre de 2014

Johnny Jungle (J-C Deveney/Jérôme Jouvray, EMR, 2014)


El grito del hombre mono continúa

De edición impecable, premiada en Comicópolis, Johnny Jungle se suma al catálogo de historietas del sello municipal. Un abordaje francés sobre el mito de Tarzán y Johnny Weissmüller. Leyenda y verdad como dos caras de un mismo personaje.

Por Leandro Arteaga

Qué difícil es sustraerse al influjo de Tarzán. Ahora bien, ¿por qué resistirse? Desde su primera aparición en 1912, cortesía del maestro narrador Edgar Rice Burroughs, el hombre mono no dejó terreno sin pisar. Maestros del cómic, como Hal Foster y Burne Hogarth, lo delinearon para el regocijo de tantas aventuras. La radio le tuvo como partícipe privilegiado; sin excepción en Argentina, donde César Llanos y Oscar Rovito le caracterizaran durante las tardes de Radio Splendid, entre el Toddy y los libritos editados por Tor.
En el cine, actores tuvo muchos, pero nadie como el nadador olímpico Johnny Weissmüller. A él corresponde la estampa, la efigie, tan noble como el trazo gráfico del gran Russ Manning. Vale decir, Weissmüller y Tarzán son un mismo grito de selva, historietas y películas.
Por este carril de mito y melancolía transita el espléndido álbum Johnny Jungle, de la dupla francesa Jean-Christophe Deveney (guión) y Jérôme Jouvray (dibujos). Y atención, los premios para esta bande dessinée ya no son sólo internacionales –Premio Especial del Jurado en el Festival de Lyon 2013–, sino que la impecable edición local, a cargo de la Editorial Municipal de Rosario, ha resultado galardonada como “Mejor Edición Argentina de Historieta Extranjera” en la reciente Comicópolis, de Buenos Aires. Méritos bienvenidos para este libro, que continúa la línea de historietas que el sello municipal comenzara junto a las ediciones de Crack Bang Boom.
Johhny Jungle está dotado de una simpatía implícita, por el personaje que retrata y por el aporte de su dibujante, de una línea precisa, símil caricatura, inevitable en su invitación hacia la historia revisitada del astro fílmico, mono blanco, leyenda y verdad, que ha sido Johnny Jungle. A la manera de King Kong, con un enjambre de cine que revolotea curioso entre la selva, no es la cámara la que afecta a este hombre criado entre simios, sino el amor de la inefable Jane. A partir de ella, el devenir hacia la ciudad, y un recuerdo en forma de separatas con los viejos afiches de los films del astro olvidado.
De esta manera, Johnny Jungle conjuga su drama mientras dispara asociaciones con el lector. El diseño de los carteles de cine, los nombres, las anécdotas, no hacen más que confundir lo verídico con lo supuesto, en virtud de ese mito que Tarzán es porque Weissmüller también. Johnny Jungle es todo esto pero también no. Porque su caracterización no hace más que rozar lo que significa lo predicho para ahondar en un personaje distinto, de vida selvática a la manera de un niño grande, sin preocupaciones, resguardado por la mamá mono, de parranda continua y diálogos cómplices con el sacerdote misionero.
El tránsito entre la selva y la ciudad será móvil para también hundir las garras en el oportunismo del mundo del cine. Desde la referencia literaria, la novela de Edgar Rice Burroughs que mejor comulga con el espíritu de Johnny Jungle es Tarzán y el hombre león. Allí es donde con sorna manifiesta, Burroughs se burla del modelo Hollywood y de la banalización que sobre su héroe, con mayor o menor razón, el cine alimentara. A propósito, la película que mejor destila el humor en tanto contrapunto –selva/ciudad- sigue siendo Tarzán contra el mundo (Tarzan's New York Adventure, 1942), con el rey de los monos saltando entre los rascacielos, sin terminar de comprender cómo es que puede vivirse de modo hacinado.
De esta manera, Johhny Jungle es lectura de ese mito que significa el nombre Tarzán. No se lo dice pero está implícito. Como la palabra clave que cifra el encanto. Por eso, es un álbum bello, una nota de cariño con el foco puesto en ese personaje que se sabe ya sin lianas, hundido en el alcohol de un hotel. ¿Qué pasó con Johnny Jungle? Respuestas hay varias. Repartidas entre las páginas del libro como si de inserts documentales se tratara. Entre medio, se teje la leyenda del más grande, en la cual todos quieren su lugar. Eso sí, vale la aclaración. Se trata de Johnny Jungle, Primera Parte. El segundo álbum ha visto la luz reciente en Francia. De lo que se desprende, con el continuará como esencia e impaciencia de historieta, ¿para cuándo la edición local?
Hundido en el alchohol, Johnny Jungle medita su vida
Y de paso, hay un cuento de Carlos María Domínguez que es ejemplar: “La confesión de Johnny”, adorable recuerdo literario sobre el más grande de los Tarzanes, Johnny Weissmüller, quien ya viejo y olvidado por Hollywood, visita Rosario para una exhibición de nado por el Paraná, con el whisky como compañero. En una línea similar y en algún mundo paralelo, seguramente exista la película de un viejo Tarzán, sostenido en ese garabato de deseo compartido que profirieran el actor Marcello Mastroianni y la pluma de Osvaldo Soriano.
Alguna vez, ese gran artista que ha sido Carlos Meglia soñó con volver a dibujar Tarzán. Algo parecido llegó a realizar, se trató de un cruce curioso entre el hombre mono y el hombre de acero, Superman. Pero el deseo mayor quedó inconcluso. No así su percepción del personaje como uno de los más fecundos mitos del siglo pasado. Por las dudas, Ray Bradbury siempre señaló a Edgar Burroughs como uno de sus pilares literarios. También recordó cómo atesoraba las páginas dominicales de Foster en un armario de su niñez. En ese arcón de aventuras, ha venido a revolver Johnny Jungle.
Salud, Tarzán. 
 

jueves, 25 de septiembre de 2014

Democracia en Construcción (2014, Santiago King)


Muchas historias para la democracia


Democracia en Construcción supone la apuesta por la ficción de Señal Santa Fe. Es también parte de una plataforma multiformato, con articulación en la web. Cuatro capítulos a estrenarse el viernes en Sala El Cairo.
Por Leandro Arteaga

La construcción de un relato transmedia, que articule una narrativa compleja, permanente, atraviesa como desafío a la nueva producción de Señal Santa Fe. Con el título DeC: Democracia en Construcción, cuatro episodios de treinta minutos son la estructura decisiva para esta experiencia que el Ministerio de Innovación y Cultura de Santa Fe dedica al relevo de historias con asidero en los treinta años de democracia.
DeC se estrena el viernes próximo a las 20 en El Cairo Cine Público (Santa Fe 1120), con entrada libre y gratuita. La dirección de sus capítulos corresponde a Santiago King (Al doblar la esquina, Diversos Universos), cuya tarea se revela esencial porque aporta la mirada que organiza, el sostén primero a través del cual enhebrar las demás posibilidades.
En este sentido, DeC se compone de historias pequeñas, a las que se apela en tanto síntesis de una realidad convulsa, que es resultado de una dinámica histórica. Los episodios dedican atención argumental a los conceptos democráticos de Representación y Participación, Derechos, Igualdad, e Identidad. El tramado del guión –donde también figuran Sofía Aldasoro, Vanina Cánepa y Edgardo Pérez Castillo- los interpela a través de recursos narrativos que cruzan ficción y documental en tanto categorías maleables.
De esta manera, los treinta minutos de cada capítulo comulgan entre las vicisitudes de sus personajes y el despliegue de aportes analíticos, contenidos en los pliegues del relato. Muchas veces se impone la autoridad de las imágenes de archivo. El fin es didáctico, y apela al detenimiento sobre lo que se cuenta para su debate. A través del testimonio de docentes e investigadores se aportan lineamientos conceptuales, miradas reflexivas, datos históricos. En suma, se sitúa un contexto, plagado de aspectos que articulan los treinta años democráticos con la herencia que aporta la última dictadura militar, a la par de los avatares y vaivenes supuestos por la depredación que del rol del Estado propiciara el capitalismo neoliberal durante la década de 1990.
Destaca el pulso de King en el logro del sostén narrador. Cada episodio es autoconclusivo, pero a la vez disparador del siguiente. En tanto totalidad, DeC es una historia compartida, contenedora de muchas, de entre las cuales sólo han sido retratadas cuatro. Podrían ser más, también otras. Cada una de ellas tiene un drama que resolver, una puesta en juego de dilemas que enfrentar. Es el caso de Luca, el pibe que no quiere irse de su país ni dejar a sus amistades y afectos, mientras sus padres ya lo han decidido. De modo coincidente, la elección del delegado de su colegio está a punto de suceder, lo que supone un problema ambivalente, en donde cada cuestión que moviliza a Luca altera, necesariamente, a las demás. Así como la atracción que le supone una de las candidatas, si bien preocupada por trivialidades y prédica retórica: aquí es donde aparece el matiz irónico, en tanto comentario sobre las mismas campañas políticas de los mayores, provistas por “creativos” de lucidez supuesta.
Uno de los mejores capítulos es aquel donde el padre debe decidir entre la pelea por la expropiación de su fábrica, el contrato “basura” que le ofrecen, los impuestos impagos, y el bienestar de su hija. De nuevo, cada una de las caras oficia sobre las demás. Ninguna decisión particular puede ser aislada de su conjunto. Así como la misma vida democrática y el desafío que la acompaña: no sólo en tanto acto eleccionario, sino como comportamiento ético, cotidiano. Al respecto, vale destacar el análisis del profesor Juan Pablo Angelone (Pensamiento Sociopolítico, UNR), quien analiza la propuesta implícita en el éxito político, durante los años ’90 (y todavía), de cantantes, deportistas y afines. Situación de farándula que se ha revelado, justamente, como la antítesis –en tanto proyecto de éxito individual- de la vida en común, de una ciudad moralmente compartida, a la que el neo-liberalismo buscó disgregar.
En última instancia, es la mirada de Santiago King la que aporta –porque es en él donde se cumple la puesta en escena- una estructura justa, contenedora, cuyo fin ulterior es el de continuar la narración en el espectador. Lo hace desde la implicación dramática de cada episodio –entre cuyos intérpretes figuran Melisa Patriarca, Tito Gómez, María Zulema Amadei, Miguel Franchi, Mumo Oviedo, Ayelén Prado, Raúl Santángelo, Elena Guillén-, pero también desde la invitación explícita a ingresar al sitio www.decsantafe.gob.ar, donde aportar testimonios y compartir experiencias que den razón al título del envío televisivo y transmedia.
Quien ingrese al flamante sitio web del gobierno de Santa Fe encontrará una línea de tiempo. Su objetivo es ordenar los videos de los usuarios. De lo cual se desprende el propósito mayor de la composición de un relato coral, de un libro vivo, que preserve esa llama preciosa que al fin y al cabo es la memoria.

Bronce (2013, Claudio Perrin)


Algo de luz y la noche cerrada


Por Leandro Arteaga
 
Del recorrido cada vez mayor de Bronce, largometraje del rosarino Claudio Perrin, es menester distinguir, al menos, algunos de los muchísimos premios recibidos: Mejor Película (Encuentro Mundial de Cine, Seattle), Mejor Película Latinoamericana (FICA, Perú), Mejor Largometraje Internacional (FICIQQ, Chile), Mejor Película/Guión/Medalla Argentores/Premio Revelación al Director (Cine con Vecinos, Argentina), Premio a la Excelencia (The Indie Fest, California), y el reciente galardón a su actriz, Claudia Schujman, en el 5º FECICO (Cine del Conurbano, Buenos Aires).
Se trata de un reconocimiento loable que todavía continúa, al ser Bronce recuperada por El Cairo –que ya la había exhibido el año pasado– para el fin de semana próximo. Se trata de una oportunidad perfecta para el disfrute de una de las mejores producciones que se hayan realizado en esta ciudad. El logro del detalle cuidado que exhibe el film de Perrin (Los deseos del camino, Terminal), donde el gesto mínimo dice como instancia sustancial, que se adosa a más gestos breves, obligados a ser en relación con su entorno, es consecuencia de un trabajo de guión meticuloso, en donde la mirada del realizador sabe hacia dónde dirigir el relato.
Claudia Schujman y Miguel Bosco componen a dos hermanastros dedicados a la tarea de robar placas de cementerios. El bronce es posibilidad económica, pero también materia de la que está hecho lo que ha sido. El relieve de unos recuerdos que no pueden modelarse de modo diferente, termina por asediar a estos hermanos. De manera pausada, gradual, la relación entre ellos dice entre sonrisas mientras esconde miradas, repartidas entre las lápidas, a la vera del río, o en la casa de la infancia.
En la mayor parte del relato, Perrin emplea el recurso del plano-secuencia. Es que hay una carga emocional que no puede –ni debe– mentirse. Por eso, la caracterización de Bosco y Schujman es excepcional. Al no valerse del montaje, el film captura la sensibilidad a flor de piel, que eriza el ánimo compartido, como si fuese una bruma que no deja ver pero que a poco disipa y, tal vez, se descubra en un estallido. Un proceso semejante sólo puede registrarse cuando el cine asume un desafío real -vale decir- con la realidad. Porque algo pasa en estos intérpretes, en estos personajes, es que la cámara puede registrar lo que obtiene. Así, lo que sucede es admirable.
Quizás, Bronce sea el intento por llegar a esa verdad última, emocional. Todo un ejercicio cinematográfico, que es puesta en juego de una mirada de autor. Sobre la escena final, la luz del amanecer irrumpe sobre lo que fue la noche cerrada. Tal vez algo de lo sucedido no haya sido en vano, ni tan terrible, como para sobrellevar mejor lo que viene.

Bronce
(Argentina, 2013)
Dirección y guión: Claudio Perrin. Fotografía: Alejandro Pereyra. Cámara: Luciano Barrera. Montaje: Claudio Perrin, Ernesto Figge. Sonido: Ernesto Figge.  Producción: Javier Matteucci, Denise Almeida. Música: Iván Tarabelli. Reparto: Claudia Schujman, Miguel Bosco.
Sala: El Cairo, jueves 25 a las 20.30, viernes 26 a las 22.30, sábado 27 a las 18, domingo 28 a las 20.30.
10 (diez) puntos

martes, 16 de septiembre de 2014

Sin City: Una mujer para matar o morir (2014, R.Rodriguez & F.MIller)


Un grotesco de incesto y violencia

 
Por Leandro Arteaga
Rosario/12, 17/09/2014

Ya establecida como un clásico del cómic neo-noir, Sin City tiene en el cine una ramificación más, con un desmedido afán protector sobre la obra origen. En este sentido, puede señalarse el poco énfasis en la transposición de un medio al otro; pero lo que más y mejor sucede es el desafío por tratar de sostener el planteo gráfico de Frank Miller, como si se tratase del cómic paginado sobre la pantalla: intención que el cine esboza en el inicio retro de Superman (1978), con la sola revista como protagonista.
El resultado, de acuerdo con el film precedente de 2005, es el de una mezcla entre storyboard, animación y cine. Lo que confirma el talento narrador de Miller, cuyas páginas son por momentos utilizadas de modo mimético, con personajes que oscilan entre la carnadura de sus intérpretes y el dibujo animado. A su vez, destaca la fusión entre Miller y Robert Rodríguez, a partir de afinidades y puestas de acuerdo para que el film sea lo que debe ser: cine. Acá es donde el diálogo entre las partes –cine y cómic– mejor funciona. En última instancia, los films Sin City son también películas de un realizador de rasgos nítidos: prolífico, pulp, más o menos inspirado.
Nada podía ofrecer una segunda parte de Sin City que no se hubiese planteado ya en la primera: sea a nivel argumental o estético. En todo caso, la invitación de la secuela es a revisitar su mundo de blanco y negro extremos, donde los hombres son muy rudos y las mujeres son muy malas. Sobre el borde de la caricatura, Sin City es el grotesco de la narrativa negra, con todos sus lugares comunes denunciados pero, por eso, ratificados.
De esta manera, lo que Sin City 2 propone es el muestrario habitual: violencia, chicas desnudas (en verdad, una de ellas: Eva Green), diálogos filosos y en off, políticos y policías corruptos, desde ese marco contenedor que es esta ciudad incestuosa, porque es en el cruce de cercanías sexuales y familiares como se tejen las relaciones. Marv (Mickey Rourke) lo deja entender ante el baile hot de Nancy (Jessica Alba).
Así como ya nadie recuerda el nombre de la ciudad, tampoco lo hacen sobre quién había sido padre o madre de cuál hijo/a. Sólo algunos se atreven, maldición que habrán de sobrellevar como mejor puedan, por fuera de cualquier consideración de caballería distinguida. Es decir, en Sin City ya no hay cabida para un private eye melancólico, sino sólo para el alcohol, las piñas y las balas.
Sobresale, por momentos, la delineación de los intérpretes como despliegue estereoscópico de los cuadritos de historieta. Es el caso de Josh Brolin, esculpido de modo granítico, o el de Mickey Rourke desde las prótesis, pero sobre todo en lo que toca a las mujeres –Eva Green, puntualmente-, donde su contorno aparece recortando la oscuridad, entre la miríada de arrugas de sábana, como síntesis de la invitación fatal que nadie osa resistir. Si así no fuera, no habría aventura. O crimen.

Sin City: Una mujer para matar o morir
(Frank Miller's Sin City: A Dame to Kill For)
EE.UU., 2014. Dirección: Robert Rodriguez y Frank Miller. Guión: Frank Miller, a partir de sus novelas gráficas. Fotografía: Robert Rodríguez. Música: Robert Rodríguez, Carl Thiel. Reparto: Josh Brolin, Eva Green, Mickey Rourke, Powers Bothe, Rosario Dawson, Joseph Gordon-Levitt, Jessica Alba, Ray Liotta, Juno Temple, Bruce Willis, Stacy Keach, Lady Gaga. Duración: 102 minutos
Salas: Monumental, Showcase, Village.
7 (siete) puntos

7 cajas (2012, Juan Carlos Maneglia, Tana Schémbori)


Las cajas de un relato vibrante


Por Leandro Arteaga
Que 7 cajas continúe despertando adhesión, curiosidad, críticas, es signo de lo mucho que una película puede generar cuando el boca a boca es cierto, de un empeño perseverante para con su público. La atención distintiva aparece también, claro, porque se trata de una producción paraguaya, cuyo contexto de cine apenas emerge, con respuesta masiva de público y proyección internacional.
La edición reciente en dvd permite recuperar el acceso a un film cuya distribución en Rosario tuvo reparo en una única sala, durante una sola semana. Pero el periplo de 7 cajas continúa, todavía en cartel en los cines de Buenos Aires. Tal vez, alguna reposición local le devuelva la posibilidad de la pantalla grande.
Mucho se ha dicho y todavía se dirá sobre el film de la dupla Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori, localizado en el Mercado 4 de Asunción: micromundo de callecitas abigarradas, locales comerciales, tráfico humano incesante, que es reconvertido en estudio de cine. Allí dentro transcurre la acción, el drama, la tragedia; una historia entre las muchas que a la par de su protagonista suceden. Entre un vértigo que no cesa, porque de lo que se trata es de obtener un teléfono celular, de aparecer en televisión, de ganar dinero, de encubrir engaños, y de sonreír entre tanto entuerto; todo esto y más, cifrado en las siete cajas del título.
Las cajas son, por un lado, encargo de trabajo para el carretillero adolescente de nombre Víctor (Celso Franco); por el otro, contenido misterioso. Lo que hay allí dentro es un McGuffin calculado, un resorte a través del cual la acción dispara, ramifica y concluye. Cuando Víctor vea lo que anida en su ir y venir, la angulación de cámara recordará tanto a Tiempos violentos como a Bésame mortalmente, de Robert Aldrich. En cuanto a Tarantino, la sensibilidad disparatada está por allí, entre alguno de los gestos que aparecen, por ejemplo, en el rostro del policía fascinado con las fotografías de su nuevo celular, o en el robo de los pibes de la calle a, ni más ni menos, ladrones más grandes y más peligrosos que ellos.
Las siete cajas desanudan y anudan, pero también descorren el velo para la atención verdadera: la fascinación por la televisión y sus modelos publicitarios, la pertenencia a la sociedad de consumo, la corrupción como modo de vida, y el dinero como suma de todas las partes.
De todos modos, en el film surgen rasgos de sinceridad cuando las miradas se quieren, cuando el afecto nace, cuando la salud de un hijo depende del padre. A partir de allí, quiénes hacen y deshacen serán simultáneamente víctimas y victimarios, encerrados todos en un mismo tramado social, cuyas inequidades culminarán por ser, gracias a la tecnología siempre novedosa de un celular, retórica gastada. La pantallita de tevé, por eso, como ventanita falsa hacia otro mundo que no deja de ser el mismo.

7 cajas
(Paraguay, 2012)
Dirección: Juan Carlos Maneglia, Tana Schémbori. Guión: Juan Carlos Maneglia, Tana Schémbori, Tito Chamorro. Fotografía: Richard Careaga. Música: Fran Villalba. Montaje: Juan Sebastián Zelada, Juan Carlos Maneglia. Reparto: Celso Franco, Víctor Sosa, Lali González, Nico García, Paletita, Manuel Portillo, Nelly Dávalos. Duración: 105 minutos.
Sólo disponible en DVD
8 (ocho) puntos

El cazador (The Rover, 2014, David Michôd)


Un western de sequedad emocional

 
Por Leandro Arteaga
 
Un clima árido, de sequedad emocional, transcurre desde los primeros minutos de El cazador, nuevo film del australiano David Michôd (Reino animal). La parquedad de gestos de su protagonista (Guy Pearce), la tierra y arena calientes de los parajes, la poca presencia humana: apenas algunos rasgos que permiten entrever lo que a la humanidad le ha sucedido diez años después del denominado “Colapso”.
Eric (Pearce) persigue con esmero, sin grieta sensible, a los ladrones de su automóvil. Un empecinamiento que hace de El cazador una road movie con rumbo hacia ningún lado. Durante este devenir, que parece trazado desde algún pulso secreto, el vínculo aparece con Rey (Robert Pattinson), hermano malherido de uno de los maleantes. Lo del pulso secreto viene a cuento porque nada sucede sin el reverso que le justifique, pero para ello habrá que ver qué es lo que el destino depara a la pareja forzada.
De esta manera, El cazador es tanto una buddy movie como también un western. Es decir, un cruce de géneros conciente, que tiñe su habilidad de relato apocalíptico, situado en un futuro o pasado cercanos. Lindante con el cine de otros australianos como John Hillcoat (Propuesta de muerte, La carretera) y George Miller (Mad Max), a la vez que de espíritu afín a Un muchacho y su perro, la nouvelle de Harlan Ellison con notables versiones al cine y el cómic (Richard Corben).
En verdad, la calificación de “maleantes” no guarda justicia necesaria con los personajes del film, ya que no hay una oposición clara, que permita distinguirles de tal manera. Ni siquiera cuando durante la travesía desfilen agentes policíacos, mercenarios de un orden por el que matan sin disimulo. Este mundo caído ya no guarda para sí nada que le conmueva, hasta tal punto que mejor será al espectador olvidar rápido que el bueno de Eric no es nada bueno, sino alguien tan desalmado como cualquiera de los demás dementes.
La alteración, igualmente, sobrevendrá. Con ella tendrá que ver Rey, el compañero deshilachado, de equilibrio precario, herido en su sensibilidad, capaz de permitir a su angustia visibilidad. Sus movimientos en vaivén, el hablar entrecortado, las decisiones sorpresivas, hacen de él –en tanto gran personaje– el contrapunto de Eric. Por otra parte, asevera también el devenir del intérprete Robert Pattinson de modo relevante, ya alejado del vampiro eunuco de la saga Crepúsculo.
Hay, sí, personas de buena intención. Atentas en su relación con los demás, confiadas en la responsabilidad de su trabajo. Pero nada de ello les garantiza salir ilesos. Todo está podrido y, a no olvidar, de lo que se trata es de recuperar el auto. ¿Por qué? Porque es el último soporte que a Eric parece sostenerlo. Aunque quizá ya tampoco.

El cazador
(The Rover)
Australia/EE.UU., 2014. Dirección: David Michôd. Guión: Joel Edgerton, David Michôd. Música: Antony Partos. Montaje: Peter Sciberras. Reparto: Guy Pearce, Robert Pattinson, Scoot McNairy. Duración: 103 minutos.
8 (ocho) puntos

sábado, 13 de septiembre de 2014

Pablo Perelman: entrevista


La mirada que todo lo transforma

La lección de pintura se proyecta hoy con presencia de su director, Pablo Perelman. Chile, la política y el arte. Por qué el espectador tiene que aprender a ver cine. Los grandes temas y la Unidad Popular de Allende.

 
Por Leandro Arteaga

La presencia del cineasta chileno Pablo Perelman en Rosario, en calidad de Jurado de Premiación en el Festival Latinoamericano de Video y Artes Audiovisuales, trajo aparejada la posibilidad de ver algunos de sus films. Hoy a las 18, con presencia del director, El Cairo Cine Público (Santa Fe 1120) exhibirá La lección de pintura (2011), la realización más reciente del director de Imagen latente (1988), uno de los títulos más sensibles de la cinematografía chilena.
Perelman es parte integrante de un grupo generacional excepcional, cuyo nombre imbrica los de Silvio Caiozzi (con quien dirigiera A la sombra del sol, 1974), Miguel Littín (con quien participa, en México, en Crónica de Tlacotalpan, 1976), a la par de ese cineasta insigne que siempre será Raúl Ruiz.
Basada en la nouvelle de Adolfo Couve y con un reparto que incluye a Daniel Giménez Cacho y Verónica Sánchez, La lección de pinturame atrajo mucho desde la primera vez que la leí porque aporta un ambiente y unos personajes muy entrañables”, explica Perelman a Rosario/12. “La novela no tiene contexto, la puedes poner en cualquier época y siempre va a ser como anacrónica, antigua. Yo la ubiqué en el fondo de la historia de una utopía, de una posibilidad que a mí se me asocia mucho con la época de la Unidad Popular de Allende, un tiempo de esperanza, en todo sentido. Es la historia de un niño genio de la pintura, que a través de la mirada del pintor transforma el universo que hay a su alrededor. Lo que me gusta es este reflejo de la inocencia del pueblo, de la gente humilde, que tiene una mirada que transforma todo en algo bello. Y cómo esta inocencia, que deviene ingenuidad, le pasa la cuenta en el momento del golpe.”

-Transcurrido el tiempo, ¿qué lectura hace del momento cultural actual?
-No quiero ser demasiado pesimista, pero tengo una mirada bastante desesperanzada y desencantada respecto a las posibilidades del arte, de incidir y de tener una mirada; no quiero decir que tener una mirada desde el arte sea una ingenuidad, creo que eso siempre va a existir, pero en Chile estamos viviendo un momento cultural y espiritual muy negro, es un período feo, donde la gente está motivada en general por sus tonteras. Da la sensación de que nadie toma la distancia necesaria como para pensar en las cosas importantes, en su vida, en cómo la están llevando, si la están pasando bien o mal. En este momento estamos trenzados en discusiones sobre la creación del Ministerio de Cultura, la nueva Ley de Televisión, la Reforma Educativa; son todos temas culturales y la discusión es muy pobre, totalmente superflua, se confunden cosas. Por ejemplo, durante toda la campaña de (Michelle) Bachelet, en un primer momento el Ministerio de Cultura era un problema del arte, de la expresión artística, del desarrollo de audiencia, etc., y de pronto, como empezaron a tener ciertos problemas políticos, le cambiaron la orientación, ahora el problema de la cultura es el de las culturas originarias, y lo que era el proyecto del Ministerio de Cultura se transformó en el Ministerio de Asuntos Indígenas, o sea, es una cosa muy extraña. Está bien, son muy importantes para la cultura de un país las culturas originarias, pero hay una confusión de términos. Te da la sensación de que no hay claridad respecto a nada que tenga que ver con el plano de la cultura, del arte, es muy frustrante. El punto es que en este momento hay una cantidad enorme de producción cinematográfica no muy significativa en el país, algo que tiene que ver con cómo son los públicos en este momento. Se consume mucho audiovisual, pero no necesariamente cine. Parece que toda la cultura fuera audiovisual; entonces, ¿cuál es el papel del cine? La lección de pintura fue un intento por poner grandes temas en un formato muy simple y muy directo, en términos de la experiencia vivencial de la gente. Pero no me fue muy bien, la película no produjo gran efecto.

-Me interesa insistirle en cuál sería el lugar que hoy ocupa el cine.
-Hay tanto cine, ya no se puede hablar de un cine. De cara al público, el papel de la crítica es central. ¿Qué puede esperar el público de las películas? En este momento no existe una percepción clara de qué significan estas tendencias, líneas, diferencias. Por lo menos en mi país se habla de cine chileno pero no hay una unidad ni nadie que lo explique, no hay esa crítica o simple información que sea honesta con el público y profunda con las obras, que las entienda. Pasa que la gente no sabe qué ver, van a ver cine chileno pero nadie los orienta. Es importante que se desarrolle una crítica que prepare, que entregue parámetros.

-Podría pensarse un contraste entre la respuesta de público de Imagen latente y la de La lección de pintura.
-Imagen latente fue prohibida y la primera distribución, por llamarla de algún modo, fue semi-clandestina, en vhs, todo el mundo la copiaba y tuvo una tremenda repercusión. Cuando pasamos a la democracia se distribuyó en cine y le fue bastante bien. Recuerdo que en esa época hablaba con colegas españoles que me decían “aprovechen, es el mejor momento”, porque había un espíritu encendido, la gente estaba con las antenas puestas, con ansias de comunidad. Después viene el desencanto y todo el mundo va para su casa.

-¿Cómo eran las discusiones entre ustedes, los realizadores?
-Era un clima intensísimo, había un interés feroz, teníamos organizaciones y discusión permanente. La forma en que yo produje Imagen latente fue totalmente cooperativa. Nuestra producción era de mendigo, andábamos pidiendo película, luces, transporte; todo el mundo consideraba suya cualquier iniciativa o película que se estuviera haciendo. No es que ahora haya cambiado tanto, hay un espíritu de cuerpo, pero quizás en este momento es más bien por el lado negativo: ¿por qué no está yendo el público?, ¿por qué estamos tan invadidos por el espíritu de Hollywood? La gente se está preguntando esto. A nosotros nos costó mucho armar el aparato del fondo de subvenciones y de apoyo del estado al cine, pero en este momento es relativamente fácil producir en Chile. Lo que preocupa más es que no haya políticas de largo plazo. Me da la sensación de que nosotros deberíamos disminuir la cantidad de producción para favorecer un desarrollo de la audiencia, una mayor cultura, para que la gente aprenda a ver cine tal como debe aprender a leer.

-Si me permite, entre A la sombra del sol y El Chacal de Nahueltoro, de Littín, hay una semejanza formal, a partir del hecho real vuelto ficción y disparador de análisis.
-Quizás muy inconscientemente. ¿Sabes en qué condiciones se hizo A la sombra del sol? Fue una película que se produce después del golpe, a partir de un productor que era distribuidor, él fue el primero en traer las películas de artes marciales a Chile. En ese momento había una ley de cine muy favorable, no podías perder plata. Lo que este productor quería hacer no tenía nada que ver con A la sombra del sol, sino que era una película ambientada en Viña del Mar, con drogas, lesbianas y qué se yo. En esa época había programas dobles, y su idea era estrenarla con una película de James Bond. Todos los impuestos que figuraban con la entrada eran muchos y los recuperabas. Si James Bond iba a llevar mucha gente, entonces la película chilena recuperaba los impuestos. La cosa es que él era de derecha, y esto pasa en octubre del ‘73, a días del golpe. El tipo contrató un equipo, el productor era amigo nuestro, (Silvio) Caiozzi iba a hacer la fotografía, yo la asistencia de dirección, y todo el resto del grupo eran amigos. Para nosotros era la salvación, ¡tener trabajo en ese momento! Si bien no había una estructura de censura establecida, el productor tuvo la mala idea de mandarle el guión a un milico, un aviador, que lo leyó y le dijo “usted está loco, es inmoral, este cine no cabe en el nuevo Chile”. Así que el tipo se quedó con un equipo contratado, la película comprada, pero sin historia. Entonces nos dijo a nosotros si se nos ocurría algo. Nos sentamos, pensamos, y le propusimos la historia. Armamos el guión con un poeta, Waldo Rojas, y para el trabajo con Silvio, que era muy respetuoso, siempre acudíamos a un tercero, guionista o montajista, para que conciliara la balanza. Estrenamos la película y al día siguiente detuvieron al camarógrafo, al script, el montajista. Si bien es una película filmada durante la dictadura, pertenece al período anterior, obviamente.


viernes, 12 de septiembre de 2014

Franco Fontanarrosa: Ajendra - Entrevista


Ajendra o la sonoridad de la palabra


Ajendra es una película y es un experimento artístico, donde la música es el lugar de encuentro. La dirección es de Niño envuelto, el dúo de Franco Fontanarrosa y Alexis Perepelycia. Se proyecta hoy en el CEC.

Por Leandro Arteaga

En el marco del Festival Latinoamericano de Video y Artes Audiovisuales Rosario, Ajendra se presenta esta noche a las 23.30 en el CEC (Sargento Cabral y el río); pero ¿qué es Ajendra? Ante todo, es una película dirigida por Franco Fontanarrosa y Alexis Perepelycia. Por eso, es también una variación artística en el devenir musical del dúo Niño envuelto.
La invitación al mundo que Ajendra propone se articula desde un tramado de disciplinas artísticas, con el sonido como lugar de encuentro. Instancia de diálogo que ha sumado para su realización los talentos compartidos de Gustavo Galuppo, Federico Actis, Alejandro Hillier, Agustín Mosso, Santiago Cicotti, Juan Barbieratti, Gabriel Cejas, entre otros.
El término “Ajendra” no significa necesariamente nada, “es una palabra inventada por nosotros, quizás signifique algo parecido a un lenguaje único o personal, pero como muchos artistas que manejan cierto grado de abstracción nos gusta que el concepto quede dando vueltas, sin ser absolutamente explicado”, comenta Franco Fontanarrosa a Rosario/12. Y agrega: “Nos gusta la sonoridad de la palabra”.

-¿Dónde aparece la inquietud por hacer una película?
-Tanto Alexis (Perepelycia) como yo empezamos a relacionarnos con lo artístico a través de la música, pero a medida que fue pasando el tiempo comenzamos a interesarnos en cosas extramusicales. A mí me gusta dibujar, hacer animación; Alexis pinta, diseña, hace esculturas. Los dos nos consideramos músicos con inquietudes en otros ámbitos. Niño envuelto comenzó como un dúo de bajo y batería en el sentido más tradicional de la palabra, por así decirlo (risas); poco a poco le agregamos otras cosas, a la manera de performances; nos disfrazábamos, hablábamos y nos metíamos entre la gente. Creo que eso fue ocupando un espacio cada vez más importante. Cuando llegó la iniciativa de querer plasmarlo en algún trabajo, en una obra concreta, pensamos que lo más lógico era hacer algo que tuviera imagen, además de música. A partir de ahí fue una bola de nieve. Primero pensamos en grabar una cosa cortita, después obtuvimos un subsidio del Fondo Nacional de las Artes, luego un subsidio del Ministerio de Innovación y Cultura de Santa Fe. Se sumó un grupo de gente amiga muy comprometida y talentosa, que se ofreció a ayudarnos. Conseguimos como locación una casa de campo de familiares de Alexis, que queda cerca de San Nicolás, que es increíble, de 1800. Filmamos durante un fin de semana entero, y cuando nos quisimos dar cuenta había material para hacer algo mucho más extenso, que durase una hora.

-¿De acuerdo con el concepto que caracteriza a Niño envuelto, cómo manejaron la improvisación dentro de la película?
-Es difícil que todo lo improvisado tenga que ser en algún momento detenido, controlado, para que fuese organizado dentro de una película. Lo que teníamos claro era qué era lo que queríamos que se filme. La película se divide en tres escenarios: dentro de la casa, un sendero de árboles, un granero. En cada uno de esos lugares hay un set armado para que nosotros toquemos. Le dimos directivas a quienes filmaban acerca de por dónde queríamos que fuera más o menos la cosa. Después se hizo un registro de lo que cada uno filmó, se fue editando, y se logró tener una continuidad. Pero es cierto que algunas cosas las planeamos y otras fueron producto del azar. Por otra parte, también había poco tiempo como para premeditar ciertas cosas.

-¿Hubo una premisa de la que partir? En tal caso, ¿cuál era?
-Quizás sí, en el sentido de que creo que el mensaje final que tiene la película es el de la búsqueda de construir un lenguaje único, por así decirlo. Fue siempre una de nuestras premisas, aún cuando pueda sonar como algo “creído” de nuestra parte. Aunque sea algo obviamente imposible, pensar que podemos crear un lenguaje único fue lo que movió todo. Pensar en hacer una película desde el sonido y no desde la imagen. Es algo que nos fue cerrando cada vez más como una idea que defiende lo que estamos queriendo decir y mostrar. Ese concepto fue poniendo en órbita un montón de cosas que se fueron acomodando hasta llegar a la película.

-¿Cómo fue la relación con los integrantes del rodaje?
-Fue muy emocionante y gratificante poder trabajar con gente tan comprometida, con tanta buena onda; todos trabajaron con cariño hacia lo que queríamos hacer. Casi todos son personas de Rosario, muchos vienen del lado de Alexis, que es quien viene trabajando con gente vinculada al video-arte y las performances. En esos ámbitos medio multidisciplinarios conoció a muchas personas que estaban en este plan de mezclar formas de arte. Yo soy el que caigo más de visitante, en el sentido de que hay varios a quienes conocí por primera vez. Funcionó muy bien, cada uno hizo su aporte y todos nos pudimos divertir. Queríamos que cada uno pudiera agregar su visión, y no que fuera una cosa sólo de nosotros dos. Tuvimos que pensar bastantes cosas, nos encontramos con algunos problemas, pero la verdad es que estamos muy contentos.
 

jueves, 11 de septiembre de 2014

Ruiz, Littin y Perelman en el Festival Latinoamericano de Video


Tres películas de grandes cineastas

Dentro de la programación del Festival Latinoamericano de Video, está la posibilidad de acercarse al mejor cine chileno. Tres buenos ejemplos de cineastas de relieve como Miguel Littín, Pablo Perelman y Raúl Ruiz.
Por Leandro Arteaga
Rosario/12, 11/09/2014

Chile es el país invitado en la edición en curso del Festival Latinoamericano de Video y Artes Audiovisuales Rosario; y entre las varias posibilidades que el festival aporta sobre el quehacer cinematográfico chileno, bien vale tener en cuenta tres de los films a proyectarse entre hoy y mañana.
Esta tarde a las 19, en Museo de la Memoria (Córdoba 2019) se exhibirá Imagen latente (1988), de Pablo Perelman. Se trata de una película de relevancia mayúscula, rodada durante los años de la dictadura de Pinochet. En un primer momento, Imagen latente salió al encuentro de sus espectadores de manera clandestina, en videocasetes que viajaban de mano en mano. Felizmente, su estreno pudo formalizarse durante el período democrático, con una asistencia de público que le validó como un film necesario, testimonial.
El rasgo vivencial es fibra sensible en Imagen latente, con su eje puesto en la búsqueda que del hermano desaparecido lleva adelante Pedro (Bastián Bodenhöffer), un fotógrafo que corre de a poco un velo que le lleva a mirar de otra manera, a través de su instrumento privilegiado. Así como Lita Stantic reelabora un capítulo de su historia personal, que es síntesis de angustia general (si bien narcotizada durante los años menemistas), en Un muro de silencio (1993), el realizador Pablo Perelman hace lo propio al transcribir en su puesta en escena la desaparición de su propio hermano, Juan Carlos Perelman, sucedida en 1975.
Imagen latente indaga en la memoria colectiva así como en la necesidad de su construcción, mientras encuentra su piedra de toque en la búsqueda y localización del centro clandestino de detención y tortura de Villa Grimaldi. Para llegar allí, Pedro tendrá que vérselas con un entramado laberíntico, a la vez que sus fotografías le revelan preguntas que guardan otras. La experiencia del miedo, que Perelman recrea desde la alusión, con forma de automóvil siniestro y paranoia tangible, aparece como un síntoma al que más vale enfrentar. Un film, si se permite tal apreciación, bellísimo, pleno de sensibilidad.
A las 22.15, El Cairo (Santa Fe 1120) proyectará –a continuación de la Competencia Oficial del Festival– el más reciente largometraje del realizador Miguel Littín. Se trata de Dawson. Isla 10 (2009), film que habilita al espectador a ahondar en la historia chilena desde un capítulo sensible. Isla Dawson, justamente, fue utilizada como campo de concentración a partir del golpe de estado del 11 de septiembre de 1973; allí hacinaron a los ministros y colaboradores del presidente Salvador Allende.
Entre ellos hubo de figurar el ingeniero Sergio Bitar (interpretado en el film por Benjamín Vicuña), cuyo libro es el material base de la película. “Isla 10” apela al nombre impuesto al detenido por los carceleros, en una numeración que incluía de misma manera a los demás. Dawson. Isla 10 construye, de esta manera, un micromundo del horror, de una cotidianeidad que se perfila de manera normativa, con una rutina diaria que hace de ella un mundo alterno, cercano al que tantos sobrevivientes de experiencias similares supieron retratar: al margen de todos, en un escenario de espanto compartido, sometidos al vejamen y los interrogatorios, en el marco de una oportunidad histórica que no pudo ser, pero que todavía hace eco.
Vale recordar que Miguel Littín tiene en su haber uno de los más grandes títulos del cine latinoamericano de todos los tiempos: El Chacal de Nahueltoro (1969), un film insigne que le valió a su director la cercanía al gobierno de Allende, ya que Littín fue designado Presidente del Directorio de la Empresa del Estado Chile Films, en 1971. El exilio y derrotero posterior del cineasta, le han labrado una filmografía que entre premios y distinciones albergan nominaciones al Festival de Cannes (por Actas de Marusia y El recurso del método, de 1976 y 1978) y al Oscar de Hollywood (Actas de Marusia y Alsino y el cóndor, de 1983).
El exilio, de hecho, aparece como lugar inevitable dentro de las trayectorias de Perelman y Littín, los dos con asilo en México luego del golpe. Tal vez el film que mejor pueda expresar esta situación, y de manos de uno de los más grandes realizadores de todos los tiempos, sea Diálogos de exiliados (1975), de Raúl Ruiz, con proyección mañana a las 18, en El Cairo.
El cine de Raúl Ruiz ha sido premiado en la mayoría de los más prestigiosos festivales del mundo. El caso de Diálogos de exiliados es el de un film maldito, que se sabe transgresor y por eso debe sobrellevar las consecuencias. En pleno exilio chileno en Francia, Ruiz realiza una película-manifiesto de índole perturbadora, incómoda y compleja, que no contó con la adhesión del público. Entre otros aspectos, en Diálogos de exiliados no hay una única línea de pensamiento sino, en todo caso, contraposición de varias ideas, imbricadas y desesperadas. En última instancia, de lo que se trata es de padecer la lejanía, ese “lejos, muy lejos” con el que el film decide su inicio.
Desde esta lejanía que el cine acerca, la película de Ruiz teje su micromundo de angustia, de departamentos atestados y diálogos apretados. Con un criterio de transición entre las secuencias sin continuidad necesaria, como si el tiempo se hubiese quebrado, decidido a demorarse más de la cuenta. Por este paisaje extraño –de tiempo, espacio e idioma alterados– circulan sus ciudadanos en tránsito, en procura de un accionar que sane un proceder desmembrado, herido.
Se trata de un film extraordinario, capaz de testimoniar sobre su época porque tiene la habilidad de haberla transgredido, para situarse mucho más acá en el tiempo. Exilio que le toca a Chile, pero también a tantos latinoamericanos, expulsados para encontrarse entre sí, sin saber demasiado bien acerca de cómo resolver lo que sigue.
Espontaneidad que el cineasta toma como procedimiento formal, al incorporarla como matriz actoral, donde los diálogos fluyen, ramifican, convergen. Cuando el cine provoca algo semejante hay grandeza, porque la cámara captura lo que de veras sucede. La angustia del desarraigo, la desesperación por querer hacer, atraviesan todos y cada uno de los planos de esta película emblema.