Un grotesco de
incesto y violencia
Ya establecida como un clásico del cómic neo-noir, Sin City tiene en el cine una ramificación más, con un desmedido afán
protector sobre la obra origen. En este sentido, puede señalarse el poco
énfasis en la transposición de un medio al otro; pero lo que más y mejor sucede
es el desafío por tratar de sostener el planteo gráfico de Frank Miller, como
si se tratase del cómic paginado sobre la pantalla: intención que el cine esboza
en el inicio retro de Superman
(1978), con la sola revista como protagonista.
El resultado, de acuerdo con el film precedente de
2005, es el de una mezcla entre storyboard,
animación y cine. Lo que confirma el talento narrador de Miller, cuyas páginas
son por momentos utilizadas de modo mimético, con personajes que oscilan entre
la carnadura de sus intérpretes y el dibujo animado. A su vez, destaca la
fusión entre Miller y Robert Rodríguez, a partir de afinidades y puestas de
acuerdo para que el film sea lo que debe ser: cine. Acá es donde el diálogo
entre las partes –cine y cómic– mejor funciona. En última instancia, los films Sin City son también películas de un
realizador de rasgos nítidos: prolífico, pulp,
más o menos inspirado.
Nada podía ofrecer una segunda parte de Sin City que no se hubiese planteado ya
en la primera: sea a nivel argumental o estético. En todo caso, la invitación
de la secuela es a revisitar su mundo de blanco y negro extremos, donde los
hombres son muy rudos y las mujeres son muy malas. Sobre el borde de la
caricatura, Sin City es el grotesco
de la narrativa negra, con todos sus lugares comunes denunciados pero, por eso,
ratificados.
De esta manera, lo que Sin City 2 propone es el muestrario habitual: violencia, chicas
desnudas (en verdad, una de ellas: Eva Green), diálogos filosos y en off,
políticos y policías corruptos, desde ese marco contenedor que es esta ciudad
incestuosa, porque es en el cruce de cercanías sexuales y familiares como se
tejen las relaciones. Marv (Mickey Rourke) lo deja entender ante el baile hot
de Nancy (Jessica Alba).
Así como ya nadie recuerda el nombre de la ciudad,
tampoco lo hacen sobre quién había sido padre o madre de cuál hijo/a. Sólo
algunos se atreven, maldición que habrán de sobrellevar como mejor puedan, por
fuera de cualquier consideración de caballería distinguida. Es decir, en Sin City ya no hay cabida para un private eye melancólico, sino sólo para
el alcohol, las piñas y las balas.
Sobresale, por momentos, la delineación de los
intérpretes como despliegue estereoscópico de los cuadritos de historieta. Es
el caso de Josh Brolin, esculpido de modo granítico, o el de Mickey Rourke
desde las prótesis, pero sobre todo en lo que toca a las mujeres –Eva Green,
puntualmente-, donde su contorno aparece recortando la oscuridad, entre la
miríada de arrugas de sábana, como síntesis de la invitación fatal que nadie
osa resistir. Si así no fuera, no habría aventura. O crimen.
Sin
City: Una mujer para matar o morir
(Frank Miller's Sin City: A
Dame to Kill For)
EE.UU., 2014. Dirección: Robert Rodriguez y Frank Miller. Guión: Frank Miller, a partir de sus novelas gráficas. Fotografía: Robert Rodríguez. Música: Robert Rodríguez, Carl Thiel. Reparto:
Josh Brolin, Eva Green, Mickey Rourke, Powers Bothe, Rosario Dawson, Joseph
Gordon-Levitt, Jessica Alba, Ray Liotta, Juno Temple, Bruce Willis, Stacy
Keach, Lady Gaga. Duración: 102 minutos
Salas:
Monumental, Showcase, Village.
7
(siete) puntos
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