lunes, 22 de agosto de 2011

Cowboys & Aliens (2011, Jon Favreau)


Los rayos verdes contra el revólver



Cowboys & Aliens
(EE.UU., 2011) Dirección: Jon Favreau. Guión: Roberto Orci, Alex Kurtzman, Damon Lindelof, Mark Fergus, Hawk Ostby. Fotografía: Matthew Libatique. Música: Harry Gregson-Williams. Montaje: Dan Lebental, Jim May. Intérpretes: Daniel Craig, Harrison Ford, Abigail Spencer, Olivia Wilde, Sam Rockwell, Buck Taylor, Matthew Taylor. Duración: 118 minutos.

Por Leandro Arteaga


Basada en un cómic –por lo menos mediocre- de 2006 de la compañía Platinum (empresa dedicada a la creación multimedia de personajes de ficción), llega Cowboys & Aliens y, si de ese solo rasgo se tratase, habrá que decir que el film está bien y que supera con creces a su origen.
Dejado a un lado el cómic pésimo, la película dirigida por Jon Favreau (Ironman), con producción de Steven Spielberg, recrea de buena manera un relato integrado, increíblemente, por invasores alienígenas, sedientos de oro, en el mismísimo Far West. El punto bisagra, entre aliens y cowboys, lo darán la amnesia de Lonergan (Daniel Craig) así como su brazalete extraño. Su búsqueda de respuestas será el hilo que lleve al espectador hacia el interior del pueblo ganadero y de la invasión alienígena.
Nada más delirante que cruzar un tiroteo entre cowboys de saloon con la irrupción de naves del espacio. Rayos luminosos contra balas de Colt. Con momentos que remiten, alternadamente, a la más pura sobrecodificación del western o de la ciencia ficción cinematográficos: miradas torvas, tiempos “muertos”, estallidos de disparos, fuera de campo, efectos digitales, explosiones, monstruos, traiciones, y amistades.
Lonergan se descubre de a poco y con ello aparecen fantasmas del pasado, crímenes y robos, con rencores todavía vivos, más una alianza del cowboy con el ganadero próspero (Harrison Ford) y los apaches. Todos contra el enemigo, como la prédica costumbrista norteamericana obliga. Fuera quedan los recelos de conquista internos –económicos o raciales-, porque de lo que se trata es de vencer a quien se adentra en un seno que, en suma, corresponde a los norteamericanos, situados en las puertas de su industrialización.
No deja de ser digna de atención, por ello, la manera desde la cual el cine norteamericano ideologiza, con el western como uno de sus lugares de privilegio. Es en este sentido, que Cowboys & Aliens tiene un lugar merecido. Es reaccionaria y está bien contada. Desde luego, no se encuentra más que a una altura mediana, acorde con la baja estatura que supone el cine actual.
Destaca la composición de Daniel Craig, meditabundo y de rostro pétreo, como esculpido. Son esos pequeños momentos donde se alternan su mirar tranquilo y la resolución rápida los que más se disfrutan. A la manera de un cowboy clásico y, delirio mediante, hi-tech.
También cuando hacen su aparición demorada los indios; a saber, verdaderos “aliens” para la mirada del blanco. Pero, como se ha dicho, aquí todos juntos, superando fricciones y con la mira puesta en la dicha conjunta. “El hijo que siempre quise tener”, dice el ganadero a su criado indígena.
En fin, mejor será cabalgar hacia el horizonte lejano, rasgo arquetípico al que Lonergan sabrá también ser fiel, si bien lejos de la melancolía que enseñaran –desde “aliens” internos- los buenos de Shane o del Marshal Will Kane.

Green Lantern (2011, Martin Campbell)


El endeble poder del verde


Linterna Verde
(Green Lantern)
EE.UU., 2011. Dirección: Martin Campbell. Guión: Greg Berlanti, Michael Green, Marc Guggenheim, Michael Goldenberg. Fotografía: Dion Beebe. Música: James Newton Howard. Montaje: Stuart Baird. Intérpretes: Ryan Reynolds, Melanie Hebert, Blake Lively, Peter Sarsgaard, Mark Strong, Tim Robbins. Duración: 114 minutos.


Por Leandro Arteaga


A las apuradas, como respuesta de marketing pobre, la DC Comics se anima a un mismo proyecto que Marvel, editorial hermana y rival: películas individuales con héroes de historieta, más un film coral de título Liga de la Justicia. Si bien varios de los films en carpeta son habladurías, sí se encuentran en distintas etapas la inminente remake –y van…– de Superman, la tercera parte de Batman, más intentos sobre los personajes Flash y Wonder Woman.
En fin… y Linterna Verde. Primera vez en el cine y, si este es el tono elegido, mejor no esperar demasiado más. Porque por más verde flúo que inunde la pantalla poca es la respuesta imaginaria que el anillo del héroe pueda despertar. Menos aún cuando su protagonista es un ensamble de elementos de un cómic que, ensalada mediante, se adecua a los parámetros de un film para adolescentes.
Podrá decirse, con razón, que es éste el caudal espectador pensado con películas similares, pero Linterna Verde ha provocado muchas y buenas historietas, excelentes dibujos animados (caso Bruce Timm), más el interés de escritores notables como Alan Moore, Neil Gaiman y Larry Niven (Mundo Anillo). Todo ello, al fin y al cabo, excepciones de cara a la magnitud de la película: megalómana y, a la vez, muy pequeña.
Hal Jordan, piloto de pruebas, habrá de enfrentar su velocidad de avión con la irresponsabilidad de la edad (¿cuál? ¿adolescencia tardía?). Allí, entonces, el legado del anillo extraterrestre y su puesta a prueba, con viajes intergalácticos inmediatos sin respiro para el protagonista y el espectador. De la calle al planeta Oa, con todos los otros mundos posibles, y un antifaz que parece una de las bromas del Avispón Verde de Michel Gondry.
También, los Linterna Verde como encarnación de la policía intergaláctica de El día que paralizaron la Tierra (1951), aunque sin el encanto de Klaatu barada nikto ni su denuncia del miedo nuclear. Los Linterna, por ejemplo, gustan levantar sus brazos en grito de guerra o victoria y despedir una luz verde para atravesar el silencio del firmamento.
“Algo habrá visto el anillo en mí” se dice Jordan, mientras vence sus miedos (un Linterna no debe tenerlo) al reconocer que él, terrícola, siente miedo de sentir miedo. O algo así. Con el rostro de niño torpe de Ryan Reynolds, quien vive a los apurones y sabe pilotar aviones de manera increíble, sin otra capacitación más que los músculos que debe lucir todo (super)héroe norteamericano.
Un punto a destacar: la buena tarea del gran Peter Sarsgaard como bisagra entre “buenos y malos”, el más creíble de todos. El realizador, Martin Campbell, supo dar mejor partido en puestas al día de El Zorro y de James Bond (GoldenEye, Casino Royale). Ejemplo, en síntesis y Hollywood mediante, de un director-engranaje. Nada más.

Carlos Trilnick: entrevista


Nuevos modos de democratización



Artista y docente de relieve, Carlos Trilnick expone y diserta acerca de sus obras esta tarde. Un mundo digital que, en verdad, ya no parece tan alejado de la cotidianeidad.

Por Leandro Arteaga

En el marco de la instalación de arte digital Ex-data que lo tiene como protagonista -y que se expone hasta el próximo domingo (21/08) en el Espacio Conexiones del CEC-, Carlos Trilnick brindará un diálogo abierto hoy (19/08) a partir de las 19 en el Centro de Expresiones Contemporáneas (Paseo de las Artes y el río). Rosarino, radicado en Buenos Aires, Trilnick desempeña la labor simultánea de artista y docente, a través de la investigación y tematización de la tecnología digital, área que lo ha llevado a desempeñarse en el extranjero, a trabajar en la UBA, y a colaborar con el actual programa oficial “Conectar Igualdad”. “La pregunta es –dice Trilnick a Rosario/12 ¿por qué la tecnología digital se asume de una forma tan cotidiana?”

-Y tan rápida. Las nuevas tecnologías tienen un vértigo de cambio que antes no conocíamos.

-Creo, en principio, que no se trata de un cambio tan radical como parece, sino que estamos viviendo el desarrollo de una tecnología que empieza desde hace muchos años. Me parece que la sociedad viene adaptándose a estos cambios. Quizá se perciben de una manera más clara y radical desde el punto de vista del consumo, donde todo es siempre novedad, pero en verdad no es tan así, sino que lo que se producen son metamorfosis. El concepto de “lo nuevo” no consiste más que en una estrategia de consumo masivo, ideada por un capitalismo que no tiene problemas en vender al agua como nueva. Pero de lo que no se habla allí es del desarrollo que fue teniendo la humanidad con el fin de agilizar sus sistemas de comunicación. Evidentemente hay algunos cambios, mi infancia fue distinta a la actual, utilizaba el teléfono y la televisión, medios todavía vigentes, pero lo que también hubo fueron desarrollos. En otras palabras, ¿por qué las tecnologías se adaptan tan ligero a lo cotidiano? Esto es así porque estamos preparados para recibirlas. Hay un montón de antecedentes con el uso de computadoras, pero lo que todavía no había era una percepción cotidiana de esa tecnología. También entiendo que es necesario generar un aprendizaje en su aplicación, donde se puedan analizar los cambios que producen así como la manera de renovarnos ante ellos.

-Allí aparece su tarea docente.

-Es mi campo de acción. Como productor uno busca cambios personales, en uno mismo, inventando situaciones nuevas, subvirtiendo el manual de uso de los aparatos para ofrecerlos al público como herramientas para el arte. Uno de los cambios más fuertes consiste en que los medios han dejado de ser direccionales, porque ahora hay posibilidades de dar contenidos propios, algo que aplico desde el programa “Conectar Igualdad”, donde estoy capacitando a chicos a través de talleres de Animación Digital. Me resulta importante trabajar con todos los programas posibles, sobre todo con aquellos que no te brindan automáticamente un resultado. Lo importante es generar costumbres de uso en estos programas, para poder manipularlos y hacer algo distinto. Desde el arte tenemos un desprejuicio respecto al aparato, no lo respetamos, sino que buscamos su lado de atrás, su “lado oscuro de la luna”.

-Me recuerda a la mirada siempre vanguardista de Godard, tan atento a los usos posibles de lo que aparece como “nuevo”.

-Es que yo vengo desde esa formación, de esa escuela. Lo que puede hacer uno es acercar técnicas que ayuden a perder el miedo a la tecnología, para que cada quien haga lo que quiera. El lenguaje no es predeterminado sino que puede tener otras formas, es importante poner el índice ahí, en la docencia y en lo cotidiano, para obrar con esa tecnología desde otros usos, que despierten inquietudes y posibilidades infinitas. Estoy desarrollando una teoría que supone una relación entre lo binario y lo cerebral, que explica la manera cotidiana desde la que se asume la tecnología digital. La manera de visualizar una estructura digital, una neuronal, y una espacial (estelar), es muy similar. La tecnología digital implica un sistema de comunicación más natural, y tiene que ver con lo que refería sobre los medios unidireccionales y los pluridireccionales.

-Hoy ocurre algo inédito, son las nuevas generaciones las que saben más que sus adultos.

-Algo sobre lo que no queríamos enterarnos, pero que ya ocurría, lo que pasa es que se ha vuelto evidente, antes no se podía exteriorizar. Se disponía del pizarrón y de la tiza, con la tiza se podía, por ejemplo, escribir en el baño mientras que no en el aula. Hoy, con los dispositivos que entrega el Estado, se democratiza el sistema de expresión y de comunicación, se abre una red, y eso es interesante porque el joven está teniendo las herramientas en su mano, mientas que todavía hay profesores que llevan la computadora desde hace un año al aula y no saben cómo utilizarla.

-Algo que obligaría a una autocrítica docente.

-Crítica que por lo general se sitúa en el lugar más fácil, en los estudiantes. Pero es un cambio que se va a terminar dando, sobre todo cuando hay predisposición política para que ocurra. Lo importante radica en asumir el desafío de lo no conocido, porque nos permite abandonar las reglas cerradas y estrictas que nos caracterizaban.

En Rosario/12 (19/08/2011)


domingo, 14 de agosto de 2011

Ángel Mahler+Drácula+entrevista


Una vida de amor a la música


De vigencia tan permanente como su personaje, Drácula, el musical de Cibrián/Mahler celebra sus veinte años en Rosario. El amor a través del tiempo entre la obra y el público.


Por Leandro Arteaga

“Mi mujer me regaló un viaje y vamos a ir a Rumania, al castillo del conde Drácula. Un día entero donde voy a conocer el sarcófago, donde voy a vivir un poco más de cerca esa historia que inundó mi cabeza desde chico” confiesa Ángel Mahler a Rosario/12, como prólogo de entusiasmo a las funciones que de Drácula, el musical. 20 años están teniendo lugar en Teatro El Círculo hasta el día de hoy.
“En esta vuelta reorquesté toda la obra. La verdad es que está como nunca, es la mejor versión que pudimos hacer” comenta el compositor, además de dar detalles emocionados sobre el siguiente proyecto con Pepe Cibrián, centrado en el Rey Arturo y Excalibur, que marcará “un avance para la comedia musical en sí, donde agregamos, además de efectos especiales, también magia. Estamos trabajando muchísimo, y con cuatro magos, para esta historia que será narrada por Merlín (Juan Rodó).”

-Es la primera vez que podemos ver Drácula con la orquesta presente.

-Algo que va a permitir que se aprecie de otra manera. Yo sé que es difícil, sobre todo por los costos, pero hay veces en que los costos no importan, y en este caso particular sentí que había que hacerlo, porque las cosas dejan sus huellas también desde la manera en que son gestadas. Si nosotros no hacíamos este Drácula así, y dejábamos que se siguiera haciendo de la manera habitual, no hubiese sido lo mismo. La gente lo va a poder vivir ahora de una manera muy intensa, así como también nosotros. Drácula es una obra que no permite respiro ni distracción, de una concentración total para toda la orquesta y para todos los que están arriba. Es una obra que desde su comienzo no para, sino que va creciendo, a la vez que produce una energía única que la gente advierte. Creo que es ése el motivo por el que la vuelven a ver, de otra manera me resulta inexplicable. Tiene todos los ingredientes necesarios para que, una vez juntos, exploten.

-Creo también que lo que han logrado con Cibrián fue redimensionar el mito mismo.

-Nadie lo había visto a Drácula desde un perfil más humano, como alguien que sufría por sus dotes. Él es inmortal pero para ello necesita matar, y es esa inmortalidad la que no lo deja disfrutar de determinadas cosas de la vida, como una salida al sol. Todo eso lo hemos puesto en la obra porque sentimos que es un personaje, si bien altamente seductor, también muy sufrido. Se lo ve muy gigante e imponente sobre el escenario, pero con ciertos momentos donde también se afloja. Es ése momento el que más hemos rescatado, lo hemos humanizado para que la gente comprenda su otro costado.

-En tal sentido, se adelantaron a la película de Francis Ford Coppola.

-¡Y en dos años! Cuando vimos la película, con Pepito nos dijimos “¡Coppola se sentó en el Luna Park a verla!”. Se dan las coincidencias de los quinientos años, de la relación con Mina, toda la transformación…

-Debe haber una coincidencia de sensibilidades. En la novela Ella, de Rider Haggard, se cuenta también una historia de amor maldito, a través del tiempo.

-La pregunta que hay que hacerse es ¿qué es el amor para Drácula? Es la pregunta que se hace el personaje. Es allí cuando toma una decisión y determina el desenlace, porque todo tiene que ver con haber entendido qué es el amor. Por eso la gente también termina queriendo a Drácula, porque al morir elige la vida, la de Mina, la de la persona que ama. Además, también está el misterio, que en la obra se plantea desde el principio, en la obertura -“si hay un misterio, por qué negarlo, en lugar de comprenderlo”-. Es un texto que me gusta mucho, porque Drácula está inmerso en todo eso, tanto en lo que no conocemos como en lo que creemos conocer. Sobre todo en lo que respecta al vivir en el límite entre lo bueno y lo malo. “El amor a través del tiempo” es lo que ha hecho que el musical tenga veinte años, y que siga emocionándome como la primera vez. Cuando lo hacemos, desde la primera nota hasta la última, me resulta una construcción, un edificio que se va levantando, donde es maravilloso ver todo lo que va ocurriendo en el medio, mientras el público y nosotros somos llevados hacia el desenlace. La energía del público se puede percibir, siempre está sucediendo. Durante los diecinueve años que dirigí la orquesta fue siempre maravilloso, más aún cuando podés ver de reojo un poquito y notar cómo la gente está compenetrada con la historia, allí cuando la ficción que se está viendo sobre el escenario modifica tu realidad. Ésa es la magia del arte, del teatro.

-Y ahora es tu hijo, Damián Mahler, quien dirige la orquesta. ¿Qué sensaciones te provoca?

-Desde que la obra se estrenó en Buenos Aires, fueron 153 funciones en las que siempre me emocioné. Es algo que me hizo llorar mucho. Es que verlo a Damián dirigiendo, que era un nene cuando compuse esto, es como ver un ciclo cumplido, donde el camino tuvo sentido. Es algo tal vez inesperado en mi vida, así como un premio a la entrega por algo que me gusta.

En Rosario/12 (13/08/2011)

miércoles, 10 de agosto de 2011

Super 8 (2011. J.J. Abrams)


El cine, los zombies
y los amigos


Super 8
(EE.UU., 2011)
Dirección y guión: J.J. Abrams. Fotografía: Larry Fong. Música: Michael Giacchino. Montaje: Maryann Brandon, Mary Jo Markey. Intérpretes: Joel Courtney, Kyle Chandler, Elle Fanning, Riley Griffiths, Ryan Lee, Gabriel Basso, Zach Mills. Duración: 112 minutos.



Por Leandro Arteaga

En consonancia conciente con el cine de su niñez, con el disfrute que le provocaran aquellos films de los ’80, con niños casi adolescentes, misterios por resolver, fantasías reales (o al revés), seres de otros mundos y amigos para siempre, es que J.J. Abrams realiza Super 8.
Si Steven Spielberg fuera nombre relevante dentro de aquella década –donde el realizador/productor actualizara, justamente, sus tardes y tardes de matinée-, poco relevo es el que hoy queda, con un Spielberg abocado a films más “serios”, pretenciosos, o plenos de robots estúpidos. De todos modos, y qué bien, su asociación con Abrams destila en Super 8.
¿Y qué es lo que viene a ofrecer Abrams? Más de lo mismo, de lo que tanto le gustara y que bien sabe cómo volver a narrar. Con el éxito de la admirable serie televisiva Lost y la puesta al día del mito Star Trek en la gran pantalla, como algunas de sus credenciales. Abrams, él sí, es relevo del espíritu del cine de aventuras, de historias que son historietas, llenas de ganas de pasarlo bien.
Ése es un rasgo que en Super 8 se nota, que aparece desde su mismo desarrollo, con sus escenas elípticas y aumentadas en suspense, con sus niños-protagonistas –nuevos Little Rascals-, decididos a resolver el misterio del extraterrestre porque de lo que se trata, en última instancia, es de filmar una película, una película en “súper 8”.
Hay algo de nostalgia evidente, porque el film ocurre en 1979 y porque, dado el cine actual, sus ganas de pasarla bien parecen no poder circunscribirse a los tiempos que corren, donde si bien cunden camaritas de todo tipo es poco el ingenio que las secunda.
Con las ficciones de Abrams lo que reaparece es el espíritu de vivir el cine como entretenimiento, como diversión feliz, con una misión que cumplir junto con un héroe que tiene tantos años como cualquier niño con ganas de fantasías. Super 8 tiene efectos digitales, pero sin el protagonismo con el que en tantas películas suelen obnubilar a la historia, porque es ésta la que aquí sobresale. Y aún cuando para su resolución aparezcan ciertos momentos débiles, poco verosímiles, poco importa. Porque la película se disfruta.
Si de lo que se trata en Super 8 es de filmar una película, su desenlace tendrá que ver con esto antes que con cualquier otra situación. Además, el objetivo es filmar una película de zombies, con homenajes a Romero, a Carpenter, con 12 años, en oposición al mandato paterno, y como manera eficaz de exorcisar –halloweenianamente o, también, bradburyanamente- a la misma muerte. La que se llevara a mamá y, parece, se puede llevar a cualquiera. Anda dando vueltas por allí, por ahí, nada mejor entonces que filmarla, que reírse.
Nada mejor, en suma, que mirar una película.

viernes, 5 de agosto de 2011

Captain America (Joe Johnston, 2011)


Héroe de barras y estrellas


Capitán América: El Primer Vengador
(Captain America: The First Avenger)
EE.UU., 2011. Dirección: Joe Johnston. Guión: Christopher Markus, Stephen McFeely. Fotografía: Shelly Johnson. Música: Alan Silvestri. Montaje: Robert Dalva, Jeffrey Ford. Intérpretes: Chris Evans, Hugo Weaving, Tommy Lee Jones, Toby Jones, Stanley Tucci, Dominic Cooper. Duración: 124 minutos.


Por Leandro Arteaga

El último será el primero. Porque de la extensa lista de cómics Marvel llevados a la pantalla Capitán América es el último pero, a su vez, el primero de todos. El inminente film será Los Vengadores donde, con todos los héroes reunidos (Thor, Iron Man, Nick Fury), Capitán América será el líder de nuevo porque -circa años ’40- ha sido el primero de ellos.
Es curioso el devenir del personaje del cómic –creado por Joe Simon y Jack Kirby en 1941-, cuya aparición es contextual a Pearl Harbour, la compra de bonos de guerra, la prédica triunfalista, y el american dream. Finalizado el conflicto bélico, a los norteamericanos pocas ganas les quedaban de leer superhéroes, con hijos/novios/esposos mutilados, muertos o desequilibrados. La inserción social no fue lo que se auguraba (muestra emblema del cine será Los mejores años de nuestra vida, de 1946, luego sospechada por el macarthysmo) y la revista del Capitán América, como casi todas, desaparecerá de los kioskos. El resurgir será en los ’60, de la mano de Stan Lee y, nuevamente, del gran Jack Kirby.
El film oscila entre el patrioterismo prototípico y una mirada sutilmente irónica. Ésta oficia en los espectáculos benéficos, sus colores parlanchines, las barras y las estrellas, desde un musical que es el hallazgo particular y bizarro de la película. Allí Steve Rogers (Chris Evans) –endeble muchacho vuelto superhéroe vía supersuero- vestirá el traje de azul estridente, con el escudo triangular, tal como en las primeras historietas de los ’40. La portada más famosa –donde Hitler es trompeado- es vista y leída en el film, casi se diría, como mirada torcida, como historieta igualmente estridente.
Una vez resuelta la inserción de Rogers y su rango militar, aparecerá el costado bélico, con las proezas del Capitán, la aparición de personajes emblema dentro del mundo Marvel, más la Némesis justa que encarna en Cráneo Rojo (Hugo Weaving), líder de Hydra, organización tan malvada como para transgredir –vía color rojo- al mismo Hitler.
En el medio del lío –como si no fuese suficiente la Segunda Guerra- se debate el porqué de la existencia de Hydra, los delirios divinos de Cráneo Rojo, la amistad con Bucky Barnes (Sebastian Stan), y el corazón blando del Capitán.
Sobre los créditos finales, el Tío Sam lidera un disfrute de publicidades de época, apenas animadas, suficientemente elocuentes como para recordar la propaganda patriota norteamericana, mirarla desde la distancia, y preguntarse cuál es el rol que Capitán América cumple ahora.
Siempre presto al llamado. Correcto, esbelto, moralista, físicamente enorme. La aparición de Capitán América en los cómics fue señalada por el estudioso Javier Coma como equivalente al fascismo que decía combatir. La película juega con ello y lo desvirtúa, pero sólo en parte. Al fin y al cabo, se trata de una franquicia (marca Marvel, marca Disney). Un buen negocio.

Las tres islas (Mónica Discépola): entrevista


Las muchas islas de Cuba


Desde el registro documental, con diálogos presentes e imágenes de archivo, Las tres islas reconstruye parte del sueño perdido que significara la Ciudad Electro Nuclear cubana.


Por Leandro Arteaga

“Por trabajo viajé muchas veces y siempre dije que jamás me animaría a hablar de Cuba, a contar sobre Cuba, porque es absolutamente complejo, difícil, y siempre sentí que para hablar había que ser cubano, que todas las opiniones y miradas de afuera eran siempre parciales, recortadas” comenta Mónica Discépola a Rosario/12 acerca de su película, Las tres islas, que se proyecta hoy (por ayer) a las 20, con entrada libre y gratuita, en sala de Cine El Cairo.

Después de visitar la isla durante reiteradas oportunidades, y de alcanzar a comprenderla "sólo un poquito", Discépola se embarcó con marido e hijo (Ernesto y Nicolás Figge, en edición y cámara respectivamente) en la realización de un documental que "es sobre Cuba pero también sobre otras cosas: sobre la vida, sobre la pertinaz obsesión de salir adelante, sobre el teatro, y sobre la CEN -la Ciudad Electro Nuclear-, un lugar bastante particular cerca de Cienfuegos. Es una mirada bastante personal, pensada desde pequeños recortecitos, desde pequeñas islas dentro de la isla grande, que ofician de una manera fractal, con la intención de poder contar algo sobre Cuba".

-¿Cuáles son estas pequeñas islas?

-Mónica Discépola: Por un lado está la isla grande, que es el marco. Por el otro la CEN, un proyecto que se empezó a llevar adelante en el '82, más o menos; consistió en el armado de una ciudad donde se iba a situar un reactor nuclear igual al de Chernobyl. El reactor subsiste como una gran carcasa, inmensa, impresionante, en una ciudad donde llegaron a vivir siete mil personas. Cuando el proyecto se cortó abruptamente, después de la caída del muro de Berlín, toda la gente que trabajaba -construcción del reactor, tareas logísticas, administrativas, de capacitación- se quedó en ese lugar, en la mitad de la nada, a 45 kilómetros de Cienfuegos, sin nada que hacer, sin trabajo, sin expectativas. Es una ciudad fantasma, muy extraña. Dentro de esa ciudad se armó un grupo de teatro, también muy particular porque no se dedica a dar cuenta de la problemática cubana -cuando el teatro cubano, por lo general, suele ser muy localista-, sino que es un grupo que podría haber surgido tanto allí como en Milán o Estocolmo; un grupo que puede trabajar una idea de lo general, de lo ético, y no precisamente de lo lugareño. Esas son las dos islas que contamos dentro de la isla grande que es Cuba.

-Ernesto Figge: El armado de la historia fue de mucho tiempo, tuvo un largo período de maduración, donde pasaron varios meses y al material no lo tocamos casi en absoluto. Como lo hicimos a pulmón no había, por un lado, que rendirle cuentas a nadie, pero por el otro había que tomárselo con los tiempos personales. Así que el proceso de edición y montaje fue largo, de muchas versiones. Yo sentía que no tenía que traicionar a esa gente que nos había abierto la puerta de su casa, que nos había brindado su amistad.

-Pienso, en ese sentido, en el desarrollo problemático del guión, de sus premisas y de la puesta en escena.

-M.D.: Fue peor te diría, porque fuimos con la idea casi exclusiva de trabajar con el grupo de teatro, que estaba a su vez armando un espectáculo sobre seis personajes de la CEN. La intención fue la de trabajar con los personajes reales de la CEN y a su vez con la construcción ficcional teatral, desde la interrelación entre ficción y realidad pero, cuando llegamos, tres de los seis personajes reales ya no estaban -uno se había muerto, a otro lo habían echado, y otro se había ido circunstancialmente-. Hicimos un par de reportajes a otras personas y, después de algunos días de zozobra, apareció un poco esta idea de pensar que se podía narrar hacia adentro, donde la CEN comenzó a tener un peso más grande. Tuvimos una gran suerte también porque unos meses después conseguimos que llegara a nuestras manos un material de archivo con unos noticieros del momento, cuando la CEN se estaba construyendo. El tema de la CEN se ha transformado en algo medio urticante, de lo que no se habla, porque la CEN era, de algún modo, la ciudad del futuro, el proyecto más importante de Cuba, su obra del siglo. Fue un fracaso muy doloroso para la gente que estuvo ahí y que amaba ese proyecto, al que le dedicó su vida; llegó a haber doce mil personas trabajando para construir la CEN, cuando un día Fidel dijo: "Compañeros, el sueño ha terminado".

-E.F.: Una cosa que para mí es un descubrimiento fue tomar conciencia de que la ciudad se arma con gente que viene de todos los lugares de Cuba, donde de pronto uno se da cuenta de que no existe una sola Cuba, donde nada tiene que ver el oriente con el occidente. Los occidentales los miran con un poco de recelo a los orientales, porque los sienten muy cercanos a Haití. Cuando uno pone el sello "Cuba" piensa que es todo igual. Esta ciudad puso en crisis todo eso porque es una ciudad artificial, un experimento casi de laboratorio, con el agregado de una cantidad de gente de Europa del Este, que la vuelven un lugar todavía más extraño.

-Durante el rodaje, ¿tuvieron alguna supervisión?

-M.D.: Sí, no es muy fácil, tuvimos que conseguir permisos de la Dirección de Arte Escénica de Cuba y de la provincia de Cienfuegos, trámites legales que hizo la gente del grupo de teatro, que fueron nuestros "productores", y que estaban muy interesados en que se hiciera el documental, lo que da cuenta -como decía Ernesto- de la amistad que nos dieron. Por otro lado, la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, donde yo trabajo desde hace mucho tiempo, nos dio avales y pudimos entrar con la cámara sin problemas.

-Sé que para contestarme han realizado la película, pero si les pido palabras sobre Cuba, ¿qué dicen de manera inmediata?

-M.D.: Que es un lugar donde, pese a que fui casi cuarenta veces, siempre me siento extranjera.

-E.F.: Hay un borde que uno siente y que es inasible, hay ciertas barreras que en un momento uno cree que no están pero que luego se sienten.

-M.D.: No es algo que ocurra en la relación, porque los cubanos son fantásticos y amigables, que no se malentienda. Nosotros -con nuestra formación capitalista- tenemos una vida que es diferente, de la que uno no puede correrse. Hay veces que para poder darse cuenta de algo está mejor ser parte de ello, hay que vivir de verdad en Cuba para entenderla. Aún cuando cada vez sea menos distinta ya que, Internet mediante, ha ido abriéndose al mundo. Cuando llegué, en las primeras épocas, en Cuba no había un cartel de publicidad, nunca vas a ver en la tele un accidente de tránsito, nunca te vas a enterar de que alguien mató a alguien. Siento, de todas maneras, que lo que uno diga sobre Cuba es siempre superficial.

En Rosario/12 (04/08/2011)

Fernando Rossia: entrevista


Quiroga, sus luces y sombras

Un plantel magnífico ilustra los cuentos de Horacio Quiroga. “Fue un trabajo al que se le puso muchas ganas, con el que me siento orgulloso” dice Fernando Rossia, uno de sus dibujantes.

Por Leandro Arteaga

De amor de locura y de muerte es un libro de historietas. Horacio Quiroga, claro, su guía. Luciano Saracino el escriba. Más un plantel magnífico de veinte dibujantes. “Cuando se genera un proyecto como éste aparece una sombra muy grande, para el caso de Luciano (Saracino) fue la de Horacio Quiroga, pero para los ilustradores la de (Alberto) Breccia” refiere Fernando Rossia en alusión a la celebrada versión del dibujante del cuento La gallina degollada. “Lo curioso fue que el artista español encargado de interpretar el mismo cuento, Manu Ortega, no estaba al tanto de la versión de Breccia, motivo por el cual se decidió mejor no decirle nada, para que no sintiera ese peso.”
Artista plástico, ilustrador de cuentos infantiles, historietista ocasional, Fernando Rossia ha formado parte del desafío de trasladar el mundo de Quiroga a los cuadritos. Y la experiencia da cuenta de mucho trabajo, de una esmerada calidad de edición –obra del sello Pictus- y de un notable registro gráfico, que abarca estilos varios, con el espíritu de Quiroga –o el de Saracino- como guía y estructura. En suma, un libro muy bello.
“Aún cuando todos esos fantasmas de Quiroga estuvieron presentes, lo que hay que destacar es que fue un trabajo que arrancó desde un lugar insólito, el del propio escritor reinterpretando los cuentos de Quiroga más la tarea de ir buscando y relacionándose con ilustradores que pudiesen compartir el trabajo de manera adecuada. Es importante destacar que en la lista de artistas que participamos, son muy pocos los historietistas; hay nombres ilustres, como el de Nelson Luty, un fondista con una trayectoria increíble, que fuera asistente de Carlos Meglia, también Poly Bernatene, distinguidísimo dibujante de libros infantiles, con una técnica increíble y de un respeto reverencial hacia la historieta. A mí, que también vengo de la plástica, me dio un poco de temor ser parte de una lista tan importante.”

-Pero en tu trabajo no se nota...

-Soy un adicto a las historietas, pero más como lector, como productor siempre tuve demasiado respeto por los ilustradores de historietas, más que nada porque no sólo se trata de una cuestión de dibujo, sino también de algo importantísimo, de narrativa, de saber cómo contar una historia, ahí es donde se juega lo mayor.

-¿Y cómo te planteaste este desafío en Nuestro primer cigarro?

-Yo sabía que, al venir de la plástica, iba a construir el esqueleto de la estética desde una cuestión afín, por eso empleé un trabajo digital que emulara la pincelada, el óleo, la textura, el grafismo.

-Es algo que genera un efecto muy peculiar, sobre todo por el protagonismo de los niños, de su mundo de ambigüedad moral.

-Si, y hay algo importante para destacar, que es el concepto del propio Quiroga sobre la niñez, en ese sentido me sentí enganchado desde el principio. Tuve muy en cuenta a un artista que admiro, Edward Gorey, un ilustrador norteamericano sensacional, que tiene una manera muy particular de trabajar el tema de la niñez. Hay un libro suyo que consiste en un abecedario, donde cada letra es el nombre de un nene, así como también es la forma en que ese nene muere, es terrible. La imagen más conocida de Gorey es la de la muerte con un paraguas enorme, bajo el cual protege a muchos niños. Así como Quiroga tiene, desde su estilo, al concepto del terror completamente calibrado, en Gorey hay muchas cosas que me parecen muy fuertes, desde donde poder entablar una conexión. Artistas como Cacho Mandrafina también, hay una parte de su producción relacionada con la selva que es asimilable al mundo de Quiroga.

-El mundo de la niñez no te es indiferente. Ya tenés toda una obra desarrollada sobre el tema.

-Con Luciano (Saracino) venimos trabajando desde hace cuatro años para editoriales infantiles, donde buscamos la manera de realizar un trabajo con sello personal, que escape a la estética for-export del dibujo para chicos. Otra vez menciono a otros artistas, pero a quien tenemos como referencia es a Wolf Erlbruch, un alemán brillante, autor de El pato y la muerte. Fue gracias a ese pato como Luciano y yo nos conocimos (risas). De la colaboración con Luciano, lo que tengo como conclusión es que no hay nada mejor que pelear por un proyecto que sea propio. Uno de los trabajos que presentamos arrancó, de mi parte, en el año ‘96 con pinturas aisladas, y terminó siendo un personaje de nombre Ciro Todorov. Con Luciano comenzamos a trabajar en una idea que culminó en un libro editado por el sello Ovni Kids. Ciro es un pequeño asesino serial, y está pensado para chicos y adolescentes. Ahora estamos trabajando en tiras gráficas del mismo personaje (http://comiqueando.com.ar) y con el estudio de animación Focus empezamos a desarrollar también una serie animada. Ahora sale un segundo libro de Ciro.

-Evidentemente, hay un mundo de lectores infantiles con el que ustedes saben congeniar.

-Entre el sello editorial Unaluna y Pictus tenemos a Dorotea, la vaca viajera, Los cuentos del fondo del mar, Antes había dragones, La bruja de mi barrio –un libro que fue muy bien recibido por el gobierno de la ciudad de Buenos Aires para los colegios y las bibliotecas populares-, Sueños, y no me acuerdo cuáles más. ¡Son muchos!

En Rosario/12 (30/07/2011)