viernes, 5 de agosto de 2011

Las tres islas (Mónica Discépola): entrevista


Las muchas islas de Cuba


Desde el registro documental, con diálogos presentes e imágenes de archivo, Las tres islas reconstruye parte del sueño perdido que significara la Ciudad Electro Nuclear cubana.


Por Leandro Arteaga

“Por trabajo viajé muchas veces y siempre dije que jamás me animaría a hablar de Cuba, a contar sobre Cuba, porque es absolutamente complejo, difícil, y siempre sentí que para hablar había que ser cubano, que todas las opiniones y miradas de afuera eran siempre parciales, recortadas” comenta Mónica Discépola a Rosario/12 acerca de su película, Las tres islas, que se proyecta hoy (por ayer) a las 20, con entrada libre y gratuita, en sala de Cine El Cairo.

Después de visitar la isla durante reiteradas oportunidades, y de alcanzar a comprenderla "sólo un poquito", Discépola se embarcó con marido e hijo (Ernesto y Nicolás Figge, en edición y cámara respectivamente) en la realización de un documental que "es sobre Cuba pero también sobre otras cosas: sobre la vida, sobre la pertinaz obsesión de salir adelante, sobre el teatro, y sobre la CEN -la Ciudad Electro Nuclear-, un lugar bastante particular cerca de Cienfuegos. Es una mirada bastante personal, pensada desde pequeños recortecitos, desde pequeñas islas dentro de la isla grande, que ofician de una manera fractal, con la intención de poder contar algo sobre Cuba".

-¿Cuáles son estas pequeñas islas?

-Mónica Discépola: Por un lado está la isla grande, que es el marco. Por el otro la CEN, un proyecto que se empezó a llevar adelante en el '82, más o menos; consistió en el armado de una ciudad donde se iba a situar un reactor nuclear igual al de Chernobyl. El reactor subsiste como una gran carcasa, inmensa, impresionante, en una ciudad donde llegaron a vivir siete mil personas. Cuando el proyecto se cortó abruptamente, después de la caída del muro de Berlín, toda la gente que trabajaba -construcción del reactor, tareas logísticas, administrativas, de capacitación- se quedó en ese lugar, en la mitad de la nada, a 45 kilómetros de Cienfuegos, sin nada que hacer, sin trabajo, sin expectativas. Es una ciudad fantasma, muy extraña. Dentro de esa ciudad se armó un grupo de teatro, también muy particular porque no se dedica a dar cuenta de la problemática cubana -cuando el teatro cubano, por lo general, suele ser muy localista-, sino que es un grupo que podría haber surgido tanto allí como en Milán o Estocolmo; un grupo que puede trabajar una idea de lo general, de lo ético, y no precisamente de lo lugareño. Esas son las dos islas que contamos dentro de la isla grande que es Cuba.

-Ernesto Figge: El armado de la historia fue de mucho tiempo, tuvo un largo período de maduración, donde pasaron varios meses y al material no lo tocamos casi en absoluto. Como lo hicimos a pulmón no había, por un lado, que rendirle cuentas a nadie, pero por el otro había que tomárselo con los tiempos personales. Así que el proceso de edición y montaje fue largo, de muchas versiones. Yo sentía que no tenía que traicionar a esa gente que nos había abierto la puerta de su casa, que nos había brindado su amistad.

-Pienso, en ese sentido, en el desarrollo problemático del guión, de sus premisas y de la puesta en escena.

-M.D.: Fue peor te diría, porque fuimos con la idea casi exclusiva de trabajar con el grupo de teatro, que estaba a su vez armando un espectáculo sobre seis personajes de la CEN. La intención fue la de trabajar con los personajes reales de la CEN y a su vez con la construcción ficcional teatral, desde la interrelación entre ficción y realidad pero, cuando llegamos, tres de los seis personajes reales ya no estaban -uno se había muerto, a otro lo habían echado, y otro se había ido circunstancialmente-. Hicimos un par de reportajes a otras personas y, después de algunos días de zozobra, apareció un poco esta idea de pensar que se podía narrar hacia adentro, donde la CEN comenzó a tener un peso más grande. Tuvimos una gran suerte también porque unos meses después conseguimos que llegara a nuestras manos un material de archivo con unos noticieros del momento, cuando la CEN se estaba construyendo. El tema de la CEN se ha transformado en algo medio urticante, de lo que no se habla, porque la CEN era, de algún modo, la ciudad del futuro, el proyecto más importante de Cuba, su obra del siglo. Fue un fracaso muy doloroso para la gente que estuvo ahí y que amaba ese proyecto, al que le dedicó su vida; llegó a haber doce mil personas trabajando para construir la CEN, cuando un día Fidel dijo: "Compañeros, el sueño ha terminado".

-E.F.: Una cosa que para mí es un descubrimiento fue tomar conciencia de que la ciudad se arma con gente que viene de todos los lugares de Cuba, donde de pronto uno se da cuenta de que no existe una sola Cuba, donde nada tiene que ver el oriente con el occidente. Los occidentales los miran con un poco de recelo a los orientales, porque los sienten muy cercanos a Haití. Cuando uno pone el sello "Cuba" piensa que es todo igual. Esta ciudad puso en crisis todo eso porque es una ciudad artificial, un experimento casi de laboratorio, con el agregado de una cantidad de gente de Europa del Este, que la vuelven un lugar todavía más extraño.

-Durante el rodaje, ¿tuvieron alguna supervisión?

-M.D.: Sí, no es muy fácil, tuvimos que conseguir permisos de la Dirección de Arte Escénica de Cuba y de la provincia de Cienfuegos, trámites legales que hizo la gente del grupo de teatro, que fueron nuestros "productores", y que estaban muy interesados en que se hiciera el documental, lo que da cuenta -como decía Ernesto- de la amistad que nos dieron. Por otro lado, la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, donde yo trabajo desde hace mucho tiempo, nos dio avales y pudimos entrar con la cámara sin problemas.

-Sé que para contestarme han realizado la película, pero si les pido palabras sobre Cuba, ¿qué dicen de manera inmediata?

-M.D.: Que es un lugar donde, pese a que fui casi cuarenta veces, siempre me siento extranjera.

-E.F.: Hay un borde que uno siente y que es inasible, hay ciertas barreras que en un momento uno cree que no están pero que luego se sienten.

-M.D.: No es algo que ocurra en la relación, porque los cubanos son fantásticos y amigables, que no se malentienda. Nosotros -con nuestra formación capitalista- tenemos una vida que es diferente, de la que uno no puede correrse. Hay veces que para poder darse cuenta de algo está mejor ser parte de ello, hay que vivir de verdad en Cuba para entenderla. Aún cuando cada vez sea menos distinta ya que, Internet mediante, ha ido abriéndose al mundo. Cuando llegué, en las primeras épocas, en Cuba no había un cartel de publicidad, nunca vas a ver en la tele un accidente de tránsito, nunca te vas a enterar de que alguien mató a alguien. Siento, de todas maneras, que lo que uno diga sobre Cuba es siempre superficial.

En Rosario/12 (04/08/2011)

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