viernes, 27 de marzo de 2015

La danza de la realidad (2013, Alejandro Jodorowsky)


La infancia es un recuerdo adulto


Como si fuese un juego de ilusiones, Jodorowsky recrea en su última película un mundo de sueños. Entre amenazas y adultos reprimidos, es la voz del niño la que logra descubrirse. Y con ella, el mundo sin igual de este cineasta, mago y tarotista.

Por Leandro Arteaga

Una película de Alejandro Jodorowsky es noticia suficiente. Porque solo él es capaz de delimitar un capítulo fascinante dentro del mundo artístico y/o mágico, con vasos comunicantes que despliegan hacia más. La danza de la realidad, por eso, es su historia de vida, su concepción del arte, su libro de memorias (de 2001), y su nueva película.
El libro origen –o mejor, ese ciclo que es la vida del mismo Jodo– es germen de una película que lo recorta sobre el episodio fundante, que tiene lugar en Tocopilla, pueblo minero del norte de Chile, donde el futuro tarólogo viviera sus primeros años. Hijo de emigrantes judío-ucranianos, Jodorowsky vive su infancia al cuidado de un padre stalinista y una madre de tetas encorsetadas: amparo drástico para este niño de rizos dorados y piernas blancas, de sobrenombre Pinocho, en un mundo niño que le arrincona entre burlas y un mundo adulto que le encasilla con temores y represiones.
Lo extraordinario de Jodorowsky consiste en no sólo recordarse sino en reinventarse, con una fuerza poética que le hace explotar. En el libro, desde una prosa sentida, que embriaga; en la película, con una devoción de vida que alcanza a rozar afecto verdadero por aquellos que lo martirizaran. La película, de hecho, significó su vuelta al pueblito de infancia, con estreno fulgurante como corolario.
En La danza de la realidad el tarot aparece como guía, poesía, elección de vida. La misma “danza de la realidad” es, en efecto, una manifestación posible de percibirse una vez se ha vivido, para así encontrar esos recuerdos que decían sobre lo que sería, y aquellos que dicen sobre lo que ha sido. Que el artista chileno se ofrende, con sus 86 años, en esta demostración de cariño, ha provocado un revuelo reciente, al difundir la exhibición online gratuita de su película y suscitar, rápidamente, su bloqueo por parte de la productora Pathé.
Ahora bien, ¿qué es el cine para Jodorowsky? Tal vez una extensión más dentro de sus facetas múltiples, todas vinculadas. No se le puede pensar de manera autónoma, sino en tanto fenómeno imbricado con expresiones mágicas, poéticas, místicas, mímicas. Se hace cine (o historieta, o teatro, o lieratura) cuando las demás vías no son suficientes o cuando la necesidad surge.
Desde su vertiente narradora, la construcción de un relato, en Jodo, es el comienzo porque es el desenlace; y La danza de la realidad es la recuperación de su momento inaugural, de su grado cero, que se dobla sobre sí para tocarse con su futuro. De esta manera, el propio Jodorowsky aparecerá interactuando con su yo pasado, desde la voz en off o en abrazos consigo mismo, a la vez que se materializa para aportar a los intérpretes algún elemento de atrezzo.
Como titiritero que es, el realizador puede entonces hacer bailar esa realidad íntima para modelarla. El resultado es una sumatoria de momentos más y menos logrados, tal vez por el signo digital que es crisis en el cine presente. Porque con la impronta digital, algo de la magia del director de La montaña sagrada se pierde en el camino, como si los nuevos tiempos ya no se correspondieran con la sensibilidad provista por el ilusionismo fotográfico.
De todos modos, su fuerza metafórica está intacta, sincera, a veces indecible. Uno de sus ejemplos contundentes es la cura por medio de orina que Sara Felicidad (Pamela Flores) realiza sobre Jaime, su marido (Brontis Jodorowsky): líquido balsámico que ella acompaña con su canto lírico. Otro es la pérdida del miedo a la oscuridad por parte del pequeño Alejandro, durante una danza materna de contrastes en equilibrio antes que edípica. A propósito, lo que Jodorowsky logra en su actriz y cantante, Pamela Flores, es desbordante, con un cuerpo evidentemente dispuesto a rebatir el pudor de la madre real.
Por otra parte, a la figura paterna le corresponde la misión más difícil: la del viaje hacia sí mismo, la del reencuentro consigo. En otras palabras: Jaime, adusto y viril, se deconstruirá tanto como lo hacían el propio Jodo en El topo, o John Difool en la historieta El Incal (con Moebius). Jaime, ahora títere en las manos de su hijo, el cineasta, puede entonces reconciliarse con él. O al revés. Lo que importa, en todo caso, es ese momento final, de sosiego, de partida (inicio) hacia la vida propia, la misma desde la que ahora se rememoran aquellos años.
Como todo recuerdo es una construcción que no respeta de maneras precisas tiempos y espacios, es esta premisa desde la cual La danza de la realidad recrea y asocia. Como si fuese un laberinto de espejos, allí decide arrojarse Jodorowsky, así como lo hicieran Federico Fellini o Andréi Tarkovski, fieles a sus mundos personales. De paso, son los mismos espectadores quienes quedan a merced de sí mismos y sus propias remembranzas, tal vez cercanas a Jodo, tal vez lejanas. 

La danza de la realidad
(Francia/México/Chile, 2013) Dirección y guión: Alejandro Jodorowsky. Música: Adan Jodorowsky, Jonathan Handelsman. Fotografía: Jean-Marie Dreujou. Montaje: Maryline Monthieux. Reparto: Brontis Jodorowsky, Jeremías Herskovits, Pamela Flores, Alejandro Jodorowsky, Axel Jodorowsky, Adan Jodorowsky. Duración: 130 minutos.
8 (ocho) puntos

jueves, 19 de marzo de 2015

Seré millones (2014, Neri, Krichmar, Simoncini)


Millones a través del espejo

 
Por Leandro Arteaga

Hay varias proezas en Seré millones. Una de ellas la ejemplifica el episodio retratado: la expropiación por parte del ERP, en 1972, al Banco Nacional de Desarrollo de 450 millones de pesos (alrededor de 10 millones de dólares actuales). Otra es de índole cinematográfica, a partir del rescate de la historia en vida de sus protagonistas: Oscar Serrano y Ángel Abus, militantes y empleados del banco.
Es decir, aun cuando la temática contenga un interés manifiesto, todavía más emocionante es el reencuentro entre Serrano y Abus con sus amigos del Banco y de la militancia, en un registro que la cámara encuentra de manera verídica, entre gestos de un cariño que supo esperar el transcurso de cuarenta años. A propósito, ninguno de los compañeros de trabajo delató ni dijo nunca nada sospechoso sobre Oscar y Ángel, inmediatamente inculpados por los medios de comunicación. Un resquicio anecdótico, que señala de forma enorme sobre la época.
En otro nivel, Seré millones es un relato de varias capas, entre las cuales los términos documental y ficción se entremezclan. Así como en la norteamericana American Splendor (2003) con su recreación del mundo de historieta y real de Harvey Pekar, en Seré millones un grupo de intérpretes dará vida a personajes y hechos relacionados con los preparativos y robo del tesoro. El mismo casting es presenciado ni más ni menos que por los protagonistas verdaderos, quienes sostendrán idas y vueltas extraordinarios con sus respectivos actores, en un límite impreciso entre el espejo y su reflejo.
En esos momentos, la película del trío Neri, Krichmar y Simoncini toca sus momentos más sensibles, porque se trata también de un cruce generacional que tiende lazos entre miradas que han visto y las que todavía tienen por ver. No casualmente, es el Espartaco de Howard Fast y de Stanley Kubrick el que acompaña e hilvana el relato, desde un más allá que el cine siempre actualiza. En este sentido, el cineasta desaparecido Raymundo Gleyzer, encargado de las películas del ERP, es quien aquí emblematiza la importancia del medio, tan vital –para Gleyzer- como lo son las armas para los otros.
En cuanto a locaciones, ninguna mejor que la del propio banco, recorrido por sus antiguos empleados como si no hubiese sucedido el tiempo. A la par de reconstrucciones mínimas, en donde actores y personajes se funden y multiplican, para tener diálogos entre sí o consigo mismo, intercambiando roles de manera continua. De esta manera, uno de los mejores momentos está en la inclusión o no del “Hasta la victoria siempre” en el abrazo de despedida con Santucho, luego del robo exitoso. Lo cierto es que la frase nunca fue dicha, pero lo también cierto es que en el guión funciona. ¡Y son los mismos Serrano y Abus, verdaderos partícipes del hecho, quienes lo discuten sin encontrar acuerdo!
Seré millones es también una aproximación lúdica sobre un hecho delicado, capaz de encontrar maneras narrativas amenas y profundas, repartidas entre la elección musical, los recuerdos, los espacios íntimos, el exilio, la lucha armada, el cariño, y las propias confesiones de los intérpretes ante un espejo: cuánto saben ellos sobre lo que habrán de caracterizar, y cuánto salen sabiendo de la experiencia consumada. En síntesis, el cine es una actividad transformadora. Pero sin olvidar, al decir de Brecht, que ¿qué es robar un banco comparado con fundarlo? 

Seré millones
(Argentina, 2014) Dirección, Guión y Montaje: Omar Neri, Fernando Krichmar, Mónica Simoncini. Fotografía: Alexis Roitman, Dionisio Cardozo. Música: Jorge Senno. Investigación: Valeria Zeferino Acuña, Romina Migueles. Reparto: Oscar Serrano, Ángel Abus, Rocío Domínguez, Federico Pereyra, Pablo Trimarchi, Enzo Ordeig, Walter Hernández, Gonzalo Alfonsín, Carlos González, Celina Demarchi, Eduardo Lázaro. Duración: 103 min.
Salas: Cines Del Centro.
8 (ocho) puntos

Iván Fund: Registros íntimos


Detenido en la fugacidad del momento


El cine de Iván Fund está disponible en el sitio on-line de Cine El Cairo. Momentos de azar, fragmentos narrados, conversaciones superpuestas. Cuatro títulos que completan la obra del realizador de Los labios, premiada en Cannes.

Por Leandro Arteaga

Conversar el cine del santafesino Iván Fund (San Cristóbal, 1984) es un desafío. Así lo solicitan los cuatro títulos que bajo el rótulo Iván Fund: Registros íntimos integran la cartelera on-line de Cine El Cairo. De manera gratuita, pueden verse allí las siguientes películas: La risa (2009), Hoy no tuve miedo (2011), Me perdí hace una semana (2012), AB (2013). Lo que habilita a prácticamente completar el visionado total de su obra, teniendo en cuenta el relieve alcanzado por Los labios (2010), codirigida con Santiago Loza, con subsidio de Espacio Santafesino, y premio en la sección “Una cierta mirada” del Festival de Cannes a sus actrices: Victoria Raposo, Eva Bianco y Adela Sánchez.
Ya en Los labios se distingue el aspecto que replica en los demás films, a partir de la colaboración intensa con el dramaturgo Santiago Loza. En todas sus películas, Fund cuenta con su participación en el apartado guión, de lo que se desprende un mundo compartido, que merece también extenderse hacia las propias realizaciones del cordobés. La más reciente película de los dos es El asombro (2014), mediometraje experimental dirigido junto a Lorena Moriconi.
En principio, lo que se enhebra en las películas de Fund es un mundo localizable (se trata de Crespo, localidad entrerriana donde el realizador ha vivido gran parte de su vida) pero también inasible, casi extraño. Dedicado a registrar momentos fugaces, cotidianos, distribuidos de manera casual, el cine de Iván Fund construye un gran entramado, diseminado en tantas películas como requiera. En su cine no existe un afán por contar historias, sino la paciencia por esperar a que éstas acontezcan, si es que así lo hacen. A veces a partir de miradas (des)encontradas, atravesadas por una confidencia a cámara que es efecto de cotidianeidad. Es decir, en sus películas emerge una familiaridad que es a su vez contexto, marco contenedor, en el cual Fund y equipo saben desenvolverse con naturalidad.
Por situar un ejemplo cercano, podría pensarse en el cine de Raúl Perrone e Ituzaingó, ámbito de referencia donde el cineasta vive y filma. Pero se trata de puestas en escena diferentes. En Perrone hay una espera que es inmóvil o que lo parece, por momentos metafísica; en Fund siempre hay movimiento –en sus intérpretes, en su cámara: se camina, se corre, se habla–, aun cuando éste no se condiga con maneras narradoras, teleológicas.
Es decir, el nexo entre imágenes y la construcción de un relato es, en todo caso, un efecto verosímil que requiere sagacidad. Tanta como la que supone su deconstrucción. El montaje, cuando se libera de esa lógica –heredada de tanto cine parecido–, reencuentra un grado cero, que devuelve al cine a su momento original, allí donde todo es posible.
En otras palabras, y desde la analogía: ¿cuáles son los sonidos que se eligen cotidianamente escuchar? La decisión no es racional, sino instintiva y vital. En sus películas, Fund indaga en aspectos similares, a partir de diálogos entrecortados, surgidos desde la espontaneidad, sin rumbos premeditados, finalizados de modos abruptos. Lo mismo sus argumentos, sin un devenir que culmine o tenga inicio preciso: a la manera de grandes paréntesis, delimitados por el inicio y término de cada película, sin que pueda saberse más que lo que se ha visto, para quedarse luego con nociones imprecisas sobre lo que ha pasado antes, sobre lo que sucederá después.
En este sentido, La risa es la que encamina su derrotero desde una premisa más delimitada: un grupo de amigos vuelve de una noche de fiesta. Manejan y alargan los tragos de cerveza. Una afinidad que tiñe la amistad de pequeños gestos ambiguos, por momentos densos. El automóvil se vuelve un espacio lodoso, en donde los planos cerrados quitan oxígeno, mientras afuera hace frío y el humo del cigarrillo ahoga más. Cuando la hermana de uno de ellos sea invitada a participar en este mundo, las miradas ya no serán lo que eran, tampoco los chistes cómplices. Sino que todo parece a punto de reventar, o quizás después, mucho más tarde, sin saberse demasiado bien por qué.
En Hoy no tuve miedo, hay dos partes diferenciadas así como superpuestas. Dos momentos que podrían ser dos historias o esbozos de varias más. Padres e hijos desencontrados, el baño del perro, la amistad, el psiquiatra y sus preguntas –que el espectador no sabe si también responder–, el vestido para la fiesta (como un signo de puntuación que recuerda el paso del tiempo), y muchas fiestas. Es probable que en esos momentos todos o algunos de estos muchos personajes se crucen, también con otros, como momentos de un caleidoscopio que entreteje situaciones de maneras caprichosas. Es más, son muchos los momentos en donde los puntos suspensivos se imponen, al dar al espectador la resolución –obligada o no– de resolver lo que argumentalmente podría estar sucediendo.
Cierta solución de continuidad liga Hoy no tuve miedo con Me perdí hace una semana. Ahora los momentos más o menos claros se imbrican en una trama que sería desprendimiento de la película anterior, tal vez. Un vector lo ofrece Michi, el tarotista gay (José María Espinoza) capaz de leer en las cartas lo que (cree que) sucede. Oráculo de pueblo al que todos acuden, sea por la suerte, el baile o la amistad. Tal vez su perro, al que busca con esperanza, guarde alguna respuesta. Quizás esté escondido en esa mancha fugaz que se cruza en pleno camino, durante la noche. Pero para averiguarlo hay que detener el auto, e internarse en la oscuridad.
Finalmente, AB (codirigida con Andreas Koefoed) oficia como otro desprendimiento, arista, o sendero dentro del mismo universo fílmico. Dos amigas que se aman y tal vez ya no se vean más. Así como le ha sucedido a otros antes, tal como lo refiere la monja, desde un relato tan cierto como hermoso. Historias cíclicas que repiten un misterio, mientras la perra tiene cría y el círculo de la vida se reparte entre cachorritos y vecinos. Todo lo que fue ha sucedido y por eso puede ser referido pero, acá el misterio, hay un momento de suspensión a partir del cual, se intuye, ya nada más será igual. Es ese momento preciso, maleable, en donde se sumerge el cine de Iván Fund. Hasta quedar preso de un encanto que enrarece y que anhela, como plegaria religiosa, un momento de claridad.

viernes, 6 de marzo de 2015

Arturo Marinho: Ferry Crossings: entrevista


Imágenes de proyección internacional


Una productora rosarina participa en la realización de una serie televisiva alemana. El Río de la Plata en la vida de argentinos y uruguayos. La dimensión audiovisual de la ciudad y sus posibilidades laborales.

Por Leandro Arteaga

La producción audiovisual en la ciudad ya contempla la proyección exterior, consecuencia de un profesionalismo mayor, aspecto habitualmente referido en este mismo espacio. Lo ejemplifica la tarea que por estos días desempeña DFilms, productora de Arturo Marinho (El amansador, Amadoras), en la serie documental alemana Ferry Crossings, de la cadena Arte, canal dedicado a contenidos de calidad, relacionados con el arte y la cultura. Cinco capítulos a rodarse en diferentes partes del mundo: Vietnam, Nueva Zelanda, Alaska, Filipinas, Uruguay y Argentina. Cada uno de ellos, con un director y equipo técnico diferentes.
El que corresponde a Argentina/Uruguay cuenta con dirección del alemán Rütger Haarhaus, y el desempeño –por parte de DFilms– de Sandra Martínez en producción, Fernando Romero en sonido directo, y Arturo Marinho en dirección de fotografía y cámara. “El trabajo comenzó en septiembre pasado, desde el lado de la producción. Fue a través de Sandra Martínez cómo se generó el contacto con Arte, una cadena franco alemana, líder en su segmento en Europa”, explica Marinho a Rosario/12. “El caso es que en Latinoamérica no tenían un productor delegado, y buscaban la posibilidad de encontrar uno que pudiera desarrollar el segmento de la serie dedicado a Uruguay y Argentina. Sandra trabajó desde septiembre hasta diciembre, cuando se produjo la primera visita del director, Rütger Haarhaus. La tarea implicó scouting, investigación de personajes, casting, generación de permisos, entre otras cosas. Luego se hizo una evaluación con la gente de Alemania y se decidió que la provisión de equipamiento y talentos quedara en Argentina, así que el proyecto se tornó mucho más ambicioso.”
Ferry Crossings apela a los cruces a bordo de esta embarcación, con la mirada puesta en el ir y venir de pasajeros de distintas nacionalidades. En este sentido, Marinho señala que “lo que se trata es de mostrar es a esta vía de transporte desde las personas que la utilizan; en este caso, los ríos, las masas líquidas, serán los protagonistas silenciosos de la historia. En nuestro episodio, el Río de la Plata funciona como un gran protagonista; de hecho, cada uno de los ríos contemplados en la serie tiene su importancia estratégica, geopolítica. No se trata de una serie de turismo, sino sobre historias de personas reales. En el caso de Argentina y Uruguay, la habilidad de la productora permitió la posibilidad de hacer interactuar uruguayos y argentinos; entre ambos países, existe una historia de migraciones muy frecuente, y eso se va a ver reflejado. La selección de protagonistas fue muy ardua, hubo un primer casting de quince posibles, luego quedaron diez y después tres, de los cuales dos son argentinos. Uno es músico independiente, otro pintor; la protagonista uruguaya es una veterinaria que trabaja con caballos. La particularidad es que hay muchas líneas de ferrys y cada una tiene su impronta en cuanto a sus rasgos sociales y económicos. Cada viaje va a ser una suerte de microviaje dentro del capítulo.”

-¿Qué te significa este proyecto desde lo personal?
-Hemos tenido tres experiencias fuertes en trabajos para el exterior. En el 2012 fuimos la productora que llevó adelante la primera película de ficción que se hizo en el Archipiélago Juan Fernández, en Chile; luego hicimos dos documentales para dos organizaciones no gubernamentales, una de Perú y otra de Bolivia; esta es la cuarta de las producciones con una participación muy fuerte y rectora de un organismo internacional. Siempre es un aprendizaje y una validación de lo que uno ha hecho antes, y permite acceder a un nuevo escalón, porque las cadenas internacionales tienen estándares de calidad muy estrictos. En ese sentido, es un gran desafío. Y es un aprendizaje porque cada uno de estos proyectos te pone en contacto con otras maneras de trabajar, con protocolos de trabajo y de seguridad para los materiales que se generan, con los tiempos de entrega; hay una gama de elementos que excede lo artístico. Eso es algo que luego replica en lo que hacemos localmente. Es muy difícil poder trabajar de una manera poco segura después de pasar por una experiencia como ésta. Hoy por hoy, la cadena de producción de contenidos es enteramente digital, mucho más si es para televisión. Esos materiales digitales representan enormes ventajas desde el punto de vista de costos y manipulación, pero también un riesgo muy alto de pérdidas de información, de corrupción de archivos; todo eso implica una capacitación que hay que poder pasar, así como una inevitable mejora de cara a nuestros trabajos locales. Esto da cuenta de que se pueden hacer y vender servicios y contenidos hacia afuera, y es muy bueno porque significa que lo local ha sido bien hecho. Lo internacional, por eso, es un reconocimiento, una validación. Al volver de esa experiencia trasladás esos protocolos, y eso es algo que repercute en la manera de trabajar.
Son catorce días de rodaje para el equipo de Marinho, a finalizarse el día 15 de este mes. En algún lugar del Río de la Plata, su cámara está registrando en este momento imágenes para espectadores internacionales. “Una de las motivaciones iniciales ha sido la de poder generarle al público europeo, algo del shock visual de encontrarse frente a un río que parece un mar, y provocarle la fascinación de una masa de agua que nunca termina. Si bien me toca ver un ámbito que conozco, lo hago ahora desde una óptica que no es la propia, ya que como director de fotografía tengo que tratar de captar la tensión entre el imaginario del director y una historia atractiva para el espectador.”

lunes, 2 de marzo de 2015

100 Balas: Hermano Lono (Azzarello/Risso) (ECC, 2014)


El dibujante maestro y el ángel vengador

La edición en español de Hermano Lono permite admirar el nuevo trabajo de Eduardo Risso. La continuidad de 100 Balas y el relato negro hecho historieta. Una historia de abismo moral, teñida de drogas, corrupción, y la ira de un ángel vengador.

Por Leandro Arteaga

De entre la multitud de personajes que atraviesan los cien números de 100 Balas (100 Bullets), uno de ellos se adelanta rápido. Se trata de Lono, el killer amoral, bestial, ropero humano de efigie granítica. El vínculo con los lectores tuvo su romance de sangre y golpes dentro de la serie maestra que el guionista Brian Azzarello y el dibujante Eduardo Risso desarrollaran entre 1999-2009 para Vertigo/DC. Por eso, ahora es el turno de 100 Balas: Hermano Lono, edición en español por cortesía de ECC Ediciones (España), disponible en librerías especializadas.
Hermano Lono es noticia de relieve porque permite la lectura de una de las últimas obras del gran dibujante, rosarino por adopción y cordobés de nacimiento. Nombre ilustre que desde 2010 organiza, junto al Centro de Expresiones Contemporáneas, la convención internacional de historietas Crack Bang Boom, ámbito que supo dar la bienvenida al mismísimo Azzarello, una de las plumas de referencia para la comprensión de la narrativa noir americana.
100 Balas se ha convertido en una serie de culto al definir un capítulo imprescindible en el devenir de la historieta. Que su dibujante sea argentino no hace más que ratificar esa amalgama estética, constructora de mitos propios, que ofrece la narrativa norteamericana; el cine es su ejemplo evidente. En 100 balas, la prosa de Azzarello comparte afinidad con la caída moral de los personajes de David Goodis, Patricia Highsmith y James Ellroy. Risso ha aportado una experiencia gráfica que culminará por asomar como plenitud formal, al permitir conceptualizar el estado de ánimo criminal de la serie, y volverle un dibujante de referencia, citado como ejemplo mayor. Lo aseveran cuatro premios Eisner a 100 Balas –entre ellos el de Mejor Artista, en 2002–, dos Harvey –también Mejor Artista– y el Yellow Kid en 2004 por, invariablemente, Mejor Artista.
En Hermano Lono es el título mismo el que no podría ser posible. O sí. En todo caso, la acción se traslada a la ciudad mexicana de Durango, fuera de ese límite que es el borde de frontera. Traspasar esa línea es síntoma estético y ético. Así como lo delineara Orson Welles en Sed de mal (Touch of Evil, 1958), con personajes turbios, malolientes, que chapotean entre el lodo mientras dicen perseguir el bien. Con Azzarello, el escenario se trastorna en lugar de retiro espiritual para su personaje, Lono, el asesino inclemente, rodeado ahora de un ánimo de desierto transpirado. ¿Qué está haciendo Lono, ni más ni menos que en una iglesia?
El relato negro se define por la puesta en escena de un duelo esencial, que atraviesa de angustia a sus personajes. Así, lo que se ve, lo que se narra, no es más que el resultado de un trauma, de visiones afectadas. La redención se revela como una búsqueda fútil, porque no hay manera completa de caer en el lado oscuro así como tampoco de dar de lleno en el lado diurno. En todo caso, lo que se procura es un equilibrio que compense, que mantenga algo de lucidez dentro de la paranoia. El crimen es su móvil metafísico.
En este sentido, el contrapeso de Lono lo significa la figura del sacerdote Manny (de perfil gráfico similar al de Ignacio Peries, un chiste del dibujante), quien cuida de los niños mientras recibe dinero de la droga. Si hay droga, la DEA estará también dando sus vueltas. Junto a una monja que esconde curvas peligrosas. ¿Quién es quién, entonces?
Ahora bien, el mundo puede ser una escoria, todo podrido. Tal vez por eso, el (anti)héroe termine por ser el menos pensado de todos. El lector ya sabe que de Lono, más tarde o temprano, no se espera más que lo habitual. Algo que él reprime porque, qué duda cabe, lo disfruta. Es por eso que voluntariamente se encierra en una celda por las noches, ante la mirada del oficial confundido. Como un hombre lobo que teme a la luna maldita. Cuando en verdad anhela ese momento donde, por fin, la bestia aparezca libre.
En todo caso, lo que cambia es la comprensión del personaje sobre sí. Su accionar será el mismo de siempre: matar (y sufrir) de las maneras más truculentas. Pero las consecuencias de sus acciones serán meditadas. Lono crece a la manera del río impetuoso, para arremeter contra todo lo que se le interpone. Finalmente, será el diablo y ningún santo (¿cuál sería, en todo caso?) quien tenga algo que decir, algo que hacer.
Este crescendo (in)moral de abismo tiene en Risso al orquestador de costumbre. Sus personajes miran de manera torva, se esconden en sombras, se fragmentan en tantos cuadritos como el narrador necesite. Así, los cortes por acercamiento y los planos detalle pautan y pausan el relato, las viñetas horizontales magnifican la acción, las angulaciones tienen nexo cinematográfico. Risso articula una caracterización que oscila entre el realismo y la caricatura, permeable a los villanos estrafalarios que tanto han proliferado en el mundo de la historieta. Hermano Lono no es la excepción, al develarse sobre el desenlace la insólita verdad que el fuera de cuadro visual sostenía en las páginas precedentes.
Parece que Hermano Lono no será el único desprendimiento del mundo 100 Balas. Hay otras ideas dando vueltas, así como muchas esquirlas todavía enquistadas en el recuerdo de los lectores. Su influencia ha sido tal, que no puede pensarse en ese otro mundo criminal, de nombre Breaking Bad, sin el influjo precedente de 100 Balas. Tantos son sus puntos de contacto involuntarios, que bien vendría aceptar a esta extraordinaria serie televisiva como la mejor plasmación del estado de ánimo cruel y jocoso de la obra maestra de Azzarello y Risso.



 La trayectoria de Eduardo Risso es demasiado extensa para consignarla de modo completo. A principios de los ’80 dibujó para Editorial Columba series como Julio César (con Ricardo Ferrari) y El Ángel (con Robin Wood). En revista Fierro publica en 1987 Parque Chas, con guión de Ricardo Barreiro. Allí, el barrio porteño tuerce en ámbito raro, proclive a un desocultamiento fantástico que Risso trabaja desde la gama de grises. Tanto Parque Chas como su continuación (Parque Chas 2) han sido recuperadas en ediciones integrales por el sello rosarino Puro Comic. Esta editorial, que Risso coordina junto a Daniel Galliano, ha publicado completas dos de sus series europeas junto a Carlos Trillo: Yo, Vampiro (1990-92) y Borderline (1993-95). De esta etapa destacan también Fulú (1988-90), Simón, una aventura americana (1992), Video Noir (1994) y Chicanos (1997). Para la revista Genios la misma dupla realizará Los misterios de la luna roja (1997-98). Del repertorio sobresale un manejo abrumador de los géneros narrativos, repartidos entre terror, ciencia ficción, policial, fantasía y drama histórico. La última colaboración entre Risso y Trillo (fallecido en 2011) se produjo en la actual Fierro con Bolita (2011).
El desembarco del dibujante en Estados Unidos es en 1997 con la versión en cómic para Dark Horse de Alien: Resurrection, con guión de James Vance. Luego se incorpora al sello Vertigo (DC) con Jonny Double (1998), primera colaboración con el escritor Brian Azzarello. El paso siguiente es 100 Bullets (1999-2009), éxito de crítica que le valdrá a la dupla reconocimiento internacional, premios, nuevos proyectos. Risso dibuja íntegramente los cien números, entre los que alterna capítulos para otros títulos y revistas. De entre ellos, destaca Batman: Broken City (2003-2004), la primera de una serie de incursiones dentro de la mitología del hombre murciélago, todas de la mano de Azzarello. En Marvel, también ilustra a Wolverine en Logan (2008), con guión de Brian K. Vaughan, para luego volver a DC con Spaceman (2011, guión de Azzarello) y Before Watchmen: Moloch (2012, con J. Michael Straczynski).
En estos momentos, Risso se encuentra metido de lleno en otro proyecto para Vertigo, que ha generado sus expectativas. Con guión de Paul Dini, la nueva historieta indagará en el mundo de Batman pero desde sus personajes allegados, dentro de la veta que el dibujante supo cultivar y por la cual se le reconoce como un maestro y autor, afecto como es al mundo blanco y negro que le legara su admirado Alberto Breccia.