Detenido en la
fugacidad del momento
El cine de
Iván Fund está disponible en el sitio on-line de Cine El Cairo. Momentos de
azar, fragmentos narrados, conversaciones superpuestas. Cuatro títulos que
completan la obra del realizador de Los labios, premiada en Cannes.
Por
Leandro Arteaga
Conversar el cine del santafesino Iván Fund (San
Cristóbal, 1984) es un desafío. Así lo solicitan los cuatro títulos que bajo el
rótulo Iván Fund: Registros íntimos
integran la cartelera on-line de Cine El Cairo.
De manera gratuita, pueden verse allí las siguientes películas: La risa (2009), Hoy no tuve miedo (2011), Me
perdí hace una semana (2012), AB
(2013). Lo que habilita a prácticamente completar el visionado total de su
obra, teniendo en cuenta el relieve alcanzado por Los labios (2010), codirigida con Santiago Loza, con subsidio de
Espacio Santafesino, y premio en la sección “Una cierta mirada” del Festival de
Cannes a sus actrices: Victoria Raposo, Eva Bianco y Adela Sánchez.
Ya en Los
labios se distingue el aspecto que replica en los demás films, a partir de la
colaboración intensa con el dramaturgo Santiago Loza. En todas sus películas,
Fund cuenta con su participación en el apartado guión, de lo que se desprende
un mundo compartido, que merece también extenderse hacia las propias
realizaciones del cordobés. La más reciente película de los dos es El asombro (2014), mediometraje
experimental dirigido junto a Lorena Moriconi.
En principio, lo que se enhebra en las películas de
Fund es un mundo localizable (se trata de Crespo, localidad entrerriana donde
el realizador ha vivido gran parte de su vida) pero también inasible, casi
extraño. Dedicado a registrar momentos fugaces, cotidianos, distribuidos de
manera casual, el cine de Iván Fund construye un gran entramado, diseminado en
tantas películas como requiera. En su cine no existe un afán por contar
historias, sino la paciencia por esperar a que éstas acontezcan, si es que así
lo hacen. A veces a partir de miradas (des)encontradas, atravesadas por una
confidencia a cámara que es efecto de cotidianeidad. Es decir, en sus películas
emerge una familiaridad que es a su vez contexto, marco contenedor, en el cual
Fund y equipo saben desenvolverse con naturalidad.
Por situar un ejemplo cercano, podría pensarse en el
cine de Raúl Perrone e Ituzaingó, ámbito de referencia donde el cineasta vive y
filma. Pero se trata de puestas en escena diferentes. En Perrone hay una espera
que es inmóvil o que lo parece, por momentos metafísica; en Fund siempre hay
movimiento –en sus intérpretes, en su cámara: se camina, se corre, se habla–,
aun cuando éste no se condiga con maneras narradoras, teleológicas.
Es decir, el nexo entre imágenes y la construcción
de un relato es, en todo caso, un efecto verosímil que requiere sagacidad.
Tanta como la que supone su deconstrucción. El montaje, cuando se libera de esa
lógica –heredada de tanto cine parecido–, reencuentra un grado cero, que
devuelve al cine a su momento original, allí donde todo es posible.
En otras palabras, y desde la analogía: ¿cuáles son
los sonidos que se eligen cotidianamente escuchar? La decisión no es racional,
sino instintiva y vital. En sus películas, Fund indaga en aspectos similares, a
partir de diálogos entrecortados, surgidos desde la espontaneidad, sin rumbos
premeditados, finalizados de modos abruptos. Lo mismo sus argumentos, sin un
devenir que culmine o tenga inicio preciso: a la manera de grandes paréntesis,
delimitados por el inicio y término de cada película, sin que pueda saberse más
que lo que se ha visto, para quedarse luego con nociones imprecisas sobre lo
que ha pasado antes, sobre lo que sucederá después.
En este sentido, La
risa es la que encamina su derrotero desde una premisa más delimitada: un
grupo de amigos vuelve de una noche de fiesta. Manejan y alargan los tragos de
cerveza. Una afinidad que tiñe la amistad de pequeños gestos ambiguos, por
momentos densos. El automóvil se vuelve un espacio lodoso, en donde los planos
cerrados quitan oxígeno, mientras afuera hace frío y el humo del cigarrillo
ahoga más. Cuando la hermana de uno de ellos sea invitada a participar en este
mundo, las miradas ya no serán lo que eran, tampoco los chistes cómplices. Sino
que todo parece a punto de reventar, o quizás después, mucho más tarde, sin
saberse demasiado bien por qué.
En Hoy no tuve
miedo, hay dos partes diferenciadas así como superpuestas. Dos momentos que
podrían ser dos historias o esbozos de varias más. Padres e hijos
desencontrados, el baño del perro, la amistad, el psiquiatra y sus preguntas
–que el espectador no sabe si también responder–, el vestido para la fiesta
(como un signo de puntuación que recuerda el paso del tiempo), y muchas
fiestas. Es probable que en esos momentos todos o algunos de estos muchos
personajes se crucen, también con otros, como momentos de un caleidoscopio que
entreteje situaciones de maneras caprichosas. Es más, son muchos los momentos
en donde los puntos suspensivos se imponen, al dar al espectador la resolución
–obligada o no– de resolver lo que argumentalmente podría estar sucediendo.
Cierta solución de continuidad liga Hoy no tuve miedo con Me perdí hace una semana. Ahora los
momentos más o menos claros se imbrican en una trama que sería desprendimiento
de la película anterior, tal vez. Un vector lo ofrece Michi, el tarotista gay
(José María Espinoza) capaz de leer en las cartas lo que (cree que) sucede.
Oráculo de pueblo al que todos acuden, sea por la suerte, el baile o la
amistad. Tal vez su perro, al que busca con esperanza, guarde alguna respuesta.
Quizás esté escondido en esa mancha fugaz que se cruza en pleno camino, durante
la noche. Pero para averiguarlo hay que detener el auto, e internarse en la
oscuridad.
Finalmente, AB
(codirigida con Andreas Koefoed) oficia como otro desprendimiento, arista,
o sendero dentro del mismo universo fílmico. Dos amigas que se aman y tal vez
ya no se vean más. Así como le ha sucedido a otros antes, tal como lo refiere la
monja, desde un relato tan cierto como hermoso. Historias cíclicas que repiten
un misterio, mientras la perra tiene cría y el círculo de la vida se reparte
entre cachorritos y vecinos. Todo lo que fue ha sucedido y por eso puede ser
referido pero, acá el misterio, hay un momento de suspensión a partir del cual,
se intuye, ya nada más será igual. Es ese momento preciso, maleable, en donde
se sumerge el cine de Iván Fund. Hasta quedar preso de un encanto que enrarece
y que anhela, como plegaria religiosa, un momento de claridad.
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