miércoles, 28 de agosto de 2013

Jobs (2013, Joshua M. Stern)


Aventuras del empresario iluminado


Por Leandro Arteaga

Inevitablemente, la película sobre Steve Jobs finalmente es. ¿Y qué es? Una algarabía sin disimulo hacia el genio detrás de Apple y Macintosh. O también: un film dedicado a celebrar con buena memoria al gran empresario.
 A diferencia del abordaje expuesto por David Fincher en Red Social (2010), con Mark Zuckerberg como figura eje pero también excusa desde la cual localizar una transición de época, en donde Facebook aparece como bisagra –extraordinaria pero delatora-, en Jobs el planteo se reduce al recorrido almibarado, idealizado, sobre su personaje emblema.
En este derrotero, el Jobs de Ashton Kutcher –de poses y andar miméticos con el original, sin matices, sin dramática- se corresponde con una película preocupada por trazar el recorrido de un iluminado, de un marginal provisto de ideas para el mañana, casi imposibles. Manipulador, obsesivo, seguro de sí, inclemente pero genio. Ah, y gran empresario.
De esta manera, con referencias puestas en su caminar descalzo y las prédicas de gurú de los ’70, más el ácido y la comprensión de unos padres siempre amables (mamá tiene lista la fruta para el nene, papá el garaje donde éste arme sus juguetes computarizados), Jobs sobrevendrá como líder de un grupo de “marginales” que tomarán por asalto el mundo de las computadoras personales. Pero nada es tan fácil, harán falta mecenas y también algún demonio; aquí entonces: Bill Gates.
La exposición argumental es tan sencilla, banal, didáctica y babosa por la figura que reseña, que mal podría pensarse en un retrato de vida que exponga fisuras, sino en todo caso en la plasmación de un “visionario”, de alguien que ha “cambiado el mundo”, cuyas armas hubieron de asomar desde el empeño, la persistencia, etc. Para arribar, por último, al panteón mayor: el éxito económico.
Porque la película es esto y nunca otra cosa. Éxito económico. Jobs es quien es porque hizo ganar dinero. Y el slogan final de la película lo corrobora. Slogan y no frase cualquiera, porque se trata de un film eminentemente publicitario, enamorado de la lógica a la que pertenece. Jobs, así, es la marca registrada mayor, a respetar, a querer seguir. Va el slogan: “Apple se convirtió en la empresa más valiosa”, del mundo seguramente. Qué importante. Qué grande Jobs. Cuántos son los que, seguros de tal superioridad, eligen seguir su ejemplo, idolatrarle, tenerle fe. A la par de libros como “Maquiavelo y la empresa” o cosas similares.
Nada de lo dicho es estrafalario. Sino que está implícito en “el mensaje” del film. Por ejemplo: Jobs habla y un contraluz del más allá le ilumina, Jobs presenta el iPod y la multitud queda boquiabierta, Jobs vuelve al garaje paterno y papá le asiste comprensivo (ay, Jesús carpintero…), más una resolución que permitirá equilibrar responsabilidad familiar con obsesión por su trabajo. Insoportable.

Jobs
EE.UU., 2013
Dirección: Joshua Michael Stern. Guión: Matt Whiteley. Fotografía: Russell Carpenter. Montaje: Robert Komatsu. Música: John Debney. Reparto: Ashton Kutcher, Dermot Mulroney, Josh Gad, Lukas Haas, Matthew Modine, JK Simmons, Lesley Ann Warren, Ron Eldard, Ahna O'Reilly. Duración: 128 minutos.
Salas: Cines del Centro, Monumental, Sunstar, Showcase, Village.
3 (tres) puntos
  

Marcelo Panozzo/Santiago Loza: entrevista


Bafici (Rosario) y después

Durante la realización del Bafici local, 
a cargo de Calanda Producciones, el 
realizador Santiago Loza (La Paz) y 
Marcelo Panozzo (Director Artístico 
del Bafici), estuvieron en Linterna Mágica 
(16/08/2013) y compartieron puntos de 
vista.


Aquí la nota:


martes, 20 de agosto de 2013

Star Trek Into Darkness (2013, J.J. Abrams)


Aventuras en el espacio multióptico


Por Leandro Arteaga

Visto el paisaje crítico, hay varios periodistas que disfrutan al revelar detalles fundamentales, que provocaron resentimiento entre lectores/espectadores. ¡Pero es que tienen razón! ¿Dónde radica la sapiencia del que refiere si se detiene en la develación de misterios? En fin, una pena.
Salvado un primer párrafo de discordia, sí coincidir en que En la oscuridad: Star Trek está muy bien. Porque asume el carácter de nuevo capítulo fílmico y porque remite al vínculo televisivo de origen. Televisión que es también lugar relacional con el hacer del realizador J.J. Abrams: Lost, Fringe, Person of Interest, Alcatraz, entre otras series. En ellas, el quiebre o la duplicación temporal como lugar coincidente, si no desde la ciencia ficción y los mundos paralelos, sí desde la paranoia espía o los flashbacks vueltos flashforwards y viceversa.
En esta manera identitaria se inscribe también el nuevo universo Star Trek, ya plasmado de manera genética en el episodio primero y su replicación espacio-temporal, ahora con una profundidad mayor, que remite aún más a la serie de origen, como espejo sobre el que se mira, se reconoce y se distancia. En este sentido, Abrams produce un prisma multióptico, que va y viene entre los capítulos de los años ‘60, las películas previas y el desarrollo actual. Entre los límites que los distinguirían es donde se tejen miradas cómplices, guiños, transgresiones, trucos dramáticos.
En este sentido, cualquiera de los personajes de Star Trek puede ser remitido a lo que era, a lo que es, a lo que podrá ser. Puesto que entre versión y versión algo se pierde, algo se gana, será posible entonces ver a Spock actuar como nunca antes –es él la imagen-espejo mayor, capaz de verse a sí mismo, viejo o joven, todo depende desde dónde-, o ver a Kirk más desaforado que de costumbre. El inicio es nodal: con la ley como lugar de encuentro y desencuentro, de obediencia y desobediencia; los personajes se cuestionan y desgarran, de cara a un planteo que tendrá ramificaciones mayores.
Dentro y fuera de la ley, explorador o soldado, patriota o terrorista. Todo esto está dando vueltas en la nueva Star Trek, con un ingenio lo suficientemente hábil como para lograr dislocar los lugares acostumbrados y alterar el tablero de juego. Capaz, por eso, de lograr una de las recreaciones más directas del 11-S pero sin la cursilería discursiva habitual. El terrorista, claro, es peligroso. Y necesario. Allí la dualidad. Y allí otra vez la puesta en escena de imágenes espejadas, con las que Abrams gusta pensar sus tramas.
Si Spock puede mirarse a sí mismo (Zachary Quinto/Leonard Nimoy), Kirk y el misterioso John Harrison (Chris Pine/Benedict Cumberbatch), así como los mandos superiores que encarnan Bruce Greenwood y el gran Peter Weller, son otras de las variaciones de anverso/reverso con las que se construye el film.

En la oscuridad: Star Trek
(Star Trek Into Darkness)
EE.UU, 2013. Dirección: J.J. Abrams. Guión: Roberto Orci, Alex Kurtzman, Damon Lindelof. Fotografía: Dan Mindel. Música: Michael Giacchino. Montaje: Maryann Brandon, Mary Jo Markey. Reparto: Chris Pine, Zachary Quinto, Zoe Saldana, Benedict Cumberbatch, Karl Urban, Simon Pegg, John Cho, Anton Yelchin. Duración: 132 minutos.
7 (siete) puntos

sábado, 17 de agosto de 2013

Tamae Garateguy: Mujer lobo: entrevista


Los crímenes sexuales de la mujer-lobo

Pocas veces el cine argentino tuvo un clima sexual tan visceral, tan expuesto, como el que propone Mujer lobo. Luego de Upa y Pompeya, la realizadora Tamae Garateguy arremete desde una pasión tan violenta como descarnada.


Por Leandro Arteaga
 
“La historia es la de una mujer que seduce hombres en el subte B de Buenos Aires, tiene sexo con ellos y luego los mata, hasta que se encuentra con una víctima que la va a sorprender” dice Tamae Garateguy de Mujer lobo, que mañana proyecta Bafici Rosario a las 20.30 en El Cairo Cine Público (Santa Fe 1120), con presencia de la realizadora.

-¡Cuántas escenas calientes tiene tu película!
-Tiene muchas, ¿viste? Veía que el cine independiente argentino carecía de la temática o de situaciones que tuvieran que ver con lo erótico. Empecé con esa inquietud. Y con Diego Fleischer, el guionista, acordamos que sería bueno mezclar aquellos personajes femeninos de los ‘60, aquellas mujeres criminales, con algo un poco más erótico; finalmente salió la idea de meternos en la mente de la mujer-lobo, alguien que tiene “problemitas” con sus diferentes personalidades. La hicimos en blanco y negro porque queríamos coquetear un poco con Repulsión, de Polanski. Mujer lobo es como un cuento, un cuento un poco sádico.

-Un cuento con tradición en el cine, donde hay mujeres felinas o lobunas, donde lo monstruoso es expresión de algo que sucede internamente.
-Cuando dirigí pensaba un poco en eso, en dar un trazo grueso que permitiera retratar la locura, una locura que estuviese plasmada desde temas que me interesan, como el sexo y la muerte. En un punto, es un cuento muy sencillo, pero con el fin de meternos en una psiquis muy compleja.

-Lo sexual aparece de manera desenfadada, desafiante, femenina. Lo digo por la predominancia que sobre el tema tiene la mirada masculina.
-Durante el rodaje tuve muy presente lo que decís. Cuando buscaba películas o referencias icónicas, como El imperio de los sentidos, siempre pensaba en que la cámara la había puesto un hombre, con una mirada y un pensamiento determinados acerca de lo sexual. Las mujeres tenemos incorporadas esas imágenes, esa impronta cinematográfica. Para mí era un desafío pensar en dónde situar la cámara, de una manera acorde con los sentimientos del personaje, que es alguien sumamente estallado. Quería ir al límite, y teniendo en cuenta esa tensión les propuse a las actrices arriesgarnos para ver qué pasaba. Me metí más en una cuestión sexual agresiva, también como para investigar, porque no es que lo tuve tan claro, sino que iba viendo qué pasaba. Tenía una intriga antes que algo resuelto.

-De todos modos, la sexualidad violenta de Mujer lobo no niega momentos de sensibilidad o de ternura. Por otra parte, el sexo no deja de ser un acto violento.
-Creo que siempre hay una violencia, una tensión, pero también algo más de la incerteza; a veces no se trata de la consumación del acto sexual sino de lo que pasa antes, de lo que pasa después, eso es algo que me interesaba mucho. Como se trata de un personaje muy extremo, era algo con lo que podía jugar.

-¿Con qué reacciones te encontraste por parte del público?
-El público estaba sorprendido, pero gratamente. Un poco por el desenfado, el riesgo, y además porque exageré. Hay varias escenas de sexo, no dos o tres. Un poco como para marcar esa falta, como para decir “hablemos del tema, veámoslo”. Más allá de si gusta más o menos, fue bienvenido, así como el desparpajo, la energía arrojada que tienen el personaje y la película.

-Tu concepción de la mujer-lobo coincidió con el personaje de Mala, de Caetano.
-Cuando se me ocurre la idea de desdoblar el personaje para contar la complejidad desde varias actrices, me entero de que Caetano estaba haciendo lo mismo, a veces pasa. Pero Mónica Lairana, mi actriz, me dio ánimos, porque lo que estábamos haciendo era diferente.

-Son diferentes. Lo que noto coincidente es el desenfado, el desprejuicio. Mujer lobo y Mala son películas descarnadas.
-Yo tenía ganas de hacer algo visceral, que no estuviese tan mediado por la razón, por una perfección técnica sin alma; que fuera algo más de trazo grueso y expresivo, antes que pensado, medido y calculado. Que fuese acorde con una mente estallada, con una fuerza destructiva, muy potente. Hay muchas películas y series donde los asesinos seriales son calculadores, inteligentes, donde arman sus crímenes perfectos o así lo pretenden, pero yo tenía la idea de algo más carnal, inestable, y mi manera como directora era no dejar que el pensamiento, la lógica, la invadieran.

-Es algo que se nota y se disfruta. Así como la confianza ganada con las actrices, que son quienes están expuestas.
-Luján Ariza, Guadalupe Docampo, Mónica Lairana, se brindaron completamente, confiaron en mí de una manera plena. Sabían que las iba a cuidar, y así fue cómo se brindaron. Dar ese tipo de actuación de una manera tan expuesta -a nivel emocional y físico, ya que estuvieron desnudas en el set- fue un lujo para mí. Es difícil esa confianza.
 

viernes, 16 de agosto de 2013

El conjuro (2013, James Wan)


Promesa de un miedo que no se sostiene


Por Leandro Arteaga

Desde la referencia hacia uno de los casos enfrentados por el célebre matrimonio demonólogo Ed y Lorraine Warren, El conjuro ofrece un film de terror que oscila entre el logro de buenos climas (de noche que atrapa el alma) y el desequilibrio ante una fórmula maniquea que la vuelve, finalmente, una película predecible.
Lo predictivo no tiene que ver, precisamente, con el talento clarividente de la señora Lorraine (Vera Farmiga), sino con la decisión de no sostener el ambiente de fantasmas tras las puertas con el que el realizador James Wan (El juego del miedo, La noche del demonio) nos invita a ingresar. Se trata de un caserón en el medio del campo, donde la familia Perron (con la gran Lili Taylor, madre de cinco hijas) decide vivir y, asumida la circunstancia, lidiar con la posesión demoníaca que los desafía.
Allí irán a parar los Warren, con el fin de ayudar y, dada la mala experiencia de un exorcismo anterior, evitarle a Lorraine sustos innecesarios. Es lo que teme Ed (Patrick Wilson), y es el lugar hacia el cual, invariablemente, habrá de conducirles el asunto. Para ello, primero, corroborar toda aparición o momento de susto como para juntar las pruebas necesarias. Acto seguido, la aprobación del Vaticano. Pero, dada la burocracia papal, el permiso no llegará a tiempo y, qué se le va a hacer, a enfrentar otra vez al demonio.
Al llegar acá, el film ya se encuentra partido al medio. Primero, un clima de miedo que recuerda a la notable La noche del demonio (lo mejor de Wan). Segundo, una acumulación de golpes de efecto cada vez más acelerada hasta concluir en un exorcismo que remite, como homenaje pobre, a la gran El exorcista, de Friedkin. Y aún cuando el “chiste” del papeleo vaticano permita alguna mirada perspicaz, lo cierto es que El conjuro asume una iconografía católica que es también discursiva.
Buenos contra malos, Dios contra el Diablo, como una puesta en escena que por momentos parece jugar más con los miedos que estos nombres socialmente significan, pero que luego deviene en escaramuza simplista, con redondo final feliz, con luz y familias unidas. Aún cuando, según tanto sitio de Internet expone, el hecho ocurrido con los Perron no se resolvió y las tribulaciones, maldiciones y demás, los siguieron después.
¿Entonces? Una película a medio camino, por momentos intensa, pero durante muchos otros simplista. Con la promesa de miedo de una muñeca vieja, grandota, que parece guardar algo raro detrás de los ojos fijos. Ese “algo” que estuvo mejor plasmado en La noche del demonio, de la que el propio director ha filmado ya una segunda parte.

El conjuro
(The Conjuring)
EE.UU., 2013. Dirección: James Wan. Guión: Chad Hayes, Carey Hayes. Música: Joseph Bishara. Fotografía: John R. Leonetti. Montaje: Kirk M. Morri. Intérpretes: Patrick Wilson, Vera Farmiga, Lili Taylor, Ron Livingston, Shanley Caswell, Joey King. Duración: 112 minutos.
Salas: Monumental, Showcase, Sunstar, Village.
5 (cinco) puntos

martes, 13 de agosto de 2013

Bernie (2011, Richard Linklater)


Nada es lo que a simple vista parece


Dueño de una puesta en escena admirable, ya consecuente con una obra personal, autoral, el norteamericano Richard Linklater ofrece una mirada reflexiva, muy irónica, desde la figura de un simpático asistente funerario.

Por Leandro Arteaga

Bernie pasó de largo la posibilidad de cartelera, aún cuando su director y actor –Richard Linklater y Jack Black- sean reconocibles para el público, coincidentes a su vez en ese título de (progresivo) culto que es Escuela de rock (2003). También porque Linklater es, afortunadamente, una rara avis dentro del tipo de cine que actualmente se exhibe; su último film, Antes de la medianoche, el tercero de los capítulos dentro de la adorable pero nada fácil vida de Jesse y Céline (Ethan Hawke y Julie Delpy), se mantiene todavía en cartel en uno de los complejos de la ciudad. Pero, aquí lo curioso, antes de Antes de la medianoche, hubo otro film. Capaz, entre tantas cosas más, de devolvernos la luz interminablemente bella de la actriz Shirley MacLaine.
 De manera tal que la fuerza de choque que significan Black y MacLaine hace de Bernie una cita obligada. ¿Cómo resistirla? Más aún cuando el argumento gira en torno a un hecho real, sucedido en una pequeña localidad de Texas, donde un asistente de una compañía funeraria se vuelve una especie de celebridad local gracias a sus maneras amables, su habilidad cruzada entre la sensibilidad y el oportunismo comercial, su interpretación vocal durante los sepelios, sus discursos bienpensantes. Bernie (Black) es una silueta bonachona, de la que todos hablan y hablan bien, a quien las señoras bendicen con sus sonrisas mientras le exigen –dada la circunstancia- ser enterradas con las pompas que les promete. Tal es el aprecio que Bernie se ha ganado entre la comunidad.
Ahora bien, y aquí lo mejor, el film de Linklater se construye desde los relatos a cámara, a un entrevistador invisible, quien recopila datos que funcionarán como piezas más o menos sueltas, proclives a la imagen de ensueño que el incomparable empleado de funeraria supo provocar. Mientras tanto, el montaje apela a la reconstrucción de los hechos, a la interacción entre lo que las palabras dicen –de boca, atención, de verdaderos residentes de la localidad, que hubieron de conocer realmente a Bernie- y un flashback que se entrelaza desde la gracia enorme de Jack Black (quien medita, sopesa, sonríe, canta, baila, tan brillante es). Allí, también y por fin, la aparición magistral de Shirley MacLaine.
Viuda reciente, mujer recalcitrante, que gustaba de rechazar los préstamos de su marido “simplemente por deporte”, Marjorie es la antítesis justa para el orondo Bernie, pero sobre todo para quienes recuerdan sobre uno y sobre la otra. Porque esta otra será depositaria de los recuerdos peores. Sin embargo, allí es donde irá a parar –a ella, a su casa adinerada o, más precisamente, a su dinero- el angelical Bernie. Si uno es el ángel blanco, ella es la diablesa. Pero, se sabe, nada es lo que parece.
En este sentido, la puesta en escena que Linklater despliega es admirable. Si bien Bernie será motivo de memoria melancólica, habrá de suceder algo que provoque la fisura. Si bien Marjorie será motivo de memoria resentida, habrá también allí una grieta. De todas maneras, los últimos interesados en percibir tal situación serán, allí la paradoja (o el lugar común, inevitable), los mismos pueblerinos, aferrados como están a sus memorias intachables, en donde todos coinciden. Más aún, no faltará quien se obstine en pensar, en decir, que lo sucedido no ha sido como realmente fue.
¿Qué ha sucedido? Para ello, mejor ver el film.
Entre tanto ida y vuelta temporal: desde el “presente” supuesto por los entrevistados hacia el “pasado” dramatizado; uno de sus personajes atraviesa ambas instancias a la vez. Se trata del fiscal, caracterizado por un cada vez mejor Matthew McConaughey (quien, de seguir así, será recordado como un gran actor; no dejar de ver, por eso, Killer Joe, de William Friedkin). Personaje tan despreciable como seductor. Capaz de generar campañas publicitarias de lo más idiotas pero, a su vez, de lo más efectivas para su re-elección. El será quien empuje desde su tarea hacia lo que los indicios dictan, hacia la defensa de la verdad expuesta. De nuevo la paradoja, porque será este fiscal prepotente, de conducta chanta, en quien se deposite la comprensión determinante, invariable. Él, por eso, como el lugar de la razón, como el peso de la ley. Pero, para hacerla prevalecer, algún sesgo retórico habrá de intervenir.
Y finalmente, lo mejor. Shirley MacLaine. Verla es revivir gran parte de la historia del cine. Su gracia interminable, la candidez, el brillo de la mirada. Ella es Hitchcock, Billy Wilder, Bob Fosse, Hal Ashby. ¿Cómo no quererla? La paradoja otra vez. Porque Linklater la hará transitar por un camino de caricatura malvada, de bruja (cercano al de la madre de Recuerdos de Hollywood, de Mike Nichols). De todas maneras, también será una bruja seducida. No tan mala en verdad. Así como no tan bueno es nadie, ni siquiera Bernie, quien tantas cruces porta, entre sus palabras y el decorado funerario.
Porque es un gran cineasta, Linklater expone y nunca juzga. Da cuenta de una historia y encuentra la manera sagaz de comunicarla con el presente real, con el Bernie que realmente existe, quien sabrá compartir un mismo plano (de espejo mágico, casi) con Jack Black. Es el momento en el cual, por lo general, tanto otro cine dice haber recreado lo que sucedió, como si el film visto se tratara del documento más veraz. La película de Linklater, por su parte, sólo recrea, sin alterar lo sucedido, pero con una carga reflexiva que dispara hacia muchas zonas oscuras, presentes en Bernie pero sobre todo entre quienes le han hecho ser lo que parece ser. Un personaje –el de Bernie, el de la sociedad- que va más allá del hecho que presuntamente se relata.

Bernie
EE.UU., 2011. Dirección: Richard Linklater. Guión: Richard Linklater, Skip Hollandsworth, a partir del artículo de Hollandsworth publicado en Texas Monthly. Fotografía: Dick Pope. Música: Graham Reynolds. Montaje: Sandra Adair. Intérpretes: Jack Black, Shirley MacLaine, Matthew McConaughey, Brady Coleman, Richard Robichaux, Rick Dial. Duración: 104 minutos
Sólo disponible en DVD.
9 (nueve) puntos.

Comme un chef (2012, Daniel Cohen)


La aburrida gastronomía


Por Leandro Arteaga
Rosario/12 (05/08/2013)

La premisa es tentadora. Jean Reno como cocinero de fama en peligro, presionado por su restaurante –por su empresario- para no perder el pulso gastronómico con los nuevos tiempos. La fama de Alexandre (Reno) oscila entre lo que logró y el gusto relamido de una mesa de críticos. A la par, es Jacky (Michël Youn) quien no logra encontrar el restaurante que le aprecie, apasionado por la alta cocina, es capaz de recitar libros de recetas de memoria, sapiencia que sin embargo no le servirá para tener lo que precisa: dinero.
A todo ello se suma la presión femenina: en el primero, desde la tesis universitaria de la hija, quien le solicita al padre presencia y atención; en el segundo, desde la maternidad de la pareja, quien exige un trabajo rentable, sustentable. Los dos, Alexandre y Jacky, procurarán un equilibrio que, invariablemente, habrá de írseles de las manos.
Lo que necesariamente sucederá es la conexión entre ambas historias, estructuradas de manera simétrica. En este sentido, chef y asistente unirán fuerzas para lograr sus cometidos. Para ello, por ejemplo, tendrán que participar de una lección de comida molecular, el futuro aparente de la gastronomía. Situación justa para la aparición demente de Santiago Segura, quien no hace en verdad más que desarrollar un cameo que aporta nada, pero seguramente sí valida para esta producción francesa la participación de capitales españoles.
En una misma línea incongruente, también se señala la visita furtiva del dúo a un restaurante para el conocimiento de sus secretos, pero disfrazados de pareja japonesa (¡!), sin ningún rasgo de verosimilitud que les acompañe en tal decisión, quizás sólo amparados por la supuesta gracia que debieran despertar entre el público espectador.
Pero aún cuando esta y muchas situaciones más no aporten nada significativo, lo que en todo caso hace de El chef una película mediocre son los lineamientos que la promueven. En este sentido, Jacky debe lograr un trabajo remunerado para ser padre de familia, es por eso que, después de obtenerlo, podrá entonces proponer casamiento a su pareja. Luego, como se debe, el hijo. Por parte del solitario chef, no sólo habrá atención paterna suficiente, a tiempo y con mucha comida, sino también oportunidad que le redima para ser devuelto al redil de la pareja. Entre uno y otro se resuelve, finalmente y felizmente, la pasión por la elección de vida y los deberes sociales respetables.
Es increíble, pero este tipo de miradas, tan conservadoras, tan transitadas por cierto tipo de cine pero sobre todo por la totalidad del mundo publicitario, continúan funcionando de un modo fácil, evidente, sin necesidad de segundas o terceras lecturas, sino tan sólo desde una exposición burda. Señalar a El chef como una comedia “liviana” no es justicia, sino sólo una manera amable de decir que se trata de una película reaccionaria, en donde el arte de la cocina, en todo caso, se sitúa muy lejos de lo que puede significar en tanto instancia para el encanto, la seducción o la transgresión, transmutada en herramienta destinada a mantener una segregación ordenada y social de los comensales, divididos como se presentan entre los diferentes restaurantes. Allí es donde quieren insertarse, o de donde no quieren ser rechazados, los mismos protagonistas.

El chef
(Comme un chef)
Francia/España, 2012. Dirección y guion: Daniel Cohen. Fotografía: Robert Fraisse. Música: Nicola Piovani. Montaje: Géraldine Rétif. Reparto: Jean Reno, Michaël Youn, Raphaëlle Agogué, Julien Boisselier, Salomé Stévenin. Duración: 84 minutos.
4 (cuatro) puntos

miércoles, 7 de agosto de 2013

Oscar Chichoni: entrevista


Contar la historia en un solo cuadro

Recordado portadista de revista Fierro, asistente estético de importantes cineastas, Oscar Chichoni presenta hoy un libro sobre su vida y obra. “El cine me ha vuelto más anónimo, pero me encanta”.

Por Leandro Arteaga

Oscar Chichoni es uno de los artistas gráficos más importantes. Cualquier lector interesado en la historieta y la ilustración lo sabe. Es el nombre detrás de las portadas inolvidables de revista Fierro (primera época), así como en colecciones de libros y revistas como Minotauro, El Péndulo, Urania. Desde hace casi dos décadas trabaja en el mundo del cine, asistiendo estéticamente (desde los denominados “visual concepts”) a realizadores como Guillermo del Toro, Tim Burton, Terry Gilliam, Francis Ford Coppola.
Nacido en Corral de Bustos, su trayectoria de vida es motivo del libro que hoy, a las 19, se presenta en Bar El Cairo (Sarmiento y Santa Fe): Érase una vez… Oscar Chichoni (Mediterránea, 2013), de Elizabeth Carpi, quien estará presente junto al extraordinario dibujante cordobés.
“Es muy interesante porque no se trata de una biografía clásica, sino que es un libro muy loco. Va y viene dentro de mi historia, que es simplemente la historia de un personaje más”, explica Chichoni a Rosario/12. “Elizabeth hizo una cosa extraordinaria, nunca se me hubiese ocurrido un libro sobre mi vida. Uno tiene una visión de la propia vida, pero cuando se tiene la visión de otra persona uno se lee de nuevo, es estar leyendo la vida de otro y verse reflejado.”

-Hay un mundo Chichoni que puede reconocerse, evocarse. Sobre todo desde ese capítulo inolvidable que significa la revista Fierro.
-Fierro es una de las mejores cosas que he hecho, uno de los recuerdos más lindos, que me ha hecho increíblemente conocido en todo el mundo; si bien nunca paré de trabajar, en todas partes me conocen por mi participación en revista Fierro. Lo que pasa es que después pasé al cine, donde me transformé en una persona más anónima, porque mi trabajo no se publica, sino que queda en el ámbito de la producción. Algo que me encanta también, ya que se trata de un trabajo colectivo, dentro de un equipo. He trabajado con grandes directores: Coppola, Tim Burton, Peter Jackson, Guillermo del Toro, pero siempre dentro de un equipo, a diferencia de lo que hacía en Fierro, en Minotauro, o en Europa –donde durante muchos años fui ilustrador-, que era un trabajo completamente individual.

-¿Y cómo llegás a la decisión de ingresar en el cine?
-Era parte de un plan personal, al que llamé “quinquenal”, ¡si bien de veinte años! Al final de ese plan iba a ingresar a trabajar al cine. Pero al plan lo cumplí exactamente en diez años. Mi idea era empezar barriendo los estudios, cualquier cosa, pero comencé trabajando en Hollywood, en una película Disney, y fue increíble. Con la segunda película que hicimos –Restauración (1995)- ganamos el Oscar a la Dirección Artística con (Eugenio) Zanetti. Yo era fan del cine desde chico, en Corral de Bustos iba todos los días, así que lo tenía muy incorporado. Por otra parte, empecé como dibujante de cómics a los 17 años y en editorial Record. Comencé en el nivel más alto, con los Breccia, los Salinas, Arturo del Castillo, gente absolutamente extraordinaria; pero fue demasiado, como soy un obsesivo y compulsivo de la perfección, tomaba cada viñeta como una ilustración. Luego hice un paso por la pintura, pero de alguna manera me aplastaba la seriedad, me asfixiaba; pasé entonces a la ilustración, que es un poco un maridaje entre el cómic y la pintura. Mi tipo de ilustración es narrativa, nunca hago un monstruo con una chica, sino que me gusta sugerir una historia. Fue así cómo me convertí en un ilustrador, en un dibujante de cómic de un solo cuadro. Cuando llegué al cine, me fueron muy útiles las experiencias anteriores, porque el cine es narrativo, dinámico, y con los cómics uno adquiere una idea mucho más desarrollada de lo que es la acción. Además tuve una experiencia en arquitectura, a partir de la cual entré en otro mundo, el de los espacios; es decir, todas las experiencias que uno hace tiene que transformarlas en algo, asimilarlas.

-Entre tantos realizadores con los que trabajaste, te pido alguna anécdota que quieras contar.
-Me pasa algo bastante raro, porque no pertenezco a la industria, no soy un bicho de Hollywood, no tengo agente, no tengo nadie que me promueva, pero se las arreglan para encontrarme y siempre se contactan conmigo directamente los directores. Me encuentran solamente aquellos que quieren trabajar conmigo. Eso es bastante sorprendente. Yo estaba viviendo en Londres, suena el teléfono a las once de la noche y un tipo me dice que es Francis Ford Coppola y que me quiere para una película. Al poco tiempo de hablar me dice “el miércoles que viene vení para acá”, en ese punto ya me había dado cuenta de que realmente era él, y yo le digo, con inocencia, que en quince días tenía que ir a Los Ángeles y que podía entonces pasar por Nueva York, y él me dice “bueno, está bien”. Lamentablemente esa película se pinchó.

-¿De qué proyecto se trataba?
-De Megalópolis. Ocurrió lo de las Torres Gemelas y eso de alguna manera le dio en el corazón al proyecto, porque cambió un poco el inconsciente colectivo, alteró el concepto de New York como la capital del imperio actual, intocable, inexpugnable. Al tocar el corazón del guión, automáticamente se interrumpió. Con Tim Burton trabajé durante una semana, también me llamó Terry Gilliam. En verdad, soy un experto en proyectos que fracasan (ríe), pero es algo normal en el cine. En el camino van quedando alrededor del 60% de las películas.

-¿Con Gilliam se trataba de su versión de El Quijote?
-Sí, él era una especie de fan mío. Empezamos a trabajar, después se trasladaron a España y fue un fracaso horrendo. De eso salió esa película que es Perdidos en La Mancha, que es absolutamente extraordinaria. Luego estuve con Peter Jackson en El Hobbit. Es muy interesante trabajar con esta gente, sobre todo con quienes trabajo codo a codo, es muy estimulante. 

-Recuerdo una anécdota del dibujante Leopoldo Durañona, cuando trabajó en los concepts de Hellboy. Decía que Del Toro lo había elegido de entre una lista de artistas porque recordaba sus trabajos, que le hablaba de historietas y de viñetas con angulaciones de cámara puntuales en sus dibujos que ni siquiera él recordaba. Afirmaba que Del Toro sabía más sobre su trabajo que él mismo.
-No sabía esa anécdota, pero a mí me pasó exactamente lo mismo. Después de varios meses de trabajar juntos íbamos a almorzar y uno de esos días me dice “¿cuál de tus tapas de Minotauro te gusta más?”. Yo le digo “no sé, ¿cómo te acordás?”. “Porque en Mexico –me dice- eras súper famoso, recibíamos todas las tapas”, y me insistía “¿pero cuál te gusta más?”. “Guillermo, no me acuerdo, hace como treinta años que las hice; me acuerdo de El fin de la infancia, de Arthur Clarke, pero en verdad no me acuerdo”. Entonces él empezó a hacer la lista completa de toda la colección, comentando cómo eran las tapas, y el nombre del libro y del autor. Tiene una cabeza y una capacidad de observación absolutamente impresionantes, nunca trabajé con una persona así.

-¿Cuál fue tu tarea en Titanes del Pacífico?
-Con Guillermo comenzamos a trabajar juntos hace unos años, a partir de El Hobbit, en Nueva Zelanda, durante la primera etapa de la película, cuando era él el director. En cuanto a Pacific Rim fue muy divertido, porque Guillermo me dejaba hacer lo que yo quería, le encanta mi trabajo. Si bien es una tarea muy estresante, muy intensa, a la vez también es muy divertida. Yo diseñé, por ejemplo, el “Gipsy Danger”, el “robot muchachito” de la película, y después infinidad de cosas más, en cada escena de la película hay prácticamente una participación mía.

-Leí que la viste en una sala rosarina, como un espectador más.
-Sí, me gusta mezclarme entre la gente porque sino se pierde la magia. No había visto ninguna previa, así que lo hice sintiendo a la gente alrededor.

Entrevista en 
Linterna Magica (02/08/2013)
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jueves, 1 de agosto de 2013

Nelson Luty: entrevista


Dibujos y juguetes con vida propia


Nelson Luty es uno de lo más extraordinarios animadores e ilustradores del panorama actual. El director de arte de Metegol ofrece una charla en Escuela para Animadores, donde seguramente hablará de su pasión por “dibujar, coleccionar muñecos y hacer monerías”.

Por Leandro Arteaga

Hablar sobre la importancia que para la animación tiene la película Metegol implica de manera necesaria, superlativa, el nombre de su Director de Arte: Nelson Luty. Más aún cuando el animador estará presente esta misma tarde en La Isla de los Inventos (Corrientes y Wheelright), a las 18, para dar una charla abierta, destinada al público en general, como parte de los seminarios que la Escuela para Animadores -dependiente del Centro Audiovisual Rosario- desarrolla a lo largo del año.
“Realmente estoy fascinado por cómo le está yendo a Metegol. Es una película maravillosa, en la que se ha puesto mucho esfuerzo y trabajo” dice el dibujante a Rosario/12. “Mi equipo tuvo unos dibujantes e ilustradores increíbles. Tuve la suerte de estar al lado de un director como Juan (Campanella), un tipo humilde, obsesivo, maravilloso.”

-¿En qué consiste la tarea del director de arte?
-Es bastante compleja, mi trabajo tiene que ver con conseguir que la estética de la película se mantenga acorde. Hay varios departamentos que se van armando, trabajando, y que yo superviso. Voy aprobando cosas que Juan va mirando, pero a la vez tengo que ir atando cabos en el camino, para que la película mantenga una unidad de color, de estética. Tuve la oportunidad de trabajar con un genio de la iluminación como Félix Monti (NdR: Director de fotografía en films de Puenzo, Martel, Bemberg, Olivera, entre otros).

-Me imagino que Monti debía estar acostumbrado a un tipo de trabajo diferente.
-Al Changuito le costó en principio entrar, por ser todo digital. Observaba, miraba cómo se trabajaba, y no podía creer que teníamos un set de filmación pero metido en una máquina, acostumbrado como está a mover los spots, los tachos. Pero se adaptó y aprendió los términos y el manejo técnico, y la verdad que su apoyo fue fantástico. El Chango es un genio, es impresionante. Lo mismo me pasó con Juan: son dos libros abiertos de sabiduría en cuanto a lo que a uno le gusta, que es el cine. Uno no puede creer que esté trabajando al lado de estas dos personas, que son dos monstruos.

-Vos también sos una persona “monstruosa”, basta con repasar rápidamente tu curriculum, no sólo desde el cine, también desde la historieta.
-Sí, qué se yo, pero no le doy importancia a mi historia. Sí aprendí mucho, y agradezco haber podido trabajar al lado de grandes artistas como Carlos Meglia, como Carlos Trillo. Cuando tenía 18 años, Trillo me ofreció un guión de (Guillermo) Saccomanno para dibujar; yo era muy chico y me caí de culo, ¡estaba publicando para Italia! Aprendí mucho de eso y mucho de lo que sé del cine –como los enfoques de cámara- lo aprendí haciendo historieta, fue un gran aprendizaje.

-¿Y cómo llegás a la animación?
-Por el año ’95, más o menos, ya conocía a gente como Natalio Zirulnik, Alberto Grisolía, Néstor Córdoba, todos grandes exponentes, y fue por ellos por dónde me empecé a fascinar. Por el 2000 me enfermo gravemente, tuve un problema en los ojos y estuve ciego por un año y medio. En ese momento me dije: “si vuelvo a ver, va a ser para hacer un cambio en mi vida”, y la promesa que me hice fue justamente la de hacer animación. Empecé a trabajar en los estudios Shazam, mi primer película fue Teo, cazador intergaláctico, donde desarrollé los escenarios. Se empezó a correr rápidamente la bolilla de lo que estaba haciendo y comenzaron a llamarme de muchas productoras. Hasta que en un momento llega mi nombre a los oídos de Juan Pablo Buscarini, un rosarino loco al que quiero mucho, y me convoca para hacer Patoruzito. Así fue cómo entré en Patagonik y desde ese momento no paré nunca de trabajar. He llegado a hacer dos o tres películas a la vez, con mi cabeza que se partía al medio. 

-Me gusta escuchar lo agradecido que estás con el medio, por permitirte seguir jugando como un niño.
-Siempre digo lo mismo, es una buena excusa, como para que nadie nos diga “mirá, este boludo todavía está jugando con soldaditos”. Somos los hombres quienes todavía tenemos estos hobbies, nos gusta coleccionar autitos, aviones, ¡creo que ninguna mujer nos comprende! (risas). Tengo mi estudio lleno de juguetes y nunca dejé a mis hijos entrar, y cuando lo hicieron se armó la podrida. Es parte de lo que a uno le gusta y nos permite divertirnos en el día a día, si bien a veces tenemos que tocar tierra, lamentablemente. Si venís al estudio vas a ver a animadores –tipos peludos y barbudos- corriendo, haciendo monerías, lo que daría a pensar que ¡estos tipos realmente están mal! Pero funciona de esa manera. Nos reímos de las cosas más vulgares y estúpidas, pero es lo que nos ayuda a hacer lo que hacemos, a ver la vida de otra manera, y es eso lo que quizás lleve a un artista a encontrar cosas que funcionen para pintar un cuadro, hacer música, o animar una película. 


Entrevista en Linterna Mágica 
(19/07/2013)

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