miércoles, 27 de abril de 2011

Ojo al Piojo! Festival de Cortometrajes para Niños + entrevista Valeria Boggino (CAR)


Una fiesta de películas y de niños



Ojo al Piojo! abre sus puertas al cine por y para los más pequeños. Una convocatoria de índole internacional, impulsada por el Centro Audiovisual Rosario.

Por Leandro Arteaga

Los niños habrán de estar atentos, así como también los adultos de quienes dependa su información y participación, porque “Ojo al Piojo!, Festival de Cortometrajes para Niños” ha puesto en marcha su primera y flamante edición.
Organizado por el Centro Audiovisual Rosario, dependiente de la Secretaría de Cultura y Educación de la Municipalidad, Ojo al Piojo aparece como un festival pensado de manera íntegra para los más chicos, con el objetivo de difundir obras audiovisuales realizadas por los niños y para los niños. De esta manera, y durante los días 7, 8 y 9 de julio, El Cairo Cine Público será el ámbito elegido donde tendrán lugar actividades dedicadas exclusivamente al cine y a los niños. Un vínculo que, mediado por la magia que ambos partícipes comparten, no puede menos que resultar feliz.
La propuesta de este Festival, de características peculiarmente atractivas, no resulta azarosa, sino que es parte y consecuencia de la misma trayectoria y experiencia que en actividades afines el Centro Audiovisual Rosario continúa desarrollando desde hace muchos años.
“Hemos venido recorriendo un camino extenso en lo que refiere a organización de festivales, así como también en ser sede de otros, como es el caso de Divercine. De hecho, Divercine fue -y creo no equivocarme- el pionero en Latinoamérica; debe ser el primer festival de cine para niños, organizado en Uruguay, del que nosotros, desde la Secretaría de Cultura, hemos sido sede durante quince años” comenta Valeria Boggino, Directora del CAR a Rosario/12.

-Y ahora se han animado a organizar un Festival para niños propio, desde el CAR…

-Sí, nos decidimos a realizarlo desde aquí, ¿por qué no? Un desafío que asumimos a partir del aval que significa la experiencia que nos da nuestra misma trayectoria. Hemos llevado adelante diecisiete ediciones del Festival Latinoamericano de Video Rosario, así como también acercamos el cine a las escuelas a través del programa de la Videoteca Ambulante Bongo Rock. Es por eso que nos decidimos a realizar un Festival de Cortometrajes para Niños aquí, en Rosario, producido desde esta ciudad, y con una convocatoria abierta no sólo a Argentina sino también con un relieve internacional.

-¿Cuál es el requisito para participar?

-Pueden participar realizadores y niños, porque este Festival tiene dos instancias: por un lado, una que apunta a obras audiovisuales realizadas y pensadas para los niños y los jóvenes; y otra instancia en donde son los niños quienes producen sus propias obras. En este sentido, esperamos recibir muchos trabajos, no sólo de nuestro país, sino también de Latinoamérica y de otros países del mundo. Vamos a tener dos meses de convocatoria abierta, el 7 de junio vence el plazo, se pueden inscribir cortometrajes de hasta 30 minutos, de temática libre, y en géneros de documental, animación y ficción.

En apoyo de lo que Valeria Boggino destaca, resaltar que a través del sitio web del CAR -www.centroaudiovisual.gov.ar- ya pueden consultarse las bases para participar, así como también para descargar la correspondiente ficha de inscripción. Más la atención especial a cuestiones tales como el idioma o la información que concierne a los criterios de preselección y selección del material a recibirse, orientados por el Comité Organizador de Ojo al Piojo.

-Además, habrá premios importantes.

-Vamos a entregar un premio económico para el mejor video realizado para niños, que consiste en la suma de 5.000 pesos, y un premio al mejor video realizado por niños o jóvenes consistente en equipamiento técnico o en una suma de dinero equivalente, para que los chicos que realizan videos en escuelas o en talleres puedan seguir adelante con su trabajo. También habrá un premio voto del público, donde el público asistente va a poder elegir su cortometraje preferido.

-En este sentido, podemos señalar que el abanico de público que abarca las actividades del CAR va desde los niños hasta los adultos de la tercera edad, con el Festival de Video como eje nodal.

-Sí, es así; tratamos desde lo audiovisual de lograr dar impulso a la difusión, y de contemplar de alguna manera a todos los públicos posibles.


-A propósito del inminente Festival “Una mirada mayor”, ¿podemos decir cuáles son los invitados previstos?

-Todavía vamos a guardar un poquito de suspenso, porque se viene un festival importantísimo [NdR: del 5 al 8 de mayo], con una calidad de películas y de invitados que, ojalá, los abuelos y el público en general se acerquen y nos acompañen, porque va a ser una edición para recordar.

En Rosario/12 (23/04/2011)

Red Riding Hood (2011, Catherine Hardwicke)


Juguemos en el bosque


La chica de la capa roja
(Red Riding Hood)

EE.UU./Canadá, 2011. Dirección: Catherine Hardwicke. Guión: David Johnson. Fotografía: Mandy Walker. Música: Alex Heffes, Brian Reitzell. Montaje: Nancy Richardson, Julia Wong. Intérpretes: Amanda Seyfried, Billy Burke, Gary Oldman, Julie Christie, Max Irons, Virginia Madsen. Duración: 100 minutos.


Por Leandro Arteaga


Basta con ver el inicio de La chica de la capa roja para saber de qué trata, cómo continúa, cuál es la propuesta: encuentro furtivo de ella en el bosque con el chico que ama, a escondidas del mandato paterno, que obliga a un casamiento. Como si se tratara de un episodio televisivo de Cris Morena, adolescentes blancos y arios procuran fervientemente acomodar la fuerza de sus deseos al carril adulto, con peinados de moda y frases de pelo rubio.
El barniz con el que se pinta la historia es, además, el cuento de hadas de Caperucita Roja, papel que, a partir de la capa bermellón que la abuela lega a Valerie (Amanda Seyfried), la teenager asume frente a una sociedad de leñadores que temen la presencia del lobo humano. Desde su figura, la aldea deberá pagar y purgar culpas y pecados, mientras un cruzado demente, el Padre Solomon (Gary Oldman, qué decir…), castigará sin piedad a quien ose alterar el designio divino: la muerte de la bestia.
Habrá que reconocer, al menos, que La chica de la capa roja encuentra cierta dimensión distinta respecto de lo que significa su predecesora Crepúsculo, también dirigida por Catherine Hardwicke, donde los vampiros adolescentes evitan, por todos los medios, contacto alguno con la piel amada; en este sentido, Caperucita no vacilará en dejar que desgarren algunas partes de su vestido, aún cuando algún imprevisto evitará que ocurra lo que el deseo pide.
También distinguir en la figura de Solomon la ira vigilante y castradora, expresión de miedos de una comunidad que, en momentos de apuro, no hará más que guarecerse bajo un techo de Iglesia. Pero habrá que hilar muy fino para entender estas cuestiones como parte de una mirada algo reflexiva, algo crítica. En última instancia, de lo que se trata es de plasmar un film cuadrado, atolondrado, con leñadores que parecen figurines vestidos a la moda, que bailan rave, en el marco de una fantasía que, tal como se ofrece, se corresponde más con un catálogo de pasarelas y vitrinas antes que con un ejercicio de libre imaginación.
Es tan pobre la caracterización de personajes que la película ofrece, que la sola inclusión de Gary Oldman y, atención, Julie Christie (la abuela), hace de ellos motivos inexcusables, perlas que devalúan su valor por films como éste. Sin olvidar la presencia de la recuperada Virginia Madsen, cuyo cutis aterciopelado de lifting dificulta la diferencia de edad entre su personaje y la hija, la propia “Caperucita”, situación que, de nuevo, remite al micro-mundo de peatonales de madres e hijas que parecen amigas.
Por lo expuesto, buscar entonces el mejor ejemplo: Red Hot Riding Hood (1943), del gran Tex Avery, padre animado de Bugs Bunny y de Droopy. Allí sí, desembozadamente, artísticamente, se relee el relato de Caperucita de una forma que, por genial, ha resistido el paso del tiempo. Y donde Caperucita es motivo de rugido, baba y colmillos, para cualquier lobo que se precie de serlo.

domingo, 17 de abril de 2011

Nunca me abandones (Never Let Me Go, Mark Romanek, 2010)


El milagro de una sonrisa

Nunca me abandones
(Never Let Me Go)
EE.UU./Inglaterra, 2010. Dirección: Mark Romanek. Guión: Alex Garland, a partir de la novela de Kazuo Ishiguro. Fotografía: Adam Kimmel. Música: Rachel Portman. Montaje: Barney Pilling. Intérpretes: Carey Mulligan, Andrew Garfield, Keira Knightley, Charlotte Rampling, Izzy Meikle-Small, Charlie Rowe. Duración: 103 minutos.

Por Leandro Arteaga


La propuesta de Nunca me abandones parece acorde con otro cine, el de hace un tiempo atrás, cuando la ciencia ficción saludaba de manera imprevista a través del cine de realizadores como Stanley Kubrick (2001: una odisea del espacio), Andrei Tarkovski (Solaris), Jean-Luc Godard (Alphaville) o, sobre todo, Volker Schlöndorff (Entre la furia y el éxtasis).
Es a partir de un relato en off, que sitúa la trama a la manera de un extenso racconto, como el film de Mark Romanek (Retratos de una obsesión) se sumerge en un tiempo pasado, mediando los años ’70, en un correccional inglés donde niños sin padres son adoctrinados de modo severo. La amistad aparece a partir de la atención de una niña al maltratado reiterado sobre uno de los niños. Más una tercera en discordia que oscilará entre ambos, modelando el afecto de maneras tales como sólo el paso del tiempo puede saber.
Pero esto no es todo, porque para adentrarse en ese tiempo ocurrido, el breve prólogo escrito de la película oficia a modo de advertencia, ya que fue en 1952 cuando la medicina dio el gran paso y pudo curar, para siempre, lo incurable. Es entonces que Nunca me abandones –basada en el libro de Kazuo Ishiguro- se circunscribe desde un tiempo paralelo pero muy parecido, así como en la literatura de Philip K. Dick.
Pero nada de paranoia entre alteraciones temporales sino que, mejor dicho, el film se piensa como una ucronía, como un “qué hubiese pasado si” o, aquí la paradoja mejor, como un “qué pasaría si”. Porque la ciencia médica necesita, para sus logros, para cumplir con la promesa de la vida prolongada, de un acervo experimental, de una fuente de provisiones.
Será una maestra la que abra los ojos a estos niños, para luego ser expulsada a ese otro lado de un mundo del que no se sabe demasiado, del que –se sospecha- debe ser más o menos como el que transcurre dentro de las paredes y sus límites. El tiempo ocurre, las relaciones se acentúan pero se distancian, y los desplazamientos se suceden hasta llegar al momento crítico previsto, aquél que significa el cumplimiento de la función para la que se los ha engendrado.
Deshechos sin alma: ésta podría ser una de las maneras de definir y entender el lugar que la sociedad les ha brindado, cuando ya adolescentes y curiosos crean encontrar un reflejo humano exacto allí donde el acceso social les ha sido vedado. Drogadictos, criminales, pobres, cumplirán, entonces, el lugar de la mejor hipótesis paterna. Algo que, de todos modos, no inhibe la aparición del amor y la corroboración de un alma tan humana como la de cualquiera.
Así como sucedía en Los amantes crucificados (1954), de Kenji Mizoguchi, donde entre la muerte y el castigo todavía brilla el milagro de la sonrisa entre los seres amados, capaz de jaquear al orden más seguro, al mundo más gris, así como a una vida ilusoriamente inmortal.

viernes, 15 de abril de 2011

I Spit on Your Grave (2010, Steven R. Monroe)


Sangre derramada por justicia propia


Escupiré sobre tu tumba
(I Spit on Your Grave)
EE.UU., 2010. Dirección: Steven R. Monroe. Guión: Stuart Morse, a partir del guión de 1978 de Meir Zarchi. Fotografía: Neil Lisk. Montaje: Daniel Duncan. Música: Corey Jackson. Intérpretes: Sarah Butler, Jeff Branson, Andrew Howard, Daniel Franzese, Rodney Eastman, Chad Lindberg. Duración: 107 minutos.


Por Leandro Arteaga

Ejemplo del mejor/peor sexploitation de los ’70 es Escupiré sobre tu tumba (I Spit on Your Grave, 1978, Meir Zarchi), cuyo título confunde intencionadamente respecto de la venerable novela de Boris Vian, llevada al cine en 1959, con guión del propio escritor y dirección de Michel Gast. Ante la escasa recepción del film norteamericano, cuyo título origen era Day of the Woman, el distribuidor lo altera astutamente para un re-estreno que, ahora sí, captura la atención mediática y se vuelve nudo de debates ante la virulencia con la que su protagonista era violentada así como vengada. En síntesis, un film de encanto trash, tal vez pésimo, redescubierto para y por cultores del cine bizarro.
Entonces y ahora, la remake. Inevitable “puesta al día” de algo que no lo necesita. Porque nada más torpe que volver a filmar una película de trama tan pobre como Escupiré sobre tu tumba. En síntesis: una escritora –joven, bella, atlética- escapa de la ciudad a la calma de una cabaña donde terminar su nuevo libro; allí será asaltada y violada de manera salvaje; luego, su venganza. Algo de incomodidad peculiar podía provocar la película primera, sea tanto por su momento epocal como por sus recursos técnicos escasos, a la par de propuestas algo similares contenidas en films como The Texas Chain Saw Massacre (1974) o The Hills Have Eyes (1977).
La nueva versión no guarda “encanto” alguno porque no puede, ni quiere, escapar a tanto cine igualmente malo; es decir, otra de las muchas entregas fílmicas actuales donde la tortura ocupa un lugar nodal, que es eje en la película. Mismo tratamiento que el utilizado por el cine pornográfico más llano: diálogos que son rodeos tontos, de poca relevancia, hasta el momento del sexo; en el caso de este film, la violencia. Allí, en ese momento climático, el encanto visceral posterior de encontrar sangre derramada desde la justicia de la mano propia.
En última instancia, es éste el lugar desde el cual se estructuran tantos films: desde el problema con la ley. La mujer vejada sabrá cómo volverse repentinamente despiadada, con una capacidad de inventiva admirable al momento de dar muerte. Algo que, seguramente, habrá de haber divertido a los especialistas en trucos de maquillaje, con algunos buenos momentos de látex desgarrado. Situación que, por sí sola, tampoco es soberbia, a la vez que provoca la melancolía necesaria como para volver a querer ver mejores argucias escénicas, más perversas y bien filmadas, a través de artesanos admirables como Dario Argento o George Romero.
En fin, y de todos modos, qué lejos de las buenas propuestas ha quedado el cine de terror norteamericano, condenado a reiterarse estúpidamente. Ello obliga a ver más para encontrar propuestas mejores, es allí donde aparece el cine oriental, con mejor ánimo para el horror, con rostros maquillados de blanco fantasmal, una sensación que, con idioteces estilo “juego del miedo”, el cine olvida mientras descuida su propia esencia, la de ser un eco que recuerda al mundo de los vivos.

jueves, 14 de abril de 2011

Arturo Marinho: Detrás de la línea amarilla (2011) + entrevista


Un límite tan imaginario como real


Con una narrativa elíptica y sesgada, Detrás de la línea amarilla se sitúa en el punto de espera entre quien se fue y quienes quedaron. Hoy en Rosario y mañana en Santa Fe, dentro del Espacio Santafesino de Producción Audiovisual.


Por Leandro Arteaga

Dentro del Espacio Santafesino, que el Ministerio de Innovación y Cultura de Santa Fe ha inaugurado en sala de cine El Cairo (Santa Fe 1120), se estrena hoy, a las 20.30, uno de los proyectos beneficiados con el Programa Estímulo a la Producción Audiovisual. Se trata de Detrás de la línea amarilla, film escrito y dirigido por Arturo Marinho, con producción de Pablo Romano. El film podrá verse durante todo el fin de semana en la misma sala, así como también en la ciudad de Santa Fe, el día de mañana, a las 20.30, en Cine América (25 de Mayo 3075).
De admirable resolución narrativa, el film de Marinho indaga en la bruma que significa el exilio, el regreso, la historia de una vida (de muchas vidas) dividida. Es en ese límite que abre, que separa, que obliga a pérdidas, por el que transita la propuesta del realizador.
“El título tiene que ver con la idea de tomar algo común para cualquiera que haya hecho trámites ante un mostrador, donde alguien te pide estar detrás de una raya pintada, que en el caso de la película se vincula, como símbolo, con límites de tipo geográfico, psicológico; es decir, es una película que trata sobre los límites” señala Arturo Marinho a Rosario/12.
Detrás de la línea amarilla es la narración del regreso de un exiliado a su ciudad de origen, ante una tragedia familiar; durante una semana, se va a encontrar con muchas cosas, algunas conocidas, otras no tanto. En este sentido, el título se relaciona con cruzar un límite que es real así como imaginario. La línea es una orden, de que te quedes quieto, y me parece que en realidad de lo que se trata es de desobedecer esa orden; al momento de hacerlo se te abre un mundo nuevo de posibilidades y de complejidades. Si te quedás allí, quieto, vas a estar más seguro. Atravesar esa línea es una decisión que implica mucha dificultad, sobre todo si lo que se quiere es volver atrás. En la vida de un exiliado siempre está la posibilidad de no volver al otro lado. Vos querés entrar pero al mismo tiempo podés no llegar a volver. La vida de un exiliado está dividida por mitades, y en la película siempre hay un límite, aún dentro de la misma ciudad. La metáfora del exilio, del viaje, del regreso, amplifica las cuestiones.”

-Destaca en la película la manera desde la cual se trabaja la narración, desde la sugerencia, desde pistas pequeñas, permitiendo que sea el espectador quien “complete” la película.

-Es el primer trabajo donde cruzo el documental con la ficción de una manera explícita. Si bien la historia responde a situaciones reales, a un personaje real y su historia de vida, la idea fue la de dejar los datos en suspenso. Me pareció que era la mejor posibilidad de entender que la construcción narrativa no pasa sólo por el que propone sino también por el que recibe, que es quien construye su propio significado. El cine con el que me identifico es aquél que me permite construir como espectador qué es lo que falta, y como no existe un espectador prototípico las construcciones son múltiples. Quise que quedaran lagunas informativas, donde creo se puede suturar el trabajo entre espectador y obra, como si fuese una última puntada. Fue una intención pero también un desafío, porque en algún punto esos puntos muertos, esos letargos, esa falta de información, cuando son sólo una búsqueda estética pueden caer en el vacío por el vacío mismo. Me parece interesante borrar algunas huellas dentro de la misma trama de la película, así como también no dejar estrictamente claro el lugar geográfico, aún cuando se entiende claramente dónde sucede la acción.

-Que puedas estrenar el film desde la misma propuesta del Programa Estímulo es un dato relevante para todo realizador.

-El programa Espacio Santafesino es una situación completamente atípica para la realidad audiovisual del país y la verdad es que somos muy privilegiados, ya que podemos imaginar, hacer, y mostrar historias al público, algo que no pasa en otros lugares de igual manera. Es una buena estrategia la de tener un lugar de exhibición, ya que quienes estamos en el mundo de la circulación de los bienes culturales sabemos que la distribución es un cuello de botella, mucho más en este momento, en el cual hay una enorme cantidad y proliferación de formatos e imágenes para exhibir. La exhibición es uno de los elementos que hace muy atractivo este plan de subsidio, puesto que no se queda sólo en el dinero que otorga sino que incorpora la posibilidad de contacto con el público, de lo contrario sería algo medio autista; es parte del riesgo el encontrarse con el público y que surja lo inesperado. El Ministerio de Innovación y Cultura fue una de las principales ayudas financieras, así como también el Centro Audiovisual Rosario, el AECID (Parque de España) desde lo logístico, la Barcelona Film Commission –que se encarga de apoyar producciones que se realizan dentro de Barcelona-, y la productora Digitalburo de Rosario, durante toda la primera etapa.

En Rosario/12 (14/04/2011)

viernes, 8 de abril de 2011

Un despertar glorioso (2010, Roger Michell)


Seriedad y

noticias decadentes

Un despertar glorioso
(Morning Glory)
EE.UU., 2010. Dirección: Roger Michell. Guión: Aline Brosh McKenna. Música: David Arnold. Fotografía: Alwin H. Kuchler. Montaje: Daniel Farrell, Nick Moore, Steven Weisberg. Intérpretes: Rachel McAdams, Harrison Ford, Diane Keaton, Jeff Goldblum, John Pankow, Patrick Wilson. Duración: 107 minutos.


Por Leandro Arteaga


Si la televisión ha cambiado con el tiempo, será oportuno señalar que el cine dedicado a mirar la televisión también. En este sentido, puede trazarse un largo camino entre un film referencial como Network, poder que mata (1976) y Un despertar glorioso, producción en la que participa, dicho sea de paso, la ya famosa Bad Robot, compañía liderada por J.J. Abrams, padre de Lost y tantos otros éxitos televisivos.
Network asoma como una mirada de lucidez crítica todavía vigente, donde la televisión era lugar de advertencia para una mediocridad que crecía y podía alcanzar momentos entonces inimaginables. El propio director, Sidney Lumet, supo referenciar que si todavía nadie se había pegado un disparo de arma en cámara –tal como ocurría en su película- sólo era cuestión de tiempo. No se equivocó, un famoso y triste episodio televisivo en uno de los canales periodísticos porteños, el de títulos rimbombantes, tuvo como protagonista de rating absoluto a un hombre desesperado y un arma a punto de hacer fuego. Algo que finalmente ocurrió.
El caso de Un despertar glorioso deja asomar otras lecturas, menos cuestionadoras, más conciliadoras. Aquí deberán convivir dos instancias que, parece, no necesitan estar reñidas para aceptar las posibilidades mutuas: de lo que se trata es de armonizar, desde la mañana periodística, la estupidez noticiosa con la seriedad periodística. Para ello, entonces, los impagables Diane Keaton y Harrison Ford. La primera como dama de una mañana decadente, habituada a tolerar las notas más estúpidas y el trabajo más cansino. El segundo como rostro ceñudo de un pasado glorioso, allí donde supiera brillar la dignidad del oficio, mismo rasgo que en Network corporizara el gran William Holden.
Entre ambos, la joven e infatigable productora. Rachel McAdams compone histéricamente y hace que el film sea lo mismo que ella hace: correr, gritar, no dormir, idear ratings, en un montaje tan frenético como el mismo quehacer televisivo. Sin tiempo para ella, sólo para el trabajo, y un amor circunstancial que, virtud hollywoodense, sabrá cómo equilibrar su balanza.
En este sentido, la propuesta del film no es más que la de una comedia de tintes apenas críticos, más apegados a la gracia de las situaciones que a su observación reflexiva. Como si se quisiera buscar un punto de encuentro que disculpe tantas horas de televisión basura, al tiempo que subraya su necesidad comercial. Es así que Pomeroy (Ford) sabrá tragarse sus palabras ante lo irresistible de ver freír una tortilla tanto como el hecho de noticiar acerca de un escándalo político.
Rasgo de cocina que, vale apuntar, hace de la manufactura televisiva lo mejor del film, allí cuando la pantalla grande muestra lo que la pantalla chica no: un detrás de cámara que da cuenta de que, finalmente, son los números los que cuentan. Algo que, desde ya, ratifica desde su planteo la propia película.