Algunos títulos argentinos clásicos y disponibles, con las firmas de Mario Soffici, Hugo Fregonese y Román Viñoly Barreto.

Por Leandro Arteaga

El cine argentino es una aventura de laberintos. Si bien delimitable en épocas, cada película conlleva hacia otras, en una relación que sólo las buenas cinematografías logran. Por gusto propio y porque internet permite verlas, algunas buenas películas de algunos grandes directores: Mario Soffici, Hugo Fregonese, Román Viñoly Barreto.

Hay directores que nunca deben soslayarse. Uno de ellos es el insigne Mario Soffici. Pocos como él en cuanto a solidez narrativa y lírica personal (Hugo del Carril podría ser caracterizado de manera similar; no casualmente, entre Prisioneros de la tierra de Soffici, y Las aguas bajan turbias de Del Carril, se establece un díptico consustancial). Antes de Kilómetro 111 y de Prisioneros de la tierra, Soffici filmó Viento norte (1937) (disponible en https://www.youtube.com/watch?v=iUxqvvb6wr4 ), versión delirada –con Alberto Vacarezza en guión- de uno de los capítulos de Una excursión a los indios ranqueles, de Lucio V. Mansilla.

El gaucho cinematográfico es un problema particular dentro del cine, no son tantas las películas que lo supieron modelar; tampoco llegó a obtener un estatuto similar al del cowboy. Como sea, en Viento norte se asiste a un drama de fortín, con ranchería aledaña y un pasado de amorío que ciega. Como síntesis, vale una secuencia: es de noche y los soldados están de farra. Bailan ruidosos un gato. Uno de ellos esconde ginebra dentro del fusil, del cual bebe con disimulo. Dentro de su carpa, el comandante Ledesma (Orestes Caviglia) parece en trance, alucinado por el reencuentro con el amor que no pudo ser, ahora en pareja (Camila Quiroga y Enrique Muiño) y madre de Miguelito (Ángel Magaña). La situación se vuelve más intensa, Soffici acentúa el crescendo con planos detalle, y Ramallo finalmente explota.

Lo dicho oficia como pieza ulterior, que el espectador descubrirá a partir del romance imposible y “más a la vista”, el de Miguelito, pobre como es y enamorado de una chica de familia pudiente. La tragedia, así, se reitera, con el destino fatídico como horizonte. Cuando éste se acerca, hay que ver cómo las señales que lo anuncian se articulan discursivamente, para lograr que Viento norte sea un melodrama prodigioso, en donde el hijo (Magaña) carga con los pecados del padre (Muiño). Soffici es piedra angular del cine. Lo corroborará varias veces, hasta llegar a la perfección de Rosaura a las 10 (1958).
 
En otro orden, de quien puede decirse con justicia fue el único director del cine clásico que triunfó en Hollywood, está Hugo Fregonese. No hay repaso del cine policial que no lo contemple de manera privilegiada. Apenas un delincuente (1949) (disponible en https://www.youtube.com/watch?v=y0Cb3znULTI ) es pieza fundamental para el cine local, entre otras cuestiones por sacar la cámara a la calle y filmar a la Buenos Aires de entonces como marco idóneo para la fechoría de su protagonista: José Morán (Jorge Salcedo), un oscuro oficinista que idea la manera de estafar al jefe y la compañía donde trabaja. Tiene todo calculado, hasta la cantidad de años que tendría que pasar en prisión. La guita que le aguarda vale la pena.


De este modo, Fregonese –quien luego trabajaría con Gary Cooper, James Mason y Barbara Stanwyck– plantea lineamientos caros y nodales al cine noir, ya en ebullición en Hollywood: la ciudad como espina dorsal, en donde cualquiera podría ser el delincuente. El título mismo, con su “apenas” sugerido, no deja de coincidir con el de la película de Orson Welles: Touch of Evil, un “toque de maldad”. De narrativa vertiginosa, con una voz de expediente que guía al espectador a partir del hecho consumado –el cine noir es coherente con el fatum griego-, Apenas un delincuente atraviesa la vida cotidiana de Morán mientras persiste en su plan perfecto. Vale detenerse en la escena de la firma del jefe (esa firma que Morán necesita para su plan maestro), entre la tinta china y su secador, a la par del sudor de Jorge Salcedo. Fregonese, otro grande.



De origen uruguayo, Román Viñoly Barreto tiene películas gloriosas como La bestia debe morir (1952) y El vampiro negro (1953) (disponible en https://www.youtube.com/watch?v=Yfh6__IdexM ). El vampiro negro es ni más ni menos que remake de M (1931), la obra maestra de Fritz Lang, de la cual ya en 1951 Joseph Losey filmó otra versión en EE.UU. En el caso local, el papel interpretado por Peter Lorre le cabe a Nathán Pinzón, más la siempre notable Olga Zubarry como la cantante de club nocturno que entrevé, desde su camerino, las sombras del pedófilo y asesino.

Resulta de particular interés que El vampiro negro se ambiente en un no-lugar, un sueño de pesadilla en donde se habla castellano y existe la pena de muerte. Es el juicio al culpable, de hecho, la primera de las acciones de la película. Luego habrá que descender a los abismos para llegar al desenlace. En este sentido, la dimensión espacial del argumento se replica compositivamente, ya que las pesquisas tendientes a dar con el paradero del criminal estarán repartidas entre la superficie citadina y los bajos fondos del mundo hampón.

La situación última corresponde al espectador, interpelado en su intimidad. Así como lo hiciera el propio Lang cuando descubría la flaqueza enfermiza de su personaje, mientras era juzgado por pares, criminales y similares. Lo que hacen Viñoly Barreto y Pinzón es también brillante. El vampiro negro es una de las películas que todo amante del noir (y de Fritz Lang, que es el cine mismo) debe ver.