Cine a la sombra de la Casa Blanca
La presencia de Kenneth Branagh, como realizador y actor, hacía prever algo mejor para el periplo deslucido del agente Jack Ryan. Obediente, héroe ejemplar, sumiso y buen marido. Nada de ironía para una trama de espionaje insípido.
Por Leandro Arteaga
Otra película con Jack Ryan como
personaje, y otro actor para sobrellevarlo: Chris Pine, quien suma su nombre a
la lista que incluye a Harrison Ford, Ben Affleck, Alec Baldwin. De entre todas
estas películas, el cronista elige La
caza del Octubre Rojo, de John McTiernan, con una sensibilidad fría justa,
submarino de por medio, Sean Connery al mando, y Jack Ryan de manera
secundaria. Como dato de color, recordar que de Juego de patriotas, con Ford, Quentin Tarantino supo decir que a su
director --Phillip Noyce- mejor sería encerrarlo en una isla para que no
volviese a filmar.
Ahora bien, ¿qué decir de Jack
Ryan? Que es un personaje cuanto menos aburridísimo, poseedor de todos los
elementos que hacen a la imaginería más reaccionaria: agente de la CIA, marido ejemplar,
cumplidor de los deberes, etc. Por lo menos, señalar que la pluma serial de Tom
Clancy --creador literario del personaje- se manifestó de manera crítica hacia
la invasión a Irak en el libro Battle
Ready, con asesoría militar incluida. Nada novedoso, todo muy políticamente
correcto, y con palabras públicas nada malévolas hacia la figura del entonces
presidente George Bush.
Es decir, hay un abismo entre
Clancy y la literatura de alguien como John le Carré, cuyos juegos de espionaje
son un prisma laberíntico, capaz de una mirada de referencia para el abordaje
de la Guerra Fría
así como de los mecanismos espías en general. Para la herencia fílmica, hay un
árbol de familia que enhebra la tranquilidad vieja de George Smiley con la
adrenalina de Jason Bourne pasando por el nuevo Bond hasta llegar a un remozado
Jack Ryan. ¿Que no se pueden hacer buenas películas con un personaje tan
maniqueo como Ryan? Como botón de muestra, uno ejemplar: Kiss Me Deadly (1955), de Robert Aldrich, a partir del Mike Hammer
de Mickey Spillane, a quien Aldrich --perseguido por el macarthismo- aborrecía.
Todo esto porque se trata, en
última instancia, de una película de Kenneth Branagh, quien refiere, por
asociación, transposiciones de Shakespeare (Enrique
V, Mucho ruido y pocas nueces, Hamlet), así como al Frankenstein de Mary Shelley, más un
recordado thriller como Volver a morir (1991) o la notable Los amigos de Peter (1992). Es cierto,
también filmó Thor y ahora está en el
medio de una versión de Cenicienta.
También es verdad que encarnó a un Kurt Wallander magnífico para la televisión.
Pero lo de Jack Ryan es patético.
El gesto cinematográfico, que es
mandato, parece que lo impuso el premio Oscar a la película Argo, otorgado de manera literal -con
emisión televisiva mundial- por la Casa Blanca. Mismo síndrome genuflexo que asume
el Ryan de Branagh. La justificación no es el personaje, sino que la prueba que
acusa es la película en sí misma. Su resolución argumental, de hecho, es
orgullosamente lamentable, explícita, de adorador que mira y toca, por fin, a
la materialización de sus amores: a acomodarse el nudo de la corbata porque,
ahora sí, lo que espera es el apretón de manos presidencial. Ningún nervio
mayor que éste.
Lo que el espectador aguarda,
mientras tanto y por lo menos, es algo de ironía. Más aún cuando los primeros
treinta minutos predisponen con este ánimo y la mano de Branagh asoma. Ryan es
joven -y reinicia de paso la franquicia, sin libro de Clancy como fuente y,
parece, sin secuela prevista-, asiste impávido al 11-S, se alista como marine,
salva compañeros, y será vuelto al ruedo a partir de la manipulación entre
sombras con que le vigila Kevin Costner, un militar que sabe cómo, por ejemplo,
robar un perro como falso señuelo. Ryan, entonces, será elegido como agente
secreto.
Sus habilidades atenderán al juego
numérico de las oscilaciones entre valores y cotizaciones. Hasta que aparece
algo raro, el niño precoz lo detecta, y la pesquisa lo lleva hasta Rusia, para
dar con el paradero del malo mayor. Resulta que un nuevo ruso (Branagh) quiere
hacer de las suyas y devaluar la moneda norteamericana. La manera que elige
Branagh para introducirse a sí mismo es mediante el escorzo, drogadicto,
irascible y asesino con el enfermero. Como todo villano lo debe ser. Hasta acá,
todo bien. Más todavía con la visita guiada que a Ryan le espera en Moscú, con
pelea asesina en la habitación de hotel.
Pero en medio de ello, el agente
debe lidiar con su insulsa prometida (Keira Knightley), tan insoportable como
para irse hasta la habitación del hotel ruso a exigir explicaciones sobre
tardanzas, cambio de planes y qué es lo que me estás ocultando. Una vez allí,
Ryan no sólo le confiesa quién es, sino que acontece uno de los momentos más
idiotas de todo el cine: -Soy agente de la CIA (cabizbajo, arrodillado).
-¡Gracias! ¡Pensé que me estabas
engañando! (sonriendo, lo abraza).
Ojo que lo predicho ya no tiene
nada de ironía, sino que a partir de allí el film de Branagh atraviesa todas
las tonterías mayores, asume lo que predica, con un montaje paralelo que es
refrito de cualquier otra película mejor, procurando una convergencia de
acciones que es todavía más ridícula que la propuesta por el desenlace de Argo.
Por ejemplo: mientras la cena
sucede, y la Knightley
entretiene a Cherevin, el ruso loco, Ryan se mete en sus dependencias para
hurtar los secretos guardados en la laptop que descansa bajo quinientas llaves
electrónicas. El desarrollo de la acción es tan inverosímil que bien habría
hecho el film en asumirse desde este lugar, bien lejos de la solemnidad. Desde
luego que aquí no hay nada parecido a esa puesta en peligro, perversa, a la que
Cary Grant sometía a su amor, Ingrid Bergman, en Tuyo es mi corazón, de Hitchcock (o James Stewart a Grace Kelly, en
La ventana indiscreta). Mientras el suspense hitchcockiano es puesta en
escena, el peligro vivido por la mujer de Ryan es el de la noviecita atada a
las vías del tren. ¿Quién llega primero al rescate?
La interpretación misma de Chris
Pine (el nuevo Jim Kirk de Star Trek)
es la de un armario en movimiento, inexpresivo y sumiso. Tan obvio como para
hacer temblar sus manos de miedo y, adiestramiento marine mediante, reaccionar
después con los nervios del mejor acero: a los gritos y alertando: es decir,
cuidado, no te metas con mi mujer porque te voy a matar, etc. A todo esto, la
mujer es la Knightley,
quien cuando sonríe la nariz se le arruga raro. Ni eso.
Código Sombra: Jack Ryan
(Jack Ryan: Shadow Recruit)
EE.UU./Rusia, 2014 Dirección: Kenneth Branagh. Guión: Adam Cozad, David Koepp, basado en personajes de Tom
Clancy. Fotografía: Haris Zambarloukos. Música: Patrick Doyle. Montaje:
Martin Walsh. Reparto:
Chris Pine, Kevin Costner, Keira Knightley, Kenneth Branagh. Duración: 105 minutos.
Salas: Monumental, Showcase, Sunstar, Village.
5 (cinco) puntos
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