sábado, 18 de enero de 2014

Hugo Varela: entrevista


El humor como salto al vacío

Hugo Varela tiene un prestigio que es un recorrido de vida. Más de treinta años en escena y un hacer que muestra de manera nítida esas sutiles predilecciones por Buster Keaton y Jerry Lewis. Hacer humor, dice, "no tiene manuales".


Por Leandro Arteaga
 
   Esta noche, el Anfiteatro Municipal tiene velada dedicada a la risa. La presencia de Hugo Varela es su sinónimo, además de la relevancia que le acompaña, y por muchas cosas. Sea por su trayectoria: más de treinta años en esto de hacer reír. Sea por sus habilidades múltiples: cancionista, luthier, mimo, actor. Humorista magnífico, quien supo trazar un recorrido personal, hilarante, que se podrá disfrutar a partir de las 21, con entrada libre y gratuita. La noche tendrá complemento con la presencia de Jorge Fossetti, a través de sus monólogos, canciones y personajes, junto al pianista Gustavo Forkatt.
   "Te voy a decir qué pasó en esa sesión de terapia. Empecé a hablar y hablar, dije que me gustaba el teatro, el escenario, que me gustaría y por)poder hacer humor... Después de todo eso, la terapeuta me dice: ' qué no lo hace?'. Fue una sola pregunta, y me cayó una ficha muy justa" dice Hugo Varela a Rosario/12. "Es cierto que uno necesita autorizaciones, mi viejo era enólogo, mi vieja profesora de bellas de dónde viene? Partís medio de la nada, y)ser humorista? )artes, pero  necesitaba que alguien me dijera 'sí, esto es para vos'."
Varela tiene un discurso hilvanado de recuerdos precisos. Sabe desde dónde evocarse, cuando niño, para localizar aquellos momentos donde el humor ya presagiaba lo que debía ser. Habla concentrado, la mirada observa hacia lugares pretéritos que, evidentemente, ama decir. "Haciendo una especie de revisión histórica de mi vida me doy cuenta de que el mecanismo del humor lo estuve haciendo funcionar desde chico. Como para jugar al fútbol era malísimo, hacer reír a la barrita de amigos me daba un lugar respetable. No me daba cuenta de esto, pero viéndolo a la distancia es así. Con la música también, mi viejo ya me enseñaba los acordes para la guitarra. Después llegué a formar un grupo folklórico en el colegio -'Los cuatro horizontes',  ¡no sabíamos para dónde ir!- donde ya metía un poquito la cosa del humor. Más grande, como a los dieciséis, se formó un grupo de rock en San Francisco, y yo era el personaje que los divertía. Parecía que era un rol que necesitaba ejercer."
   De hecho, la elección final de Varela por el humor -con aquella sesión de terapia como puntapié- tuvo, entre las ciudades de Córdoba y Buenos Aires, la carrera de Arquitectura como compañía. "En Buenos Aires me metí en teatro por una novia, y me encantó, fue un lugar donde uno podía hacer cosas, improvisar. Me di cuenta de que había algo que estaba pasando. En los veranos, con unos amigos abrimos en Villa Gesell un café concert: 'El grillo afónico'; para que te hagas una idea: era el año '72, primavera argentina, amor libre, y yo andaba por los veintipico de años, una época de mucha frondosidad... En este boliche, entre músicos y psicólogos, experimentábamos con el público, hacíamos cosas de interrelación, generábamos un estudio acerca de qué pasaba con la gente que llegaba; fue un escenario abierto para todo el que quisiera hacer algo, lo que le abrió la tranquera a personajes indescifrables, de todo calibre, además de a músicos que venían de otros locales. Era estar con una especie de movimiento experimental, aprendí mucho. Cuando el grupo se desarma, intentamos hacerlo en Buenos Aires pero no fue posible."
   Aquí es donde aparece la sesión de terapia -que Varela subraya "sesión de terapia gratuita en un hospital"- y decidirse a "hacer el salto al vacío, dedicarme al humor. Lo que significó meterse en un camino donde no había manuales, libros o escuelas, donde ningún humorista consagrado te pasaba ningún dato. Era una búsqueda a ciegas, y me armé una especie de rutina, de show, con cositas que tenía, canciones, algún sketch, imitaciones, pequeños monólogos, busqué trabajo y largué arquitectura, lo que significó que mi madre, que anda por los noventa y tantos, todavía en algún momento me diga 'che, ¿por qué retomás arquitectura?'."
   "Me fijaba qué shows había en el diario, hablaba por teléfono como si fuese una especie de representante, ofrecía el show y decía que les mandaba al pibe. Anduve rebotando, no era cuentista, imitador, no era algo connotado y me pateaban. Me voy entonces una semana a Villa Gesell para unas vacaciones muy modestas, me cruzo con un amigo que había estado en 'El grillo afónico' y me dice de un bolichito, 'Calígula', donde el dueño estaba desesperado porque quien tenía que ir no iba. El tipo me dio cuarenta minutos, y con la guitarrita y el taburetito me largué ante un público de no más de cuarenta personas, con un personaje muy temeroso, que miraba todo como un bicho raro. Y la gente se reía. El tipo nunca supo que era mi primera vez y me enganchó para el verano. Al boliche fue uno de los dueños de un restaurant concert en Buenos Aires, donde había ido y me patearon, pero me guardé el orgullo y conseguí trabajo para el invierno. A partir de ahí no paré" concluye el relato iniciático Varela, dando lugar a entresijos que habrán de guardar para otro momento sus ramificaciones múltiples.
   Entre predilecciones a las que el cronista obliga, el humorista destaca Buster Keaton, Chaplin, Jerry Lewis, Los cinco grandes del buen humor, Telecataplúm, entre muchos más. Y agrega: "Curiosamente, somos un pueblo con bastante cultura humorística, con cosas españolas, italianas, judías, hay muchas vías que se han ido mezclando. Fundamentalmente, el público medio puede disfrutar con cosas bastantes inteligentes de humor. Igualmente, la televisión está haciendo una especie de destrozo". Acá aparece un resquicio por el que Varela no resiste caer: "La cosa del efecto, la velocidad, el tener que impactar en dos segundos, es una ametralladora de cachetadas que pierde la calidad de los matices. Pero esto no es culpa del medio; la radio, que para mí era mágica, también se está tiñendo de lo mismo. Hay un desborde del lenguaje al que no necesariamente se lo enriquece porque se le agreguen todas las malas palabras que existen, sino que se lo va limitando, y esto sumado a algo que me preocupa: mensajitos de celular donde las palabras se achican, se acortan, pareciera que también las ideas se van achicando. Creo que es una etapa medio decadente, pero lo digo con cariño, porque es algo a lo que yo también me sumo".
   A la relación con su público, Hugo Varela la entiende desde la atención a quien escucha y la habilidad para encontrar su risa. "Es un desafío renovado, el riesgo siempre está. Vas a lugares donde la gente te espera, te quiere, pero aún así también quieren que los sorprendas. Es un trabajo de riesgo. Pero en realidad, todo lo artístico tendría que ser así".

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