Una película maestra
Por Leandro Arteaga
The Master es y no es sobre la
cienciología. O, puede argumentarse mejor, la cienciología es su base
argumental, la excusa que le permite ahondar. ¿En la cienciología? Sí, pero
también en tantos otros estados sonámbulos, teñidos de predicciones, místicas
varias, palabras salvadoras. Entonces, y por eso, The Master es todavía mucho más que una película sobre el
movimiento religioso norteamericano. De lo contrario, y fácilmente, no sólo
podría deducirse un argumento llano o simple, sino también una explicación
amena sobre algo tan complejo como lo significa esa suspensión de la voluntad,
esa hipnosis masiva, que suscitan adhesión y profesión de varios tipos de fe. Y
The Master, por eso y más, es una
gran película.
Hecha la salvedad, a no pensar entonces que los
delirios visionarios en los que se enreda a los fieles sean exclusividad de
este fenómeno religioso, surgido durante la posguerra norteamericana. Es más, The Master nunca señala a su profeta,
Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman), como conciente de revelaciones únicas,
sino en todo caso como un gran prestidigitador, cuya magia le llevará a
expandirse más allá de las aguas (la secuencia final, lo corrobora). Y más allá
del tiempo, porque la cienciología –o tantas otras prácticas similares- siguen
presentes y bien activas. Si no, pensar en la incidencia publicitaria que
significan adeptos célebres como John Travolta y Tom Cruise.
Así como en Petróleo
sangriento, el realizador Paul Thomas Anderson sintetiza de manera
admirable en dos personajes. Maestro y discípulo, o padre e hijo, o bestia y
santo. Lancaster Dodd y Freddie Quell (Joaquin Phoenix). Este último, soldado
que sobrevive a la guerra pero no a los trastornos psíquicos. Una bomba de
tiempo que amenaza con explotar en cualquier momento, alimentada con el mismo
combustible de los torpedos (esto es literal). Phoenix –actor enorme, ignorados
él y la película por el Oscar- compone un rostro partido, de cara doble: mitad
rígida, mitad móvil. Encorvado. Rasgo adecuado, en tal sentido, a los trabajos
que pueda conseguir o le esperan: fotógrafo de galería, recolector de repollos,
súbdito del profeta.
Entre uno y otro, el entramado: el encuentro en un
barco (a bordo de otro barco transcurría la guerra para Freddie), la ira
adiestrada, la verdad en las vidas pasadas, la hipnosis como vía mística, la
represión inducida, los folletos para el gran show, un primer congreso, un
segundo libro, la alteración conveniente de algunas “verdades” (ya no
“recordar” sino ahora “imaginar”), y los ajustes de cuenta necesarios: desde la
violencia verbal (Lancaster), desde la violencia física (Freddie). En el medio,
el gran conglomerado que crece, que ha sobrevivido a las penurias de una
guerra, que sonríe para la foto publicitaria familiar.
En otras palabras, Paul Thomas Anderson construye un
fresco extraordinario de la
Norteamérica de los años ’50 pero también de la de estos
días. Un film que es una plasmación visceral, que trama desde un vínculo
patriarcal y religioso que tendrá un correlato mayor, ambiguo, contenido en el
diálogo último entre Freddie y su conquista, en plena cópula. Lancaster, en
tanto, escribe muchos libros más. Gran, gran película.
The
Master
EE.UU.,
2012. Dirección
y guión: Paul Thomas Anderson. Fotografía:
Mihai Malaimare Jr. Música:
Jonny Greenwood. Montaje:
Leslie Jones, Peter McNulty. Intérpretes: Joaquin Phoenix, Philip Seymour Hoffman,
Amy Adams, Laura Dern, Ambry Childers, Rami Malek. Duración:
144 minutos.
9 (nueve) puntos
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