La mano del Rey
La saga de George R. R. Martin se convirtió en un éxito en
números de audiencia televisiva y en cantidad de libros vendidos. Pero más allá
del furor que despiertan sus aventuras constituye un desafío de juego
intelectual, de referencias históricas cruzadas, de indagación en la condición
humana. Además, tanto en el libro como en la serie, el entretenimiento está
garantizado.
Por Leandro Arteaga
I.
A grandes temas, grandes
personajes. Encarnaciones mayúsculas para dilemas mayúsculos. Así entendía
Orson Welles a los reyes de Shakespeare y de igual modo, diremos, a los suyos
propios. Teatro, Cine, Literatura. Y Televisión.
No se trata de situar analogías
equivalentes. Pero es cierto que Game of
Thrones, serie éxito de HBO, apunta por lugares de raigambre similar. Hay
un espíritu u olor podrido que atraviesa tales instancias. Su autor literario
se llama George R. R. Martin (Bayonne, New Jersey, 1948), de extensa carrera,
productor televisivo, y con una espada que cuelga sobre sí respecto de la
continuidad misma de Canción de hielo y
fuego: serie de siete libros iniciada en 1996 sobre la que Game of Thrones descansa. El quinto
título –Danza de dragones- salió de
imprenta recién a mediados del año pasado.
No se trata de libros “pequeños”,
sino de verdaderos bloques que oscilan entre las 700 y –tal es el caso de Danza de dragones– las mil páginas.
Pareciera que, entre tanto revés del destino como el que sufren y procuran en
aras del poder sus personajes, hay y habrá mucho de papel escrito por parte de
G. R. R. Martin. Mientras, y según el propio autor, todo surgió a partir de una
imagen inconexa, sin antes, sin después: cachorros de lobo huérfanos. A partir
de allí, lo demás.
Y lo demás fue creciendo de manera
gradual, entre lectores y escritor, junto a un mapa de fantasía/hechicería
medieval cada vez más delineado, así como enrevesado y convulso. Tal es lo que
supone la pugna constante entre los Siete Reinos de Westeros, suerte de
no-lugar cercano a la vez que lejano de confines literarios similares como la
Tierra Media de El Señor de los Anillos
o la Era Hiboria de Conan el Cimmerio.
“Creo que toda la fantasía moderna deriva de Tolkien”, dice Martin. “Ha sido
imitado e imitado e imitado, y muchos de esos imitadores lo entendieron mal.
Toman elementos de sus libros y eliminan los aspectos que los hacen
interesantes. En mi opinión, terminan por producir trabajos muy inferiores.”
(1)
El seguimiento de culto que los
libros de Tolkien tuvieran –con los hippies como lectores de privilegio–
despertó también en Canción de hielo y
fuego. En el caso del primero, el film animado de Ralph Bakshi (1978) sumó
colores lisérgicos e imaginería de cómic, hasta la aplanadora supuesta por las
tres películas de Peter Jackson, cuya masividad y merchandising terminaron por dejar atrás aquel subterfugio inicial
entre lectores y libros.
Las novelas de George R. R.
Martin, en este sentido, son causal de una relación desigual, donde la
masividad televisiva ha supuesto un aliciente mayor. Canción de hielo y fuego es a Game
of Thrones tanto como esta última es a la primera. Entre uno y otro ámbito
se ha establecido un ida y vuelta de continuará repartido, retroalimentado. Un
juego semántico, de referencias cruzadas entre lector y espectador. Un diálogo
estético –en suma– entre imágenes audiovisuales y literarias.
Y el resultado es feliz.
II.
Un repaso por algunas de las
series mejores de la pantalla norteamericana arroja títulos como Los Soprano, Six Feet Under, Mad Men, Boardwalk Empire, Luck, y más. Todas de HBO. En otras palabras, la televisión toma
hoy el relevo y da cuenta de una calidad que el cine estadounidense ya no
tiene. Perdido en boberías teenagers,
embriagado de artificios digitales, el cine ha perdido terreno o, por lo menos,
hubo de olvidar aquel sabio rasgo por el que la televisión viene en su rescate:
la artesanía narradora.
No se trata de señalar, como
habitualmente ocurre, a la “virtud narradora” como definitoria del cine
norteamericano, sino que, en todo caso, ésta se deduce de una comprensión
particular sobre el montaje cinematográfico. (Este consejo nos lo da Deleuze, y
viene bien aprehenderlo). A partir de allí, el storytelling característico. Vértigo narrativo que conjuga
situaciones paralelas, que desordena y reordena. Simultaneidad narrativa que Game of Thrones traza de forma
megalómana.
¿Cuántas historias? ¿Cuántos
personajes? ¿Cuántos nudos argumentales? Muchas, muchos, y muchos. Más un cauce
final que es el que tan preocupado tiene a los fans del escritor, dada la
ausencia virtual de los dos últimos libros. Y en otras palabras, y ya como
rasgo general: ¿Quién no se ha dejado seducir por el maremágnum narrativo que
la mayoría de las series actuales propone? ¿Y las ganas latentes que el
“continuará” provoca?
“Continuará” cuyas raíces
–folletín, historietas, serials
cinematográficos- encarna en las series y de manera justa con el público. El
semana a semana procrea una familiaridad hogareña, de sapiencia puntual, de
seguimiento incondicional. La inmediatez de Internet viene ahora a oficiar de
otra manera en el asunto. Foros de discusión, blogs, debates sin fin,
bravucones sin nombre. Nada mejor como parámetro del interés automático que las
tecnologías permiten entrever. Si los antaño lectores corrían, literalmente, a
recibir los nuevos capítulos del ingenio de Dickens, son ahora las correrías
virtuales de la descarga digital las que ofician de modo simétrico (más de tres
millones por episodio). Los personajes, en tanto, viven un tiempo que
construyen a lo largo de sus capítulos así como los telespectadores en su día a
día. Unos devienen con otros.
Término de temporada y, entonces,
desespero de meses. ¿Cómo vivir sin saber qué habrá de ocurrir a los héroes?
¿Héroes? ¿En Game of Thrones? Sí.
Héroes.
Westeros permite una evocación
histórica lo necesariamente difusa como para re-crear un mundo añejo,
pretérito, casi parecido a un tiempo ido, de historia asible e inasible.
También con la promesa de algún dragón al vuelo, visión a su vez mítica de este
mundo de reinos en pugna.
En este sentido, Canción de hielo y fuego se encuentra cercana
al espíritu de Michael Moorcock en Gloriana
(de 1978, editada recientemente por Edhasa). Allí, el escritor inglés recrea
una Inglaterra que es y no es la de Isabel I. Un clima ambiguo rodea a la
reina, blanca como la luz, de sed sexual triste. Las paredes de Albión, reino
de Gloriana, guardan secretos que, por olvidados, justifican su corona.
Westeros, entonces y casi, como ese arrojarse al pozo de podredumbre, con un
sustento de ecos lejanos que remiten a la Guerra de las Rosas, influencia
histórica declarada por el mismo G. R. R. Martin. Con piezas de ajedrez en
tensión constante. Más una gran muralla que se intuye como final de tablero, custodiada
por guardianes y por relatos de nodrizas.
Cada género narrativo –y dejemos a
un breve costado la hermandad y dicotomía entre géneros cinematográficos y
televisivos– contiene un cúmulo de reglas y de lugares comunes. Las series los
han abordado a todos y, al hacerlo, provocaron recreaciones felices
(agreguemos, sin orden, Fringe, Deadwood, Boss, Breaking Bad, The
Walking Dead, etc., con puntos sísmicos previos en Twin Peaks, X-Files, Lost). Game of Thrones, también, en esta lista grande de grandes títulos.
“Creo que en su uso actual, la fantasía
épica aparece como un rótulo con el que editores y librerías distinguen un
producto que nosotros escribimos: historias con castillos, espadas y, algunas
veces, con duendes y enanos; bueno, en mi caso con sólo un enano”, dice Martin.
(2)
El “enano” es Tyrion Lannister (Peter
Dinklage), quien consciente de su “diferencia” busca maneras que le permitan,
así como Hobbes lo entendiera en su Leviatán,
suplirla. Lee para adelantarse a los hechos, afila su lengua para las buenas
réplicas. Como si fuese el alma de los reinos todos, hundidos como están en un
pantano cada vez más movedizo, Tyrion parece atisbar algo más sobre lo que
nadie sabe. Nadie tan bueno, nadie tan malo, o todos muy malos. Como señalara
Willa Paskin en Salon.com: “Tyrion es el más cínico y manipulador, está mejor
preparado para sobrevivir. Es la clase de personaje que la audiencia celebra
dentro de la serie.”
El clan Stark como contracara de
los Lannister, con el bueno de Sean Bean a la cabeza, llamado a ser la “Mano
del Rey”. Lobos y leones. Con hijos de uno y de otro lado y por todos lados.
Alianzas y traiciones en aras de una perpetuidad carente de escrúpulo. Todos
héroes de un relato oscuro por raído, caído. Héroes que son ángeles sin alas,
que chapotean en un barro de ciénaga colectiva. Más un rey, monarca de King’s
Landing (Mark Addy), que revienta de ostracismo, de vino y de jabalíes.
La estela de fuego dice de la
vuelta de los dragones. Las osamentas gigantes los recuerdan. Huesos que hablan
desde un casi olvido. Pero que también descansan en la promesa de tres huevos.
Daenerys Targaryen (Emilia Clarke) espera el vuelo del dragón adulto, lista
para adueñarse del aire. Y esto, sólo una parte de la profusa caracterología
que todo Game of Thrones dispara, con
muchas apariciones repentinas, sin otra presentación que el conocimiento previo
de los personajes. Una más: el niño y sus diez años de amamantamiento materno:
ella, sobre el trono, altiva, ¡y en tetas!
A propósito de bebidas, en Game of Thrones, que se sepa, nadie bebe
agua. Sólo cerveza, vinos. Jamón, mucho animal muerto, algunos manjares,
abundan en mesas y en orgías de ingredientes bestiales, muy sexuales. Las
escenas más calientes de la serie escapan a la tontería purista de la que se ha
contagiado el cine. Y aún cuando los rostros y cuerpos vistos se adecuen a un
prisma de belleza actual, la ilusión rápidamente se rompe en función de un
poder corroído. Coitos simulados, vejaciones, manipulación, falsa sumisión. E
incestos.
Entonces, y por fin, si el inicio
mismo de Game of Thrones descansa en
el descubrimiento de este último aspecto, motivo suficiente para una muerte que
no es y para las sospechas que siempre han estado, ¿qué más decir de lo que a
partir de allí deviene?
Una tercera temporada está en
marcha. Faltan dos libros más. Y el invierno promete ser todavía peor.
Qué bello.
(1) “'Game of Thrones' Exclusive! George R.R. Martin Talks Season Two,
'The Winds of Winter,' and Real-World Influences for 'A Song of Ice and Fire'”,
por Josh Roberts (01/04/2012), en http://www.smartertravel.com/
(2) “George R.R.
Martin Describes His Inspiration for GOT”, por Steve Marzolf (22/07/2011), en http://www.makinggameofthrones.com/
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