domingo, 24 de marzo de 2013

Alejandro Grimson: Mitomanías: Entrevista


Ideas instaladas como verdad


Patria, nacionalismo, racismo, peronismo, algunos de los muchos mitos del libro de Alejandro Grimson. La búsqueda de raíces en una sociedad binaria. “Ensanchar el espacio de la crítica para poder avanzar en una politización del debate” señala.

Por Leandro Arteaga

“No hay sociedades ni culturas sin mitos, pero no todas las culturas están repletas de mitomanías. Tenemos mitos muy importantes o conocidos, como el de Evita o San Martín, eso es una cosa, pero otra son las mitomanías, pequeñas cápsulas que surgen en un momento histórico y que perviven en el sentido común como certezas indiscutibles. Creo que hay que desarmarlas, que son bombas de tiempo que nos van a explotar en cualquier momento” explica Alejandro Grimson a Rosario/12, horas antes a su presentación de Mitomanías argentinas. Cómo hablamos de nosotros mismos (Siglo Veintiuno) en el Espacio Cultural Universitario, invitado por la Facultad de Ciencia Política y RR.II. de la UNR.
Doctor en Antropología por la Universidad de Brasilia, investigador del CONICET, Decano del Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín, Grimson ha escrito diversos libros vinculados a la construcción de la identidad política y cultural. Mitomanías argentinas indaga de manera didáctica, amena, con el fin de ahondar en la complejidad de apariencia simple que el uso de la palabra cotidiana guarda. También como instancia primera hacia el debate al que invita en www.mitomanias.com.ar, donde los lectores pueden aportar sus propios mitos.
“Lo que llamo Mitolandia no está integrada por esos grandes mitos argentinos –continúa Grimson- sino por esos obstáculos del lenguaje argentino. Necesitamos construir un país con menos mitomanías o sin mitomanías, desarmando esa jaula cultural que es Mitolandia, donde entramos por un laberinto que siempre nos lleva a los mismos lugares.”

-De manera general, puedo decir que tu libro propone una lectura de lo social. ¿Cómo lográs distanciarte de un objeto de estudio del que sos parte?
-El antropólogo tradicional iba a una isla de la que no sabía nada y trataba de aprender una lengua que no le era propia, y pasaba mucho tiempo haciendo eso para después poder entender cómo pensaba y vivía esa gente; yo hago más o menos lo contrario: en mi mundo, argentino, tomo distancia de mi lengua, a la que no sólo conozco sino que la tengo incorporada como sentido común y como segunda naturaleza. El movimiento que pretende ser Mitomanías es el de invitar al lector a tomar también distancia de las formas en las que hablamos, pero en las que hablamos de nosotros, los argentinos. Ese movimiento implica distanciarnos de ese sentido común para pensarnos críticamente, en el sentido de ¿de dónde salió la idea de que la Argentina es un enclave europeo?, ¿de dónde que estamos destinados o deberíamos ser Europa? Lo mismo con la idea de que todo tiempo pasado fue mejor, de que hay una nueva inmigración de los países limítrofes, o de que el único estúpido que paga impuestos soy yo. ¿Por qué esas ideas perviven entre nosotros? ¿Qué quieren decir? En ese sentido, el libro hace un recorrido acerca de cómo los binarismos argentinos se fueron conformando como estructura del lenguaje, en el sentido de que para nosotros la clave es el número dos: federales y unitarios, peronismo y antiperonismo. Nos cuesta mucho pensar los matices y los grises de las situaciones, nos resulta más fácil estar a favor o en contra de todo. “¿Vos qué sos? Si sos esto, ya sé todo sobre vos”. Lo más problemático de todo es el verbo ser, porque es allí donde está condensada la idea de que, por ejemplo, si sos crítico al kirchnerismo sos antikirchnerista, por lo tanto estás en contra de lo que el kirchnerismo hizo en ciencia, y si sos kirchnerista estás a favor de todo lo que el kirchnerismo haya hecho, incluso en áreas donde el kirchnerismo mismo quiere corregir cosas. Evidentemente, ahí hay una dificultad. El libro apunta a entender la lógica de esa dicotomía, que históricamente viene, para mí, de civilización y barbarie, de esa idea de Buenos Aires como corazón europeo y como metáfora de una nación que tiene que construirse a su imagen y semejanza. Esa dicotomía termina por ordenar el lenguaje político argentino y deja afuera a un cuarto de los argentinos que no viven en la capital o en el interior, sino en el gran Buenos Aires, y que según mucha gente de las provincias son de la capital, y según mucha gente de la capital son del interior, o quizás sean la zona gris que no está adentro del mito.

-Pensaba en cómo vincular la fascinación papal que tenemos en estos días.
-Podríamos decir que Mitomanías habla de “aquellas épocas”, “muy antiguas”, antes de que hubiera un Papa argentino, en las cuales la cultura política argentina era dicotómica, ahora ya todo ha cambiado, porque hay una sensación que todo ha suturado perfectamente, ¿no? Cuando veo el título de una revista que dice “Dios es argentino” -la confirmación de un mito-, y veo que todas las dicotomías argentinas quedan licuadas, me dije: “tengo que ir a Rosario no a presentar el libro, sino a comprarlos todos para levantarlos, porque habla de una cultura dicotómica de la que ya se ha salido; pero después pensé que no, que lo podía presentar como un libro de historia, sobre cómo fue el país antes… (risas). La ironía apunta a que en un país donde los tiempos políticos son tan vertiginosos, vos podés convertirte en el nuevo referente político o podés licuar tu capital político en seis meses, lo único que no podés hacer es tener paciencia, porque el tiempo es una dimensión crucial de la política. Conozco muchos políticos que quisieran ser el Lula argentino, pero a muy pocos que estén dispuestos a esperar todo el tiempo que esperó Lula. Acá se cometieron grandes errores políticos pensando desde el punto de vista cortoplacista, de allí la ironía, si Mitomanías tiene razón de ser es porque, para bien o para mal, creo que los lenguajes dicotómicos van a regresar a la política argentina, en parte porque son realmente estructuradores desde hace muchas décadas y porque generan un tipo de coacción cultural sobre los actores que protagonizan los conflictos. 

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