Violencia
social y espectáculo
“Go to war!” (¡A la guerra!), dice el referí en
todos y cada uno de los combates de Sparta, megaencuentro mundial de artes
marciales mixtas. Pero para llegar a este punto, así como al momento donde los
hermanos habrán de batirse, “ir a la guerra” adquirirá semánticas múltiples,
que rebotan entre los personajes, mientras el público –ciudadanía, al fin y al
cabo- arenga desde la platea y sus hogares la masacre.
La última
pelea es
también la historia del padre y dos hijos, separados por el tiempo, el alcohol,
Medio Oriente. Distantes todos, con la cifra de los días sin beber con la que
el padre (Nick Nolte) mide el tiempo sucedido. A la vez, escucha un Moby Dick
recitado que le sirve de salmo bíblico, de ira contenida entre la dualidad
supuesta entre Ishmael y Ahab.
Uno de estos hijos (Joel Edgerton), profesor de
física, ve su casa peligrar ante la amenaza de los bancos, queda sin empleo, y
decanta por la solución que provee Sparta. El otro (Tom Hardy), ha vuelto de la
guerra, guarda secretos y misterio, mientras le pide al padre detestado que lo
vuelva a entrenar. Si hay afecto, éste descansa allí debajo, bastante alejado
de lo que debe suceder primero: golpes, muchos golpes.
Acá lo más interesante: porque La última pelea es y no es una película de box y/o artes marciales.
Tiene un parentesco obligado con Operación
Dragón así como con Rocky IV.
Toca situaciones que el espectador devoto de estos films sabrá reconocer para el
disfrute, pero desde un trasfondo que desarma mientras enuncia. Porque si bien
hay travesía heroica –contenida desde el título original: Warrior/Guerrero-,
ésta sabrá desnudarse de manera trágica, amarga, desde esa habilidad extraña
–pero cierta- que el cine norteamericano –a veces- todavía tiene: mirarse
críticamente y desde la óptica de los géneros.
Vale decir: hay obviedad de situaciones –el avance dramática
de las peleas, el encuentro final/bestial entre hermanos-, pero es éste el
cariz que acompaña a relatos similares. Y es por su mirada introspectiva, de
relaciones familiares y sociales que se carcomen, que La última pelea se sitúa también de manera próxima al enunciado de
otros títulos como La conspiración (2007,
Paul Haggis) o Hermanos (2009, Jim
Sheridan). Además, está Nick Nolte, que es estupendo y fue nominado al Oscar
por su caracterización.
Los gritos de furor crecen con la progresión; sobre
todo los que son de compañía “a la victoria” porque, a no olvidar, se trata de
ir a la guerra. No importa que el protagonista sea un docente o un ex-marine,
es más, poco se valida a uno o a otro como no sea desde el costado más bestial.
Cámaras de televisión, estudiantes y superiores, coincidirán en esto, mientras
corean a “espartanos” financiados por un megaempresario. Planteo no muy lejano,
también, del que ya presentara “distópicamente” Rollerball (1975).
Un paralelo griego, de filosofía roída, es lo que
queda ante el deslumbrante show de carnicería con el que los televisores
disparan, con el que los ciudadanos vociferan, que los grupos económicos
inspiran.
La
última pelea
(Warrior) EE.UU.,
2011. Dirección:
Gavin O’Connor. Guión: Gavin O’Connor, Anthony Tambakis, Cliff
Dorfman. Fotografía:
Masanobu Takayanagi. Música:
Mark Isham. Montaje: Sean Albertson, Matt Chesse, John Gilroy,
Aaron Marshall. Intérpretes: Joel Edgerton, Tom Hardy, Nick Nolte,
Jennifer Morrison, Frank Grillo, Kevin Dunn, Maximiliano Hernández. Duración:
140 minutos.
Sólo
disponible en DVD
7
(siete) puntos
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