Lo que le cuentes al río le llegará
Secretos
del Mar Dulce. Una historia de Santa Fe La Vieja
(Argentina,
2014)
Dirección:
Lautaro Ruatta, Iván Oleksak.
Guión:
Lautaro Ruatta.
Coordinación
General: Cecilia Vallina.
Producción
General: Paula Valenzuela.
Investigación:
Matías Torres Gollán, Francisco Zanotti, Lautaro Ruatta, Alan Valsangiacomo.
Fotografía:
Pablo Martínez.
Montaje:
Iván Oleksak.
Reparto:
Paloma Martínez, Agustina Rosica, Camilo Gaspoz, Lautaro Ruatta, Javier
Bonatti, Silvana Montemurri, Elbio Pieroni, Sergio Gullino, Luis María Calvo,
Alicia Talsky, Gabriel Cocco, Paula Busso, Juliana Frías, Lucía Molina, Mercedes
Valdés, Reynaldo Cardozo.
7
(siete) puntos
Por
Leandro Arteaga
Es el siglo XVI, y el escenario y argumento ubican
la narración en la histórica Santa Fe La Vieja, ahora Cayastá. Hay voz en off que viene de
tiempos remotos, como ecos que todavía rebotan. Alguien escuchó algo, encontró
objetos. Todo esto como testimonio que legar. Desde un más allá de centurias,
con protagonistas que han vivido por acá nomás, pero sin embargo descansan en
un tiempo lejano. El juego del abuelo a la nieta, comienza.
Acá el inicio de la aventura, con arqueología,
historia, museos, y niños que investigan. Se trata de Secretos del Mar Dulce. Una historia de Santa Fe La Vieja, telefilm de Señal
Santa Fe, con dirección de Lautaro Ruatta e Iván Oleksak, rodada en las
locaciones del Parque Arqueológico Santa Fe La Vieja. Está disponible en la
plataforma online de El Cairo Cine Público (http://www.elcairocinepublico.gob.ar/),
y vale la pena reparar en la película ya que, entre otros méritos, cuenta con
la obtención de un Fund TV en 2015 al mejor documental
unitario.
El film de Ruatta y Oleksak
indaga en la historia santafesina desde un propósito ameno, con predilección
por la mirada inquisitiva, curiosa, de la niñez. En este sentido, el parámetro
remite al mundo lúdico de películas como Los
Goonies o, antes bien, al imaginario juvenil contenido en colecciones literarias
como la Robin Hood de Acme. Todo esto desde la
alternancia temporal que permite el montaje paralelo, para dar cuenta de un
episodio histórico e imaginario –situado en 1566-, con personaje desertor y
otro sumiso a la corona española; más la intermediación supuesta por el abuelo
pescador; y la articulación final con esa nieta que tendrá la oportunidad de
llevar adelante el protagónico aventurero.
Para ello, la pequeña unirá
fuerzas con un primo y una amiga. Los tres, ahora sí, rumbo a la promesa de esta
carta misteriosa, con frases en clave, términos sesgados y contenido cifrado. A
partir de allí, el camino se deconstruye y es la misma tecnología la que
comienza a dar pasos en retirada: del chat a los libros, y de allí a los
manuscritos. El viaje en el tiempo ha comenzado.
Lo que se enhebra, en última
instancia, es la fascinación por contar la historia, la de la provincia y
región, contenida en la fundación de su ciudad capital. Hay que escuchar a los
que saben, porque investigan y habitan para ello entre paredes de museos y
archivos. Los pibes van y preguntan, para dar a Secretos del Mar Dulce una entonación de documental más tradicional,
con testimonios y documentos. Pero todo esto a partir de ese armazón mayor que
es la ficción y que, como tal, aporta el encanto de su relato para hacer
fascinante lo que, desde lo estatuario de ciertas tradiciones, parece aburrido.
En este aspecto, el telefilm
da cuenta de una preocupación que es la de actualizar un interés con eje en el
legado generacional, en la supervivencia de la memoria. Hay un registro que
hace foco en lo institucional, en su necesidad, pero también en el nexo entre
las personas, único modo de dinamizar, vitalizar, lo que de otro modo pareciera
osificarse.
Son tantas, por eso, las
historias que guarda el terruño santafesino, que es imposible pensar que allí
no aniden misterios y tesoros por encontrar, con los que temer, asombrarse,
maravillarse y penar. La vida de los pueblos originarios tiene acá el lugar
desolado, el del pueblo sometido, vejado, dedicado a trazar estéticas de
identidad en vasijas que sobrevivan al espanto. Los restos aparecen,
esparcidos, como si la tierra los diera a la superficie como respuesta a
promesas. Son pedacitos de un mundo que ha sido, si bien pasible de ser, aunque
sea, sentido para así saber por qué se habita donde se vive.
Como si se tratara de una
unidad orgánica, en donde el pasado repercute sobre el presente y arroja
flechas hacia el después, las líneas argumentales de Secretos del Mar Dulce se tocan a partir de una vasija, una muñeca,
una carta. Elementos que cumplen el rol de permitir la acción, pero también de
comunicar las partes alejadas en el tiempo, pero coincidentes con un mismo
tejido social.
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