El punto ciego
Por Leandro Arteaga
Es
a partir de Don Quijote cuando nace
la novela moderna, expone Javier Cercas en El
punto ciego. Las conferencias Weidenfeld 2015 (Random House). “Cervantes
funda al género y al mismo tiempo lo agota –aunque sea volviéndolo inagotable”,
dice. Un carácter libérrimo, híbrido y maleable, surge con las andanzas del hidalgo
caballero. La novela, así, aparece como el género donde hacer caber todos los
géneros. Mestiza e irreverente, da cobijo a todo y todo lo reformula.
El
caballero de la triste figura y su escudero hilvanan este camino de esplendor,
si bien paradójico para la novela, ya que no será España su ámbito natural. En
este sentido, Balzac y Flaubert le aportarán, durante el siglo XIX, rigor
constructivo, cuya búsqueda formal no dejó de lidiar con la génesis plebeya de
la novela, afín con el entretenimiento. El siglo siguiente profundizará este
mismo modelo. Cercas, en todo caso, prefiere una tercera opción, que sintetice estas
dos. Y propone la narrativa posmoderna como momento superador: conciente del
legado cervantino y con Borges como origen de la hibridación de géneros.
Es
en ese rumbo donde se incluye él, heredero de esta pulsión incontenible que
significa escribir novelas. Mira a su padre lejano, fallecido hace
cuatrocientos años, y hacia allí dirige su horizonte, al hacer latir
interrogantes sobre su libro Anatomía de
un instante: ¿novela?, ¿ficción?, ¿ensayo?, ¿antiliteratura? En esas
páginas, Cercas recrea uno de los instantes fundacionales de la historia democrática
española, pleno de preguntas; allí cuando el 23 de febrero de 1981, Adolfo
Suárez –antiguo secretario general del partido franquista, primer presidente
democrático– permaneciera sentado y desafiante durante la balacera golpista que
inundara al Congreso de los Diputados. ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué acompañaron
el gesto el comunista Santiago Carrillo y el general Gutiérrez Mellado?
Es
momento del “punto ciego”. Si el lector cae allí, también el autor. ¿Qué es? Es
el motivo de este libro notable, pero también el ciclo de conferencias del
escritor durante la cátedra Weidenfeld en Literatura Europea Comparada, de la Universidad de Oxford.
Por allí pasaron también, entre otros, George Steiner, Umberto Eco, Mario
Vargas Llosa, Michele Le Doueff, Roger Chartier, Don Paterson. El punto ciego es el nudo de sus clases
y el intento por desanudarlo; mejor, por preguntarlo.
Su
complejidad le vuelve apasionante. Vale decir, ¿cómo definir ese momento de
desasosiego que embarga durante la lectura? Cuidado, no se trata de leer cualquier
libro, sino de aquellos donde haya punto ciego. ¿Pero cómo reconocer lo
inasible? Una manera es la pregunta. Por ejemplo: ¿de verdad está loco Don
Quijote? No hay respuesta que satisfaga, porque cualquiera se contradice.
Cervantes, se deduce, escribe a partir de la ambigüedad, a través de preguntas
morales, preguntas que son novelescas. Escribe para preguntar(se).
Así,
Cercas toca a la literatura con la filosofía. Si hay un cometido literario,
éste es el de la interrogación moral. “¿Por qué durante la guerra civil
española un soldado republicano salvó la vida de Rafael Sánchez Mazas, poeta e
ideólogo fascista y futuro ministro de Franco?”, se preguntaba el autor, al
escribir Soldados de Salamina. Más
preguntas: ¿Quién es Moby Dick? ¿Josef K. es culpable? ¿Peter Quint es un fantasma
real? ¿Cuál es la muerte veraz de Juan Dahlmann?
Se
sabe que ensayar respuestas es materia predilecta de muchos. Más difícil es
detenerse en la duda, en escribir o en leer a partir de ella. Según Javier
Cercas, hay casos donde esto se consigue, en donde el autor concede al lector el
espacio de ambigüedad que éste reclama. Lo que resulta es inasible, interminable,
fascinante. Es decir, habrá tantas lecturas del Quijote como lectores. En este
abismarse, el nexo filosófico aparece. La novela, dice el escritor, es una
herramienta de investigación existencial, que se preocupa por buscar la verdad.
No lo hace a la manera de los historiadores, sino a través de la ironía. Cuando
hay ironía, hay punto ciego. Porque como observó Thomas Mann, la ironía no
consiste en decir “ni esto ni aquello”, sino “esto y aquello” a la vez.
En
este recorrido, que el autor de Anatomía
de un instante organiza en cuatro partes –con capítulo dedicado a Vargas
Llosa y reflexiones sobre la figura del intelectual y esa palabra maldita: compromiso
(para compromiso, a la Iglesia,
decía Cortázar)–, los vínculos de los otros géneros narrativos con el punto
ciego son sugeridos. Cercas así lo hace cuando menciona al protagonista ausente
de Esperando a Godot. En el cine apenas
se detiene, y por vía indirecta, cuando refiere Los imperdonables (Unforgiven)
como ejemplo kafkiano propuesto por George Steiner: luego de que Gene Hackman
aporrea a Clint Eastwood, las prostitutas se lo reprochan y le gritan que es
inocente. El marshall responde: “Inocente, ¿de qué?”.
El
cine puede, y debe, ser interpelado. Al respecto, un buen ejemplo podría ser el
enigma de la cajita de Belle de jour.
¿Qué hay allí?, le preguntaban a Buñuel y a Carrière, su guionista. Hubo
quienes no dudaron en aseverar un contenido que ni ellos sospechaban. Otro caso
puede aportarlo 2001, una odisea del
espacio, de Kubrick. ¿Qué es el monolito? El cine, a veces, no precisa de
demasiado vericueto: está claro y a la vista que se trata, ni más ni menos, que
de un monolito. Otro ejemplo posible sería la veracidad de ese hijo demoníaco
que parece engendrar Mia Farrow en El
bebé de Rosemary, de Polanski. Muchos espectadores aseguraron haber visto
el rostro del bebé.
Lo
cierto, en todo caso y de vuelta a la literatura, es que la respuesta es que no
hay respuesta. El punto ciego es “un punto a través del cual no es posible ver
nada. Ahora bien –y de ahí su paradoja constitutiva–, es precisamente a través
de ese punto ciego a través del cual, en la práctica, estas novelas ven; es
precisamente a través de esa oscuridad a través de la cual iluminan estas
novelas; es precisamente a través de ese silencio a través del cual estas
novelas se tornan elocuentes”.
El
punto ciego, dice Javier Cercas, es lo que somos.
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