El arte en el medio de la tormenta
Cuidar la obra de arte es necesario, es preocupante.
El cineasta ruso despliega en su película sus temores, mientras recrea la
ocupación nazi en Francia y el destino del museo Louvre.
Francofonia
(Francia-Alemania-Holanda/2015)
Dirección y guión: Alexander Sokurov. Fotografía: Bruno Delbonnel. Montaje:
Hansjörg Weißrich. Música: Murat Kabardokov. Reparto: Louis-Do de Lencquesaing, Vincent Nemeth,
Benjamin Utzerath, Johanna Korthals Altes, Jean-Claude Caër, Andrey Chelpanov. Duración: 88 minutos.
7
(siete) puntos
Por
Leandro Arteaga
La
obra de arte es fáctica, cierta, ocupa lugar en el espacio, se percude con el
tiempo, ¿cómo y dónde guardarla? El riesgo es permanente, ni qué decir con el
caso cinematográfico argentino, sin cinemateca, con sus películas a la deriva,
la gran parte ya perdidas, condenadas a recuerdos u olvidos; a la par de copias
pixeladas, sin textura de cine, que sobreviven –como refugio falaz- en YouTube.
El
inicio de Francofonia es,
precisamente, éste. En alta mar, un navegante enfrenta la tormenta mientras se
comunica de a ratos y desesperado con el mismísimo Alexander Sokurov. El
peligro de que las obras que transporta se pierdan pareciera ser motivo para el
despliegue interior de este cineasta que también se pierde en esa otra mar sin
orillas que es el pensamiento.
Si
pensar implica organizar ideas dispersas, la película de Sokurov hará este
mismo esfuerzo: varios registros y recursos que permitan una relación sígnica,
posible a través del montaje. El montaje es operación intelectual, el cine es
montaje. ¿Cuál es el destino de las obras de arte? El nudo es éste, que Francofonia decida detenerse en el
Louvre, durante la Segunda Guerra
Mundial, es su consecuencia. No habría necesidad de pensar este hecho si no
existiera la necesidad de aquella pregunta. Desde luego, el momento histórico
elegido es crítico, quiebra al medio el siglo pasado al tocar uno de sus
momentos más espantosos.
Durante
la ocupación alemana, el museo del Louvre necesitó de la colaboración entre su
director Jacques
Jaujard y el oficial nazi Franz Wolff-Metternich
(interpretados
respectivamente por Louis-Do de Lencquesaing y Benjamin Utzerath). El
vínculo entre estos hombres habilita a Sokurov a una descomposición fílmica
pero articulada. En este sentido, la época estará evocada a partir de los
registros de archivo y desde la recreación ficcional. Lo que provoca de manera
extraña, ya que las paredes del museo ofician tanto de testigo de un caso como
también del otro. Así, los pasos que los actores dan dentro del Louvre resuenan
como lo deben haber hecho setenta años atrás, y antes también, junto a los
fantasmas de Marianne y de Napoleón (compuestos por Johanna Korthals Altes y
Vincent Nemeth).
Hay varias tomas aéreas de París, que hacen del
Louvre un corazón que late historia; al retratarlo de este modo, Sokurov permite
el recuerdo de esa otra artería vital que es la Biblioteca Nacional
de París (y de cualquier otro lugar), que Alain Resnais recorriera como
laberinto en Toute le mémoire du monde (1956). Como si el cine se asumiera a sí mismo de manera responsable,
también urgente: lo que existe está, siempre, a un paso de desaparecer; una
tarea que pelea contra el tiempo, que se sabe fatalmente inútil, pero que sin
embargo persiste. También Orson Welles comentaba sobre el estrago del tiempo, a
través del hechizo del arte y versos de Kipling, en F for Fake (1973). (Otro
ejemplo suficiente lo permite la coyuntura, ya que el Louvre debió por estos
días evacuar sus obras, ante el peligro de inundación que supone la crecida
del Sena.)
Por otra parte, hay un lazo que comunica Francofonia con las películas anteriores
del director ruso. Por un lado, indudablemente, con El arca rusa (2002), cuya acción de plano secuencia se desarrollaba
dentro del Museo Hermitage, de San Petersburgo. Por otro lado, a través del
detenimiento en personajes de pulsión histórica decisiva. La aparición en Francofonia de Hitler –cuya voz es
interpretada sobre las imágenes de archivo, como otra manera de recrear, tan
válida como lo puede suponer la tarea íntegra de un actor- es consecuente con
la de otras personalidades de índole similar, que Sokurov ya abordara: Lenin y
Stalin en Taurus (2001), el Emperador
Hirohito en El sol (2005). Hitler, de
hecho, también había sido uno de los personajes de Moloch (1999), con la atención puesta en Eva Braun. En todas estas
películas, lo que sobresale es la detención en momentos íntimos, en situaciones
sin embargo intensas, en donde hay lugar para el silencio, como reparos
pequeños dentro del maremoto histórico que estas personas impulsan.
Lo mismo puede decirse respecto de la relación entre
Jaujard y Wolff-Metternich, personajes dramáticos
e históricos, de adhesiones ideológicas dispares y, sin embargo, preocupados por
el destino de estas obras. El arte, tal vez, aparece en Sokurov como una
instancia de superación, como la posibilidad de pensar un después que transgreda,
ni más ni menos, que a designios funestos, totalitarios. El ardid que el cine
supone implica otra cuestión, que da razón al ejemplo del Louvre durante la
ocupación; es decir, y desde la suposición contrafáctica, ¿qué hubiese sucedido
si Jaujard y Metternich no se ponían de acuerdo, o si hubiesen sido personas
distintas?
Desde
una acepción cinematográfica tan particular, como la supone el cine de Sokurov,
puede decirse también que su película, en tanto llamado de atención sobre un
problema que es instancia de reflexión y reunión colectiva, responde a otras de
cometido similar; es el caso de El tren (1964)
de John Frankenheimer, y Operación Monumento (2014) de George Clooney. Que se trate de cinematografías y estéticas
tan diferentes, no elude la preocupación análoga.
Pero
con Francofonia hay algo dilemático, ya que es una elegía a Francia. Libertad, igualdad
y fraternidad, dice Marianne. Palabras que son abstracciones, que promueven
acciones. ¿Cuáles son hoy sus sentidos? ¿Por qué la reiteración? ¿Qué es lo que
esconden sus colores de bandera, ya pensados de manera magistral por Kieślowski en Bleu, Blanc, Rouge, así como por Aristarain en Lugares comunes?
Antes
que dar una respuesta, mejor promover la pregunta. Allí se arroja Sokurov:
dentro suyo; y, gracias al cine, en el adentro mismo de todo espectador.
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