La pregunta dibujada
La edición de Grotesque es un acontecimiento,
ya que recupera la obra premiada del italiano Sergio Ponchione. Un mundo
festivo pero truculento, donde habitan personajes tan estrafalarios como los
lectores. Coeditan Milenario y Loco Rabia.
Por Leandro Arteaga
Adentrarse en el mundo de Grotesque es raro, por imprevisible. Hay
reminiscencias gráficas que orientan, otras despistan y crean cauces
sensoriales inesperados. En todo caso, se trata de una experiencia casi
insólita, en donde la historieta aparece de manera experimental, a veces
narrativa. Una especie de cóctel explosivo, donde el lector es también
personaje; a él está dedicado el libro, a ese lector ávido que todo autor es. O
también, a ese autor que todo lector potencialmente implica.
Grotesque está escrito y dibujado por
el italiano Sergio Ponchione (1975). Se trata de una serie de cuatro episodios,
galardonada con el Gran Guinigi en
Lucca Comics, 2009. La novedad está en que Grotesque
acaba de ser editada por el sello rosarino Milenario Ediciones, en conjunto con
Loco Rabia (Buenos Aires). Un solo librito con la serie completa, que suma a la
lista de ediciones que la obra más famosa de Porchione ha tenido en países como
Francia, España y Estados Unidos.
Ahora bien, ¿qué es Grotesque? O también, ¿qué es el Oblicuombre?, personaje que
atraviesa la totalidad de la trama para armar o desarmar conforme convenga.
Pero a no confundir, porque este Oblicuombre, que descansa como señalador entre
las páginas de un libro, también es causa-consecuencia de los tantos otros
personajes que Porchione propone de manera yuxtapuesta: un navegante en busca
de un isla (o de un vientre de pez), un lector en quien los personajes leídos
conviven imaginariamente, el televidente que deja de serlo para mirar el
asteroide suspendido en el cielo, y todos esos otros seres más o menos informes
que están en ellos y entre ellos.
¿Cómo se vincula todo esto? ¿Cuál es el significado?
Tal la pregunta al Oblicuombre. A no adelantarse o preocuparse, dice, los
significados ya vendrán. Su sonrisa dañina, el rostro siniestro, no permiten certezas.
El lector queda, así, sumido en la lectura de algo que sólo él podrá, quizás,
resolver. En última instancia, ¿es el cometido de una historieta dar
significados? En otras palabras: la convivencia sin tiempo o espacio que las
páginas de toda historieta permiten –rasgo exclusivo del cómic: basta con
paginarlo para hacer que salten a la vista todos sus dibujos simultáneamente,
sin orden–, ¿no son un motivo esencial, mucho más importante que un presunto “lenguaje”?
Casi como si Ponchione se atreviera a desandar el
camino que tantos dibujantes trazaran en poco más de cien años de noveno arte,
su Grotesque se anima a sacarse de
encima tales preocupaciones o convenciones; esto es: evita caer en el relato
fácilmente interpretable. No es algo que le interese; o sí, pero
tangencialmente. En todo caso, el acento estará puesto en lo imprevisto del
devenir de las páginas. Sólo a partir del segundo episodio, Grotesque reclama los recursos de la narrativa:
el viajero (profesor y anciano, de participación secundaria en el episodio
previo) se adentra en Ciudad Críptica con el fin de develar el cometido del
Oblicuombre. Las pesquisas, que conjugan aspectos de la serie negra y los
dibujos de Escher, persiguen una dilucidación que habrá de ser también
retroactiva: si Ponchione atenta contra la normativa de las convenciones
gráficas, desandándolas, también lo hacen sus personajes: hay que volver a lo
que fue, a lo anterior y primero, al estado fundacional.
La excusa es el flashback que adentra al lector en
el conocimiento de los padres fundadores de esa ciudad, devenidos monstruos y
santos. Como corolario, la pregunta cuyo saber encierra el dilema: ¿cuál es el
sentido de la vida? Para arribar a este estadio, el artista italiano se vale de
citas que revelan preferencias, que lo llevan a decir con su obra lo que para
él es la historieta; entre ellas, de manera elocuente, las que remiten al mundo
de Elzie Crisler Segar, el dibujante de Popeye.
Se trata de uno de los artistas mayores, inevitables. En Segar todo está por
ocurrir: es caricaturesco, incorrecto, humorístico, negrísimo. Preguntarse por
el sentido de la vida, acá, es preguntarse por el sentido de la historieta.
Vale decir, ¿por qué dibujar? Tal vez, porque Segar lo hizo.
Pero también George Herriman, el padre de Krazy Kat. El espíritu bufón que Grotesque rezuma lo emparienta con la
impronta del genial cartoonist, otro
de los fundamentales; tanto como lo es Chester Gould, cuyo Dick Tracy habita en los rasgos geométricos del detective y la femme fatale desencajada (literalmente)
que acompañarán al profesor. Desde ya, hay mucho más coparticipando y
aportando, y tal como la mayoría de las referencias sobre Grotesque señalan, el otro gran nombre es el del humorista italiano
Benito
Jacovitti, cuya imaginería cala hondo en este mundo
enrevesado.
Tal
como debe ser, Grotesque culmina por morderse la cola y hace de la pregunta primera (¿cuál es
el sentido de la vida?) también la última. Situación cíclica que evoca una obra
maestra como Batman:
The Killing Joke, de Alan Moore y Brian Bolland,
a la par del concepto que sobre el cómic destila el guionista Grant Morrison: lo
que las historietas cuentan existe, está en un mundo paralelo, y quizás éste no
sea más que la proyección onírica de lo que allí se lee y se sueña.
Historietas internacionales
Entre los títulos internacionales que el catálogo
de Loco Rabia expone –sello de Marcos Vergara y Alejandro Farías-, figuran King
of Nekropolis, del croata Danijel Zezelj, una historia en clave noir,
con un investigador tras la pista de un científico y un secreto de matices cyberpunk.
Zezelj ha participado en títulos mayores como Hellblazer y Loveless (creación del rosarino Marcelo Frusin para DC). La edición de El número
es mayúscula, porque suma el nombre del suizo Thomas Ott, cuya sola mención
conjuga un aire kafkiano y expresionista, sin diálogos y clima sombrío. Una
belleza. Entre lo más reciente, Loco Rabia se ha despachado con Super
Monsieur Fruit, del francés Nicolas De Crézy (alguna vez amigo del animador
Sylvain Chomet, el de Las trillizas de Belleville), desde un despliegue
cáustico y paródico sobre los superhéroes, con dibujos que rayan los cuadritos
como si fueran bocetos. Una joya.
En otro orden, el sello ha ofrecido títulos de
artistas argentinos, que recuperan algunas de sus obras destinadas al mercado
europeo. Entre ellas, destaca la dupla Eduardo Mazzitelli/Quique Alcatena con Acero
líquido, Shankar y Hexmoor. También figuran Inspector Bull,
con todas las historias de este investigador de aires victorianos, un clásico
de Carlos Albiac y Horacio Lalia; Planeta Jungla, con ciencia ficción a
cargo de Ricardo Ferrari y Oscar Capristo; Basura, un imperdible de
Carlos Trillo y Juan Giménez; más un libro íntegro del dibujante Alberto
Saichann, un maestro al que acá se le da el brillo que merece. Este recorrido
tuvo, hace pocos meses, otro libro magistral: Las Tierras del Oso, de
Carlos Vogt, en coedición con el sello Milenario, de Alejandro Radeff. Un
recopilatorio integral de una de las más recientes creaciones del autor de Pepe
Sánchez.
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