Medidas
extremas y moral maleable
A
partir de una cámara nerviosa, que interroga, La otra guerra asume un conflicto que no termina. El
conflicto moral de un soldado y la ética de una sociedad como dimensiones
problemáticas, también bélicas.
A War - La otra guerra
(Krigen)
(Dinamarca, 2015) Dirección y guión: Tobias Lindholm. Fotografía: Magnus Nordenhof Jonck. Montaje: Adam Nielsen. Música: Sune Rose Wagner. Reparto: Pilou Asbaek, Tuva Novotny, Soren Malling,
Charlotte Munck, Dar Salim, Dulfi Al-Jabouri, Alex Hogh Andersen. Duración: 115 minutos.
8
(ocho) puntos
Por
Leandro Arteaga
Sin estridencias, con un
énfasis puesto en la reflexión y su incomodidad, aparece A War: La otra guerra. La película del danés Tobias Lindholm tuvo
nominación al Oscar en la categoría Mejor Film de habla no inglesa –amén de un
recorrido por muchos festivales internacionales-, rubro donde fuera merecedor
otro título de índole igualmente bélica, El
hijo de Saúl, todavía con estreno pendiente en Rosario.
El trabajo de Lindholm no es
tan desconocido para el espectador. Repartido entre algunos largometrajes
propios y guiones para otros directores, destaca El secuestro (2012) –cuya temática coincidiera con la de la
norteamericana Capitán Phillips, de
Paul Greengrass- y su guión para La
cacería (2012), la notable película de su compatriota Thomas Vinterberg,
también nominada al premio Oscar.
Desde rasgos generales,
puede apreciarse en Lindholm una mirada de talante crítico, interesada en
adentrarse en conflictos que permitan un prisma sobre las contradicciones del
cosmos social. Es éste el rumbo de La
otra guerra, cuyo título de origen es más elocuente por suficiente: Krigen (Guerra). Está claro que toda
guerra es mucho más que lo que Lindolm expone, pero ¿cuál otro título valdría
para este trauma de carácter social insalvable, quizás moralmente
irrecuperable?
El film se estructura de
manera simétrica, entre un primer tramo dedicado a dar cuenta de las tareas de
un grupo de soldados en Afganistán y un segundo capítulo que transcurre en
Copenhague, entre la sordidez de un clima árido y el funcionamiento de la
ciudad. Un equilibrio que no es planteo esquemático, sino contrapunto que
relaciona ambas partes, de manera necesaria. Esta necesidad la provoca el
retrato del líder del pelotón (a cargo de Pilou Asbaek, actor fetiche de
Lindholm) y su vida familiar. Durante su primera hora, La otra guerra transcurre desde el montaje paralelo, a partir de la
vida cotidiana de su esposa e hijos, subsumidos en los trastornos escolares,
laborales y hogareños. Hay llamados telefónicos que intentan paliar las
ausencias. En un punto –acá lo más sensible-, tal planteo no dista nada de
cualquier otra situación semejante: el padre trabaja afuera y la madre procura
sostener el equilibrio del hogar.
Para llegar a esta
instancia, el film apela a momentos que prologan de manera ascendente. El
comienzo mismo es el de la explosión y la vida del soldado que muere entre las
manos de los compañeros. La desesperación, las tareas sin objetivos claros –si
bien se trata, presumiblemente, de proteger a afganos de talibanes-, la rutina
de lidiar con la muerte, hacen mella en varios. Uno de ellos llega a las
lágrimas, pide volver a casa, tiene miedo. Y el comandante que entiende y busca
alternativas que lo contengan. Este vínculo será el detonante del episodio
posterior, sea como reiteración de la muerte inicial, sea como disparador de la
decisión militar desafortunada que sobrevendrá.
La cámara adopta, en todo
momento, un punto de vista partícipe, al acompañar a los soldados en sus
misiones, al ingresar en moradas desconocidas, al disparar contra el sospechoso
de armas. Además, es una cámara en mano, que contagia el andar de los
personajes y asume la situación endeble en la que se toman ciertas decisiones.
Ahora bien, no porque se trate de entender el comportamiento bélico como cosa
loable, sino por introducirse en una lógica en donde los errores están
presentes de manera indefectible, y en las manos de personas que gustan, por
ejemplo, de bromear con el cadáver reciente, inventando maneras ingeniosas,
negrísimas, con las que referir tales bravuras a sus hijos: porque, ¿cómo
explicar a un hijo que se ha matado, que se sabe matar?
Ocurrida la decisión fatal,
que involucrará la muerte de civiles, el comandante es llamado a declarar en su
ciudad y La otra guerra cambia de
carátula, al volverse un film de litigio, con la palabra como continuación de
un mismo enfrentamiento. Contienda que así como hermana para la decisión de un
enemigo, encuentra también disidencias internas que hay que purgar para poder,
en suma, proseguir con los otros disparos.
Si papá hacía mucho que no
venía, ahora está, por fin, en casa. Y más vale que no se vaya, porque lo
necesitamos. Nada de cárcel para él, aun cuando fuera culpable. ¿Lo es? Las
pruebas están, pero son también maleables. Y lo que confabula, en última
instancia, es la camaradería y aprecio y respeto que entre pares sobresale. Si
lo que realizan es espantoso, habrá también que pensar cómo es que el mismo
orden social se vale de ellos. Les forma para hacer lo que hacen, luego les
juzga. En el medio, la pregunta del hijo al padre: ¿mataste?
En última instancia, La otra guerra apela a la
responsabilidad, al comportamiento moral como eslabón social de fundamento.
Cuando el niño repasa países en el mapa del dormitorio, ante la vista del
padre, inicia su enumeración en Afganistán y culmina en Estados Unidos. La
observación cierra un círculo que dice más que cualquiera de esas encíclicas
con las que demasiado cine de mensaje se cree, todavía, benefactor.
Mejor aún, hay una escena
estupenda, de índole metalingüística. Es así: los soldados están reunidos para
escuchar las palabras del comandante, quien les invita a ver un video del
soldado herido, recuperándose ahora en el hospital. Los soldados, en sus sillas
y amuchados, observan el plasma con el mensaje del compañero, bajo una carpa
que recuerda una función de cine primitiva. La “película” vista es elemental,
de prédica eficaz, retórica. Tiene golpes de humor, es efectista, no evita el
patetismo. La reacción final es la del aplauso contagioso, casi con lágrimas.
Un desenlace irónico para lo que es, en suma, trágico. Los medios, se sabe,
construyen realidades tendenciosas. Por aspectos como éste –sagaces, provistos
de cine- es que La otra guerra es una
gran película.
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