El cine y las palabras
eléctricas
Las películas de
Érik Bullot atraviesan experimentaciones formales que van desde la poesía al
cortocircuito. Esta tarde dará un seminario en donde expondrá los cruces de
lenguajes en el cine. Una presencia distinguida en una oportunidad única.
Por Leandro Arteaga
Sería
una pena que la importancia que reviste la visita del cineasta Érik Bullot pasara
desapercibida. Porque se trata de una oportunidad única, de relieve
internacional, con una producción audiovisual que el artista reparte entre
películas, libros y docencia.
Con
organización de Alianza Francesa de Rosario y Centro Audiovisual Rosario, el realizador
francés estará presente hoy a las 19, en Museo Diario La Capital (Sarmiento 763),
para dictar el seminario “Hablar, leer y traducir”. La actividad es gratuita,
si bien requiere de inscripción previa en carcursos@rosario.gob.ar.
Bullot
cursó estudios en la Escuela Nacional de Fotografía de Arlés y en
el IDHEC de París, y es docente en la Escuela de Bellas Artes de Marsella, en Fresnoy
(Estudio Nacional de Arte Contemporáneo) y en la Escuela Nacional
de Bellas Artes de Bourges. Como aval de prestigio, en www.pointligneplan.com –grupo al que
Bullot pertenece- puede consultarse la lectura completa del texto que el
teórico Jacques Aumont le dedicara.
El seminario de esta tarde promete el análisis de
los distintos lenguajes que atraviesan al cine, para el cual se contará con
proyecciones de la misma obra de Bullot –prácticamente imposible de conseguir-
así como de un material selecto entre cuyos nombres figuran desde los Hermanos
Marx y Chaplin hasta el de realizadores experimentales como Christoph Keller y
Candice Breitz.
El cineasta francés ha confesado la seducción que le
provoca el cine primitivo. Su análisis sobre las películas de los hermanos
Lumière distingue al plano cinematográfico como unidad cerrada, sin conexión
necesaria con el siguiente (con la otra película a proyectar, también un plano
cerrado). Sin embargo, hay un rasgo contemporáneo que aparece en la idea de
bucle –de cinta sin fin-, que las propias películas efectuaban al ser
reiteradas durante la proyección. Con Méliès, por otra parte, surge el problema
del raccord, de la continuidad. Mago
como era, Méliès articula un juego de aparición y desaparición entre los planos
de la película. Con Méliès y Lumière se inscribe, por eso, la pregunta sobre el
porvenir del cine. Y Bullot, sin embargo, prefiere interrogar aquel momento
pretérito.
Su filmografía –que alcanza hasta el momento los
veintisiete títulos- conoce rótulos como ensayo, experimental, documental,
poesía; pero con el cine siempre por delante. Porque, en última y primera
instancia, lo que importa es la pregunta. ¿Qué es el cine? Título también del
más famoso libro de André Bazin, a quien Bullot cita en The Pencil of Nature (2009): París, San Francisco, Berkley, notas
geográficas de este diario de rodaje, con la naturaleza como detalle imbricado,
donde las imágenes habitan otras imágenes. Los paseantes se fotografían y la
cámara de Bullot hace otro tanto con ellos. El montaje articula o desarticula a
la ciudad, la deconstruye y construye. Esta relación de simultaneidad se
percibe también en Trois Faces
(2007), entre decires, experiencias e imágenes compartidas por sus
protagonistas y hábitats: Barcelona, Marsella, Gênes.
Hay una contaminación semántica que es también la que aparece, por
ejemplo, en Le Singe de la lumière
(2002). Sea por la asociación que permite el montaje cinematográfico, como
también por el misterio que rodea al símil tacto en el agua que la imagen
puede, quizás, emular. Tocar el agua o percibir sus ondas, así como a las del
sonido, con formas musicales también. Hay una transcripción que las visibiliza,
en forma de pentagrama. Que puede también ser en braille. Con colores-notas
leídos de otra manera. Lo extraordinario es cómo el tacto puede producir estas
instancias. Allí cuando se obliga a aprender a tocar las teclas del piano o a
recordar la escritura: es lo que expone Visible
Speech (2006), cuando la misma madre de Bullot orienta con una de sus manos
a la otra, que enfermó y que ya no puede decir una palabra escrita.
Secretos de las
traducciones, de ese misterio que parece se perfila pero es inasible, y sobre
el cual el cine de Érik Bullot desliza sus interrogantes. Como un sonido
furioso y eléctrico de cables pelados. Pero con el silencio autónomo que rodea
a cada uno de los pasajeros de tren en La Parole électrique (2005), sumidos en sus lecturas-escrituras de celulares. Otra
pantallita, otra imagen, dentro de la imagen.
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