La superficie de las imágenes
Por
Leandro Arteaga
Desafectada, superficial, desangelada, cada una de
las imágenes de Adoro la fama no
puede ser de otra manera, porque así son también sus personajes. Adolescentes
de hablar impostado, que están todo el tiempo en pose –atentos a cómo mirar,
peinarse, vestir, fotografiarse-, sin tacto compartido, con la energía sexual
sublimada en los nombres de las marcas de ropa, con la mirada futura depositada
en alguna carrera dedicada a la moda y sus pasarelas o en la administración de
empresas: de ésas que, como dice (la admirable) Emma Watson, permitan liderar
para hacer cosas buenas, como lograr la paz o ayudar a niños hambrientos.
Es tan ridículo lo que se les escucha decir que vale
entonces prestar atención al mundo adulto que les rodea: nada diferente, si
bien la mayor parte del tiempo ausente. Los adultos de este barrio acomodado de
California apenas sobrevuelan por las vidas de estos pajaritos, encerrados como
están en sus jaulas de oro. Preocupados por conocer –y robar- las mansiones de
sus adorados dioses: Paris Hilton, Orlando Bloom, Megan Fox.
Se meten en sus casas con una facilidad pasmosa, y
deambulan por un narcisismo fascinado en forma de almohadones y cuadros con el
rostro divino (de Hilton), indagan entre los armarios de ropa, los calzados de
pares interminables, el dinero escondido (curioso el detalle del cofrecito
pequeño, como el que atesoraba el Fagin de Dickens, y que se reitera como
figura en las mansiones profanadas). ¿Cómo es que pueden ingresar tan
fácilmente? ¿Y por qué no? Es un gran barrio privado, amurado en su clase social,
donde todos son tan adinerados como todos. Así, las casas guardan sus llaves de
ingreso bajo la alfombrita o dejan sus coches abiertos en medio de la calle.
Porque, ¿quién va a robar qué y a quién?
Adoptado el robo como práctica, nada tiene de transgresor
o provocador. Sino, antes bien, de gesto de admiración. Un hurto realizado con
el cuidado suficiente, como para no alertar sospechas, como para participar
desde el gesto frívolo y acercar la vida soñada. Pero, la verdad, de sueños
nada. En todo caso, fotografías para el facebook. Conexión virtual sin
necesidades anticonceptivas. Mecanismos de control cuyas imágenes, finalmente, autoincriminan.
Pero ¿cómo resistir la tentación de mostrar la ropa, los adornos, las carteras,
los zapatos?
Sofia Coppola desliza su cámara sobre la epidermis
de estas futuras cáscaras de camas solares. Y siente pena por ellos. Porque son
los que podrían –pero no lo parece- hacer algo distinto. Dentro de la mansión
de Audrina Patridge, por ejemplo, los chicos corretean y tocan y roban dentro
de un único plano, capaz de mostrar la casa completa, vidriada y semejante a
una casa de muñecas. Un acto delictivo cuya picardía está apagada, apresados
como se les ve dentro de un mundo donde piden, paradójicamente, querer siempre
estar.
Adoro
la fama
(The
Bling Ring)
EE.UU./Reino Unido/Francia/Alemania/Japón, 2013. Dirección: Sofia Coppola. Guión: Sofia Coppola. Fotografía: Christopher Blauvelt, Harris Savides. Montaje: Sarah Flack. Música: Daniel Lopatin, Brian Reitzell. Reparto: Katie Chang, Israel Broussard, Emma Watson, Taissa Farmiga, Claire Julien, Georgia Rock. Duración: 90 minutos.
EE.UU./Reino Unido/Francia/Alemania/Japón, 2013. Dirección: Sofia Coppola. Guión: Sofia Coppola. Fotografía: Christopher Blauvelt, Harris Savides. Montaje: Sarah Flack. Música: Daniel Lopatin, Brian Reitzell. Reparto: Katie Chang, Israel Broussard, Emma Watson, Taissa Farmiga, Claire Julien, Georgia Rock. Duración: 90 minutos.
Salas:
Monumental, Del Centro, Showcase, Sunstar, Village.
8
(ocho) puntos
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