Cuando el cine
se sabe mítico
Por
Leandro Arteaga
El gusto que significa reencontrarse con una
película de Walter Hill no tiene precio. Hubiese sido mejor en un cine, pero el
dogma cada vez más exclusivo sobre cuáles películas llegan a su estreno, hizo
que El ejecutor fuese otro de los
muchos títulos anunciados, luego postergado y finalmente truncado.
¿Y por qué es un gusto? Porque se trata de alguien
de la vieja guardia, la del cine del Hollywood de los ’70, heredero de la
estilística de Sam Peckinpah, capaz de hacer westerns de ciudad o en el Oeste,
con tipos curtidos, solitarios, duros, pandilleros. Allí, entonces, Peleador callejero (1975, con Charles
Bronson), The Driver (1978, con Ryan
O’Neal), The Warriors (1979) y Cabalgata infernal (1980, una de las
favoritas de Bioy Casares). O las buddy
movies que inaugurara con 48 horas
(1982, con Nick Nolte y Eddie Murphy), más el clima noir encarnado por Mickey Rourke en Un rostro sin pasado (1989).
El ejecutor cumple con el regodeo que
significa amar el cine de géneros, mixturarlo, disfrutarlo, con reminiscencias
fílmicas que rebotan sobre la filmografía propia. Es que Hill ha filmado tanto
y de manera tan apasionada, que un universo de cine le corresponde por derecho
propio. Allí dentro caben todas las encarnaciones de sus personajes,
entronizadas ahora en el rol –de mito- de Sylvester Stallone: síntesis que el cineasta
logra desde la sucesión de fotos del legajo policial del killer Jimmy Bobo (Stallone), repaso que es guiño para cualquier
cinéfilo, capaz de leer en el rostro del actor el paso del tiempo, las décadas
sucedidas, las películas protagonizadas.
Jimmy es traicionado, y de manera obligada tendrá
que hacer dúo con un policía joven (Sung Kang). Lo que en uno es experiencia,
en el otro es tecnología, buenos modales, confianza en la misma policía. Una
red de sobornos, chantajes, crímenes, atan cabos que resultarán de una manera
prevista para lo que significa cualquier argumento similar. Pero acá no se
trata de encontrar mayor o menor ingenio de “guión”, sino de plasmar una
sensibilidad fílmica. Allí, por eso, es donde de veras aparece el guión. No
desde la sucesión argumental, sino desde la fibra interior de sus personajes,
en quienes se cifra una forma de hacer cine que Hollywood hace tiempo abandonó.
En este sentido, El
ejecutor es una buddy movie y es
cine negro. Pero también es un western, con momentos clásicos de saloon. Más la
referencia de cómic, o mejor de band
dessinée, que tiene por estar basado en el álbum editado por Casterman,
obra de Matz y Wilson: por momentos, la fotografía da el tono anaranjado justo,
también azul, como si se tratara de fondos de cuadritos de historieta.
La música (si bien sin el acostumbrado Ry Cooder),
atraviesa momentos country, de blues, de rock. Con New Orleans como escenario
que está a la venta, como dice algún mafioso. Nada mejor para un cowboy.
El ejecutor
(Bullet to the Head)
EE.UU.,
2012. Dirección:
Walter Hill. Guión:
Alessandro Camon, a partir de la historieta de Matz y Colin Wilson. Fotografía:
Lloyd Ahern. Música:
Steve Mazzaro. Montaje:
Timothy Alverson. Intérpretes: Sylvester Stallone, Jason Momoa,
Christian Slater, Sarah Shahi, Sung Kang, Adewale Akinnuoye-Agbaje, Jon Seda. Duración:
92 minutos.
8 (ocho) puntos
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