El western como historieta tanguera
Del 1 al 4 de agosto, Crack Bang Boom abre sus puertas para un
itinerario explosivo de historietas, charlas, muestras, y el homenaje al
guionista Ray Collins: “Cuando cristalizan sueño y vida, eso es la historieta
para mí”.
Por Leandro Arteaga
Entre lo muchísimo que la
inminente cuarta edición de Crack Bang Boom propone (ver recuadro) figura el
homenaje a uno de los mayores guionistas de la historieta argentina de todos
los tiempos: Eugenio Zappietro, más conocido –entre seudónimos varios- como Ray
Collins. O también, autor de ese capítulo fundamental dentro de la narrativa
policial que significa Precinto 56,
con dibujos de Lito Fernández.
Escritor de Canadá Joe, Conrack, Henga, Águila Negra, Rocky Keegan, entre mucho más, Collins a transitado
fundamentalmente las páginas de las editoriales Record y Columba, con personajes
que han alcanzado una popularidad más allá de Argentina, en países como Italia,
Francia y España. Pero este cronista tiene su preferencia y se la dice al
entrevistado.
“¿El Cobra? ¡Me gustó muchísimo hacerlo! Tanto, que incluso hice una
continuación, que tiene que ver con El
Cobra ‘antes del Cobra’. El primer capítulo se llama ‘Una historia gótica
dentro de mí’, cuando él vuelve a su pueblo. Ahí hay una historia de amor muy
interesante, porque para que haya un problema, ¡tiene que haber una mujer!” ríe
el gran Ray Collins con Rosario/12.
“El Cobra era un episodio unitario, era un pistolero a sueldo, pero
el editor me pidió de seguirlo. Yo pregunté con quién la iba a hacer, y me
dijeron con Arturo (del Castillo), con quien había hecho Garrett. El Cobra es para
mí un hijo directo, se lo digo en serio. Con lo que usted siente como lector ya
soy feliz, porque establecí un amigo que recuerda al Cobra, que es una de las
cosas que más he querido. Una vez, cuando me hicieron un pequeño diplomita me
dijeron ‘¿con un dibujo policial?’, ‘No’, les dije, ‘con un dibujo del Oeste’,
y el diplomita pasó a tener un dibujo de Arturo del Castillo. Me gusta el
policial más que comer, pero el corazón lo tengo en el Oeste. He visto cosas
muy buenas: películas, historietas… Laredo,
Ranger de Texas, ¡lo que era!”
-A lo largo de sus historietas uno distingue un personaje prototipo,
que acarrea siempre un lamento, con melancolía. Lo pienso tanto en El Cobra
como en Zero Galván, Canadá Joe…
-Tiene que ver con la
nostalgia. Es una nostalgia que hace que incluso a los malos recuerdos uno los
pinte de colores. La mayoría de mis personajes tiene pasado, hay una carga en
algún lado que va a definir en alguna situación lo que hagan. A veces los
personajes se nos escapan, porque si le pintamos un pasado van a hablar y se
van a mover como nosotros creemos que somos, lo que nos lleva a meter la mano
dentro de nosotros mismos para sacar lo que no sabíamos que tenemos. Allí
aparece el sentimiento puro, el “esto me recuerda a…”, el toque de melancolía.
Cuántas cosas ha leído uno, y sin embargo el hombre siente lo mismo que sentía
en la caverna, lo que cambian son las circunstancias que le rodean.
-¿Qué le significa un homenaje?
-La primera gran
satisfacción de la historieta es haber dado algo de uno mismo y que eso alguna
vez haya establecido una relación con el lector, porque es él el que establece
un recuerdo. A través de la historieta, uno hizo lo que ama. El premio es ése,
es el diálogo que en algún momento se estableció, con una generación que luego
se lo pasó a la otra. A veces me encuentro con gente que sabe más sobre mi
trabajo que yo. La historieta está muy emparentada con el fútbol, como en
Fontanarrosa, tienen la misma entraña, forman parte de algunos entresijos que
los hombres tenemos. Siempre digo que Nippur
(de Robin Wood) era formativo: si un hombre se cae cien veces, se levanta
ciento una y no pregunta para qué. Son cosas que van con uno, como alguna
película que nos emocionó a los 10, 12 años, y que a veces no tiene que ver con
lo que nos rodea, con lo contingente. Recuerdo a los 9, 10 años, cuando
llegaron aquí Batman y Robin, también Superman, y no tuvieron jamás una
andadura, mientras que sí la tenían las historietas argentinas de ese entonces.
-Historietas que hicieron posible una amistad.
-Es que la historieta nos
toca un poquito la cuerda emotiva y por eso no la olvidamos, como yo no olvidé a
los héroes que tuve de chico, que estaban en el Patoruzito, como Rinkel el Ballenero. Jamás pensé que iba
a hacer historieta, pero fue el vehículo mío para todo lo demás. Cuando me di
cuenta de que podía hacer una historieta, me dije: acá se puede poner todo lo
que se siente. Cuando alguien se pregunta si la historieta es un arte menor,
una artesanía, una cosa bastarda, al decirlo están insultando a los lectores.
Fijesé usted, si yo no hubiese hecho historieta hoy no podría hacer literatura.
Las novelas que llevo escritas partieron desde la música de la historieta.
-Me encanta cómo los personajes pasan a tener carnadura y unen
generaciones. De chico, mi viejo me contaba sobre las revistas que él había
leído.
-Se forma una comunidad, una sociedad secreta, una “masonería”;
cuando se dice “pertenezco a la historieta”, uno lo dice porque ha sido, y es,
feliz leyendo historietas. Recuerdo que en el secundario leía Intervalo Extra, ahí conocí a Ibsen, a
Strindberg, a través de las versiones que dibujaba Arturo del Castillo, con
quien luego trabajaría. Es decir, ya era una cofradía entre quien lee y el
dibujante, porque la partitura de la historieta se completa en el lector. La
titularidad la tiene el lector. En la historieta todos somos catedráticos y
académicos sin haber pasado por la escuela, y se llega a una amistad que nunca
se termina. Hay historietas que rozan mucho lo que somos, como en el tango.
Personajes que a veces decían lo que nosotros sentíamos. Donde a veces el
cobarde no lo era tanto. Hay maneras de potenciar la historieta, pero no desde
el efecto visual, sino desde el efecto interno. El guionista habla por lo que
hace sentir, y a veces un poquito por lo que hace pensar, simplemente
estructura una situación ya conocida por el lector. La historieta es una
síntesis de una serie de cosas que tienen que ver con la vida.
Muchos, muchos artistas, en CBB
Organizado por Centro de Expresiones Contemporáneas,
con asesoría del dibujante Eduardo Risso, Crack Bang Boom sumará la presencia
de los artistas internacionales David Lloyd (V for Vendetta) y Paul Pope (Batman:
Year 100). Entre los nombres confirmados destacan también: Darío Brizuela,
Oscar Capristo, Will Conrad, Felipe Massafera, Nicanor Loreti, Alejandra Lunik,
Danilo Beyruth, Marcelo Costa, Pablo Túnica, Damian Couceiro, Magno Costa,
Scott Allie, Sebastián De Caro, Lito Fernández, Jok, Cacho Mandrafina,
Carlos Nine, Lucas Nine, Manuel Depetris, Esteban Tolj, Martín Canale. Toda la
información en http://www.crackbangboom.com.ar/
El nombre que es todos los nombres:
Eugenio Zappietro (Ray Collins).
Por Leandro Arteaga
(artículo presente en el Catálogo de CBB4)
Cuando la silueta se recorta en
contraluz, desde el contraste, y asoma para permitir reconocimiento en el
lector, hay algo indecible que finalmente es: ocurre la simpatía –para siempre-
con el personaje.
Como si se tratase de otro de sus
seudónimos, “Zero” Galván esconde, así como “Ray Collins”, al nombre verdadero.
Juego de apariencias, espejos, ingenios, que continúa en una lista que incluye,
entre otros, a Mario Galván, Eugenio Reynal Arrigo, Rogelio Costa, Pietro Zanga, J.P.
Wanamaker, Diego Navarro, Pierre Gascog, Rodrigo Cavalls.
Tantos como, todavía más, son los
personajes y series que el ingenio de Eugenio Zappietro –el primero de los
nombres, guionista insigne para la historieta argentina de todos los tiempos-
hubo de escribir: Dennis Martin, Skorpio, Helena, Mandy Riley,
Garret, Loco Sexton, El Cobra, Canada Joe, Nekrodamus, Henga, Aguila negra, Rocky Keegan, Alan Braddock, Jackaroe,
Grand Prix, Grace Henrichsen.
Lo que equivale a decir -a partir de él, junto con él-: Lito
Fernández, Ernesto García Seijas, Arturo
Del Castillo, Carlos Vogt, Horacio
Lalia, Juan Zanotto, Francisco
Solano López, Gerardo
Canelo, Juan Dalfiume, Alberto Macagno.
Hay muchos dibujantes más, hay
muchísimas historietas más. Repartidas entre el mundo editorial extraordinario
que supo existir para la historieta argentina: Abril, Récord, Columba; también
hacia el otro lado del Atlántico, por medio de la Eura italiana. Es decir, los
muchos nombres de Zappietro han ido y venido a través de los tiempos, con la
gracia inmortal que el papel de historieta depara pero que, sobre todo, la
memoria lectora guarda. Ese es el logro mejor –cree este comentarista-: que en
el imaginario lector pervivan las hazañas y tristezas leídas.
En este sentido, ningún nombre entre
todos los referidos como el de Ray Collins, sea por casualidad, sea por
capricho del paso del tiempo, sea por sonoridad, sea por coincidencia con el
actor de Hollywood. También, ninguna historieta mejor que Precinto 56, inicio formal del Comisario Inspector Eugenio Zappietro
dentro del policial, así como obra de relieve para el desarrollo del género.
Por un lado, Precinto 56 en tanto encargo expreso que en 1963 el entonces
director de revista “Misterix”, Hugo Pratt, hace al escritor. Allí lo dibujará
José Muñoz, y es pertinente pensar la herencia que existirá en el andar
apesadumbrado de su posterior Alack
Sinner, junto con Sampayo. Pero el Precinto
56 que todos conocen es el que sucederá en las páginas de “Skorpio”, con
los dibujos de Lito Fernández. Un clima sórdido, de melancolía, para las
peripecias del teniente Zero Galván. Peripecias que son desventuras, con
disparos y sangre, muertos y corrupción, con el clima moral de una New York
caída, donde Galván, puertorriqueño de origen, vive como un paria que ha sido
mordido, solo en el dolor de la herida, como caballero –al decir chandleriano-
nacido en el siglo equivocado.
Collins/Zappietro abre un abismo de
poesía negra, que es canción de antihéroe, agonía de una época, teñido de la
paradoja gráfica de Fernández, quien recrea la ciudad desde la ilusión de sus
marquesinas o publicidades, con rubias fatales de sonrisas blancas, en viñetas
cargadas de negro, con una dinámica cada vez más ágil entre los episodios, sin
perder la figuración que la prosa del guión tantas veces evita, al caer presa
de un malestar lírico. Por eso, Precinto
56 es una de las mejores historietas negras de todos los tiempos. En ella
están Dick Tracy y Vito Nervio, la serié noir norteamericana, y el cine urbano: el de las ciudades de
noches lluviosas, con la poesía del asfalto corrupto como móvil para una
defensa moral que parece extinta.
Hábil con sus alias, fue el mismo
seudónimo de siempre el que le valió a Ray Collins el galardón del Concurso de
Novela Negra 2011 Extremo Negro, con Mi
nombre es Zero Galván. Una aventura, ahora literaria, que prosigue y da
cuenta de la actualidad de su personaje y de este Precinto 56, acuñado aquella primera vez desde el pedido de Pratt,
vuelto figura de relieve para la obra vasta de su autor, a quien Crack Bang
Boom homenajea como signo de afecto.
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