En un pueblo de todos viejos
Historias que sólo existen
al ser recordadas se estrena hoy con la presencia
de Julia Solomonoff. Festivales y reconocimiento crítico para la película de
Julia Murat.
La razón del título Historias que sólo existen al ser recordadas es, de por sí, esencia del film. Julia Murat, la directora, hubo de señalar que éste formaba parte de uno de los diálogos de la película, omitidos en el montaje final. “Una fábula se puede borrar en cualquier momento, ser olvidada si no se cuenta de generación en generación. No puedo pensar en nada más simbólico: el título de la película aparece a través de un diálogo que fue borrado, abandonado, olvidado” se lee en el pressbook de la película que hoy, a las 20, estrena El Cairo Cine Público (Santa Fe 1120) con la presencia de Julia Solomonoff, productora de la ópera prima de la realizadora brasileña.
En diálogo con Rosario/12,
Solomonoff –quien así como realizadora de Hermanas
y El último verano de la Boyita, ha oficiado
desde la producción en títulos como Cocalero,
de Alejandro Landes, y en Todos tenemos
un plan, de Ana Piterbarg, que se estrena hoy en Buenos Aires- señala estar
muy contenta por lo que significa el estreno en Rosario, su ciudad, pero
también como consecuencia del “sabor dulce” que le provoca “una película en la
que vengo involucrada desde hace varios años, por cómo ha sido recibida en su
recorrido por distintos festivales así como en su estreno en Buenos Aires la
semana pasada”. Entre estos festivales, destacan Venecia, Toronto, San
Sebastián, Rotterdam. Y un rápido repaso a la reacción de la crítica respecto
de su estreno nacional, dará buena cuenta de la adhesión positiva y
generalizada que el film de Murat ha provocado.
“Es la historia de un pueblo en Brasil –la película
está enteramente rodada allí-, en donde pareciera que el tiempo se ha detenido,
el cementerio está cerrado, nadie muere, es un pueblo de todos viejos. Lo que
sucede tiene algo de fábula. A este lugar llega una joven fotógrafa que de
alguna manera va a irrumpir en la rutina que tiene el pueblo, para descubrir
también ciertos rituales y ciertos secretos” apunta Solomonoff. “La manera en
la que me fui envolviendo en la película comenzó desde una amistad con Julia
(Murat), en el 2006. Ella estaba desarrollando este guión en Madrid, en la
residencia de la Fundación Carolina/Casa
de América, mientras yo estaba con el guión de El último verano de la
Boyita. Ana Piterbarg estaba con el guión de Todos
tenemos un plan. Éramos un grupo como de veinte personas, pero por alguna
razón Julia, Ana y yo terminamos conviviendo en unos edificios, un poco separados
de la ciudad universitaria; la razón tenía que ver con que teníamos hijos y teníamos
que ocuparnos de ellos. Esto significó un trabajo de colaboración, de ayuda y
amistad, que con el tiempo fue derivando en participar en la tarea de
producción de las dos películas, la de Julia y la de Ana.”
-¿El rol de
productora es disfrutable?
-Es disfrutable; de todas maneras, si me preguntás
qué prefiero hacer, prefiero dirigir. Pero, al mismo tiempo, producir me ayuda
a pensar cómo dirigir, desde un ángulo distinto como es el de la producción y,
a veces, es importante tener esa perspectiva, tal como acostumbramos a estar
los directores, metidos en nuestros sueños y nuestra historia. A mí lo que me
gusta mucho de producir productos como estos, en los que uno cree
profundamente, es que están hechos con mucho amor. Me gusta ver cómo se van
sumando las distintas voluntades para volver realizables las cosas. Así como en
el caso de Cocalero, una coproducción
que envolvía a Bolivia y a un director boliviano-ecuatoriano, me gusta hacer un
poco esas ligazones entre distintos países latinoamericanos. Me interesan esos
vínculos, así como me interesa Brasil, ya habiendo trabajado también bastante
con Walter Salles en Diarios de
motocicleta. Me gusta ver cómo es el cine en otros lugares, cómo se
financia, cómo responde el público. Lo que hago como productora es un trabajo
que tiene que ver, en parte, con entender el armado financiero, pero lo que
hago es un trabajo creativo que consiste en identificar dónde habría que buscar
los fondos, quiénes serían las personas indicadas para el proyecto y, en el
caso de Julia y en el de Ana también, realizar un trabajo muy cercano al guión,
a la edición, al casting, y al armado del equipo técnico. Como se trataba, para
las dos, de una ópera prima, les resultó interesante tener una perspectiva
cercana, con un poquito más de experiencia como la mía.
-Hablás de las
tareas simultáneas que significan hacer cine, y se nota también cómo tu obra se
inscribe desde esta totalidad, no hay un corte entre la producción y la
realización.
-Eso es lo que trato de hacer. El haber trabajado
con directores como Walter Salles, Carlos Sorín, Luis Puenzo, me permitió ver cómo
piensan otros la dirección. Por momentos, a la hora de dialogar con otros
directores, eso es algo que me ayuda tanto como mi propia experiencia. He
estado muy adentro del proceso de otras películas y otros directores.
-Cuál es tu proyecto
próximo, como realizadora.
-Justamente, mi primer proyecto es parar un poquito
el tema de la producción porque no tengo una estructura, no puedo hacer las dos
cosas a la vez, y tengo ganas de dirigir una ficción. Fue un enorme desafío y
algo difícil hacer los documentales sobre el Paraná -Paraná Ra’anga-, que salieron por canal Encuentro en coproducción
con Señal Santa Fe, me dieron muchas satisfacciones y me tomó prácticamente dos
años. Ahora estoy con mucha necesidad de volver a la dirección y sobre todo de
ficción. En estos días estoy trabajando en una adaptación que en su momento
habíamos anunciado, pero que estaba un poco parado, sobre Las grietas de Jara, de Claudia Piñeiro, y por primera vez estamos
considerando la posibilidad de traer este proyecto a Rosario para rodarlo aquí.
Estamos investigando porque Rosario está atravesando un momento que me parece
interesante para pensar, debatir y observar, que tiene que ver con las
transformaciones urbanas y edilicias del último tiempo. Me interesa ver cómo estas
transformaciones dialogan o interceptan los espacios públicos que para mí han
sido el gran tesoro de la ciudad en los últimos veinte años. Estoy sorprendida
por las transformaciones, no creo que sean necesariamente negativas, a la vez
que obligan a que todos los habitantes de una ciudad piensen qué ciudad
quieren.
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