Una cultura de
imágenes para amar
Román Gubern visitó
Rosario con reflexiones y pasión por una cultura de imágenes plurales. Cine, nuevas
tecnologías, divas de Hollywood, y los sueños infantiles.
Dueño de una claridad conceptual que se admira así
como de un recorrido académico y literario notables, Román Gubern se presentó
durante la mañana de ayer en Parque de España para conferenciar sobre “Los
retos culturales del horizonte televisivo”, en el marco de la VIII Asamblea General de la Asociación de las
Televisiones Educativas y Culturales Iberoamericanas (ATEI), co-organizada por ATEI
y el Ministerio de Innovación y Cultura de Santa Fe.
Autor de libros de referencia para el estudio de la
imagen fotográfica y digital, el cine y el cómic –Entre muchos más, Historia del cine (1969), El simio informatizado (1987), El discurso del comic (1988), La imagen pornográfica y otras perversiones
ópticas (1989)- el catedrático español diseminó ideas siempre dichas y
veneradas, sea por él como por sus lectores. En diálogo con Rosario/12, Gubern se explayó aún más acerca del supuesto
sostenido por este cronista; a saber, si la preocupación por la imagen quizás
fuese un requerimiento anterior a la fascinación que provocan las nuevas
tecnologías.
“Mire, hace pocos días tuve la fortuna de ver la
última película de Werner Herzog (La
cueva de los sueños olvidados), una película sorprendente, rodada en la que
se supone es la cueva más antigua de pinturas prehistóricas, la cueva de Chauvet,
en Francia –apuntó-. Digo fascinante porque dado que a mí me interesa mucho el
origen de la imagen, esto me fascina. Hay muchas teorías. Como la de haciendo
rayas en el barro, azarosas, y de pronto… ‘¡caramba, eso se parece a un perro!’.
¿Quién sabe? Hay muchas hipótesis. Mientras Herzog recorre el interior de las
cuevas hace una serie de reflexiones. Una de las preguntas que se hacían los
biólogos era si el león prehistórico tenía melena. Y ¡violà! ¡La respuesta! Los
leones prehistóricos de hace treinta mil años en Europa no tenían melena. Es un
dato empírico que no podía verificarse. Yo tengo una hipótesis sobre el origen
de la imagen, y escribí para eso un cuento, que está inédito, donde un hombre
prehistórico va por una llanura y de pronto ve a lo lejos un oso, se agacha y se
esconde, está agazapado, esperando que no le huela, los minutos pasan, atisba,
y ve al oso aparentemente dormido. Hasta que empieza a dudar, ¿no será una
piedra? El oso no era un oso sino una roca. Ese podría ser el nacimiento de la
imagen, la imagen no como actividad, sino como pasividad, no como acción sino
como recepción. ¡Esto en ‘teoría Román Gubern’, eh! A diferencia de mi
generación, los niños nacen con los televisores en casa, y aprenden
empíricamente sobre el camello, el elefante, el avión, lo que fuere. Sé que en
Barcelona había un grupo que iba a las aulas de cinco o seis años, les llevaban
una flor natural y una foto en color de esa misma flor, y les decían ‘a ver,
explíqueme la diferencia entre esto y esto’, lo que no es tan fácil, ya hay que
racionalizar algo que se parece pero que no es lo mismo, y me parece excelente.
Es una preocupación que he tenido durante muchos años, porque hay una serie de
retóricas icónicas, para seducir al ingenuo, donde la publicidad comercial
aparece como el caso más obvio.
Gubern hubo también de participar en calidad de
argumentista y guionista cinematográfico, con realizadores como Vicente Aranda
y Jaime Camino. El cine, pasión para Gubern, es inseparable de sus reflexiones,
de sus citas, de los nombres de Buñuel, Eisenstein, Lang. “Es verdad que la
imagen nos hace llorar, nos hace reír, nos deprime, nos alegra. Hay un género
de cine que yo adoro, el cine negro americano, con películas como Laura, Secreto tras la puerta, que ha sido el amor cinéfilo de mi adolescencia.
Esa ambigüedad moral entre lo bueno y lo malo, la frontera, la decisión
equívoca, el claroscuro… Me reconozco hijo de la cultura de la imagen, sobre
todo durante la España
de Franco, en un país depauperado, lleno de curas, militares, falangistas, fascistas,
y aunque yo no tenía formación política, había un instinto de algunos niños de
darse cuenta de que aquello no nos gustaba y nos metíamos en el cine para soñar
con los ojos despiertos, y volábamos a Alaska, y a Nevada y a Bagdad. Yo soy de
esa generación, que se ha formado con el cine como refugio, como huida de una
realidad ingrata donde había hambre, miseria, uniformes. Luego lo he
racionalizado, he escrito libros, pero la materia prima viene de los sueños
infantiles, de mi iconofilia, de la imagen como consolación, como ensueño, ¡como
estímulo erótico, que no es lo menor! Los amores prohibidos, la oscuridad de la
sala… En sus memorias, Anita Loos -que era guionista y novelista americana,
autora de Los caballeros las prefieren
rubias y de una obra menos conocida: Pero
se casan con las morenas- señala que a principios del siglo XX aprendían
las técnicas del cortejo y del beso en las películas, aprendían los rituales
del amor en el cine. Yo me pregunto: cuando un adolescente entra en Internet, y
de pronto se topa con una triple penetración, ¿cómo metaboliza, un niño o una niña de
doce, catorce años, lo que ve? Comparado con Anita Loos, que se fijaba en el
beso, en cerrar los ojos, en poner la cabeza hacia atrás, hay un salto mortal.
¿Cómo metabolizan los adolescentes eso? No lo sé. Me lo pregunto, pero no lo
sé."
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