Puertas
cerradas y detectives
Versiones
en historieta de cuentos policiales clásicos dan cuerpo a Misterios de cuarto
cerrado. Variaciones sobre el crimen tras la puerta. Destaca la participación
de Leandro Fernández, dibujante de la ciudad.
Por
Leandro Arteaga
La portada invita. Así como en la película de
Carlos Hugo Christensen: No abras nunca
esa puerta (1952), donde dos relatos de William Irish dan cuerpo a uno de
los grandes títulos del cine policial argentino. Pero acá se trata de
historietas. Es la imagen de una puerta cerrada, desde el punto de vista de
alguien que acerca su mano enguantada al picaporte. Por debajo, asoma un charco
de sangre. En verdad, quien se dispone a abrir lo que no debiera es el lector,
ante la primera de las páginas de enigmas que propone Misterios de cuarto cerrado, editado por Pictus.
El responsable de esta puerta de muerte es
Leandro Fernández, oriundo de Casilda, discípulo de Marcelo Frusín y Eduardo
Risso, otros de los grandes dibujantes que ha dado la historieta de la ciudad.
El libro habilita al lector a conocer un poco más a este artista de ritmo
sostenido, responsable de numerosas páginas para sellos como Marvel y DC.
Misterios
de cuarto cerrado tiene eje en los guiones del uruguayo Rodolfo Santullo, quien
se ocupa aquí de versionar relatos clásicos de la literatura policial para un
plantel gráfico notable. El mismo escritor se ocupa de interiorizar acerca de
la organización de la obra, mientras apunta desde el prólogo que es con
"Los crímenes de la calle Morgue", dibujado por Fernández, donde
encontró el "faro que guionista y dibujantes usamos para llegar a buen
puerto".
Constituye un reconocimiento de filiación
situar dos cuentos de Edgar Allan Poe como principio y final del libro. En el
primer caso, "La carta robada", con dibujos de Oscar Capristo. París,
1844, noche de luna, carruaje y empedrado. El clima de lectura viene de la
mano. Ahora bien, quien haya leído cualquiera de estos cuentos, mal hará en
adelantar las resoluciones, mejor será entrometerse en la mirada gráfica desde
la cual son recreados. De este modo, Capristo realiza una puesta al día de
acción y vértigo allí donde parecía todo quieto, a la espera de la mirada
atenta que descubra lo que está a la vista. Para despedirse con una página
final hermosa, en donde un cuervo aletea y divide viñetas.
En "Los crímenes de la calle
Morgue", con dibujos de Fernández, es el propio Poe el protagonista de la
historia, con su rostro cansado, de muerte escrita. El vestuario, la ciudad,
las habitaciones, provocan un ánimo lúgubre, sobre una razón que busca una luz
mientras el sinsentido amenaza. El mono asesino es sabido, pero la manera desde
la cual se arriba a su aparición y conclusión logra una resolución de impacto;
antes, es el fuera de campo el que predomina, lo no visto, lo que se completa
en el deseo, en el miedo de cada uno.
La presencia de Arthur Conan Doyle destila en
los lápices de Lisandro Estherren, quien ya colaborara con Santullo en Etchenike (Pictus). En "El
jorobado" sobresale el grafito, casi sin intervención de la tinta. Lo que
aporta una sordidez rara, que atraviesa de brumas al personaje maltrecho tanto
como al mismo Sherlock Holmes. Los dos, en suma, protagonistas de un ámbito
victoriano, de moral a la fuerza, con la razón como ejercicio rector mientras
el misterio contradice. En "La banda de lunares", el dibujo de Juan
Manuel Tumburús agrega una dinámica diferente, con un Holmes más jovial. Es
notable cómo el mismo personaje puede tener caracterizaciones diferentes, sin
olvidar aspectos esenciales como su intrepidez.
Hay lugar también para Wilkie Collins con
"Una cama terriblemente extraña", a partir de los dibujos de Juan
Ferreyra: un hombre muere por asfixia en su habitación, herméticamente cerrada.
La policía desespera y pide ayuda al detective Faulkner. El rostro de la muerte
es espantoso. Y Faulkner, por interés a la verdad, tendrá que vivir en carne
propia la misma experiencia.
La sensibilidad de G. K. Chesterton acompaña
los trazos de Kwaichang Kráneo en "El hombre invisible", y de Matías
Bergara en "La forma equívoca". En el primero, el padre Brown reviste
una fisonomía bonachona, casi de caricatura, mientras esconde una sagacidad
rápida. En el segundo, Bergara inunda de sombras y blancos al sacerdote,
dualidad intrínseca que guardan el cielo o el infierno. Planos detalle,
texturas, rostros fragmentados, angulaciones variadas, para uno de los mejores
relatos del libro.
Y por último, un espacio merecido para el
escritor norteamericano Jacques Futrelle, cuyo Profesor Augustus S. F. X. Van
Dusen aparece aquí por cortesía de Roberto Viacava en "El problema de la
celda 13". El desafío de Van Dusen - "un hombre inteligente podría
escapar de cualquier prisión"- es excusa para un relato sin fisura, con el
Profesor encarcelado y el lector ensimismado en sus ocurrencias.
Los crímenes de la calle Morgue, por Leandro Fernández |
Entre los nombre ilustres de las historietas policíacas, un listado incluiría
a Dick Tracy, el Agente Secreto X9, Batman
y Tintín. Pero a nivel local hay
ejemplos ilustres. Entre ellos, las aventuras de Vito Nervio, a partir de 1945 en revista Patoruzito, con guiones de Domingo Repetto y dibujos
de Emilio Cortinas.
Luego lo continuarían Leonardo
Wadel y Alberto Breccia. Otros referentes tempranos son Mark Cabot (Alberto Ongaro y Carlos Vogt), en Rayo Rojo de editorial Abril, y Cayena (Héctor G. Oesterheld y Daniel Haupt), en Hora Cero semanal. Con un prisma
moderno, los guiones de Eugenio Zappietro dan luz al teniente Zero Galván en Precinto 56, aparecida en Misterix con dibujos de José Muñoz,
luego devenida serie de culto en Skorpio,
con arte de Lito Fernández. A la vez, quien hace de las suyas para sobrevivir
es Savarese, el inmigrante italiano que
será agente del FBI, otra historieta de culto que Robin Wood y Domingo
Mandrafina realizaran para la D’Artagnan de Editorial Columba. Es también Mandrafina quien ilustrará
los guiones de Guillermo Saccomanno para El
condenado, otra serie magnífica de Skorpio.
Un ejemplo contundente lo supone Alack Sinner, la obra maestra de Carlos Sampayo y José Muñoz, en donde un manto
negro bañará para siempre el ánimo de cualquiera de sus lectores. La lista no
debe descuidar a Evaristo, la versión
en cuadritos que Sampayo y Francisco Solano López realizaran del verdadero
comisario Evaristo Meneses, publicada en Fierro.
Con Perramus, Juan Sasturain y
Alberto Breccia habrán de lograr un clima sórdido, ambientado en la última
dictadura argentina, en donde la habilidad de Breccia hace de cada página una
experiencia indecible, al trasladar en ellas una angustia tan reciente como presente.
Desde una mirada parecida, Carlos Trillo ha estampado su genio en Sarna, el policía desagradable –de
pasado sin condena- que dibujara Juan Sáenz Valiente.
Con Inspector Bull, Carlos
Albiac y Horacio Lalia recrearon una Londres victoriana de nieblas y misterios.
Lalia, justamente, es uno de los nombres dentro del mundo del cómic asociados a
Edgar Allan Poe y Howard Phillips Lovecraft. Alberto Breccia también los
versionó. Vale destacar que muchas de estas historietas, con buenas ediciones
locales, todavía se consiguen. Así como las infaltables bravuconadas de Boogie, el Aceitoso, de Roberto
Fontanarrosa, en plenitud de gestos cómplices hacia los lugares comunes y (no
sólo) norteamericanos de esta narrativa incansable.
En este recorrido, la vuelta sobre los nombres de Rodolfo Santullo y
Leandro Fernández la permite Far South,
editado por Puro Comic: un submundo noir criollo, de encanto prostibulario,
matón, corrupto, localizado en un “sur lejano”, casi mítico, que es cruce entre
el campo y la ciudad.
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