Cuando las imágenes explotan
Dueño de una lírica molesta, que descoloca, la nueva película del autor
de Sin aliento desconcierta al referir el final del cine y su necesidad, con
imágenes digitales, recuerdos analógicos y la confirmación de que la pureza es
imposible.
Por Leandro Arteaga
Tener en pantalla una película de
Jean Luc Godard no es algo que suceda a menudo. Que su último y maldito film, Adiós al lenguaje, ocupe la cartelera
central de Cine El Cairo es noticia. Sea por el Premio del Jurado en el último
Festival de Cannes, sea por el desdén del cineasta hacia este Festival. En
última instancia, lo que importa es la película. Y como se trata de Godard, se
trata de cine.
Desde dónde abordar Adiós al lenguaje, qué aspectos
subrayar, es un desafío que bien vale enfrentar. Sin demasiado preámbulo. Ver
cine, parece, se ha vuelto una costumbre narrativa simplista, de sinopsis
previas que nada dicen y de supuestos géneros preconcebidos. En este sentido,
procurar el encuentro de un hilo narrativo en este film no tiene mayor sentido,
o quizás tanto como el que guarda una pista falsa. A partir de allí, será mejor
deshacer lo supuesto y ver qué es lo que suponen un hombre, una mujer, un
perro.
Tres figuras que confluyen a la
vez que se les arroja, metafísicamente, hacia su adentro. Un adentro que es
hacia fuera. Así, mejor pasear desnudos, desprovistos de lo inmediato, en
diálogos que son monólogos. Es que los encuentros de esta pareja son un
secreto, una transgresión. Sus decires explotan en la imagen mientras ésta
dispara hacia otras posibilidades. De esta manera, lo que se origina es una
convivencia de fragmentos, de momentos suspendidos -de puntos suspensivos- que
se saben discursos en trance. Rasgo, por otra parte, inherente a la poética
godardiana.
Esta sumatoria de momentos es
también esencia fílmica. El cine es montaje, es yuxtaposición de imágenes que
provocan otras en el que mira. Todos miran lo mismo pero distinto. En esa
situación magnífica el cine se convirtió en arte. Algunas películas lograron
alcanzar ese momento sublime; La ventana
indiscreta de Alfred Hitchcock, entre ellas. El cine de Godard es puesta en
escena de esta misma problemática moral, y Adiós al lenguaje oficia como una
línea límite, con el cine y su carga ontológica interrogada a partir de lo que
(no se sabe muy bien qué) será. Algo que ya estaba presente en la estética de sus
anteriores trabajos, como lo demuestra la precedente Film socialisme (2010).
Ese límite entre lo que ha sido y
será, es crisis abierta por el soporte digital. Imágenes fotográficas, ahora,
eran las de antes. Adiós al lenguaje
tiene momentos donde - habitual en Godard- la imagen guarda otras; en este
sentido, el cuadro contiene escenas del cine de Howard Hawks, de Rouben Mamoulian,
dentro de esa caja ahora denominada plasma, con tecnología DVD. En todo caso,
lo que se aprecia es una calidad que varía, que oscila entre negros que diluyen
los rostros de ese Hollywood clásico, de ese siglo que ya se fue, cuya pantalla
grande siempre dejó ver la misma película, desde cualquiera de las ubicaciones
de la sala. Pero un monitor no guarda precisión si su imagen de píxeles es
vista de costado. En todo caso, la manera de mirar imágenes ya no es la misma,
aunque de todos modos -parece decir Godard- el desnudo femenino sea el mejor de
los efectos especiales (y digitales).
Ahora bien, ¿qué significan
determinadas imágenes o situaciones, así como la película toda? ¿Qué importa?
En todo caso, lo que sí será relevante es lo que suceda en el lugar mayúsculo
de esa experiencia, es decir, en el espectador. ¿Qué le pasa al espectador
cuando mira? ¿Cuáles asociaciones extrañas despiertan ante los colores
digitalmente saturados, las citas filosóficas y cinematográficas y literarias,
la placidez del sueño del perro? Antes que interpretar, será mejor sentir esa
desprotección íntima, capaz de hacer del espectador alguien sujeto a un vaivén
emocional que le devuelva sensaciones que creía dormidas, desde ese fuero
interno donde cada uno se sabe frágil e inmenso.
¿De qué modo plasma Adiós al lenguaje todo esto? Desde la
proposición que es sentimiento para esta nota. Nada de imposición lectora, de
interpretación irrebatible, de entendimiento predigerido; mejor, que se trate
de la celebración que del film cada uno desee. Para arribar a un momento de
recogimiento, en donde prime la pregunta por la necesidad de las palabras, de
las imágenes. Ese grado cero al que algunas veces el cine se anima. Como en La ventana indiscreta, como en El increíble hombre menguante de Jack
Arnold. Hay imágenes que no se pueden lograr, palabras que nunca serán dichas.
Desaprender tanto cine como sea posible, en busca de una intuición lejana, casi
posible. Ese parece ser uno de los cometidos de Adiós al lenguaje.
Porque la película - entiende este
cronista- alcanza este cometido, entonces puede el lenguaje renacer. Y
potenciar, vivificar, remozar ese arte, el cine, que es mucho más que lo que en
el siglo pasado fue, ahora vuelto lugar que se interroga hacia lo que todavía
habrá de ser. Sea tranmediático o digital, el cine continúa como lugar matriz,
primero, esencial. Sin reflexión sobre él, ¿qué queda?
Habrá muchas observaciones,
objeciones, que hacer sobre la filmografía y genio de Jean-Luc Godard. Pero lo
que no puede rebatirse, es que todavía sea lugar de encuentro y desencuentro
para lo que el cine es o parece, así como para lo que la crítica de cine es o
parece. Hay tanto en los apenas 70 minutos de Adiós al lenguaje, que el mejor síntoma será saberse desconcertado
para así buscar amparo en ese mundo inoxidable que el autor ha construido a
partir de Sin aliento (1960):
autocrítico, mutable, de ironía constante.
Adiós al lenguaje
(Adieu au langage)
Suiza/Francia, 2014
Dirección, guión, montaje: Jean-Luc Godard.
Fotografía: Fabrice Aragno.
Intérpretes: Héloise Godet, Kamel Abdeli, Richard
Chevallier, Zoé Bruneau, Christian Gregori, Jessica Erickson.
Duración: 70 minutos.
Sala: El Cairo.
10 (diez) puntos
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