Un monstruo
amigo de los marines
Por
Leandro Arteaga
Hubo un tiempo donde Hollywood se poblaba de
guionistas devenidos cineastas; el paso lógico, gran cine. Ahora se trata de
especialistas en efectos visuales/digitales vueltos realizadores. ¿Entonces?
Entonces, Juliette Binoche y Bryan Cranston como una
(gran) dupla mentirosamente protagónica. Un mero ardid, Japón mediante, para
llegar a lo que de veras importa: al retoño ahora marine (Aaron Taylor-Johnson)
que no puede estar con su familia porque, así las cosas, hay que salvar al
mundo. Es la imbecilidad de siempre, está claro. Pero pareciera que, dado el
acento en los benditos efectos especiales, esto sería lo subsidiario, lo meramente
anecdótico, cuando, antes bien, es el alma del film.
Uno: el científico japonés (Ken Watanabe) muestra al
militar estadounidense su reloj de bolsillo con la hora detenida en la
explosión de… “Hiroshima”, le dice. El yanqui mira mudo. Dos: el marine
recupera su muñequito de juego infantil al visitar las ruinas de su casa
japonesa, para luego regalarlo al niño haitiano perdido, al que devolverá
presto –sin necesidad de revelarse como responsable- a sus padres. El
muñequito, desde ya, es un soldadito. Tres: el marine está desconcertado; mira
a otro marine para saber qué es lo que sucede, éste le responde: “ahora cazamos
monstruos”. Cuatro: su esposa es enfermera o doctora o algo así, esto es, otra
elección de vida abnegada. Cinco: Papá, ¿mañana vas a estar en casa?; papá
marine, qué ejemplo. Seis, siete, ocho, y así.
¿Y Godzilla? Extraordinario, nunca tan verazmente
destructor para el verosímil de determinado cine; es decir, un cine que nada
tiene que ver con el Godzilla de origen: goma espuma, Tokio de maquetas, serie
B, complemento de matiné. Ni qué decir sobre lo que le moviliza en tanto
monstruo, consecuencia de tests atómicos y bomba nuclear. ¿Con qué tiene que
ver este Godzilla? Con el otro bodrio
estadounidense que se estrenó en 1998. Sólo con ese film se puede entender un
diálogo afín; en tal sentido, la nueva Godzilla
no hace más que remozar una misma mirada bélica, jactanciosa de sí misma, en
franco diálogo con Transformers y
similares.
La película que no se llama Godzilla pero que tiene todo su espíritu es Titanes del Pacífico (2013), de Guillermo del Toro. La diferencia
está en que se trata de un cineasta. Allí hay un placer lúdico que no necesita de
correcciones políticas ni, mucho menos, de bajadas de línea. Aspectos que esta Godzilla promueve de manera premeditada.
Por supuesto, hay beso familiar final, hijo con
papá, mamá en uniforme hospitalario (que corre entre la gente y abraza y besa…)
y muchos bomberos que auscultan escombros con oído perspicaz. Eso sí, toneladas
de edificios, tsunamis imparables, vómitos flamígeros, pero ningún cadáver a la
vista. La muerte, ese gran personaje, acá bien escondidito, que no se note. Godzilla, un héroe para toda la familia.
Godzilla
(EE.UU./Japón,
2014)
Dirección: Gareth Edwards. Guión: Max Borenstein, sobre historia de Dave Callaham. Fotografía: Seamus McGarvey. Montaje: Bob Ducsay. Música: Alexandre Desplat. Reparto: Aaron
Taylor-Johnson, Ken Watanabe, Bryan Cranston, Elizabeth Olsen, Sally Hawkins,
David Strathairn, Juliette Binoche, Carson Bolde, CJ Adams. Duración: 123 minutos.
Salas:
Monumental, Showcase, Sunstar, Village.
3 (tres)
puntos
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