Lo que en la
fábula espera
Por
Leandro Arteaga
Que Wakolda,
la tercera película de Lucía Puenzo, transcurra en las inmediaciones del
Bariloche de los ’60, entre nazis refugiados, es la anécdota (tenebrosa). Excusa
que permite situar la acción históricamente (veramente), pero más aún como
disparador de lazos que circulan hacia el presente. En este sentido, antes que
una película sobre nazis, Wakolda es
una película sobre lo nazi.
Para llegar a esta abstracción, es decir, al
concepto, el film de Puenzo cuenta su historia a la manera de una fábula: entre
bosques, una niña, el lobo feroz. Ella es motivo de fascinación del médico de
identidad escondida –se trata de Josef Mengele (Àlex Brendemühl)-, quien
buscará distintas maneras para acercarse. A la madre (Natalia Oreiro) a partir
de su embarazo, al padre (Diego Peretti) desde su fascinación por construir
muñecas: todas únicas, pero la tentación aparece.
Señalar sobre la actuación sobresaliente de los
intérpretes es atinado; pero mejor será pensar en cómo los retrata el cuadro
cinematográfico, en cómo se les articula desde el montaje. Así, los cuerpos de
Oreiro y Peretti son materia a examinar, a fragmentar, sinécdoques de sí mismos.
La cámara de Puenzo los recorta, tanto como a las muñecas su padre diseñador,
como si se practicaran las experiencias descriptas entre las páginas del
cuaderno de Mengele.
Por eso, el delineamiento narrativo, la progresión
dramática, son aspectos que se sienten –se disfrutan-, desde una puesta en
escena conciente, que sabe hacia dónde dirigirse. El desglose de personajes en Wakolda es consecuente, como no podía
ser de otro modo, con el parecer físico de quienes interpretan. Oreiro como la
muñeca bonita, de hablar alemán, educada allí donde también enviará a sus
hijos; Peretti, preocupado por el corazoncito de la muñeca que diseña, es el
rostro de nariz grande: también, como seña física similar, el rostro de Elena
Roger en el de la bibliotecaria del colegio. Un desliz de –poca o mucha-
lucidez se atisba en ambos.
La bibliotecaria sabe dónde se guardan ciertos
libros, pero la consulta requiere de una palabra mágica (Übermensch).
Acceso privilegiado, que tiene sus cancerberos: hay secretos enterrados en
forma de libros, de un rostro vendado, o de un búnker destrozado. También
dentro de cajas con fotografías viejas, que la madre guarda celosamente.
La nena protagonista, Lilith (Florencia Bado), ha
tomado conciencia de su estatura baja. En el colegio, uno de los nenes la ayuda
entre las miradas ajenas. Y le explica: “es un juego”, mientras la mirada de
los pequeños evalúa con números el desfile de sus compañeritas durante la
natación. Ellos, también ellas, felices de numerarse.
Que Wakolda
sea sobre Mengele es lo más pero menos importante. Lo que termina por asomar
–en un plano detalle justo, en la incisión de navaja sobre el marco de la
puerta, donde los centímetros rubrican su razón valedera- es el despliegue de
una manera de pensar que está, que anida, que siempre espera.
Wakolda
Argentina/Francia/España/Noruega, 2013
Dirección: Lucía Puenzo. Guión: Lucía Puenzo, a partir de su novela homónima. Fotografía: Nicolás Puenzo. Montaje:
Hugo Primero. Música: Daniel Tarrab, Andrés Goldstein. Reparto: Àlex Brendemühl, Natalia Oreiro,
Diego Peretti, Elena Roger, Florencia Bado, Guillermo Pfening, Anita Pauls,
Alan Daicz. Duración: 94 minutos.
9
(nueve) puntos
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