De amarillo y a los
tiros
“Al país no le hacía falta un detective que se pasara el rato sentado en un sillón y teorizando... necesitaba alguien tan duro como los propios gángsters... Dick Tracy era ese hombre".
Chester Gould
Por Leandro Arteaga
Dick Tracy sigue imperturbable,
fascinante, encantador. Difícilmente no se le recuerde o, por lo menos, se evoque
su acierto fonético, gracia habitual para tantos héroes de la historieta.
La anécdota es conocida, y por notable se la
reitera: el nombre original que el dibujante Chester Gould (1900-1985) pensó
para este personaje ejemplar era Plainclothes
(“policía de civil”), pero al Capitán Joseph Patterson, editor del Detroit
Mirror, le pareció desajustado y optó por el de “Dick”. Porque así se les dice
a los detectives (también al genital masculino). No sólo eso, sino que Patterson
delineó la primera de sus aventuras, donde el padre de Tess Truheart –novia de
Dick- muere baleado ante la vista impávida de sus familiares. A partir de allí,
la cacería personal de este veinteañero –Gould le estimaba unos veinticinco
años-, de traje negro y gomina en pelo, abocado al rescate de su amada,
secuestrada por la horda de Big Boy. Tracy no tardará en unir fuerzas con la
policía, ser designado detective y descubrir al criminal, el primero de una
larga lista que habrá de perseguir y fulminar.
Big Boy es émulo de Capone, Dick Tracy de Eliot
Ness, y Chester Gould de Dashiell Hammett. El detective inicia sus andanzas en
1931. Son los años de la Gran Depresión
y del cine de gángsters. Sus disparos letales corren –inversamente- a la par de
las metralletas fílmicas de Edward G. Robinson en El pequeño César (1930), James Cagney en El enemigo público (1931) y Paul Muni en Caracortada (1932). Nunca la historieta norteamericana había mostrado
tanta estridencia: el padre de Tess muere de cara al lector, obligado a mirar
el impacto de bala; a partir de allí, la truculencia cobrará aires mayores, al
habilitar la respuesta sinónima sobre los adversarios: más disparos mortales,
incendios, explosiones, golpes, persecuciones, cadáveres.
Con mayor y menor fortuna, el impacto fúnebre-policial de Dick Tracy será relevado en otros cómics: Jim Hardy (Dick Moores), Red Barry (Will Gould), Radio Patrol (Eddie Sullivan y Charles Scmidt), Secret Agent X-9 (Dashiel Hammett y Alex Raymond), y ya en el umbral del cambio de década, el Batman de Bob Kane. Es la época de decantación del género negro en el cine y en la historieta, estilizado por la presencia de gángsters, presidios, policías, algunos detectives. No casualmente, el fulgor de Dick Tracy será durante los años cuarenta, así como también le ocurrirá al mejor cine negro.
Prolifera a partir de allí la galería de villanos deformes, maltrechos, de nombres coherentemente estrambóticos: Lips Manlis (lips: labios), Karpse (corpse: cadáver), Scardol (scar: cicatriz, doll: muñeca), Professor Emirc (crime al revés), Pruneface (Prune: pasa de uva), Shakey (shake: estremecer), Mumbles (murmullos). El detective de Gould delinea de una vez por todas sus facciones geométricas, de líneas tan duras como incorruptible es su carácter. Se suma también un elemento nodal: el popular reloj-radio con el que Tracy mantiene contacto policial ininterrumpido (“Calling Dick Tracy! Calling Dick Tracy!”), junto al ya tradicional piloto y sombrero amarillos, de tono tan saturado como el resto de los colores con los que se vestían las páginas dominicales en la comic-section de los periódicos.
Las aventuras sumarán amigos -B. O. Plenty, Gravel Gertie, su hija Sparkle Plenty, Vitamin Flintheart, Diet Smith, los colaboradores Chief Brandon, Pat Patton, Sam Catchem, Lizz y Groovy- y una familia que crece: además de un niño adoptado (Junior aparece en 1932, hijo de un bandido), Dick y Tess se casarán en la Navidad de 1949 y tendrán dos hijos: Bonnie Braids (1951) y Joseph Flintheart Tracy (1979). La historieta de Chester Gould sumará repercusiones en radio, cine y televisión. Entre sus intérpretes, Ralph Byrd es a quien el recuerdo privilegia.
¿Y qué más? Cantidad enorme de discusiones, condenas, elogios, etc. Quizás una obra maestra tenga que ver con este tipo de reacciones, candentes y difícilmente resueltas. En su fundamental Apocalípticos e integrados, Umberto Eco descree del lápiz de Gould por “acomplejadísimo y sangriento”; el investigador Javier Coma (Detective Story #1, New Comic, 1989) sostiene que “Gould entona (...) un decidido canto al Sistema”, ya que “el expresionismo de Dick Tracy no era crítico sino defensivo; las instituciones, y especialmente la policial, quedaban a salvo de él”. Oscar Masotta (La historieta en el mundo moderno, Paidós, 1982) desdijo a Eco para entronizar Dick Tracy como una “compulsión a reflexionar”, por ser una historieta que “no se integra demasiado bien al sistema social”. Art Spiegelman, el autor de Maus (Dick Tracy, Tiras Completas I, Norma), se refirió al dibujo de Gould como poseedor de “una especie de Expresionismo esquemático”, donde cada rostro era “literalmente un mapa, un mapa del infierno”. El escritor Max Allan Collins debe su tarea –y admiración- a la temprana lectura de Dick Tracy: fue él el relevo, justamente, del propio Gould tras su retiro.
El cine tiene mucho que decir al respecto. En otras palabras, y como ejemplo, conocida es la admiración de Alain Resnais por el trabajo de Chester Gould; ni qué decir tiene que sin el ejercicio del paginar historietas –cuya experiencia arroja a una participación simultánea de tiempos y espacios, perceptibles a la vez- otro habría sido el cine del realizador de Hace un año en Marienbad.
Las firmas siguen, y a esta altura, habrá de pensarse en Dick Tracy a la manera de ese libro-cebolla que el mismo Eco propone como concepto: son tantas las lecturas (las capas de cebolla) que se han añadido, que es imposible leer la obra sin participar de todo lo que se ha dicho o hecho con ella.
Acá, por eso, el film de Warren Beatty. O también: ¿qué mejor manera de decir lo que de Dick Tracy se piensa más que haciendo una película? ¿No es ése el rol del cineasta? Ahora bien, y si de palabras se trata, Beatty supo confesar que Dick Tracy fue la tira de prensa que, siendo niño, lo cautivó: “la primer historieta (comic strip) que no era cómica. La gente resultaba herida, los tiempos de la Depresión eran duros, había un trabajo que hacer y él lo hizo”.
Para su puesta en escena de bribones y asesinos, Beatty se rodeó de un reparto tan formidable como en los cómics: Al Pacino, Dustin Hoffman, Kathy Bates, Dick Van Dyke, James Caan, Henry Silva y, entre muchos más, Madonna como Breathless Mahoney, la femme fatale cuya pronunciación –y necesario recuerdo semántico- del nombre del héroe amenazaba con derretir, por una vez, sus facciones. El plus, junto con unos efectos de maquillaje extraordinarios, lo aporta la participación de Vittorio Storaro, el fotógrafo de Coppola y Bertolucci, aquí dedicado a recrear el esplendor pop de las viejas páginas dominicales, sin incidencia –vale recordar, ya que el cine todavía era analógico- de la tecnología digital.
Hoy a las 22 (1), El Cairo Cine Público (Santa Fe 1120), permite redescubrir –con entrada libre y gratuita- el film Dick Tracy (1990), protagonizado y dirigido por Warren Beatty. Y renovar, de paso, la promesa a medio decir del propio realizador ya que, parece, una segunda parte podría devolverle al cine.
Sólo Dick Tracy -¿quién más?-lograría quebrar el retiro del gran Warren Beatty. Imaginarlo promete: avejentado, de arrugas curtidas, atento al llamado del reloj para revivir, por fin, el gusto de vestir un amarillo impecable.
Con mayor y menor fortuna, el impacto fúnebre-policial de Dick Tracy será relevado en otros cómics: Jim Hardy (Dick Moores), Red Barry (Will Gould), Radio Patrol (Eddie Sullivan y Charles Scmidt), Secret Agent X-9 (Dashiel Hammett y Alex Raymond), y ya en el umbral del cambio de década, el Batman de Bob Kane. Es la época de decantación del género negro en el cine y en la historieta, estilizado por la presencia de gángsters, presidios, policías, algunos detectives. No casualmente, el fulgor de Dick Tracy será durante los años cuarenta, así como también le ocurrirá al mejor cine negro.
Prolifera a partir de allí la galería de villanos deformes, maltrechos, de nombres coherentemente estrambóticos: Lips Manlis (lips: labios), Karpse (corpse: cadáver), Scardol (scar: cicatriz, doll: muñeca), Professor Emirc (crime al revés), Pruneface (Prune: pasa de uva), Shakey (shake: estremecer), Mumbles (murmullos). El detective de Gould delinea de una vez por todas sus facciones geométricas, de líneas tan duras como incorruptible es su carácter. Se suma también un elemento nodal: el popular reloj-radio con el que Tracy mantiene contacto policial ininterrumpido (“Calling Dick Tracy! Calling Dick Tracy!”), junto al ya tradicional piloto y sombrero amarillos, de tono tan saturado como el resto de los colores con los que se vestían las páginas dominicales en la comic-section de los periódicos.
Las aventuras sumarán amigos -B. O. Plenty, Gravel Gertie, su hija Sparkle Plenty, Vitamin Flintheart, Diet Smith, los colaboradores Chief Brandon, Pat Patton, Sam Catchem, Lizz y Groovy- y una familia que crece: además de un niño adoptado (Junior aparece en 1932, hijo de un bandido), Dick y Tess se casarán en la Navidad de 1949 y tendrán dos hijos: Bonnie Braids (1951) y Joseph Flintheart Tracy (1979). La historieta de Chester Gould sumará repercusiones en radio, cine y televisión. Entre sus intérpretes, Ralph Byrd es a quien el recuerdo privilegia.
¿Y qué más? Cantidad enorme de discusiones, condenas, elogios, etc. Quizás una obra maestra tenga que ver con este tipo de reacciones, candentes y difícilmente resueltas. En su fundamental Apocalípticos e integrados, Umberto Eco descree del lápiz de Gould por “acomplejadísimo y sangriento”; el investigador Javier Coma (Detective Story #1, New Comic, 1989) sostiene que “Gould entona (...) un decidido canto al Sistema”, ya que “el expresionismo de Dick Tracy no era crítico sino defensivo; las instituciones, y especialmente la policial, quedaban a salvo de él”. Oscar Masotta (La historieta en el mundo moderno, Paidós, 1982) desdijo a Eco para entronizar Dick Tracy como una “compulsión a reflexionar”, por ser una historieta que “no se integra demasiado bien al sistema social”. Art Spiegelman, el autor de Maus (Dick Tracy, Tiras Completas I, Norma), se refirió al dibujo de Gould como poseedor de “una especie de Expresionismo esquemático”, donde cada rostro era “literalmente un mapa, un mapa del infierno”. El escritor Max Allan Collins debe su tarea –y admiración- a la temprana lectura de Dick Tracy: fue él el relevo, justamente, del propio Gould tras su retiro.
El cine tiene mucho que decir al respecto. En otras palabras, y como ejemplo, conocida es la admiración de Alain Resnais por el trabajo de Chester Gould; ni qué decir tiene que sin el ejercicio del paginar historietas –cuya experiencia arroja a una participación simultánea de tiempos y espacios, perceptibles a la vez- otro habría sido el cine del realizador de Hace un año en Marienbad.
Las firmas siguen, y a esta altura, habrá de pensarse en Dick Tracy a la manera de ese libro-cebolla que el mismo Eco propone como concepto: son tantas las lecturas (las capas de cebolla) que se han añadido, que es imposible leer la obra sin participar de todo lo que se ha dicho o hecho con ella.
Acá, por eso, el film de Warren Beatty. O también: ¿qué mejor manera de decir lo que de Dick Tracy se piensa más que haciendo una película? ¿No es ése el rol del cineasta? Ahora bien, y si de palabras se trata, Beatty supo confesar que Dick Tracy fue la tira de prensa que, siendo niño, lo cautivó: “la primer historieta (comic strip) que no era cómica. La gente resultaba herida, los tiempos de la Depresión eran duros, había un trabajo que hacer y él lo hizo”.
Para su puesta en escena de bribones y asesinos, Beatty se rodeó de un reparto tan formidable como en los cómics: Al Pacino, Dustin Hoffman, Kathy Bates, Dick Van Dyke, James Caan, Henry Silva y, entre muchos más, Madonna como Breathless Mahoney, la femme fatale cuya pronunciación –y necesario recuerdo semántico- del nombre del héroe amenazaba con derretir, por una vez, sus facciones. El plus, junto con unos efectos de maquillaje extraordinarios, lo aporta la participación de Vittorio Storaro, el fotógrafo de Coppola y Bertolucci, aquí dedicado a recrear el esplendor pop de las viejas páginas dominicales, sin incidencia –vale recordar, ya que el cine todavía era analógico- de la tecnología digital.
Hoy a las 22 (1), El Cairo Cine Público (Santa Fe 1120), permite redescubrir –con entrada libre y gratuita- el film Dick Tracy (1990), protagonizado y dirigido por Warren Beatty. Y renovar, de paso, la promesa a medio decir del propio realizador ya que, parece, una segunda parte podría devolverle al cine.
Sólo Dick Tracy -¿quién más?-lograría quebrar el retiro del gran Warren Beatty. Imaginarlo promete: avejentado, de arrugas curtidas, atento al llamado del reloj para revivir, por fin, el gusto de vestir un amarillo impecable.
(1) Esta nota fue publicada en Rosario/12, el 27/09/2013.
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