Una vez muerto
el padre…
Por Leandro Arteaga
Rosario/12 (13/05/2013)
Que el cine de géneros norteamericano agoniza, es
verdad añeja. Que la alternativa está en sus series televisivas, también; pero,
se sabe, la televisión no es cine. Que el cine de géneros subsiste y se recrea
desde hace tiempo en “el lejano” oriente, es también verdad que redunda. Tanto
como la de la intención de Hollywood en procrear fusiones que le permitan un
mínimo de vitalidad. A veces, entre tantas experiencias fallidas u oportunistas,
algo sale bien. Se trata de excepciones, en donde algo de aire alterno, raro,
anómalo, artístico, corroe por fin a las estructuras viciadas de lo siempre
mismo.
Lazos
perversos,
entonces, como síntoma de esta alteridad. El coreano Park Chan-wook como firma
que asume un relato perturbador, por primera vez en suelo americano, desde una
poética que le caracteriza, con la violencia psíquica y física como recursos
habituales, más una raigambre hitchcockiana que se trasluce y consuma desde una
puesta en escena personal, con atisbos de historieta japonesa y coreografía
demente. Todo ello, tal vez, nunca mejor expuesto como en Old Boy (2003), segunda parte de su denominada “trilogía de la
venganza”.
En La sombra
de una duda, Hitchcock lograba en Joseph Cotten un apuesto tío Charlie,
cuya sonrisa encandilaba a su sobrina favorita (Teresa Wright, cuyo personaje,
de paso, también y dualmente se llamaba Charlie). En la película del coreano
habrá otro tío Charlie, oculto ahora tras la máscara perfecta de Matthew Goode:
aparición fantasmal tras el fallecimiento del hermano, de sorpresa sensual para
la madre e hija desamparadas: Nicole Kidman y Mia Wasikowska. Un trío que
tendrá vínculo y desunión vestidos de tensión, pasión, muerte, en medio de un
caserón enorme, cada vez más vacío, con sólo la música de un piano
manipuladoramente compartido, o el caminar de un mismo modelo de calzado: la
niña se está volviendo mujer, pero sus zapatos siguen todavía iguales: planos,
chatos, sin sexo. Allí, y a agarrarse, el tío Charlie y un recurrente paquete
de regalo.
Es de destacar la fotografía de Chung Chung-hoon,
compañero habitual del realizador. Así como una luminosidad que se percibe
ideal, floreada, cálida, amarilla, sin sudor; lo mejor aparece en los primeros
y medios planos de los intérpretes, casi ahogados por tanto aire sobre ellos,
empequeñecidos a veces, casi como si se estuviese desviando al cuadro
cinematográfico respecto de lo “académicamente” correcto. Habilidad que extraña
a la situación, que sabe cómo cargarla de secretos.
También, entre otros, el momento de descenso al
sótano, entre luces y mucha sombra, para guardar o tomar el helado, dentro de
un freezer grande y sucio, lleno de carne congelada. Helado que interviene entre
la inocencia de la niña y un descubrimiento mayor. Entre el tío y la madre, la
adolescente India habrá de tomar sus decisiones, a la vez que reproduce gestos
que no sabe muy bien qué significan mientras la guían en su obsesión. Hasta ese
momento justo, perfecto, como hace tiempo el tonto cine norteamericano ya no
posee: la alguna vez niña se baña, limpia la suciedad, llora por lo ocurrido, y
no puede evitar excitarse.
Lazos
perversos
(Stoker) EE.UU./Gran Bretaña/Corea del Sur, 2013. Dirección: Park Chan-wook. Guión: Wentworth Miller. Fotografía: Chung Chung-hoon. Música: Clint Mansell. Reparto: Mia Wasikowska, Matthew Goode, Nicole Kidman, Jacki
Weaver, Dermot Mulroney. Duración: 99 minutos.
Salas:
Monumental, Showcase, Sunstar, Village.
8
(ocho) puntos
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