Entre las
grietas del tiempo
Rosario/12, 03/09/2012
En el cuento “La guadaña” Ray Bradbury daba cuenta
acerca de cómo el personaje quedaba atrapado, enmarañado, desde el simple acto
de segar trigo, en algo más, de claridad difusa, inevitable. Allí la
consecuencia, el descubrimiento, lo que no podía ser más que de esa sola
manera. Todo lo que hubo de suceder se revelaba como condición necesaria para
un último golpe de guadaña inocente, el primero ahora de todos lo que por
siempre habrían de sobrevenir.
En Historias
que sólo existen al ser recordadas se respira este mismo aire de lugar a
ocupar, de situación que se desvanece, inasible, apenas perceptible. El ojo de
la cámara fotográfica de la joven Rita (Lisa Fávero) podrá captar lo que ya
casi nadie recuerda. La memoria se desvanece, se deshace, y la cámara de fotos
se apresura a atrapar lo que apenas puede, metamorfoseando pálidos contornos y
arrugas en grietas de paredes todavía más viejas.
Esa fusión entre la avejentada Madalena (Sonia
Guedes) y el blanco fantasma de la pared es esencia de la película. Uno se
impregna en el otro, como si de –justamente- un proceso fotoquímico se tratase.
El hacer fotográfico de Rita opera como develamiento y nexo entre estas
generaciones apartadas en el tiempo, unidas en un mismo devenir, demarcado por
el pan de la mañana, el café triturado, la misa repetida, la comida a horario. Acontecimientos
reiterados pero, más aún, una miríada de detalles pequeños, todos necesarios
para cumplimentar el ritual de siempre.
La caja espectral fotográfica de Rita se asemeja, en
este sentido, también y mucho a la del alter ego de Manoel de Oliveira en El extraño caso de Angélica (2010), con
los suficientes ecos de Saramago que repiten sus estertores entre los
habitantes pocos y muy viejos de este pueblito que se niega a la muerte. Ahora
bien, lo que sucede en este intersticio de tumba mal cerrada, de grieta de
lápida, es la película misma. Desde allí, entonces, su poesía. Un sabor dulce y
de café amargo habrá de acompañar al espectador en este recorrido,
familiarmente extraño.
Casi surreal –y por eso tan cercana al espíritu de
Manoel de Oliveira-, Historias que sólo
existen… es capaz de alternar o, mejor, trocar ensueño por pesadilla, al
procrear climas cercanos a lo siniestro, entre roperos de ropa recién planchada
luego de décadas de arrugas, a la luz de velas parpadeantes, en el tacto de las
dedos ante la masa húmeda del pan, en el aguardiente sólo para hombres, desde el
silencio que se escucha, más la batería de un celular que no tardará en gastar
su batería fuera de época. Reunidos los a veces amables habitantes, todos
juntos dentro del mismo encuadre, resultarán cuanto menos intimidantes, tanto
como lo era esa muchedumbre misteriosa que, después de cada accidente, Bradbury
señalaba aparecida de la nada, siempre revestida de los mismos rostros. “La
multitud” y “La guadaña” son cuentos que forman parte “El país de octubre”,
abismo de recuerdos otoñales que sabe, desde la melancolía, resultar coincidente
con el espíritu de este film.
Historias
que sólo existen al ser recordadas
(Historias que
so existem quando sembradas)
Argentina/Brasil/Francia,
2011. Dirección:
Julia Murat. Guión:
Julia Murat, María Clara Escobar, Felipe Sholl. Fotografía:
Lucio Bonelli. Música:
Lucas Marcier. Montaje:
Marina Meliande. Intérpretes:
Lisa Fávero, Sonia Guedes, Ricardo Merkin, Luiz Serra. Duración:
98 minutos. Salas:
El Cairo.
8
(ocho) puntos
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